La reina Isabel, la querella de las mujeres y la masculinidad inquieta
Bethsabé Huamán Andía. En Europa, durante la Edad Media y a lo largo de la Edad Moderna, se suscitaron intensos debates políticos y filosóficos sobre la “inferioridad natural” de las mujeres y la “superioridad natural” de los hombres
La Reina Isabel de Castilla fue una de las mujeres más poderosas de todos los tiempos. Su poder y el de una creciente población femenina que se hacía más autónoma y fuerte generó desconcierto en las huestes de los hombres, produciendo una masculinidad inquieta que arremetió sin concesiones contra la mujer, desarrollando un discurso misógino que sigue hasta nuestros días.
En Europa durante la Edad Media (mediados del siglo XIII) y a lo largo de la Edad Moderna (hasta finales del siglo XVIII), se suscitaron intensos debates políticos y filosóficos sobre la “inferioridad natural” de las mujeres y la “superioridad natural” de los hombres (Rivera). Estos debates fueron conocidos bajo el nombre de la querella de las mujeres. Para autoras como Yolanda Beteta, la querella fue más bien una “guerra contra las mujeres [que] se libró fundamentalmente en el campo de la palabra y la imagen, es decir, en la literatura y el arte” (73).
Cristina Segura propone que la querella fue una respuesta a las acciones de mujeres que tuvieron un pensamiento propio y que rechazaron la sociedad patriarcal del momento. Nos referimos no sólo a las famosas “brujas” y místicas, sino a las mujeres disidentes que se negaron a los roles establecidos socialmente, rechazando el matrimonio y la vida religiosa reglada. Estas mujeres optaron por vivir en espacios de libertad en los márgenes de la sociedad, con grupos heréticos, o en comunidades de mujeres, subsistiendo a través de la enseñanza, la enfermería o la mendicidad.
Algunas de estas mujeres independientes y sabias habrían desarrollado un pensamiento llamado de “complementariedad entre los sexos” que planteaba la diferencia entre hombres y mujeres, pero su igualdad en el valor (Rivera 27-28), que fue defendida por importantes estudiosas del siglo XII, como Hildegarda de Bingen. Pero el poder académico difundió e impuso la teoría de Aristóteles de la “polaridad entre los sexos”, que señalaba la diferencia y superioridad de los hombres sobre las mujeres. En otras palabras, la querella surgiría de un avance de las mujeres, en el pensamiento y también en la conducta, hacia una autonomía y libertad que no era vista con buenos ojos, la cual será atacada a través de medidas legales, punitivas, pero también por medio de la escritura, en obras enfocadas en desacreditar tanto a curanderas como monjas.
La Querella fue la respuesta a una “masculinidad inquieta”, relacionada no sólo con el creciente poder de las mujeres, sino con las mujeres en el poder
Se puede decir que la Querella fue la respuesta a una “masculinidad inquieta”, relacionada no sólo con el creciente poder de las mujeres, sino con las mujeres en el poder, especialmente la fuerte figura de Isabel la Católica frente a reyes débiles como Juan II y Enrique IV. Puede parecer excesivo pensar que una sola reina pusiera en entredicho la superioridad del hombre, respaldada por una antigua tradición que descansaba en las escrituras y en la “razón” de intelectuales y sabios. Pero lo que ocurría era una urgencia de representar el mundo a través del cuerpo masculino, lo que estaba más allá de Isabel, aun cuando sus acciones como reina eran bien respaldadas; lo que temían en Isabel era a lo “masculino” que ella desplegaba.
Se generó así un vacío en cuanto a los roles de género, especialmente debido a que era la dominación sobre la mujer lo que proclamaba a los hombres como tales, cuando la mujer era la que dominaba esa sacrosanta verdad flaqueaba. En ese sentido, hay que considerar que Isabel fue quien sentó las bases del gran imperio que heredaría su nieto, Carlos V y sucesores, “donde nunca se ponía el sol”. Con la conquista de América a la cabeza, creó la milicia nacional e impuso una religión homogénea, entre muchas otras acciones que la mantuvieron en el trono por treinta años (1474-1504). Ello no sólo era suficiente para inquietar a la masculinidad, sino para hacer evidente la fragilidad de los roles de género.
