Revista con la A

25 de septiembre de 2020
Número coordinado por:
Bethsabé Huamán y R. E. Toledo
71

Hispanas en Estados Unidos

Una Hispana en los Estados Unidos

RE Toledo

He aprendido a identificarme como Hispana (con mayúscula, sí, porque así se escribe en inglés -pero también porque la mayúscula le otorga mayor importancia-) en formularios, entrevistas, dentro de la universidad donde trabajo y en grupos donde participo como voluntaria.

No recuerdo el día exacto en que me di cuenta que era hispana. Llegué a este país a los 20 años y como mexicana, nunca había escuchado esta palabra, mucho menos para designarme a mí. Asistí a la Universidad de Texas, en Austin en los noventas, para obtener mi licenciatura. Seguro fue en ese contexto que escuché el término por primera vez. Tampoco lo recuerdo, pero sí puedo imaginarme el sentimiento de extrañeza que me debe haber causado la primera vez que alguien me preguntó, en inglés, si era hispana. Lo puedo imaginar porque aún me inunda el mismo sentimiento cuando ocasionalmente todavía me hacen esa preguntita.

Al pasar de los años, he aprendido a identificarme como Hispana (con mayúscula, sí, porque así se escribe en inglés —pero también porque la mayúscula le otorga mayor importancia), en formularios, entrevistas, dentro de la universidad donde trabajo y en grupos donde participo como voluntaria. Sin embargo, no deja de ser un sobrenombre que una entidad externa adjudicó a todas las personas que hablan, o que descienden de alguien que habla español. Muchas veces no importa que no hayas abierto la boca, si tu apellido lo indica, ya eres hispano, aunque no hables la lengua, no te identifiques como tal, nunca hayas escuchado ese término, o nunca hayas siquiera visitado un país donde se habla español. De forma inversa, generalmente los desconocidos identifican un acento en mi inglés y me preguntan qué idioma hablo, o de dónde soy. Es impresionante ver las caras desfigurarse. A veces se convierten en una mueca de desaprobación, a veces solo en una cara de seriedad, pero indiscutiblemente con un dejo de incredulidad, cuando escuchan la respuesta. Generalmente creen que soy cualquier cosa menos “hispana”, y mucho menos mexicana.  No cabe la menor duda de que ser hispana significa ser marginada de una forma u otra. Aunque haya -y yo participe en- eventos celebrando la Herencia Hispana.

No me malentiendan, no es que me moleste que se me dé ese sobrenombre, a final de cuentas ahora me identifico como Hispana, y a mucho orgullo, pero es importante señalar que es muy probable que todas las personas que pertenecemos a esta categoría nos hayamos dado cuenta de ello en un momento u otro. No es como decir, soy mexicana, soy venezolana, soy peruana. Eso forma parte de nuestra identidad desde siempre. Una crece sabiendo su nacionalidad, pero no se crece siendo hispana. Entonces, ves ese término con un sentimiento de otredad e identificas ese señalamiento de parte de la persona que así te nombra. Sin embargo, no olvidemos a las y los que llegan a este país desde niños, o a quienes nacen aquí, de madre y padre hispano y que desde siempre se les califica como hispanos. A ellas y ellos también se les pone el sobrenombre. Antes de ser “americanos”, son hispanos, y eso afecta su identidad profundamente, porque no se les permite ser simplemente americanos, como cualquier otro, como cualquier otra.

Al estar fuera de nuestra patria, siempre hay una mirada hacia la tierra que dejamos atrás

Por otro lado, al estar fuera de nuestra patria, siempre hay una mirada hacia la tierra que dejamos atrás. Entre más se aleja la posibilidad de volver, la nostalgia se va arraigando más y más. La vida nos va llevando por su camino y, cada año que pasa, la vida en los Estados Unidos se solidifica, sobre todo cuando empezamos a formar familias, cuando las y los hijos que tenemos aman esta tierra porque no conocen otra y esta es su patria, o porque tenemos una relación sólida que dejaría de existir si se insinúa siquiera el retorno, o cuando nos damos cuenta de que nuestra única posibilidad de subsistencia económica se encuentra en “este lado del charco”, ya sea el charco un océano, un río, o medio continente. Es entonces cuando nos asumimos totalmente como hispanas.

