Perpleja
Este marzo que acaba de pasar fue declarado por el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública como el mes “más ‘letal y violento’ para las mujeres desde que se tiene registro” en México.
Es 2021, llevamos más de un año viviendo en pandemia y este marzo que acaba de pasar fue declarado por el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública como el mes “más ‘letal y violento’ para las mujeres desde que se tiene registro” en México [1]. A casi treinta años de que se denunciaran los primeros feminicidios en Ciudad Juárez, hoy sabemos que “no existe en México actualmente ninguna fuente de datos, ni privada, ni pública, ni construida por ciudadanas, ni por el gobierno, que pueda medir con precisión cuántos feminicidios -tal y como están definidos en el código penal federal- han ocurrido en el país [2]. Aún así, la cifra que circula entre agencias nacionales e internacionales, organizaciones civiles y medios de comunicación es que ya suman 12 los feminicidios que se cometen diariamente en este territorio, regido desde hace tiempo por una cultura de muerte y violación para sus mujeres.
Si las violencias contra nosotras ya eran exorbitantes antes de marzo de 2020, era evidente que la implementación de medidas para hacer frente al Covid-19 sin perspectiva de género las multiplicarían aún más. Se dispararon primero a raíz del confinamiento, que obligó a tantas (y a sus agresores) a regresar al espacio político de la casa, con todos y cada uno de sus ordenamientos y mandatos de género. Pero el impacto diferenciado de la pandemia para nosotras se extiende por todas las áreas de nuestras vidas: como las cuidadoras habituales de las y los demás y ahora las encargadas de solventar buena parte de los servicios privados y públicos suspendidos por las medidas sanitarias, nuestras responsabilidades diarias -habitualmente no remuneradas- se siguen multiplicado y están orillando a millones a abandonar la fuerza laboral profesional. Según un reporte reciente de Oxfam Internacional, las consecuencias de este fenómeno se contabilizan, a nivel mundial, en la pérdida de ingresos para las mujeres de $800.000 millones de dólares, el equivalente al PIB de 98 países [3]. Y esta cifra no contempla el empleo informal al que se dedica 51.8% de la población económicamente activa en México, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía [4].
Por si fuera poco, en el contexto de la contingencia sanitaria, la nueva escalada de las violencias contra nosotras está siendo solapada por las políticas presidenciales -articuladas y divulgadas a diario en interminables conferencias de prensa- que desconocen la emergencia nacional que atravesamos niñas, jóvenas y mujeres, y señalan a las que luchamos por nuestro derecho a la vida como marionetas de “la derecha” o de “sus enemigos”. A dos años y medio de que el gobierno “de izquierda” de Andrés Manuel López Obrador haya ganado y finalmente logrado ocupar la presidencia, no deja de sorprender su adhesión a los usos y costumbres patriarcales y necropolíticas institucionalizadas por el PRIAN [5] para la mitad de la población mexicana en los sexenios anteriores.
En la Ciudad de México, en preparación para el 8M de este año, el gobierno capitalino juzgó oportuno colocar una fila de vallas metálicas alrededor de Palacio Nacional para “proteger el patrimonio cultural y a las y los policías”. Jesús Ramírez Cuevas, Vocero de la Presidencia, incluso se atrevió a calificar el amurallamiento como el “muro de la paz” [6]. Ese fue el Zócalo que recibió a las miles de mujeres que, a pesar de la pandemia y todavía en el pico de contagios y decesos que resultó de las fiestas navideñas y el fin de año, salieron a protestar y manifestarse. El enunciado detrás de tanto metal -que muchas fuimos a llenar con los nombres de niñas, jóvenas y mujeres asesinadas en feminicidios, convocadas por las compañeras de la Antimonumenta “Vivas nos queremos” para transformarlo en memorial- fue claro y contundente. Araceli Osorio Martínez, madre de Lesvy Berlín Rivera Osorio, víctima de feminicidio, lo reconoció de inmediato en una entrevista que le hicieron frente a Palacio Nacional: “Cuando pusieron su muro, con esas mamparas metálicas, en ese momento se rompió el diálogo con la sociedad civil…” Todas sabemos que en México nunca ha existido una comunicación fluida y respetuosa entre el gobierno y las activistas feministas y defensoras de derechos humanos, pero este suceso marcó el inicio de una nueva era.
