Revista con la A

25 de mayo de 2019
Número coordinado por:
Lucía Melgar
63

Exiliadas y represaliadas del franquismo

El lenguaje como patrimonio

Andrea Stefanoni

Escribir una novela sobre alguien, lo quieras o no, es vilipendiar lo vivido. En eso me siento en falta. La culpa se reserva un lugar de lujo durante mis noches, o al menos en las que me detengo, como ejercicio, como asistencia obligada, a pensar en la historia de mi abuela.

Por un lado, ahora que el texto está quieto y huele a definitivo, me llena de rabia pensar que los años con sus mañanas gélidas y sus carencias de mejor educación, comida o condiciones laborales en la mina de carbón, están reducidas a ciertos capítulos, a unas pocas páginas. Que una guerra con toda su sangre, o al menos la que vivió mi abuelo, solamente alcance para que se escriba un rato de un libro que sí, que aquí está. Parece domado. Lleno, incluso. Pero no hay cifra. Todo lo que intente una cifra de líneas es una farsa. Es reduccionista.

Esta historia desbordaba de la boca de mi abuela. Desbordaba sin querer, como las mejores historias. Era cuestión de ir a visitarla y que dijera algo maravilloso que, para ella, era su rutina, su vida, su historia, como si fuera común y corriente. Una no sabe, a veces, desde la sangre, desde el latido cotidiano, que la historia no es solamente un texto como texto, es también una novela. La historia está en las manos de mi abuela, en su letra esmeradamente perfecta aunque, sabiendo leer y escribir, ella misma se defina analfabeta. La historia está viva todo el tiempo.

España se debía a sí misma “recordar” más y entender más algunas cosas de su pasado

A veces, a partir de la publicación de La abuela civil, algunos periodistas piden que defina el término “memoria histórica”. O preguntan qué pienso sobre si es un fenómeno de marketing o no. Hay una cita interesante de Susang Sontag: “Es más importante entender que recordar, aunque para entender sea preciso también recordar”. Cada sociedad se debe dar las formas para ver qué quiere olvidar y qué quiere recordar. Posiblemente España se debía a sí misma “recordar” más y entender más algunas cosas de su pasado. Pero no puedo definir algo que forma parte de largos debates académicos y políticos. Las sociedades, como las personas, no estarían sanas si recordaran todo, pero tampoco si lo olvidaran todo, y ese equilibrio se redefine todo el tiempo y es parte de muchas luchas en diferentes espacios y niveles, en la sociedad y en el Estado del presente. Casi siempre la calidad de un relato depende de su contraste. De contar un lado de la moneda para mostrar el otro sin dejar de mostrar el anterior. Consta de esa paradoja. Se puede, pero lleva trabajo.

Recuperar el pasado familiar es tan importante que el trabajo que se debe poner al respecto es que no sea pasado. Como si se cortara la línea. Y, si se cortó, recuperarla, atarla. Somos ellos y ellas. Ellos y ellas son nosotros y nosotras. Romper con la idea de historia como algo que pasó y se cortó y después vinimos nosotros y nosotras, de la nada, digo, casi contradiciéndome, y situarse entonces en una única línea que nos hace quien somos. «Soy» porque mi abuelo y mi abuela le ganaron a la guerra. Es un único carril. ¿Por qué? Porque es el acto de amor al que nos debemos. Mantener vivas las ideas de quienes nos dejaron el camino, más o menos libre, y que por ellos y ellas estamos hoy acá.

No es nada fácil convertirse en héroe -dijo Tabucchi-, un milímetro a un lado y sos un héroe, un milímetro a otro lado y sos un cobarde. Hay muchos héroes anónimos. Lo importante y lo difícil es percibirlo.

Esta novela no es un relato sobre la represión franquista. Es el relato de la vivencia de esa represión de acuerdo a la mirada de mi abuelo y mi abuela. Son pequeños disparos. Por eso las frases cortas. Da la sensación de que la escritura, si tiene rodeos, no se asimila a una historia como la de mi abuela: porque en esa guerra, en ese pueblo, no había tiempo para rodeos. Todo sucedía con demasiada violencia. Ella, de niña, no podía decidir no ir a la montaña a trabajar. No podía elegir estudiar, aunque se moría de ganas de ir a la escuela. Más tarde, en el trabajo en las minas, tampoco hubo preámbulos. La escritura, en estilo, debe ser igual. Como una obligación desde la forma para respetar el verdadero ritmo de sus días.

