Del poder y sus usos
Estar en la política y tener cuerpo de mujer ¿cambia el mundo? ¿Cambia la imagen de la mujer poderosa si debe asemejarse a la de los hombres con sastre, para “no desentonar”? ¿Cambia sobre todo, digámoslo, el mundo, si no de los hombres, del derecho patriarcal, del caballero Don Dinero, y de las corporaciones empeñadas en enriquecerse a costa de la supervivencia de la especie humana y de la tierra?
En estos tiempos de paridad, tema frecuente en los círculos políticos y criterio en la medición de las brechas de género, pareciera que el hecho de que más mujeres lleguen al poder transformase el mundo.
Es probable que en muchos sentidos la simple presencia de mujeres en gabinetes y parlamentos cambie el panorama: el que vemos en las fotografías oficiales y en las voces que “desde el poder” escuchamos. También cambia la visión del lugar de la mujer: las niñas tienen a la vista nuevos modelos y no sólo en el ámbito político. Pueden ser diputadas o alcaldesas, presidentas de un país o de una corporación, científicas destacadas o deportistas famosas…
Todo esto es cierto pero, aunque sea polémico decirlo, plantea una gran interrogante: ¿realmente estar en la política y tener cuerpo de mujer, cambia el mundo? ¿Cambia la imagen de la mujer poderosa si debe asemejarse a la de los hombres con sastre, para “no desentonar”? ¿Cambia sobre todo, digámoslo, el mundo, si no de los hombres, del derecho patriarcal, del caballero Don Dinero, y de las corporaciones empeñadas en enriquecerse a costa de la supervivencia de la especie humana y de la tierra?
Una respuesta doble. Desde una perspectiva feminista crítica, la respuesta, en mi opinión, es doble: el ejercicio del poder por las mujeres puede modificar el ámbito político y empresarial si esas mujeres piensan y actúan con un concepto distinto del poder, a favor de los intereses de otras mujeres (y de quienes no forman parte del 1%), es decir, fuera del sistema. El problema es que para llegar a un puesto político, en muchos países, las mujeres tienen que adaptarse y arriesgarse a ser devoradas y transformadas por ese sistema para llegar a la cima, o a una alcaldía, una curul o una oficina corporativa. Hay además una larga historia de mujeres que no quieren cambiar el mundo como lo sueña el feminismo, o algunos feminismos, sino modificarlo levemente para entrar ellas en el juego del poder y promover su programa político. Pensemos en las mujeres del PP en España, en las del PAN, PRI y PRD, etc. en México, en la candidata republicana en Estados Unidos, y en tantas líderes de países africanos o asiáticos por no centrarnos en Occidente. O, más allá del ámbito estrictamente político, pensemos en las mujeres católicas o cristianas que se oponen al aborto, de las que hablan ahora de un “nuevo feminismo” (http://www.wwalf.net/default.asp?sec=205), apropiándose así de una palabra-movimiento a la que vacían de sentido. ¿Es ese el avance de las mujeres que se busca o que buscamos las feministas con el “empoderamiento” o la “paridad”?
No es que estas metas no tengan sentido: las sufragistas no pelearon para que sólo algunas mujeres pudieran votar ni las pioneras que promovieron la entrada de las mujeres a la universidad pensaron sólo en las “rebeldes”. Toda mujer debe tener los mismos derechos que los hombres y es cierto que la igualdad implica, en la política, que no importe si quien ocupa un puesto es hombre o mujer sino si es mediocre o brillante o si sirve a la sociedad o a su persona. Lo que preocupa, en cuanto al ejercicio del poder político por ejemplo, es que la búsqueda de la paridad (en México por ejemplo) se convierta en un fin en sí o que en la medición de las brechas de género el avance (numérico) de las mujeres en la política borre otros factores que no se miden, como la violencia o la privación de derechos humanos de las mujeres. Así, por ejemplo, Nicaragua, donde el aborto está prohibido, aparece en la escala del Global Economic Fund como el país de América Latina con menor brecha de género. ¿Qué significa entonces esa medición? ¿O qué implica que una diputada chilena declare que “no todas las violaciones son violentas” para oponerse a la despenalización del aborto por esa causal hace unos días?