Como desde hace tantos años, luchar por nuestro derecho a la vida y a vidas vivibles para todas no es una elección para nosotras. Es y siempre ha sido un acto de supervivencia. Representa una labor de tiempo completo que define y determina cada uno de nuestros días. Para pugnar igual por nuestro derecho a decidir sobre nuestros cuerpos, géneros y sexualidades que por transitar por las calles de nuestras colonias de manera segura o acceder a trabajos dignos, justamente reconocidos y remunerados. Para abogar por procesos de justicia, verdad y reparación por cada uno de los actos de violencia, discriminación o abuso que hemos padecido, igual en esferas privadas que públicas. Esta lucha diaria, es imperioso subrayarlo, implica asumir y ejercer el trabajo y las responsabilidades de las que el estado se ha ido deslindando.
Después del 8M, seguimos y seguiremos en pie de lucha, pero ahora desde una nueva interrogante: habiéndolo intentado prácticamente todo a lo largo de casi treinta años, ¿cuáles pueden ser nuestras nuevas estrategias para interpelar a un gobierno que desde ese día cortó de tajo la comunicación con nosotras? Llevo años trabajando en la intersección entre el arte, el activismo y los feminismos para procurar e inaugurar plataformas colectivas y corales de enunciación, resistencia y sanación frente a las violencias y desigualdades de género. Mi quehacer ha estado centrado en buscar formas otras para atajar esta imposible realidad que las niñas, jóvenas y mujeres todas vivimos en este país. Pero, a dos meses de que se alzara ese memorándum metálico y público, sigo sin siquiera poder comenzar a imaginar ideas o respuestas posibles a esa pregunta. Desde un estado de perplejidad absoluta bañada de rabia y de tristeza, sé que encontraremos otros caminos, pero hoy todavía no los alcanzo a ver.
NOTAS
[1] Alzaga, I. (2021, 22 abril). Marzo de 2021, el mes más ‘letal y violento’ para las mujeres desde que se tiene registro: Seguridad. El Financiero.
[2] Animal Político. (2019, 16 marzo). Datos y mapas sobre violencia feminicida. https://www.animalpolitico.com/blog-invitado/que-estamos-comunicando-sobre-la-violencia-feminicida/
[3] Jazmin Goodwin, CNN Business. (2021, 29 abril). Women lost $800 billion in income amid Covid-19 in 2020. That’s more than the combined GDP of 98 countries. CNN. https://edition.cnn.com/2021/04/28/success/women-economic-impact-coronavirus
[4] Forbes México. (2020, 1 julio). Empleo informal en México alcanza a más del 51% de la población en edad de trabajar, Economía y finanzas. https://www.forbes.com.mx/economia-empleo-informal-en-mexico-crece-4-1-durante-la-pandemia/#:~:text=6%3A28%20pm-,Empleo%20informal%20en%20México%20alcanza%20a%20más%20del%2051%25%20de,país%2C%20según%20datos%20del%20Inegi
[5] PRIAN se refiere a los gobiernos del PRI y el PAN, partidos que gobernaron México de 2000 a 2018 (nota de ed.).
[6] SinEmbargo. (2021, 7 marzo). Las vallas en Palacio Nacional son para proteger el patrimonio cultural y a policías: Sheinbaum. https://www.sinembargo.mx/06-03-2021/3947727
REFERENCIA CURRICULAR
Lorena Wolffer es artista y activista cultural. Desde hace más de 25 años, su trabajo ha sido un sitio permanente para la enunciación y la resistencia en la intersección entre el arte, el activismo y los feminismos Su trabajo gira principalmente en torno al género y procura los derechos, la agencia y las voces de las mujeres y las personas de identidades no normativas. Desde la creación de radicales intervenciones culturales con diversas comunidades hasta la elaboración de nuevos modelos pedagógicos para el desarrollo colectivo de conocimientos situados, estos proyectos se producen dentro de una arena que reconoce la pertinencia de los lenguajes experimentales y desplaza la frontera entre lo que conocemos como alta y baja cultura. Su quehacer -un escenario para la voz, las representaciones y las narrativas de lxs otrxs- articula prácticas culturales cimentadas en el respeto y la igualdad.