Revista con la A

25 de julio de 2019
Número coordinado por:
Ainara Machain
64

Visibilidad y diversidades lésbicas: nuestra identidad es política

Otra forma de visitar Al-Ándalus: tragedia y poesía

Poco sabemos de las poetisas de Al-Ándalus. De algunas de ellas, apenas nos han llegado sus nombres y pequeños fragmentos sus obras. De otras conocemos un poco más, lo suficiente para deducir que fueron famosas y admiradas en su tiempo. Siguiéndolas a ellas y a su entorno, hoy vamos a proponer una ruta muy conocida pero que, vista desde otra perspectiva, nos ayudará a interpretar nuestra historia de diferente modo.

Nuestro viaje literario empieza en Córdoba, continúa en Silves y termina en Sevilla, y en él encontramos reyes, poetas, princesas, traiciones, celos, exilios y grandes amores… como en una novela de aventuras.

En el año 994 nació en Córdoba, Wallada bint al-Mustakfi, hija del califa omeya Muhammad III al-Mustakfi. Wallada, la más popular de las poetisas Ándalusíes hoy en día, alcanzó, según algunas fuentes, la edad de noventa y siete años. Fue contemporánea de Ibn Hazm y de Al-Mansur (al que conocemos como Almanzor) y presenció, por tanto, uno de los periodos más gloriosos del califato de Córdoba y su posterior derrumbamiento. Aunque su padre reinó apenas dos años, Wallada heredó su fortuna -puesto que el califa no tuvo descendencia masculina- y el prestigio de ser descendiente del gran Abderramán III. Se dice de ella que era muy bella, inteligente, independiente, culta y libre o libertina, según de quien proceda la opinión. Sea o no cierto, se afirma que llevaba bordados en las mangas de su vestido los siguientes versos:

“Por Alá, que merezco cualquier grandeza
y sigo con orgullo mi camino”,

decía el de la izquierda. Y el de la derecha rezaba:

“Doy gustosa a mi amante la mejilla
y doy mis besos para quien los quiera”.

En uno de sus palacios educaba a mujeres jóvenes de familias prestigiosas y celebraba reuniones a las que acudían los poetas e intelectuales más notables de la época. Lo que nos ha llegado de su obra poética se refiere a sus amores con Ahmad Ibn Zaidum, miembro de la familia rival de los Banu Yawar y uno de los poetas más reconocidos por la crítica posterior. Más joven que ella pero igualmente atractivo y brillante, su relación con la princesa Wallada se ha convertido en casi una leyenda. Lo cierto es que aquellos amores, intensos y tormentosos, no debieron de ser muy duraderos, con independencia de que la acusación que ella formula en uno de sus poemas reprochándole a Zaidum sus devaneos con una esclava, sea tal vez solo una fórmula retorica propia de la época. Lo cierto es que la correspondencia poética de carácter amoroso se transforma en feroces sátiras que ambos se dirigen sin piedad. Una de estas, escrita por Zaidum para ridiculizar al nuevo amante de Wallada, el emir Abu ibn Abdus, le llevó a la cárcel, de la que solo salió tras escribir encendidas súplicas de perdón al gobernador de la ciudad y a la propia Wallada. Sin embargo, ella ya no le amaba y él, tras viajar por varias taifas, recaló en Sevilla, en 1049, como secretario de al-Mutadid.

La taifa de Sevilla ocupaba en aquella época toda la franja sur de la península, desde el sur de Badajoz hasta Almería, con excepción de los territorios de Córdoba y Granada. Al-Mutadid, su rey, era un hombre culto, poeta y mecenas, pero también extremadamente ambicioso y cruel, como lo demuestra el hecho de que ejecutase a propio primogénito por una real o supuesta traición. En 1058 envió a su segundo hijo, al-Mutamid, a la corte Silves, dándole como tutor a otro poeta, Ibn Ammar, Abenamar para los castellanos. Muhammad al.Mutamid tenía entonces dieciocho años y, según los cronistas, ibn Ammar le sedujo y lo inició en el amor a la poesía. En 1058, poco antes de su muerte, al-Mutadid mandó volver a su hijo a Sevilla. Según la tradición, un día en que el príncipe paseaba con un amigo cerca del Guadalquivir, comenzó a recitar un verso que decía:

“El viento tejiendo lorigas en las aguas”

El príncipe esperaba que su compañero completara el hemistiquio, en un ejercicio poético de improvisación muy habitual en la corte. Pero fue una voz femenina la que respondió.

