Revista con la A

25 de julio de 2022
Número coordinado por:
Amarela Varela y Lucía Melgar
82

Migración, exilio y desplazamiento forzado

Entonces y ahora, cantaremos alegremente. Sunqu Ruruy

Mafe Moscoso Rosero

Mafe Moscoso Rosero

La violencia del paso de los controles migratorios de los aeropuertos, para quienes venimos de algunas regiones de Abya-Yala (¡no, no se nos lee ni recibe de igual manera si venimos de Argentina, Chile o México que de Bolivia, Ecuador o Perú!) hacia Europa, está repleta de obstáculos

La hija de Tom vino a jugar con nosotros. Tenía en la mano una bolsa de terciopelo rojo y dejó caer el contenido sobre la piel del ciervo. Diamantes. En cada una de las caras de las piedras brillaba un arco iris.

Una trenza de hierba sagrada, Robin Wall Kimmerer

En mis primeros recorridos de ida y regreso (la trashumancia consiste, entre otras cosas, en una desorientación continua que consiste en no saber cuándo se va ni cuándo se regresa) entre América Latina y Europa, fueron muchos los viajes en aviones llamados lecheras, es decir, que iban haciendo paradas en Venezuela, Colombia y Ecuador. Ese bello gran cafetal extendido. La violencia del paso de los controles migratorios de los aeropuertos, para quienes venimos de algunas regiones de Abya-Yala (¡no, no se nos lee ni recibe de igual manera si venimos de Argentina, Chile o México que de Bolivia, Ecuador o Perú!) hacia Europa, está repleta de obstáculos (el primero, para las/es/os ecuatorianos/es/as, es la obtención de un visado) y muros que poco a poco nos van expoliando de casi todo -menos de nuestro espíritu, que es fuerte y resistente. El paso entre las fronteras es ritual de violencia en el que arrebatar la sabrosa comida que se lleva de un sitio a otro, las miradas sospechosas, el sometimiento a controles y cuestionarios, la aparición de policías fuera de los aviones que piden la documentación a las personas no blancas y por supuesto, la solicitud del sello sagrado de los pasaportes (la visa). Son formas de vigilancia y ejercicio del miedo estatal y colonial.

Aquí apenas nacen niños/as/es. En Abya Yala no vivimos ningún invierno demográfico. Al contrario, somos un territorio abundante y joven y eso se ve en los aviones y las fronteras. Allí están, siempre viajando, los niños, niñas, niñes, solos/as/es, con sus mamás o con algún familiar. Aún recuerdo en un vuelo Quito-Madrid a un pequeño de no más de siete años que iba perfectamente peinado, con un traje gris, camisa blanca planchada y zapatos nuevos. Las tres primeras horas del viaje, Juan, como se llamaba, era un lamento y una bola de mocos y lágrimas y tristeza. Yo, que iba sentada junto a él, no podía hacer mucho puesto que era una desconocida y apenas hablaba conmigo. He de confesar que yo también era una bola de mocos y lágrimas y tristeza. Entre suspiro y suspiro, Juan pudo contarme que había sido separado de su abuelita y que volaba para reencontrarse con su mamá, que había tenido que migrar para cuidar a los hijos de una familia española. No la recordaba, la mujer se había visto obligada a dejar Ecuador cuando Juan tenía tres años.

¿Qué papel juega la circulación de niños, niñes y niñas en el flujo de circulación de bienes y servicios en el mercado global capitalista?

¿Qué papel juega la circulación de niños, niñes y niñas en el flujo de circulación de bienes y servicios en el mercado global capitalista?, ¿cuáles son las nuevas formas de expolio infantil que las sociedades europeas, cada vez más viejas y cansadas, están implementando dentro y fuera de sus fronteras?, ¿son los asesinatos de niños, niñes y niñas y sus familias en el mediterráneo formas radicales de separación?, ¿cuáles son las lógicas modernas del extractivismo de nuestros niños, niñes y niñas?