¿Paridad autoritaria? Cuando se aplaude a las mujeres poderosas porque “ya logramos la igualdad” o “vamos en camino”, me pregunto si quienes insistimos en ver los retrocesos y atrasos estamos en el error o si con la afirmación de estos “logros” se va cerrando el camino a la utopía de usar un poder “otro”, del mismo modo que, como señala Silvia Federici, la entrada al trabajo asalariado entrampa a la mujer en el sistema capitalista con sus dobles y triples jornadas. Sólo tengo una intuición y ninguna certeza: hay mujeres que creen en la paridad y son feministas activas, lo mismo que hay feministas que usan el discurso pero son, en sus acciones, Bernarda Alba, tan autoritarias como cualquier patriarca.
Existen otras formas de concebir el Poder. Por ejemplo, la que plantea Hannah Arendt al referirse al poder como “actuar en conjunto”
Pensar el poder desde otro lugar. Pensar el poder desde otro lugar es complicado. Sigue prevaleciendo la idea de poder como dominación, del poder político como monopolio de la violencia legítima. Sin embargo, existen otras formas de concebirlo. Por ejemplo, la que plantea Hannah Arendt al referirse al poder como “actuar en conjunto”. Si bien no se consideraba feminista, Arendt ofrece una posibilidad de poner en cuestión el actual sistema de poder político y económico, sobre todo en cuanto contrapone, no fusiona, poder y la violencia. Actuar en conjunto implica dialogar, intercambiar ideas y tomar decisiones conjuntas para llevar a cabo una acción. No es formar parte de un grupo mafioso que se colude para delinquir, ni dejarse seducir por un líder; tampoco es actuar con otros en beneficio propio; idealmente es trabajar por el bien común. Tal vez si retomamos ese concepto al pensar el empoderamiento o simplemente al pensar en los usos del poder de las mujeres, y de nosotras mismas, sea posible romper con los discursos oficiales que suponen que llevar a las Cámaras a un 50% de mujeres, sean cuales sean, es cumplir con el derecho a la igualdad y que cualquier mujer representa a todas (cuando no se permitirían decir eso de los hombres).
Una tradición propia. Tal vez haya que repensar también el poder desde la ancestral tradición oral de las mujeres como cuentistas o cantantes de las historias de su comunidad y de otras mujeres. No sólo por el poder del arte, también por el simple hecho de alzar la voz y denunciar o recordar, reconstruir, transmitir un más allá mejor como lo hicieron y siguen haciendo muchas, reconocidas o anónimas.
Pienso en una mujer desposeída, sin país, sin recursos, atrapada en un campo de concentración en Libia hoy: con una dignidad infinita, narra ante la cámara la vida atroz que llevan hombres y mujeres en este lugar administrado, a golpes, por milicias, en ese país del que la mayoría ni hablamos. Menciona su largo y penoso viaje desde Eritrea, su truncada meta de llegar a Europa. Alude a la violencia sexual que los guardias intentan ejercer (o ejercen): las mujeres dejan un cuarto sólo y se hacinan en otro porque así, explica, si alguna queda sola o “alguien” se la lleva a ese cuarto, las demás la pueden rescatar. Con este ejemplo, no pretendo idealizar a esta mujer eritrea en su vulnerabilidad, sino destacar y reconocer su poder interno, el respeto que provocan sus palabras y su actitud (véase: https://news.vice.com/video/libyas-migrant-trade-europe-or-die-full-length?utm_source=vicenewsemail).
Ante mujeres como ella y ante la desgracia de cientos de miles de hombres y mujeres que voltean hacia Europa porque sus territorios -previamente colonizados- han sido destruidos o van camino al caos, parece suicida seguir buscando más lugar en el sistema de poder realmente existente, ese que le da la fuerza de las armas a las milicias o a los narcos, que destruye países y ciudades con armas y desarrollos urbanos que arruinan el presente y el futuro; ese en que se promueve el “empoderamiento” de las mujeres y se combate la violencia contra ellas con discursos y “días naranja”.
Debe haber “otra forma de ser humana y libre”, como escribió Rosario Castellanos, y otros sentidos y usos del poder.
REFERENCIA CURRICULAR
Lucía Melgar es crítica cultural y activista por los derechos de las mujeres. Coordinadora de la revista con la A en América Latina.