Revista con la A

25 de mayo de 2022
Número coordinado por:
Marie Caraj
81

Urbanismo y arquitectura feminista

¿Pueden los espacios ser motores del deseo?

La arquitectura es una especie de elocuencia del poder

expresada en formas,

elocuencia que unas veces persuade e incluso acaricia

 y otras se limita a dictar órdenes.

(Friedrich Nietzsche)

¿Pueden los espacios ser motores del deseo? ¿Ha contribuido la arquitectura a la creación de estereotipos de género y a la consolidación de la sociedad patriarcal? Rosa Ferré, comisaria de la exposición 1.000 m2 de deseo, Arquitectura y sexualidad, junto a la arquitecta Adélaïde de Caters, reflexiona sobre estos temas.

 El espacio puede influir en los comportamientos sexuales en varios sentidos. Por un lado, hay mecanismos, códigos, ambientes que actúan como motores del deseo, que despiertan físicamente nuestros sentidos.

Pero además los espacios están codificados. Un espacio se compone de referentes que apelan a algo. En los espacios para el sexo apelan a nuestras fantasías, a nuestra mitología sexual, a nuestros fetiches, a liberar nuestros deseos. Otros espacios nos domestican, nos dicen cómo tenemos que comportarnos, nos anuncian que las personas estamos siendo observadas, que no podemos hacer lo que queramos.

Sade tenía muy claro que había que diseñar unos espacios determinados para desatar las perversiones de los libertinos. Charles Fourier también creía que la convivencia en unos determinados edificios, como el falansterio, sería capaz de transformar la sociedad.

Sade es palabra en escena. Sus relatos se apropian de los espacios tradicionales de la novela libertina, los conventos, los sofisticados boudoirs, los salones de los palacios… Y añade a estos espacios otros nuevos y propios: las fortalezas de los castillos, las mazmorras insonorizadas, los sótanos para la tortura…

En Sade todo debe ser dicho y mostrado crudamente. Hay un enorme placer en decirlo todo, esa es su verdadera transgresión: describir todo lo indecible. Por eso es una utopía del exceso del lenguaje. Describe la arquitectura donde tienen lugar las escenas sexuales y retrata la escenografía. Dicta al detalle el movimiento de los protagonistas: cómo los grupos de cuerpos se acoplan, quien hace qué, forzando la resistencia del lector, que es un voyeur de estos cuadros teatrales.

El género es, al mismo tiempo, un filtro a través del cual interpretamos el mundo y un corsé que constriñe nuestros deseos y fija nuestro comportamiento. La teoría crítica de estas últimas décadas trabaja con la idea de que la diferencia de género está construida.

En la exposición se dedica un capítulo a la arquitectura publicada en la revista Playboy. Lo que este fenómeno pone de manifiesto es que la masculinidad heterosexual, lejos de ser natural, es también un código cultural construido. La revista publicita una nueva manera de vivir el espacio doméstico por parte de los solteros acomodados, dice cómo crear un apartamento que funcione como una trampa de seducción en contraposición al modelo tradicional de nido monogámico familiar pensado para la reproducción y gestionado por la esposa.

La revista diseñó una nueva identidad para «los hombre» que les dictaba cómo vestirse, qué escuchar, qué beber, qué leer y cómo vivir: con qué muebles y en qué interiores.

Sobre las representaciones culturales actuales que aluden al sexo desde hace unos años a esta parte, por ejemplo, las parejas jóvenes en las películas de Hollywood, negocian en la cama quién le hace qué al otro.

Las fantasías son construcciones culturales. Está estudiado que la escena de sexo arrebatado en la cocina entre Jessica Lange y Jack Nicholson, en El cartero siempre llama dos veces (del tipo «rasgo la ropa y te tumbo sobre la mesa sin importarme lo que rompo»), se convirtió de inmediato en una fantasía espacial de los años 80.

¿Hacia dónde nos dirigimos? El ciberespacio es la meca de las filias, en él toda manía puede encontrar su sitio, su comunidad. Es también la meca para los curiosos, para ver otras cosas. Más allá del consumo pasivo de la pornografía en internet, las prácticas cibersexuales contemporáneas también incluyen actividades sofisticadas de intercambio y comunicación multimedia. También la realidad virtual y la tecnología de la estimulación teledildónica están creando espacios inmersivos que en poco tiempo podrían competir con el sexo presencial. 

Las apps de encuentros son un espacio en sí mismas, no son solo instrumentos para el encuentro real. Muchas y muchos usuarios de internet decoran sus espacios teniendo en cuenta la imagen determinada que quieren mostrar. Se habla de si hay espacios más «instagramizables» que otros. Internet y las redes sociales imponen una laboriosa construcción de la imagen de la vida privada. 

 

Fuente:

https://www.yorokobu.es/influye-espacio-la-sexualidad/. «1.000 m2 de deseo. Arquitectura y sexualidad». CCCB 2017

 

REFERENCIA CURRICULAR

Mercedes García Ruiz es Sexóloga. Doctora en Psicología. Educadora Social. Especialidad en Psicología Clínica. Máster -Experto en Drogodependencias y SIDA-. Formación en Arteterapia. Experta en Cooperación. Autora de programas de educación sexual con diversos colectivos: jóvenes, menores en protección, personas con discapacidad intelectual y diferentes asociaciones y ONGs. También ha colaborado en el diseño e implantación de programas de educación sexual en Nicaragua y en los campamentos de refugiados saharauis. Docente e investigadora sobre aspectos relacionados con la sexualidad, la educación sexual y la prevención del VIH. Autora de diversas publicaciones sobre esta temática.

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