Revista con la A

25 de julio de 2022
Número coordinado por:
Amarela Varela y Lucía Melgar
82

Migración, exilio y desplazamiento forzado

La masculinidad en las entrañas de Tijuana: Las vidas desoladas de los deportados.

Renato de Almeida Arão

Renato de Almeida Arão

¿Y nosotros mexicanos? ¿quién se preocupa por nosotros?”, me dice El Michoacano, el nombre que he puesto a este migrante mexicano con el que llevo ya casi una hora platicando, más bien, escuchándole; escuchando su historia; la historia de como terminó en una silla de ruedas en la banqueta de Tijuana

¿A quiénes les importan los mexicanos deportados?

¿Y nosotros mexicanos? ¿quién se preocupa por nosotros?”, me dice El Michoacano, el nombre que he puesto a este migrante mexicano con el que llevo ya casi una hora platicando, más bien, escuchándole; escuchando su historia; la historia de como terminó en una silla de ruedas en la banqueta de Tijuana. Estamos sentados en la baqueta frente a un centro de salud público que atiende principalmente a migrantes -centroamericanos, haitianos, africanos, sudamericanos- como también a migrantes mexicanos, mayoritariamente deportados. A nuestra espalda está la tienda de campaña donde duerme, él con su acompañante y sus dos gatos. A nuestro lado hay un par de decenas de personas formadas, esperando ser atendidas en el centro de salud, la mayoría de tono de piel obscura. Esta es una escena recurrente, común, naturalizada en la topografía social del centro de Tijuana, principalmente de la Zona Norte de esta ciudad fronteriza. Tijuana es una ciudad hecha por la migración, configurada por la frontera, definida por la encrucijada de los intereses políticos de ambos lados de la frontera. Dentro de esta malla sociodemográfica de este espacio liminal del Estado-nación, están los mexicanos deportados, mayoritariamente hombres, adultos, quienes son la mayoría de los ocupantes de las calles, de los albergues y de los espacios públicos.

Buscar a deportados mexicanos es encontrarse con las historias de supervivencia; es encontrarse con la cara de un ser olvidado, un ser que vive sin reconocimiento, sin ser visto

Vine a Tijuana para escuchar a los mexicanos deportados, aquellos que han venido a parar a esta ciudad fronteriza y ahora deambulan por sus entrañas buscando (re)hacer sus vidas aquí; en muchos casos buscan apenas (sobre)vivir. Buscar a deportados mexicanos es encontrarse con hombres mexicanos. Es encontrarse con las historias de supervivencia, de superación, de huida de violencia, de procesos de trauma; es encontrarse con la cara de un ser olvidado, un ser que vive sin reconocimiento, sin ser visto. “Es que los mexicanos están en casa”, me dijo una trabajadora para una organización de apoyo a migrantes. “Ellos lo tienen más fácil”, agrega. No me convence este discurso. No es mediante la jerarquización del trauma que se debería definir quién es merecedor de una atención, un apoyo, un reconocimiento.

He pasado casi seis meses en y entre las calles de Tijuana entre 2021 y 2022, especialmente entre los barrios de la Zona Norte, reconocida por su concentración de venta y circulación de vicio, sexo, drogas y perdición. Es, también, la zona donde se localiza la mayoría de los albergues y refugios para migrantes, un apoyo que nació desde la necesidad de ayudar a todos aquellos que terminan en Tijuana, porque este lugar sí es un “fin” de algo: de una travesía, de una larga caminata, de una historia, de un sueño. Los deportados están, en muchos sentidos, “fuera de lugar”.  Por lo tanto, “ver” a los mexicanos deportados -acercarse a sus cuerpos, sus vidas, sus emociones- es, podría argumentar Karel Kosík (1976), ver lo “concreto” de sus realidades. Es ver “la realidad real” de las formas vivir en las zonas fronterizas, en este inframundo que albarca Tijuana. En esta frontera mexicana, dos preguntas -esenciales- llenan mi mirada: ¿Quiénes son estos deportados en Tijuana? ¿Cómo los “conocemos”?