Siguiendo el estudio de Jean Dangler, podemos llegar a un mejor entendimiento de la Querella, al verla como parte de un proceso económico, político y social, explicado a través de la salud. Una gran transformación aconteció en la península Ibérica durante los siglos XV y XVI. Ahí donde predominaban los intercambios culturales y una enriquecedora fluidez de lenguas, culturas, identidades, creencias; con las medidas tomadas por Isabel la Católica, se endurecieron las fronteras y se fijaron los sentidos étnicos y sexuales que derivaron en la creación de un Otro, que contradecía los principios de la alteridad medieval -la formación de un sujeto multifacético y la aceptación de los contrastes y lo negativo-.
En ese ámbito, es clave la apropiación de los saberes médicos que eran comunitarios, que eran compartidos por la población, que fluían entre personas, culturas y lenguas, hacia su control de parte del Estado en ciernes y algunos autorizados hombres letrados. Los conocimientos médicos de la época ejercidos por mujeres, judíos, moros…, fueron rechazados y desestimados, al punto de hacer a las antes curadoras las propagadoras de las enfermedades. Eso fue posible por un cambio de paradigma en el que la enfermedad ya no se pensaba proveniente del interior, sino como un agente externo. Ese agente externo se ubicó en ciertos grupos, precisamente, aquellos que poseían los saberes médicos, para desprestigiarlos, es decir negros, judíos, moros, gitanos y mujeres.
Médicos y curas son quienes utilizan la pluma para validarse a sí mismos, en rechazo de las curanderas y de las beatas o místicas: mujeres independientes, sabias y rebeldes que desataron la Querella
Empiezan así una serie de medidas legales que perseguían a quienes ejercían la medicina pero, sobre todo, aliados a la imprenta, que permitía grandes tirajes de libros, y a la sífilis, que recorría toda la península provocando el temor a la muerte, una literatura misógina que ubicaba la enfermedad en un agente externo, la mujer, y que por tanto hacía de ella sinónimo de pecado y muerte. Médicos y curas son así quienes utilizan la pluma para validarse a sí mismos, en rechazo de las curanderas y de las beatas o místicas, es decir, de las mujeres independientes, sabias y rebeldes que desataron la Querella.
Así se desplegó una amplia literatura misógina, en manuales como Espejo (1531) de Jaume Roig o Arcipreste de Talavera (1438) de Alfonso Martínez de Toledo, que hablaban de la mujer como una epidemia y que recetaban para la salud y el bienestar el rechazo absoluto de cualquier contacto con las mujeres. La estrategia de Roig, como lo señala Dangler, es presentar al hombre a merced de la mujer (por la necesidad de sexo e hijos), haciéndose víctima de ella y su maldad. La mujer es pintada tan torpemente que todas ellas mueren o caen en desgracia, por su misma necedad y vicio, o por la intervención de las curanderas, sea por tener hijos o por no tenerlos y fingirlos.
Vemos así una constante apelación a la violencia que no era pura retórica pues, como ha señalado Navarro, los manuales que cumplían la función de “exempla” no perseguían otra cosa que llevar las palabras hacia las acciones. De ahí que no sería imposible pensar en una difusión de la violencia amparada por los libros, los sermones religiosos y hasta la ciencia médica.
La Querella de las mujeres corresponde a un momento de profundos cambios en el mundo hispánico, en el que se configuran los roles de género como base de un sistema económico, político y social que se veía amenazado por el creciente poder, saber y autonomía de las mujeres, que en la necesidad de validar al hombre como figura de autoridad organizadora del mundo, degrada a la mujer a través de un discurso misógino que no buscaba otra cosa que impedirle sus avances en los campos del pensamiento, de la medicina e incluso de la religión. La literatura se hermana al saber para consolidar el poder sobre el cuerpo de la mujer, que derivará en sendas instituciones garantes.