Pero reconciliarnos con este término, ya sea consciente o inconsciente, no deja de desencadenar una lucha interna y externa contra corriente. Siempre está la posibilidad de volver, sobre todo cuando la visión del país que dejamos atrás se difumina -aunque lo visitemos cada año- y empieza a ser idealizado, mientras que este, en el que ahora vivimos, no deja de presentarse extraño, hostil. A veces se nos excluye de círculos o se nos incluye, intuimos que como una cuota por cumplir como si fuéramos un bicho exótico, como un valor agregado, o como premio de consolación, o tal vez no. Lo más seguro es que sea por tu valor propio, pero la pregunta, la duda, siempre queda ahí y no falta quien así lo deje ver, lo asome, y te quiera hacer sentir fuera de lugar. Hay siempre que hacer un esfuerzo extra para ignorar estas actitudes de las y los otros hacia nuestro trabajo, hacia nuestra participación, hacia nuestro esfuerzo. Y además existe ese vaivén interno que nos atrae y nos empuja. Mientras por fuera en instituciones, gremios y eventos se nos invita y se nos rechaza, se nos incluye y, sin querer tal vez, se nos excluye.

Escribir en español es agarrarse de un clavo ardiente. Es no dejar ir, es quedarse, pero siempre bajo nuestros propios términos y forjándonos nuestros propios espacios, abriendo cancha para quienes vienen detrás, nuestros estudiantes, nuestros hijos e hijas, y otros como ellas y ellos como nosotros, nosotras, quepan también en estos espacios nuevos que labramos con mucho esfuerzo. ¿Por qué es que no nos dejamos ir, nos dejamos fundir en la cultura dominante, en el idioma local? ¿Por qué es que preferimos seguir pronunciando nuestro nombre como se nos dio al nacer y no con un nuevo acento? Porque el buscar una nueva identidad es negarse. Nuestro nombre pronunciado en otro acento se oye falso. Porque aquí mismo se nos pone un sobrenombre y nosotras lo asumimos y sabemos nuestra diferencia y vivimos de ella. Pero más aún, porque conscientemente es imposible deshacerse de ese otro yo, la que era antes, la que me forma desde siempre, la mexicana, la venezolana, la peruana que no va a dejar de existir por el simple hecho de ahora tener un pasaporte estadounidense, una hija o un hijo nacido aquí, una casa a medio pagar o pagada por completo. Esa yo que soy ahora se compone de dos partes que juegan, se empujan, como dos hermanas gemelas que se atraen, pero que se complican la vida constantemente. Como una bestia de dos cabezas, cada una jalando para un lado opuesto, o queriendo devorar la otra cabeza; al fin y al cabo, una sola grandiosa bestia que vive y late en este país y ya no va a volver atrás.

La etiqueta se lleva engrapada en la solapa, a donde quiera que vayas, como un escudo o una letra escarlata

Mi experiencia como hispana en los Estados Unidos ha cambiado dependiendo de mi lugar de residencia. En estos treinta años he pasado por cuatro estados: California, Texas, Nuevo México y Tennessee; y aun cuando en los tres primeros la población hispana era mayoritaria y la actitud de los anglosajones más amable, siempre queda en la mayoría de ellos una tendencia a dejar claro que el extraño aquí eres tú. En muy pocas situaciones me he sentido incluida a priori. Va a ser muy difícil ser de aquí verdaderamente, mientras el sobrenombre, la clasificación, siga existiendo. Hoy en día, y con el clima político que se está viviendo desde hace ya más de cuatro años, la etiqueta se lleva engrapada en la solapa, a donde quiera que vayas, como un escudo o una letra escarlata, especialmente aquí, en el sur de los Estados Unidos. No importa que ya haya pasado más años aquí que en cualquier otro lugar del mundo. Ya soy más tennessiana que mexicana, pero nunca seré americana. Siempre seré una Hispana en los Estados Unidos.

 

REFERENCIA CURRICULAR

RE Toledo es profesora adjunta en la Universidad de Tennessee. Escritora y poeta. Escribe y aboga por los derechos de las y los inmigrantes. Sus proyectos más recientes, Nos pasamos de la raya/We Crossed the Line, Volumen 2, y la colección de poesía Vacíos están próximos a publicarse. En su tiempo libre practica yoga y hace montañismo.

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