Pendiente de un hilo
«El teléfono es un arma terrible… Puede matar a cualquiera sin dejar la menor señal…»
En 1930, Jean Cocteau escribió una pieza corta de teatro para su queridísima amiga Edith Piaff: «La Voz Humana». Pero ella no se atrevió a representarla, ni siquiera lo quiso intentar. A aquella mujer tan valiente le dio pánico subirse, sola, a un escenario, si no era para cantar.
Hoy los monólogos son algo usual en las carteleras, (últimamente abundan por imperativos económicos).
Esos momentos en que un personaje piensa en voz alta, desvela sus intenciones, las razones de su proceder, desnuda sus emociones, «habla solo», han dado lugar a páginas gloriosas de la historia del teatro y han colaborado al brillo de grandes intérpretes, mas siempre formando parte del entramado de la obra.
Pero una pieza teatral concebida única y enteramente como un soliloquio, entonces era una apuesta arriesgada.
Cocteau no quiere que su protagonista «hable sola», y se sirve de un avance técnico todavía bastante exótico. Ella se comunica a través del teléfono (Sí, hoy es también un recurso usado en abundancia).
En aquellos años el teléfono era aún un artilugio poco asequible, exclusivo, presente en muy pocas casas. Además las comunicaciones se interrumpían, había que suplicar a operadoras indiferentes, las llamadas se cruzaban y voces extrañas se introducían en la conversación dando lugar a situaciones absurdas, hilarantes o desesperantes.
Así, con genial maestría consigue colocarla a Ella en un presente real, y evocar en los espectadores el estremecimiento sensible, animal, electrizante, que toda persona ha sentido alguna vez: el anhelo de escuchar la voz amada.
«Ya no me queda más que este hilo para llegar hasta ti…»
La voz humana.
«Ahora está tu voz dando vueltas en mi garganta…»
«La Voz Humana» es la historia de un abandono amoroso. Ella habla con su amante, que la deja para casarse con otra. Y con otros interlocutores, pues la comunicación se corta varias veces; habla con la operadora, con voces desconocidas que irrumpen en cada cruce de llamada e incluso intervienen y dan su parecer porque están escuchando la conversación.
Hay un perro. Un acierto del autor, ese pobre animal que también desea escuchar la voz amada:
«Desde aquí lo veo… Completamente quieto… A lo mejor piensa que yo tengo la culpa de que no vengas… o… incluso que te he hecho algo malo… ¡pobrecito!… No, si yo le quiero mucho… Por eso sé lo que le pasa… Que te quiere muchísimo y… como no te ve…, pues me echa la culpa a mí…»
Grandes actrices de todo el mundo y en múltiples idiomas han encarnado este personaje, y también algunos actores, traspasando fronteras de género. La obra ha sido objeto de todo tipo de montajes. A finales de los años cincuenta Poulenc la convirtió en una ópera.
Es histórica la interpretación de Anna Magnani y es posible disfrutarla a través de la red, dentro de una película preciosa llamada «El Amor», que presenta dos piezas cortas interpretadas por ella misma y dirigidas respectivamente por Rosellini y Fellini.
En España, la gran Amparo Rivelles hizo una recreación inolvidable y os animo con calor a verla. Apenas dura tres cuartos de hora.
Así podréis sentir el bálsamo de reconocerse en el abandono que todo ser humano debe vivir alguna vez y la inquietud de preguntarse cuánto de aquella mujer del primer tercio del siglo pasado persiste en el presente…
Cómo perdona todo con preocupación maternal – «Estás cansado…, pero eres un ángel… un ángel muy bueno…» -; cómo se aferra al olor de unos guantes, al hilo del teléfono; cómo intenta evitarle preocupaciones a él, mientras el espectador descubre que ha intentado suicidarse; cómo, sabiendo que él miente, le ofrece sutiles coartadas para que por fin se sincere, lo cual él no hará; cómo hace tiempo que guarda para sí el dolor de saber que él la engaña, sin decirle que conoce sus mentiras…Cómo, durante cinco años, ay, no ha hecho otra cosa que dedicarse a él – «Cielo mío, verte o no verte ha sido todo lo que he hecho en estos años…» -.
Y esa referencia tangencial y fugaz a dos actitudes de mujeres: la modista que con mala intención ha dejado bien abierta la revista con la noticia del compromiso de él: «un detalle muy femenino, muy humano, sí…», y la anónima desconocida de la que adivinamos que lo está escuchando todo en un cruce de llamadas, e interviene para aconsejarle a Ella que no le crea:
«¿Te ha molestado lo que ha dicho?… Era una estúpida y ni siquiera sabe quién eres… una estúpida que piensa que todos los hombres son iguales… Qué no, cielo mío, qué no, que tú no te pareces a ninguno…»
«¿Yo? No, ¿cómo voy a pensar yo que estás deseando colgar?… Eso sería muy cruel y tú no eres cruel…«
El texto no es largo, y es fácil leerlo. En fin. Abandonaos a la desazón de las preguntas que abre la Voz Humana. Amemos a esa mujer que tal vez ya no queremos ser.
REFERENCIA CURRICULAR:
Isabel Requena es actriz. Estudió Arte Dramático en el Conservatorio de Valencia y en la Universidad Internacional de Teatro, en Lugano, Suiza; en Le Circ Divers, en Lieja, Bélgica y durante su larga vida profesional se ha ido formando en Técnicas de Voz, Expresión Corporal, Interpretación, Técnica de Clown, Técnica Alexandre, etc. con las y los mejores profesionales: Rafa García, Maria José Peris, TEC de Cali, Colombia, Cristina Castrillo, Libre Teatro Libre (Argentina), J.P. Michel, Rafa Calatayud, J. Mac Callion, Michel López, Konrad Sziedrich, José Luis Cuerda,… En el ámbito de las Artes Escénicas ha “tocado” todos los palillos: ha hecho cine, televisión, ha sido actriz de doblaje, realizado cortometrajes, dirigido distintas obras y es autora de las obras “La última cena”, “Letra gorda”, “Llamar” y “Un sopar de compromía” (estas dos últimas como coautora). Isabel es, en definitiva, una mujer de teatro comprometida con la Cultura en general y con las Artes Escénicas en particular.