No sería correcto ver la Querella sólo como una derrota o como una defenestración; para algunas autoras “El carácter crítico y reivindicativo de la Querella de las Mujeres enriquece el panorama intelectual de la Europa medieval y sienta las bases de las reivindicaciones feministas posteriores” (Beteta 71). Se puede ver en el inicio de El segundo sexo una confirmación de ello, ante los epígrafes que transmiten ideas opuestas sobre la mujer, uno de Pitágoras -representando al discurso misógino de la Querella- y otro de Poulain de la Barre -representando el discurso de reivindicación de la mujer-, actualizado en la obra feminista más influyente del siglo XX, culpable de otras muchas “querellas” que siguen hasta el presente.
Hay que entender que la Querella no es una disputa entre hombres y mujeres, aunque eso pareciera a simple vista, sino una lucha por la imposición de un poder que se consolida oprimiendo los cuerpos de las y los más pobres, de las y los más necesitados; monopolizando saberes, individualizándolos en vez de hacerlos colectivos; un poder que se solaza en la violencia de lo unívoco y no se rinde a la armonía, a la fluidez de lo diferente, de lo cambiante. Esa es la gran batalla que se libró subrepticiamente bajo la forma de la Querella y fue dando forma al desaforado capitalismo del presente que sólo ha incrementado la brecha entre pobres y ricos: cada vez un grupo más reducido de personas posee los bienes de la tierra y también los periódicos, las universidades, los hospitales, las medicinas…
Lo que sacamos en claro es que más allá de las acciones que una Reina -o una presidenta en el presente- puedan realizar, su figura como mujeres en el poder sigue generando inquietud en los hombres, viéndose amenazados por la sola idea de que el poder puede ser también ejercido por las mujeres. La presencia de más mujeres en el poder es por ello, en términos simbólicos, alentadora para las demás mujeres, una demostración de que sí se puede alcanzar los más altos rangos en la sociedad. Pero es necesario trabajar con la población en general y las mujeres en particular para entender que el acceso al poder no tiene que implicar la perpetuación de las estructuras que discriminan y oprimen, a las propias mujeres y a tantos otros, sino que es la posibilidad de ese mundo nuevo tan anhelado y destruido, de la fluidez, lo comunitario y lo armónico en empatía con la naturaleza.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Beteta Martín, Yolanda. “La Querella de las Mujeres o la amenaza de Eva. Las representaciones simbólicas de la seducción, la muerte y castración”. La Querella de las Mujeres IX. Súcubos, hechiceras y monstruos femeninos. Estrategias de desarticulación femenina en la ficción bajomedieval. Madrid: Almudayna, 2011. 71-95.
Dangler, Jean. Making Difference in Medieval and Early Modern Iberia. Notre Dame, Indiana: University of Notre Dame Press, 2005.
Navarro, Emilia. “Manual Control: ‘Regulatory Fictions’ and their Discontents”. Cervantes: Bulletin of the Cervantes Society of America 13.2 (1993):17-35.
Rivera Garretas, María Milagros. “La querella de las mujeres: una interpretación desde la diferencia sexual”. Política y Cultura 6 (primavera 1996): 25-39.
Segura Graiño, Cristina. Presentación: educación y/o querella. La querella de las mujeres XII: Las mujeres sabias se querellan. Madrid: Almudayna, 2011. 7-15.
REFERENCIA CURRICULAR
Bethsabé Huamán Andía es Magíster en Estudios de Género por el Colegio de México y en Bellas Artes por la Universidad de Nueva York. Licenciada en Literatura por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Formó parte del comité directivo de la revista de literatura Dedo Crítico. Ha publicado los libros de relatos Sábadopm (2003) y Memento Mori (2009). Es colaboradora permanente de con la A.