Francia Márquez, vicepresidenta de Colombia
Cuando ganó el premio ambiental Goldman, en 2018, por su trabajo activista en defensa del medio ambiente en Colombia, Francia Elena Márquez Mina se había dado a conocer por su capacidad de organización y convocatoria. En 2014 había organizado una marcha pacífica de 350 kilómetros en la que participaron 80 mujeres de la región del Cauca, “la marcha de los turbantes”, como forma de denuncia y resistencia contra la minería ilegal de oro que estaba devastando la zona del río Ovejas. Retomando, al menos implícitamente, la marcha de la sal de Gandhi, y tras casi un mes de movilizaciones en Bogotá, Márquez, junto con sus compañeras, logró que el gobierno interviniera para detener la devastación ambiental provocada por el uso de mercurio y cianuro de la minería ilegal, que en pocos años había hecho surgir pequeñas poblaciones plagadas de vicios y contaminado agua y tierra más allá de todo límite tolerable para la salud humana.
Puede dudarse que en esos años Márquez se imaginara que, cuatro años y una pandemia después, se encontrara a punto de asumir la vicepresidencia de Colombia. Primera mujer afrodescendiente en ocupar ese cargo en su país, es sin duda una de las poquísimas con poder político significativo en América Latina, región todavía atravesada de racismo y clasismo, donde a menudo se invisibiliza a la población afro, y se estigmatiza en particular a las mujeres.
Nacida en el pueblo de Yolombo, en el Cauca, en 1981, Márquez nació y creció en la pobreza. Hija de padre agrominero y madre partera que también cultivaba la tierra, tuvo que trabajar, como muchas mujeres precarizadas, en lo que le fuera accesible, en su caso la minería y luego como empleada de servicio. Cobró consciencia de la situación social de su entorno muy temprano: se inició en el activismo a los 13 años, cuando se enfrentó a las autoridades para evitar la construcción de una presa que acabaría con su comunidad. Además de encabezar, más adelante, actividades de resistencia contra los daños de la minería en la zona, promovió el uso de técnicas de cultivo sustentable y la defensa de los derechos culturales y las tierras ancestrales de su pueblo, convencida de la interdependencia de todas las formas de vida en el planeta.Si durante sus años de lucha contra las mineras ilegales, Márquez padeció insultos, discriminación y hasta amenazas de muerte, por las que tuvo que dejar su casa y su lugar de origen, durante la campaña y en particular después de su triunfo electoral, ha sido descalificada por su origen humilde que contrasta con la vida acomodada de la clase política colombiana. Algunos parecen creer que su trabajo como empleada doméstica basta para descalificarla y “olvidan” que estudió Derecho en Cali, otros la tachan de “radical” por su activismo, con lo que pasan por alto su estrategia pacifista y la importancia que ha cobrado y tiene la defensa del territorio en América latina.
En un país marcado por la violencia de un larguísimo conflicto armado, por un pasado en que prevaleció el narcotráfico y una larga historia de desigualdades e injusticias, Márquez se convirtió en símbolo de cambio durante la campaña electoral. No sólo le dio a la política una cara por completo distinta, un aire diferente incluso, con sus trajes de rasgos tradicionales colombo-africanos, sobre todo sacó a la luz temas relevantes para la mayoría de la población, como la desigualdad, el racismo, el clasismo.
Su postura feminista y decolonial no es nueva. Lejos de ser mera acompañante de Gustavo Petro, candidato a la presidencia y ahora presidente electo, Márquez contaba con una base propia: el movimiento “Soy porque somos”, inspirado en la filosofía “Ubuntu” (palabra de origen sudafricano) que remite a “una humanidad compartida”, el cuidado de la vida en todas sus manifestaciones (la humana, la animal, la del planeta), que están interconectadas. Desde esta misma perspectiva, Márquez ha afirmado que el cambio no puede venir de arriba y ha reivindicado a las personas precarizadas y marginadas, a las que algunos llaman “los nadie” y que más bien son “los muchos”, que conforman una proporción creciente de la población en Colombia y en el mundo.
Además de mirar hacia el futuro y de sus cualidades de liderazgo, Márquez, según algunas comentaristas de medios, logró llegar a la candidatura para la presidencia gracias a su capacidad de negociación y a su empeño, al que también atribuyen, en parte al menos, el triunfo que la llevó junto con Petro a ganar la segunda vuelta y ser una de las candidatas con más votos en la historia de Colombia.
Márquez ha denunciado la violencia estatal que se ha asociado con “limpieza social”, se ha pronunciado contra la opresión patriarcal y en favor de cambios desde el feminismo, la decolonialidad y el ambientalismo. En más de un sentido es una líder moderna, contemporánea, cuya visión (al menos) parece acorde a los retos que la humanidad, en particular las sociedades latinoamericanas, enfrentan hoy en día.
Quien se ha definido como “nieta de las mujeres que fueron quemadas por parir la libertad y la dignidad” de su país, tendrá ahora la oportunidad de contribuir al diseño e instrumentación de políticas públicas favorables a las mayorías, benéficas para mujeres y niñas, respetuosas del medio ambiente y las vidas de otras especies, que permitan transformar y superar el legado de violencia y desigualdad que ha marcado la vida pública y personal de Colombia desde hace más de medio siglo.
NOTA: para ampliar este breve perfil de Francia Márquez, véase, por ejemplo, la entrevista con Carolina Sanín en: https://www.youtube.com/watch?v=ZeNKVrjT96Q
Véase también su portal: https://www.franciamarquezmina.com/
Semblanza realizada por: Redacción