En algún momento sentí un poquito de miedo al imaginar qué iba a pensar un español, eso mismo: una argentina escribiendo sobre la Guerra Civil. Pero no escribí sobre la guerra, escribí sobre un recuerdo de aquella guerra, sobre la guerra de mi abuela y mi abuelo, escribí sobre mí, de algún modo.

Hace un mes leí un comentario en Twitter, en un post de la editorial donde anunciaban la salida del libro en España, y un señor comentaba, con tono irónico, lo siguiente: “¿otro libro más sobre la Guerra Civil Española? ¿Cuántos van ya?”. Los necesarios, señor. Uno por cada historia, quizá. Ármese de paciencia porque son muchas. La victoria de los represores es que dejemos aquello en manos de la estadística.

Algo que nos conmueve a todos y todas en estos años: la emigración como única solución para sobrevivir a la represión política. Hoy lo vemos en África y los miles de muertos en el Mediterráneo.

Françoise Dolto decía que lo que se calla en la primera generación, la segunda lo lleva en el cuerpo. Es difícil contarle a alguien joven que alguna vez, mucho tiempo atrás, eran los españoles los que iban para la Argentina (al menos hasta la crisis actual). Parecería imposible de imaginar, siquiera. Todavía queda de esa etapa los nombres, los apellidos, los apodos, dando vueltas por todos lados, los bares y almacenes “del gallego”. Hasta Mafalda, si se fijan, ha inmortalizado al gallego (don Manolo) en su almacén para siempre en la sencillez de un dibujo.

¿Qué tipo de pueblo no acepta a otro pueblo que necesita salir del suyo para mantenerse con vida? La libertad se la cercenan a los que convencen de que el inmigrante es el enemigo

Creo que deberíamos preguntarnos: ¿qué tipo de pueblo no acepta a otro pueblo que necesita salir del suyo para mantenerse con vida? La libertad se la cercenan a los que convencen de que el inmigrante es el enemigo. ¿Queremos ser ese tipo de personas? ¿Ese tipo de pueblo? Porque si es así, seguirá siendo necesario recordar que, con una hija de cinco años, con cien pesetas en el bolsillo y arrastrando un colchón, Consuelo y Rogelio tuvieron que salir corriendo hacia otro continente.

Todo lo que escriba yo sobre mi abuela tendrá esa vergüenza del narrador que lo primero que debe pedir al lector es un enorme perdón. Porque tendría que haberla traído a mi abuela para que les cuente sus cosas. No al libro. Este es un momento pequeño, el del festejo de haber escrito una historia, pero jamás contendrá un tercio de la gloria de haberla vivido.

Todavía hoy, con más de treinta años siendo nieta suya, recuerdo con los dedos de la mano las veces que me dijo «vos». Las culturas nacen y mueren en su lengua. Supongo que es así. Y tiene exactamente el mismo acento que el que tenía el día en que bajó del barco. Casi como si fuera una cruzada. Cosa que jamás me reconocería, pero así lo intuyo. Un tono extrañamente igual. No cambió en nada. En nada. No traía ni valijas. Apenas aquel colchón y un poco de dinero que terminó dándoselo a unos desconocidos en el puerto minutos antes de zarpar. Solo se trajo su acento. Su voz. La primera, la de su tierra, hasta que se transforme en la última, para que la entierren con su lengua. Me gusta pensar que el lenguaje es su patrimonio. Siempre me pregunté, así, diciéndome, bueno, al final, en este final, qué le quedó. Y me digo, me repito siempre lo mismo: el acento. Le quedó el acento.

 

REFERENCIA CURRICULAR

Andrea Stefanoni es escritora. Colaboró en revistas y suplementos culturales. Trabaja desde hace dieciocho años en la librería El Ateneo Grand Splendid donde se desempeña como gerente. En 2009 fundó Factotum ediciones, publicando primeras novelas de autores jóvenes. Escribió Tiene que ver con la furia (Emecé 2012), que será llevada al cine por Anahí Berneri y Sergio Wolf. Publicó La abuela civil española (Seix Barral Argentina, 2014), (Seix Barral España, 2015), traducida al alemán como Die erinnerte Insel por la editorial austríaca Septime Verlag (2016). Participó en la antología de cuentos Habla de nosotros (Valparaíso, España 2018). En octubre de 2017 estrenó La restauración, escrita y producida junto a Juan Martín Cervetto, nominada como mejor obra argentina para los premios ACE. En 2019, escribió Mamá, obra de teatro interpretada por Ana Celentano y Francisco Bertín.

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