Welcome to Tijuana: Tequila, sexo y marihuana

Tijuana es un espacio singular de la historia de la migración mexicana. Es una ciudad tejida por y con las historias de los flujos migratorios, colocada en los límites de estados, de un imperio. Tijuana es una ciudad configurada por una frontera -una “herida abierta” como señala Gloria Anzaldúa, “donde el Tercer Mundo choca con el primero y se desangra” (p. 3). Tijuana no es sólo una ciudad fronteriza mexicana, sino una expresión de las presiones históricas del flujo y reflujo de la migración. Al largo de su historia, Tijuana se ha consolidado como el principal punto de retorno de los mexicanos deportados, muchos de los cuales son hombres, mayores de 18 años y que no son originarios de Tijuana. Considerando los primeros tres meses de 2022, México recibió un estimado de 70.413 mexicanos, de los cuales el 86% fueron hombres mayores de 18 años, siendo el estado de Baja California el receptor de más del 50% de los retornados, con Tijuana recibiendo cerca de 90% de ellos, siendo “ellos” mayoritariamente hombres mayores de 18 años. Además, como punto de singularidad del paisaje social que conforma Tijuana, aproximadamente menos del 3% de todos los retornados son originarios de Tijuana, lo cual consolida el terreno -geográfico, simbólico, imaginario, cultural, político y económico- de esta zona fronteriza como un espacio amorfo de hibridez que estructura las formas de las experiencias de la migración, condicionando las formas de ser aquí -de “este lado de la frontera”-, además de condicionar la idea -propia- del Ser, fenomenológicamente hablando. 

Tijuana no es sólo una ciudad fronteriza mexicana, sino una expresión de las presiones históricas del flujo y reflujo de la migración

El Michoacano me cuenta que hace un mes fue atropellado cuando estaba caminando por la “línea”, este espacio compuesto de varios carriles vehiculares y peatonales que dirige el flujo hacia la inspección de la frontera, de los intereses políticos, del “ojo del Estado”. Me cuenta cómo diariamente la policía lo golpeaba y que “no podemos estar en ninguna parte, pero aquí estamos”. Aquí los mexicanos migrantes, especialmente los deportados, existen a partir de una resiliencia básica -la resiliencia de la sobrevivencia-. La frontera, como siempre, es un espacio de espera y de esperanza. Una espera en la esperanza, pero también en la desesperación, en la des-esperanza.

Las expectativas del patriarcado sobre el hombre deportado

La percepción generalizada de que los mexicanos varones deportados son desmerecedores de una ayuda primaria, sistémica y auténtica en Tijuana, es consecuencia de su pertenencia a la membresía de los privilegiados y favorecidos por las normas y cultura patriarcal que existe -y resiste- en esta región (como reproducción de la lógica del sistema-mundo capitalista global). Es indudable que la condición de ser varón, cis-género, heteronormativo favorece y permite la sobrevivencia –de ponerse sobre la vida– de estos hombres mexicanos deportados y retornados que ocupan las calles de Tijuana. No obstante, a su vez, la presión de la condición de vivir en calles “macho”, hace que sus expectativas y determinaciones sobre sus vidas no se abran a la posibilidad de pensar en (buscar) apoyos solidarios. Es la sensación de fracaso y de vergüenza que permea muchas de las acciones de estar en Tijuana. Muchos de los mexicanos deportados en los albergues no se hablan porque tienen vergüenza. Sienten la migración y lo más importante, sienten la deportación. La experiencia migratoria, en todos sus sentidos, está atravesada y condicionada por las emociones.

Observaciones finales

La migración es un elemento estructurante de las formas de experimentar, Ser y Estar en Tijuana. Muchos de los mexicanos deportados que se quedan en Tijuana, lo hacen por la vergüenza que ellos consideran representan sus condiciones -desde la masculinidad- de haber sido desalojado de un camino hacia “el Sueño Americano”. Quedarse en la frontera, además, es una forma de mantener viva la Esperanza, el contrapeso a la Vergüenza, una esperanza depositada en el potencial de una ida, para “allá”, es decir, hacia sus vidas que no encuentran en Tijuana. Sus vidas hacen un eco del dicho mexicano:

Pobre México, tan lejos de Dios, tan cerca de Estados Unidos”,

reformulado para decir

Pobre deportado, tan lejos de México y tan cerca de Estados Unidos”.

Mirar con los ojos, con las manos, con el corazón, a estos hombres, mexicanos deportados es, también, sentir la migración. Es reconocerlos e iluminarlos y visibilizarlos, es devolverles un poco más de Esperanza. ¿A quiénes les importan los mexicanos deportados?

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Anzaldúa, G. (1987). Borderlands/La Frontera: The New Mestiza. San Francisco: Aunt Lute Books.

Kosík, K. (1976). Dialectics of the Concrete: A Study on Problems of Man and World. Dordrecht: D. Reidel.

 

REFERENCIA CURRICULAR

Renato de Almeida Arão Galhardi es sociólogo por la Universidad Estatal de San Francisco, Maestro en Ciencias Sociales por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, sede México, y Especialista en Migración Internacional por el Colegio de la Frontera Norte. Actualmente es candidato al Doctorado en Ciencias Sociales y Políticas por la Universidad Iberoamericana, Ciudad de México, donde trabaja la fenomenología de la experiencia migratoria de hombres mexicanos deportados en albergues temporales para migrantes, en Tijuana. Fragmentos de su trabajo de campo están publicados en su blog: https://renatogalhardi.wixsite.com/migrancia/blog. Renato es brasileño, y vive en la Ciudad de México, con su pareja y gato negro, Balzac.

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