La vivienda como objeto feminista
La escala doméstica sigue estando poco estudiada, documentada y analizada desde una perspectiva de género, tanto en los trabajos científicos como en los programas de vivienda pública
Aunque podemos alegrarnos de que los trabajos contemporáneos de geografía y urbanismo integren progresivamente el enfoque de género en sus análisis, las escalas espaciales a las que más se recurre son las de las infraestructuras, los espacios públicos y los territorios. Pensamos en particular en la literatura feminista en urbanismo, geografía y humanidades acerca de la inseguridad de las mujeres (Coutras, 1996; Di Méo, 2011, 2012), las movilidades (Coutras, 1997; Denèfle, 2013), los patios escolares (Maruéjouls, 2015), la accesibilidad a los servicios (Massey, 1984; Raibaud, 2017), etc. Del mismo modo, «las autoridades locales prestan cada vez más atención a las desigualdades entre hombres y mujeres» (Direnberger y Schmoll, 2014) en los proyectos de planificación urbana y regional, sobre todo en Europa por la «adhesión a las directivas de la Unión en materia de igualdad de género” (Tratado de Ámsterdam) (Tummers, 2015). A pesar de estos avances, la escala doméstica sigue estando poco estudiada, documentada y analizada desde una perspectiva de género, tanto en los trabajos científicos como en los programas de vivienda pública. Este artículo pretende describir cómo se puede analizar la vivienda a través del prisma de las desigualdades de género para fomentar la consideración de esta escala en los trabajos científicos y en las políticas de planificación pública, y poner de relieve la forma en que esta escala espacial puede utilizarse como palanca para repensar las relaciones entre hombres y mujeres, por un lado, y la articulación entre las escalas pública y doméstica, a través de una atención particular a los espacios intermedios, por otro.
Nuestra lectura de la vivienda como objeto feminista tiene seis facetas:
En primer lugar, se entiende como un espacio de relegación (o confinamiento) (Oakley, 1980). De hecho, fue a partir del siglo XVIII, y sobre todo del XIX, cuando «la mayoría de las mujeres se retiraron de la esfera económica para recluirse en sus hogares» (Dietrich-Ragon, Lambert, & Bonvalet, 2019). Lo urbano se piensa de forma binaria, entre el espacio público, esfera reservada a los hombres, y el espacio privado atribuido a las mujeres (Federici, 2014), la división sexual del trabajo organiza fundamentalmente las tareas cotidianas y relega a las mujeres a los espacios residenciales. Las investigaciones realizadas en Francia y Estados Unidos (Coutras, 1996; Massey, 1984), muestran que este modelo persiste a pesar de la incorporación de las mujeres al ámbito profesional, e incluso se ve reforzado por ciertas tipologías de vivienda como la casa individual (tipo chalet, …), y por ciertas formas urbanas como los suburbs en Estados Unidos (Hayden, 1980) y el periurbano en Francia (Rougé, 2018).
El acceso al espacio y las condiciones de la vivienda están jerarquizadas, especialmente en función del género
También se analiza como un marcador social de las desigualdades de género (Bernard, 2007). Estas desigualdades afectan a dos cuestiones, la del acceso y la de las condiciones de la vivienda. En cuanto a la primera, sabemos que la crisis de la vivienda, que afecta a muchas grandes ciudades europeas, afecta especialmente a las mujeres (Hayden, 1980), sobre todo si son pobres y están racializadas. En cuanto al segundo, que se refiere al interior del hogar, las mujeres suelen tener más dificultades para acceder a un espacio propio en el que reunirse, trabajar, cuidarse o reflexionar, la «habitación propia» reivindicada por Virgina Woolf a principios del siglo XX (Woolf, 2020 (reeditado en 1929)) no puede darse por sentada; queda por negociar en las interacciones entre los miembros del hogar, donde las relaciones de dominación son legión. El acceso al espacio y las condiciones de la vivienda están, por tanto, jerarquizados, especialmente en función del género (Direnberger y Schmoll, 2014)
En el inconsciente colectivo, el hogar se percibe como un espacio de descanso, ocio y tranquilidad, donde el núcleo familiar florece en armonía, al abrigo de la agitación urbana, ya que el espacio público se considera, desde el siglo XVII, como un lugar «hostil, insalubre y peligroso» (Haumont & Morel, 2005). Este legado se debe en parte al pensamiento burgués (Eleb, 2015) y al predominio de una visión masculina en las profesiones de la arquitectura y el urbanismo. En la actualidad, a pesar de la progresiva profesionalización de las mujeres, especialmente desde finales de los años 60, predomina el androcentrismo (Luxemburgo, 2017; Vranken, 2018) en el diseño espacial.
