Salir del armario en la familia
Nombrarme como lesbiana de manera pública en mi entorno de vínculos y amistades, incluso en los distintos trabajos que he realizado, ha sido menos difícil, no así socialmente
“Eres heterosexual?
Cómo te diste cuenta?
Crees que tú heterosexualidad tiene cura?
Sabe tu familia que eres heterosexual?
Qué harías si tu hija te dice que es heterosexual? (…)”
(Test de heterosexualidad de las Guerrilla Girls)
En la sociedad en la que vivo, y la realidad que como lesbiana me ha tocado vivir (cis, blanca de origen español, no migrada, feminista, actualmente con empleo y casa alquilada, en el siglo XXI), ha sido llevadera en mi círculo más cercano, pero no socialmente.
Nombrarme como lesbiana de manera pública en mi entorno de vínculos y amistades, incluso en los distintos trabajos que he realizado, ha sido menos difícil. Quizás por moverme en un ámbito feminista, aunque eso no siempre significa libre de discriminaciones y desigualdades, dado que estamos en permanente deconstrucción pero todavía nos cruza el patriarcado.
Otro cantar es mi familia “de sangre”, donde se vivió con sorpresa, supuso conversaciones y situaciones complejas que partían del desconocimiento y los estereotipos sobre todo lo que no es la heteronorma y que dolieron mucho, pero también percibí apertura para entender y disposición a transformar ideas preconcebidas, con el paso del tiempo.
Viví el silencio, aquel de “lo que no se nombra no existe”, el nombrar de soslayo “¿vendrá tu amiga a comer?”, o las preguntas con dobleces que surgen del desconocimiento y, por qué no, del miedo a lo diverso, a lo diferente. Del miedo y rechazo a “las otras”.
Y tuve que hacer por visibilizarme, por superar silencios, por mostrarme y explicarme. Algo que nadie de mi familia ha tenido nunca que hacer siendo heterosexual.
Me pregunto si alguna o alguno de mis nueve sobrinas y sobrinos (entre los 27 años y los 5 meses) se sentirán libres de expresar sus opciones sexuales e identidades de género si alguna vez han estado o están fuera de la heteronorma. Eso me preocupa e intento que tengan en mi un referente de libertad, para vivirlo y nombrarlo si así lo desean.
No conozco a nadie que haya vivido un salir del armario absolutamente respetuoso
Es decir, en un escenario de poco trauma y drama como el que yo viví y vivo, sigue existiendo discriminación. No conozco a nadie que haya vivido un salir del armario absolutamente respetuoso, incluso una madre lesbiana puede sentir el deseo de que su propia hija, para que no sufra lo que ella ha sufrido, mejor sea heterosexual y así expresárselo.
Me interesa nombrar en este artículo algo de lo que hablamos poco, también en los ambientes activistas feministas y LGTBIQ+. Me refiero a hablar de lo que se produce en la familia cuando lesbianas o bolleras (me centro en este caso aunque podrían ser otros) nos mostramos como tal, como lo que somos, ante nuestro núcleo familiar, nuestros padres, madres, abuelas, abuelos, hermanas y hermanos, hijas, hijes, etc .
Existen esas salidas más tranquilas, pero sobre todo quiero visibilizar que hay todavía, y muchos, casos de dificultades, silencios y rechazos recibidos ante dicha salida del armario. Que son diversas las posturas del ámbito familiar que se generan y muchas violentas en distintas formas y que se “lavan en casa” porque son “trapos sucios”, se gestionan en “la intimidad”, cada una con su culpa, con el dolor que todo ello genera, casi a escondidas.
Estas reacciones pueden cambiar a lo largo de los años, gracias a un trabajo por todas las partes, o por parte de las que salimos del armario, que supone una energía importante. Que supone inseguridad, dolor, tristeza, ira, frustración. Y pueden tener un final feliz (para cada quien, no lo que dicte Hollywood), extenderse de por vida, o suponer una ruptura definitiva.
Mi objetivo, al escribir sobre este tema, es visibilizar y nombrar para transformar. Generar debate, hablarlo más allá de las paredes de “casa”, sea este concepto lo que sea…
Vivimos en una sociedad heteronormativa, es decir, que sitúa como «normal» la opción sexual hetero y como raras, aberrantes, anormales o enfermizas opciones sexuales o de género, como la lesbiana, entre otras.
Esta situación produce desigualdad, discriminación, negación, violencias y rechazos hacia lesbianas y bolleras, en nuestro país, en la actualidad, en nuestras familias. Y digo nuestras porque hablo también de varias de mis hermanas elegidas, de mi familia elegida, que viven estas situaciones en sus familias de sangre y las conozco por ellas. Y me afecta. Por supuesto, nunca de la manera en que les afecta a ellas, ni una mínima parte. Por eso quiero escribir sobre ello.
La familia es el núcleo social primario donde se recibe la primera educación y socialización. Sigue siendo un ámbito privado, cerrado y complejo, que nos marca para toda la vida y nos genera múltiples sentimientos y sensaciones. Muchas veces es un espacio de silencios y tabúes, de puertas y ventanas cerradas donde se viven vidas en muchas ocasiones controladas, juzgadas y manipuladas.
El hecho de salir del armario se convierte para las mujeres o bolleras en un momento planificado en la mayor parte de las veces, meditado. Buscando una estrategia específica de cuándo, cómo, a quién, con quién. En muchas ocasiones con aliadas que suelen ser una hermana, hija o madre que ya lo saben. Y no es baladí que suponga muchas veces, mayor temor ante la reacción de los hombres de la familia, por algo la familia es uno de los bastiones patriarcales de la sociedad.
