Editorial
Si en algo se caracteriza la historia universal de las mujeres es por haber vivido confinadas: en hogares, en harenes, en conventos, en palacios, en templos… Desde el surgimiento del patriarcado, allá por el Neolítico, una de las primeras medidas para garantizar el control del parentesco fue el confinamiento de las mujeres, única posibilidad para demostrar que los seres humanos nacidos de mujer, la prole, pertenecían a un único padre quien adquiría el derecho de ejercer su poder sobre la descendencia y sobre las mujeres, claro… Ahora, apenas sesenta años después de que las mujeres ocupáramos masivamente las calles al grito de “la calle es nuestra”, alentadas por los movimientos feministas radicales de los años 60, nos vemos de nuevo dentro de los hogares protegiéndonos, en esta ocasión, de un enemigo invisible, el coronavirus, o Covid-19, o SARS-CoV-2. Nos ha costado mucho, y nos sigue costando, ocupar el espacio público… algunas se han dejado la piel para conseguir que todas tuviéramos acceso a la educación, a tener un empleo digno, a adueñarnos de nuestras vidas, a poder decidir (siempre que las autoridades competentes no lo impidan) sobre nuestros cuerpos y nuestros propios destinos, aunque otras muchas mujeres que habitan el planeta aún luchan y se juegan la integridad física por salir a la calle sin los burkas, los Niqab, los Chador… otros modos de confinamiento en la ocultación de los cuerpos… Quizás por esa experiencia histórica las mujeres estemos sufriendo menos que los hombres por quedarnos en casa, así, a secas, quedarnos en casa, ese hábitat naturalizado y pensado para que “la reina del hogar” realice las labores propias de su sexo y condición: cuidar al resto de la familia. A lo largo de nuestra experiencia histórica las mujeres hemos aprendido a cuidar, somos las expertas en cuidados, de hecho, elegimos (o no tenemos más remedio que optar por ellas) mayoritariamente profesiones y oficios relacionados con los cuidados y, mira tú por dónde, resulta que ante el coronavirus los cuidados aparecen como un elemento esencial para combatirlo: hay que cuidar la higiene y pensar en quienes nos rodean, cuidarles, evitarles el contagio… La consigna es común para hombres y mujeres, ellos tienen que aprenderlo, nosotras sabemos de lo que nos están hablando… Los cuidados… desde el Feminismo se lleva años trabajando sobre su importancia, elaborando una ética, una teoría, una economía, una política, una epistemología,… poniendo nombre y estrategias a una manera de vivir que beneficia a toda la humanidad, porque los cuidados trascienden las paredes del hogar, los cuidados educan en el respeto al “otro”, los cuidados procuran salud, los cuidados impulsan la paz, los cuidados innovan, los cuidados aportan bienestar, los cuidados evitan la violencia, los cuidados son benéficos para todas las personas, hombres y mujeres, para el medioambiente, los cuidados buscan el bien común. Echo en falta que entre las personas expertas (esas que el gobierno de España se niega a desvelar su identidad para evitar que los energúmenos, o aquellos en quienes prevalece el interés económico al interés de la salud, les escracheen o les presionen para que emitan informes ajustados a sus intereses y no al interés del bien general) se encuentren feministas especializadas en cada una de las áreas del cuidado… (me temo que no están). Parece, una vez más, que a los poderes públicos se les ha encendido la bombilla, y como si de un “insight” se tratara, comprenden de repente la importancia de los cuidados y nos dan cuenta de sus beneficios ¡Ay, cuánto tiempo y cuánta salud social ganaríamos si preguntaran a quienes saben! No sé si entre los criterios que maneja el gobierno de España (y que se obstina en ocultar dando pábulo a quienes buscan cualquier excusa para hacer sus campañas políticas dejando de lado la tragedia y el dolor que están sufriendo demasiadas personas, por padecer la enfermedad, porque la padezcan sus seres queridos, porque se han quedado sin empleo, porque les acecha la pobreza, por todas las personas fallecidas, por todas las personas que se están jugando la vida para cuidarnos, precisamente para cuidarnos -personal sanitario, limpieza, recogida de basuras, bomberos, comerciantes, cajeras, repartidores, cuerpos de seguridad, etc.-), para evaluar la situación sanitaria de los distintos territorios y para articular eso que llaman «la nueva normalidad», se ponen en valor las propuestas feministas (me temo que no). Estamos asistiendo, además, a situaciones de descuido, a discursos de descuido de dirigentes políticos que ocultan datos para acelerar en la carrera de la desescalada de su Comunidad (pongamos que hablo de Madrid) frente a otras, sin tener en cuenta que muchos problemas asociados a la dura situación que estamos viviendo se han producido porque quienes reclaman estar en los primeros lugares para cambiar de «Fase» desmantelaron la salud pública, porque desmantelaron los servicios públicos para beneficiar a los representantes del capitalismo salvaje, llenando, de paso, sus arcas personales… Estamos asistiendo a la mentira y la difamación de los depredadores, de aquellos que defienden que cuanto peor mejor. Estamos asistiendo a la resignación de la mayor parte de la población, porque la resignación es el único remedio que nos sirve para aplacar el miedo ante el enemigo invisible asumiendo y tolerando que nos restrinjan espacios de libertad… Libertad ¡qué ironía! Resulta que quien sale a la calle a reivindicar libertad es la extrema derecha que si por algo se caracteriza es precisamente por privar de libertad a quienes no piensan como ellos (también ellas) cuando alcanzan el poder… Libertad, gritan quienes niegan la violencia de género, gritan las y los homófobos, gritan quienes están en contra del ingreso mínimo vital, quienes no se inmutan ante la miseria de sus congéneres, quienes reivindican libertad para irse de copas o viajar a sus segundas o terceras residencias, quienes cuando van en grupo apalean a las y los rojos, quienes persiguen el feminismo o cualquier otra idea contraria a la suya, quienes no solo descuidan sino que maltratan a sus trabajadores y trabajadoras con salarios precarios y condiciones de trabajo infrahumanas, quienes se mantienen impasibles ante la pobreza… No sé cómo va a ser la “nueva normalidad” de la que tanto se habla, pero lo que sé es que o la construimos desde criterios feministas o será aún más feroz que la “normalidad conocida” … ¡Ya veremos!
Alicia Gil Gómez