No son tragedias, son crímenes de Estado. Sobre el habitar a la mitad de dos orillas, en la frontera misma
Para Mariana Ruíz, madre venezolana atrapada en la ciudad cárcel de Tapachula, con sus hijos. Para las familias de todos los migrantes asesinados en Melilla y Texas
“La OTAN desplegará la guerra a migrantes sin papeles” reza un diario digital. Yo hace más de 10 años que abandoné el Viejo Continente porque me asfixió el racismo, tanto como ahora me quita el aire la violencia neoliberalizada contra las y los migrantes
Es media tarde en Ciudad de México, media noche en Barcelona. A esta hora ya están dormidas mis interlocutoras de ese lado del Atlántico que, a veces, me despiertan a media noche para contarme las buenas o malas nuevas o a quienes yo llamo a su media noche para coordinar una acción conjunta, un texto a muchas manos, una visita para olernos y abrazarnos.
He conversado este fin de semana con varias de mis amigas. Hablamos del trabajo y de las y los hijos, de las hermanas y los amores, del clima que asfixia y de las series o canciones que dan tintineo mientras hacemos los quehaceres domésticos o teletrabajamos sin parar. Están estupefactas, ninguna nos explicamos cómo es que con tanto cinismo se esté discutiendo, no ya si es legal y legítimo que la OTAN, sí la OTAN, se encargue de custodiar las puertas del Mediterráneo, que use tanquetas y armas de alto calibre para detener cuerpos espectralizados por haber sobrevivido a travesías espinadas de muchas formas de violencias. “La OTAN desplegará la guerra a migrantes sin papeles” reza un diario digital. Yo hace más de 10 años que abandoné el Viejo Continente porque me asfixió el racismo, tanto como ahora me quita el aire la violencia neoliberalizada contra las y los migrantes, pero también contra mis vecinas y mis estudiantes, las y los más de cien mil desaparecidos o la “muerte colateral” de Cinthya de la Cruz Martínez, la joven de 23 años, hija de Antonio de la Cruz, el periodista tamaulipeco asesinado frente a su familia por informarnos.
Esta pieza iba tratar de “curar” esas formas de habitar en dos orillas que ya me configuran, de compartir emociones y formas de gestionar la saudade. Pero la escribo tarde porque muchas cosas pasaron para boicotear la idea inicial de esta breve misiva, envuelta entre palabras de muchas mujeres que quiero y admiro, a quienes invité a formar parte de este dossier de Con la A sobre migración y refugio. Sobre todo, dos masacres. La de Melilla en el enclave colonial español en África, y la de Texas, en Estados Unidos, cuyas víctimas fueron, para variar, personas migrantes, empobrecidas e ilegalizadas.
¿Por qué llaman tragedia a los crímenes de Estado contra las y los migrantes?
En esta brevísima pieza me interesa pensar en una pregunta motor: ¿por qué llaman tragedia a los crímenes de Estado contra las y los migrantes, lo mismo a las más de 40 personas asesinadas por las políticas migratorias de la Unión Europea que a las y los 53 migrantes asfixiados y muertos de calor en Texas, Estados Unidos, la misma semana.?
Postulamos la hipótesis, hace tiempo ya, de que las formas legales y paralegales (administradas o permitidas por los Estados de origen, tránsito, destino y deportación de las personas migrantes y solicitantes de refugio) son una forma moderna y concreta de genocidio, una guerra total contra las y los migrantes que adquiere lo mismo la forma de secuestros a familias por parte de funcionarios estatales y grupos del crimen organizado, que la separación de familias legalmente permitida en diferentes fronteras del mundo, el encarcelamiento en cárceles legales apodadas “baby jails”, las deportaciones en masa y en caliente televisadas en directo que luego son aplaudidas entre jefes de Estado, los naufragios, la criminalización de la hospitalidad de marineros pobres de África o de activistas de todas las clases y razas que rescatan a náufragos en el Mediterráneo o a familias deshidratadas en Arizona, el ahogamiento de personas migrantes adultas o el de niñas y niños en los ríos y mares de diferentes países, las muertes por asfixia en tráileres cargados de seres humanos, la trata de mujeres, de niños y niñas con fines de explotación sexual y laboral. Todas éstas, proponemos, son formas de un mismo fenómeno sostenido en un tiempo de larga duración: el genocidio contra migrantes y solicitantes de asilo y refugio.
Todas estas realidades, proponemos en diferentes idiomas y momentos diversos intérpretes de la movilidad humana, no son tragedias, no son muertes accidentales, son crímenes de Estado.