El enfoque feminista nos propone reconsiderar la vivienda como un espacio de trabajo relacionado con el cuidado o «care» [1] y como un espacio de explotación de las mujeres (Delphy & Leonard, 2019). Este trabajo localizado en la vivienda y sus alrededores, cotidiano, invisible, repetitivo, tedioso y gratuito, es llamado «trabajo reproductivo» por feministas marxistas como Margaret Benson o Peggy Morton (Vogel, 2013). Desde los años 60 y la entrada de las mujeres en las esferas profesionales, éstas han ido acumulando tres tipos de roles, el productivo, el reproductivo y el social/comunitario (Moser, 1989). Numerosos estudios (Beneria & Sen, 1982) ilustran las dificultades de conciliar estos diferentes roles (Horelli & Vepsä, 1994) y de la «doble jornada» o «second shift” (Hochschild & Machung, 2003). De hecho, a pesar de los cambios de las últimas décadas, las encuestas sobre el “uso del tiempo” [2] muestran que las mujeres siguen asumiendo la mayor parte de las tareas domésticas (Puech, 2005), así como la carga mental (Haicault, 1984) asociada a las responsabilidades familiares. Estas dificultades se ven agravadas por la precariedad de algunas mujeres, sobre todo de las familias monoparentales, cuya proporción aumenta en las curvas demográficas de nuestras ciudades europeas. Entre los hogares más dotados económicamente, el trabajo reproductivo suele recaer en mujeres más precarias y racializadas de origen inmigrante (Avril & Cartier, 2019).
El hogar es el lugar de la primera socialización diferenciada entre niñas y niños
El hogar también se considera como un espacio «no neutro» (Muxi Martínez, 2009) donde «se construye lo masculino y lo femenino» (Courduriès, 2014). Es el lugar de la primera socialización diferenciada entre niñas y niños (Lahire, 2001) donde las normas de género son interiorizadas por las y los niños a través del mimetismo. La disposición de los espacios, y en particular la especialización funcional de las viviendas, contribuye a la «recomposición de las identidades de género y las relaciones de poder entre los sexos» (Dietrich-Ragon et al., 2019).
Como espacio apartado de la vista de los demás, la casa se considera también como un espacio de poder y violencia. De hecho, la violencia que sufren hombres y mujeres abarca realidades intrínsecamente diferentes. En Bélgica, según una encuesta realizada en 2010, mientras que los hombres sufren más violencia en el espacio público y, en particular, en el trabajo y de forma ocasional, la violencia soportada por las mujeres se localiza principalmente en el espacio doméstico, es perpetuada por una persona cercana (a menudo una pareja o ex pareja) y es de naturaleza repetitiva (Pieters, Italiano, Offermans, & Hellemans, 2010). Collen Mc Grath informa de que «cada treinta segundos una mujer es golpeada en Estados Unidos. La mayor parte de esta violencia se ejerce en la cocina y el dormitorio» (Mc Grath, Collen citado por Hayden, 1980).
Por último, la vivienda se analiza como un «recurso» (Hancock, 2014). Los diferentes espacios que la componen son «escenas» (Heynen, 2013) que apoyan la «agencia»[3] (Bracke et al, 2013) que sus habitantes despliegan para apropiarse del espacio, convivir, negociar adaptaciones, construir solidaridades, prosperar en otras esferas de la vida, desarrollar «tácticas» (de Certeau, Giard, & Mayol, 1994), desafiar la norma, subvertir las relaciones de poder, fomentar la autonomía, favorecer los ajustes en las parejas y grupos. El famoso eslogan feminista nacido en los años 70: «lo personal es político» inaugura, sin esencialismo, el potencial de los espacios domésticos para respaldar las transformaciones dentro del hogar, que repercutirán en el espacio urbano y político.
