El derecho a la ciudad o el “avisa cuando llegues”
Dice Nerea Barjola, autora del brillantísimo ensayo “Microfísica sexista del poder”, que la cultura del terror sexual ha configurado nuestra forma de estar en los espacios públicos. Ella misma lo vivió, cuenta, imbuida por el miedo contagioso del Caso Alcasser, ese que tan infamemente se contó en los medios de comunicación (hola, Nieves Herrero) y que configuró las narrativas del pánico a ser mujer y caminar sola. Sola, incluso, aunque estuvieras acompañada por otras mujeres.
Por eso, dice Barjola, con doce años bajaba a tirar la basura llevando encima una navajita. Como mis amigas, que portan llaveros, gas pimienta y el teléfono en altavoz cuando regresan a casa. Como las hijas de mis amigas, que comienzan a entender ahora la angustia de sus madres, y que son también herederas de ese terror. “Me gustaría tanto que esta tarde se quedara en casa…”, se lamentaba Raquel hace unos días. Qué paradoja, cuando ella y yo, a la edad de su niña, tramábamos juntas cada fin de semana para salir a escondidas.
Me dirán, ¿qué tiene que ver esto del terror sexual con el urbanismo feminista del que se habla este mes en nuestra revista? Pues bien, tomando prestada a otra autora maravillosa, Oihane Ruiz, urbanista, diría que mucho. De la mano de Oihane conocí a Jane Jacobs, y aprendí el noble ejercicio del derecho a la ciudad. Este derecho no es un derecho humano en puridad, pero debería serlo, puesto que conjuga otros muchos: el derecho a la seguridad, a la vivienda, a la sanidad, la educación, a la participación política y social.
Con ella comprendí que la forma en que se diseñan las ciudades, las vías, los accesos, las periferias, se basan en propuestas urbanas segregadoras y elitistas, diseñadas desde un poder -masculino, obviamente, y privilegiado, qué duda cabe- que ni concibe, ni desea, desarrollar otras formas de habitar lo público. Sólo hay que advertir para quién se pensaron las grandes autovías y los barrios de aluvión, los PAUS y la “España de las piscinas”. Del mismo modo, me enseñó Oihane, hay que observar quién usa el transporte público, quién arrastra los carritos y las sillas de ruedas, quién va paseando al trabajo y quién no sale de casa, quizá, porque no tiene a dónde ir. O viceversa.
Los parques, las avenidas, las autopistas, los parkings, los apeaderos, las escuelas, los hospitales, los caminos, son espacios de socialización y de construcción de vecindad, de comunidad, de cuidado mutuo. Pero también pueden ser escenario de ese terror, de soledad y de aislamiento. Por eso, pensar la (in)seguridad urbana en clave feminista, poniendo énfasis en las mujeres como sujetas prioritarias del derecho a la ciudad, tiene mucho que ver con construir ciudadanas activas, no tanto amas de su casa, como señoras de lo público, que también es suyo.
El histórico colectivo Punt.6 recogía en un breve decálogo las bases para esa ciudad feminista, una ciudad viva, accesible e intergeneracional, donde la red de servicios públicos, de transporte, de iluminación o de zonas verdes construya espacios habitables y no “burbujas” de ladrillo, valga la redundancia y la polisemia. Estos nuevos imaginarios urbanos son potentísimas herramientas contra ese terror sexual heredado y opresivo, en tanto dejan de concebir lo público, la calle, la ciudad, como algo peligroso, oscuro y ajeno, en el que una mujer sola -o solas- seguimos siendo intrusas.
Como nos recuerdan año a año los estudios sobre violencia sexual y de género, el espacio más inseguro para las mujeres sigue siendo su propio hogar, pero las ciudades son también nuestra casa, y como cualquier hogar, las queremos acogedoras, seguras, ventiladas y luminosas.
REFERENCIA CURRICULAR
Irene Zugasti Hervás es Licenciada en Ciencias Políticas y en Periodismo. Se especializó en Relaciones Internacionales, Género y Conflicto Armado para terminar transitando hacia otro terreno no menos conflictivo: el de las Políticas Públicas para la Igualdad de oportunidades y contra la violencia de género. Ha desarrollado su carrera profesional en diferentes administraciones públicas, desde la AGE a la Comisión Europea, en paralelo a su trabajo como docente y consultora para proyectos internacionales. Actualmente trabaja como responsable de Políticas de Género