Así, las y los migrantes (en su mayoría sudaneses) en Melilla que intentaron una irrupción organizada en la fortaleza europea y las y los jóvenes, en su mayoría jóvenes, asfixiados en un tráiler que intentaban cruzar la frontera entre América Latina y Estados Unidos en Texas, no son “accidentes”, son apenas dos postales concretas, mediatizadas, de escenas que suceden todos los días desde hace por lo menos 30 años. Y en ese sentido, reiteramos, las personas migrantes no “murieron”, sino que fueron asesinados por las políticas migratorias de EEUU y UE, y en esos crímenes de lesa humanidad, también tienen responsabilidad política los gobiernos de los dos países tapón, Marruecos y México, que hoy ejercen una externalización de las políticas migratorias del norte global.
Si atendemos al concepto de genocidio, la RAE lo define como: “Exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad”
Si atendemos al concepto de genocidio, la RAE lo define como: “Exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad”. Luego, podemos echar un vistazo a las cartografías de la letalidad que han elaborado organizaciones y académicas en Oceanía, Asia, América, África o Europa, para encontrar numeralia que demuestra la eliminación sistemática de personas por motivos de raza, nacionalidad y clase social, permitida y administrada por leyes de excepcionalidad en sociedades que se precian de “democráticas”.
No caben en estas breves líneas dichas numeralias, las hemos estudiado y escrito sobre ellas en muchos idiomas francos desde hace décadas, diferentes intérpretes de la movilidad. Si alguien tiene interés puede empezar navegando los sitios virtuales de organizaciones supranacionales que viven de administrar y contar tales pérdidas humanas, como la OIM o el ACNUR.
Lo que interesa poner en el centro es que los asesinatos de migrantes como consecuencia de la fantasía necropolítica de “una migración segura, ordenada y regular” con la que se maquillan políticas de extranjerización permanente de millones de seres humanos, lo mismo en tránsito, que en fronteras y ya dentro de sociedades que alterizan perpetuamente a cuerpos racializados como “minoritarios”, no son “crisis” ni “accidentes”, son formas concretas de gobernar la migración y nuestros silencios como gobernados también son parte de esta trama.
Cierto es que también las resistencias nos caracterizan, como las manifestaciones en 60 ciudades del reino de España que nos hicieron vibrar a la distancia la misma semana que murieron otros cientos de migrantes, cuyas muertes no fueron mediatizadas siquiera. O las postales que un defensor de migrantes en la frontera sur de Estados Unidos mandó por WhatsApp sobre altares improvisados para migrantes con nombre y apellido, asfixiados en el tráiler en Texas: flores, cruces, velas, palabras, todas anónimas pero que hacen tocar la certeza de que hay humanidad del otro lado del muro.
Como ya dije antes, había pensado esta pieza para detallar de forma poética qué significa atender las tramas de la migración como mujer que habitó exilios varios y hoy soy retornada, sobre la saudade como piel adquirida una vez comenzaron los éxodos, sobre la amistad con las otras prietas en los nortes del mundo como forma para sostener la vida cotidiana, atravesadas de muchas formas de violencias de Estado y patriarcales. En este ensayo quería contar la manera de aletear, siempre de una orilla a otra, encontrando en el aleteo mismo la libertad para no habitar ya de lleno ninguna de las dos orillas, pero, en vez de esto, escribo estas líneas, llenas de rabia y como forma de atravesar otro duelo más.
Si el sentido de este monográfico de Con la A es que reflexionen en ella sujetas diaspóricas, voces exílicas, diré que habitar el mundo hoy es una disputa cotidiana entre el duelo y el privilegio de presenciar prácticas de vida protagonizadas por niños y niñas, por mujeres y por familias que, pese a saber que los esperan tanquetas militares, intentan otras vidas posibles, al mismo tiempo que buscan mantener la capacidad de indignación y movilización contra las prácticas de muerte hacia quienes buscan, al migrar, seguir viviendo.
REFERENCIA CURRICULAR
Amarela Varela Huerta es mamá de León y Mariana y profesora/investigadora en la Academia de Comunicación y Cultura de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Aprendiz de feminista que apuesta por coproducir crónicas sobre luchas migrantes (y prácticas de muerte en su contra) narradas desde la experiencia y los saberes de los propios pueblos en movimiento. Colabora con diferentes grupos de investigación-acción en torno a la migración y los feminismos prietos.