Hay un escaparate de lo políticamente correcto, en el que todo bien si tengo un amigo o un vecino gai (repito, gai, no lesbiana) pero lo que no se está dispuesto es a aceptar una lesbiana en la familia nuclear, eso ya son palabras mayores…
Es muy básico el tema de la familia porque es un pilar fuerte de nuestra identidad, de pertenencia grupal… la sociedad actual no favorece otros vínculos, otras redes de apoyo, al contrario, lo que favorece es el individualismo. Mi experiencia es otra. He sido capaz y me ha sido favorable, como a muchas otras, generar redes alternativas fuertes, colectivas, y eso nos hace privilegiadas. Pienso en cuántas estarán solas en esto, en espacios más pequeños, en provincias, en entornos rurales quizás… sin pretender sobrevalorar lo urbano o la capital, tampoco quiero caer en eso. Ahí habría mucho que debatir.
Ser lesbiana supone una transgresión en el seno familiar. El rol que la sociedad patriarcal nos adjudica como mujeres, se rompe, se hace pedazos
Ser lesbiana supone una transgresión en el seno familiar. El rol que la sociedad patriarcal nos adjudica incluso antes de nacer, como mujeres, se rompe, se hace pedazos en todos los sentidos y genera un descoloque de lo establecido hacia dentro y hacia fuera de la familia, frente al resto de la sociedad. Muchas veces es “el que dirán” lo que más provoca una respuesta de rechazo, negación, invisibilización y violencia.
Al salir de ese lugar, las y los familiares construyen una nueva persona con otras características cargadas de estereotipos sobre esa hermana, hija o sobrina lesbiana: ahora ella es así, de está manera, ahora ella tendrá que esconderse, sufrirá violencia en su trabajo, no será madre, necesito tiempo para procesarlo, no lo puedo/podemos aceptar porque la iglesia no lo acepta, no será feliz, me/nos da asco o vergüenza pensar en su sexualidad, es rara, no quiero/queremos verla, ni conocer a su pareja, no es lo que yo deseaba, no la reconozco, no la quiero, la quiero lejos,…
La familia está basada en un supuesto amor incondicional, idealizamos que siempre la familia nos va a querer, va a estar ahí, pase lo que pase. Pero cuando pasamos los límites de la heteronorma, se produce una especie de chantaje que tiene que ver con “cuanto más te alejas de mi idea de hija, hermana, sobrina, más difícil me lo pones para quererte”. Además de juzgar esa realidad como una moda, como una mala influencia de otras, como algo que se pasará, como una enfermedad, en el peor de los casos…
Cuántos casos conocemos de mujeres que, por salir de una familia cerrada, castradora, violenta, han dejado de nombrarse y se han negado como lesbianas, eligiendo un matrimonio heterosexual para poder escapar y tomar fuerzas, retrasar esa salida o no llevarla a cabo nunca. Eso es violencia.
No puedo recomendar a nadie que salga del armario en su familia porque cada caso es un mundo, aunque hay patrones, pero puede recibir mucha violencia por ello y marcarla negativamente para toda la vida. Porque seguimos viviendo en una sociedad lesb`ofoba, sí, aún, todavía. Y porque incluso, a veces, cuando das el paso, eso no te asegura que no sigas dentro del armario o que te dejen salir.
Solo puedo acompañar en el proceso, si una lesbiana toma la decisión. Cuidar, apoyar, acompañar. Y puedo actuar y reivindicar en la calle, en las redes, en las instituciones, en la vida, para que eso deje de suceder. Cerca de mi y en otros lugares, frente a otras violencias interseccionando, por razón de edad, de etnia, de clase…
Es necesario generar espacios para hablar de esto, más allá de tener que ir a una o un psicólogo o de recurrir a tus amigxs. Participar o generar espacios políticos, de gestión colectiva del sufrimiento generado por un sistema lesb`ofobo. Y en ello estamos, desde hace mucho, ahora, de distintas maneras, pero juntas.
Porque queremos un mundo y una sociedad más diversa, que reconozca las distintas formas de vivir, de estar, que no discrimine lo diferente, sino que acepte la riqueza que esto supone.
Sigue la estela, mantente alerta. Tenemos planes para seguir con este tema. Muy pronto, desde hace dos años, a través de un proyecto audiovisual de nombre “Querida familia: soy lesbiana”. Pediremos tu apoyo para poder llevarlo a cabo, entrevistando a varias y diversas sobre su experiencia al respecto, y mostrándolo. Ojalá te parezca importante también y te animes a ello.
REFERENCIA CURRICULAR
Soy Rocío Lleó Fernández, alias Flaca en Lavapiés. Lesbiana o bollera (según dónde me nombre), feminista y activista desde hace años en el colectivo feminista autónomo Las Tejedoras. Con una maravillosa red de amigues sin fronteras, payasa por hobbie y necesidad para poder soportar lo doloroso de la vida y reírme de ello y de mi. Habitante de un barrio madrileño en proceso de gentrificación, por más de 17 años. Con 51 años de edad. Socióloga y especializada en género. Actualmente trabajo en la Concejalía de Mujer e Igualdad del Ayuntamiento de Rivas Vaciamadrid. Y, por último, pero muy importante: hija, hermana y tía orgullosa.