El caso es que el expolio del monstruo, que parece interminable, no termina. En España nos enfrentamos, hace varios años, a una situación gravísima de quitas de custodia que están separando a miles de niños, niñas y niñes migrantes y racializados/es/as de sus familias. De acuerdo al Boletín de datos estadísticos de medidas de protección a la infancia en España, publicado el año pasado por el Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030, de los 49.171 casos de quitas de custodia que se ejecutaron en 2020, el 64% corresponde a una decisión administrativa de servicios sociales bajo el argumento de «desamparo» del menor. Y aquí es donde se sitúa uno de los grandes problemas en esta materia, explica Paula Guerra [1] (2022): bajo el concepto de desamparo se incluyen cuestiones como ser hijo/a/e de padres sin papeles, formar parte de un núcleo monoparental con dificultades económicas, que los padres estén sin trabajo, que una mamá dé a sus hijos bollos para cenar, o que el menor sea hijo/a/e de una mujer víctima de violencia de género. Así mismo, existen distintos mecanismos para separar a los niños, niñes y niñas de sus familias a través de diferentes vías como las trabas para la asignación de la residencia y nacionalidad, la dificultad para la reagrupación familiar o la mencionada apropiación de los/as/es niñas/as/es por parte de los servicios sociales españoles. Sobre esto último, Guerra señala un ejemplo: si la retirada del niño o de la niña se debe a la insolvencia económica de los padres, lo lógico sería que la Administración ofreciese algún tipo de ayuda a esa familia con el fin de no separarla; sin embargo, se opta por financiar a familias de acogida (que en algunas comunidades alcanza los 500 euros mensuales por menor), antes que ayudar a la propia familia afectada. Las pruebas en contra del sistema de protección al menor en España son abrumadoras, explica: niñas víctimas de trata, menores que se autolesionan, muertes como la ocurrida en 2019 con Iliass Tahiri en Almería, saturación de los centros, malos tratos, etc. Eso, sin contar, por supuesto, con el negocio redondo que están haciendo a costa de las vidas de los niños, niñas y niñes migrantes y racializados/as/es: DGAIA cobra 4.000 euros al mes por cada niño, niña y niñe tutelado/a/e.

El sistema español de protección de menores no sólo es cruel; es patriarcal, es racista, clasista y es colonialista

El sistema español de protección de menores no sólo es cruel; es patriarcal, es racista, clasista y es colonialista. Sus leyes están diseñadas, entre otras cosas, para luchar contra el invierno demográfico en nombre de lo que ellos llaman una política que apuesta por una cultura de la vida. ¿La vida de quién? Porque no son nuestras vidas las que importan y menos aún las de las mujeres negras y racializadas, sin papeles y pobres. Tampoco son las vidas de nuestros niños, niñes y niñas las que importan. Son las vidas de los otros, siempre las de los otros las que tienen valor: las de los blanco/europeos.

En el vuelo que tomé de Ecuador a España, en una de las paradas pude ver que, mientras esperábamos, el pequeño Juan había encontrado a dos niñas y dos niños que hacían el mismo trayecto. Las cuatro habían logrado burlar un cordón de seguridad y estaban jugando dentro del scanner donde se revisa el equipaje. Durante aproximadamente tres minutos, encima del ruido de los controles y los interrogatorios, se escuchaba una canción alegre y efímera cuyas voces sobresalían, dejando knock out al sistema de control colonial.

Niñas migrantes: 10 – Estado Español: 0

Ese gesto breve pero simbólico fue aplaudido por quienes esperábamos a que nos dejaran pasar. Su juego era un festejo colectivo. Todas nos imaginábamos allí, dentro del estómago del monstruo, cantando alegremente.

Entonces y ahora, cantaremos alegremente.

Sunqu Ruruy.

NOTA:

[1] Guerra Cáceres, Paula (2022), “Quitas de custodia: cuando la Administración violenta en lugar de proteger”.  Descargado el 5 de julio de 2022: https://blogs.publico.es/otrasmiradas/57337/quitas-de-custodia-cuando-la-administracion-violenta-en-lugar-de-proteger/

 

REFERENCIA CURRICULAR

Mafe Moscoso. Nacida en un país bananero, trabaja e investiga entre/a través/para/con/desde los cruces entre etnografía, escritura y arte, desde una perspectiva antirracista y feminista. Es docente e investigadora de BAU, Centro Universitario de Arte y Diseño (Barcelona).

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