NOTAS
[1] Esta noción fue desarrollada por Carol Gilligan en 1982 en un libro titulado «A Different Voice». Posteriormente, la politóloga Joan Tronto retomó esta noción y la definió como: «La actividad característica de la especie humana, que incluye todo lo que hacemos para mantener, perpetuar y reparar nuestro mundo, de modo que podamos vivir en él lo mejor posible. Este mundo incluye nuestros cuerpos, nuestras personas y nuestro entorno, todo lo cual tratamos de vincular en una compleja red de apoyo a la vida» (Tronto, 2009).
[2] En Bélgica, en 2013, las mujeres dedicaron 3,82 horas diarias al trabajo doméstico y de cuidados, frente a las 2,42 horas de los hombres. En España, en 2010, las mujeres dedicaron 4,55 horas diarias al trabajo doméstico y de cuidados, frente a las 2,07 horas de los hombres. Estas cifras apenas han cambiado en 10 años en ambos países. (United Nations, 2018).
[3] La noción de agencia o «agency» en inglés se define como la capacidad de los sujetos de actuar sobre el mundo. Para revelar estas competencias, es necesario tomar como punto de partida «la experiencia de las mujeres», a menudo a través de la etnografía. Se trata de «centrarse en los diversos tipos de negociaciones que las mujeres entablan con el poder, y la autonomía que esto les da para actuar sobre las realidades sociales» (Bracke, Puig de la Bellacasa, & Clair, 2013).
Traducción artículo y RC: Marie Caraj
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Avril, C., & Cartier, M. (2019). Care, genre et migration. Pour une sociologie contextualisée des travailleuses domestiques dans la mondialisation. Genèses, 114(1), 134-152.
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Bernard, N. (2007). Femmes, précarité et mal-logement: un lien fatal à dénouer. Courrier hebdomadaire du CRISP, 25(1970), 5-36.
Bracke, S., Puig de la Bellacasa, M., & Clair, I. (2013). Le féminisme du positionnement. Héritages et perspectives contemporaines. [Feminist Views: Legacies and Contemporary Perspectives]. Cahiers du Genre, 54(1), 45-66.
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REFERENCIA CURRICULAR
Chloé Salembier es doctora en antropología, profesora en la Facultad de Arquitectura e Ingeniería Arquitectónica LOCI e investigadora en el laboratorio Uses&Spaces y Loci_Local del LAB (UCLouvain-Bélgica). Sus metodologías de investigación y enseñanza atienden a la voluntad de transversalidad entre las humanidades, la arquitectura y el urbanismo. Sus principales campos de reflexión son el género, la vivienda y los bienes comunes. También es cofundadora de la asociación bruselense Angela.D, que promueve el acceso de las mujeres a la vivienda y aboga por que los agentes de la vivienda de Bruselas tengan en cuenta el género en las políticas públicas. A partir de un trabajo de campo realizado desde la observación-participante, durante cuatro años, sobre las consecuencias del cambio de régimen de propiedad en los modos de vida de una comunidad de mujeres gitanas en Bucarest, inició un trabajo de investigación sobre los vínculos entre género y vivienda. Desde 2016, realiza un trabajo de campo sobre cuestiones de acceso y condiciones de vivienda, itinerarios residenciales de las mujeres y gobernanza de los espacios comunes en la vivienda colectiva y/o participativa. Su trabajo pone de manifiesto la importancia de tener en cuenta las tipologías de vulnerabilidad en las políticas públicas de vivienda y urbanismo, por un lado, y la imbricación de las escalas espaciales, desde lo doméstico hasta la ciudad, por otro. Las escalas espaciales intermedias se estudian como palancas de resiliencia, empoderamiento y cuidado mutuo de las y los habitantes