“¡Que coraza si le helaran”

La que había hablado era al-Rumaykiyya, la esclava de un arriero, con la que al-Mutamid se casó y a la que dio el nombre de Itimad. De ella se dijo que era poetisa pero solo conocemos de su obra esas pocas palabras que le atribuye la historia.

Tras la muerte de su padre, en 1069, al-Mutamid no tardó en anexionarse la taifa de Córdoba, donde aún vivía Wallada. Nada se ha escrito acerca de los posibles contactos de esta con la corte del conquistador pero resulta improbable no aceptar que las hubiera.

Ibn Ammar fue nombrado gobernador de la taifa de Murcia, tras haber colaborado en su conquista, pero intentó independizarla de Sevilla y tuvo que huir a Zaragoza. Finalmente, fue hecho prisionero durante una expedición y entregado a al-Mutamid, quien lo mató con sus propias manos. Ibn Zaidun había fallecido ya unos años antes sin haberse reconciliado con Wallada.

Para conjurar la amenaza de Alfonso VI, al-Mutamid pidió ayuda a los almorávides, quienes desembarcaron en la península y derrotaron a los ejércitos cristianos en Zalaca. Sin embargo, regresaron unos años después para conquistar las taifas musulmanas. En 1090, Yusuf ibn Tasufin depuso a al-Mutamid y lo desterró, junto con toda su familia, a Agmat, cerca de Marrakech. Falleció en 1095, años después que Itimad y tras ver morir a casi todos sus hijos y esclavizar a su hija. Sus más conmovedores poemas son de esa época y su tumba es ahora un lugar de obligada visita para los amantes de la poesía y las leyendas.

En el año 1091, las tropas almorávides conquistaban Córdoba. Según algunos cronistas, el mismo día de la entrada del ejército, el 26 de marzo, murió Wallada, que nunca se había casado pero vivió siempre en la casa de su amante, el emir Abu ibn Abdus. De modo que deberíamos deducir que este hombre fue más importante para ella que Ibn Zaidun, por mucho que los autores posteriores se empeñen en lo contrario, siguiendo la tradición de exaltar el amor romántico por encima de cualquier otra relación.  Años antes, una de las alumnas de Wallada, Muhya bint al-Tayyani, le había dedicado unas crueles sátiras que forman parte de esas escasas obras de poetisas de Al-Ándalus que se han conservado.

Para quienes deseen conocer más acerca de la obra de estas y otras mujeres hispanoárabes, recomendamos el libro de Teresa Garulo Diwan de las poetisas de Al-Ándalus, editado por Hiperión en 1998.

Respecto a la ruta, además de Córdoba y Sevilla, incluimos Silves, la que fue capital musulmana de El Algarve y que conserva interesantes restos de aquella época. Es una preciosa ciudad, generalmente olvidada por las y los turistas, que puede visitarse desde cualquiera de los enclaves costeros de esa región portuguesa.

 

REFERENCIA CURRICULAR

Montserrat Cano Guitarte es escritora. Además ha sido Coordinadora del Comité de Escritoras del Club PEN de España; Jefa de Prensa de la Asociación de Escritores y Artistas Españoles; Codirectora del Aula de Cine de la Asociación de Escritores y Artistas Españoles; Colaboradora del Departamento de Comunicación de las Editoriales Espasa Calpe y Ediciones B y Profesora de Creación Literaria en distintas entidades públicas y privadas. En 2006, dirigió y organizó el I Congreso Internacional de Escritoras del Club PEN de España “La mujer, artífice y Tema literario”, celebrado en Las Palmas de Gran Canaria. Ha realizado numerosas colaboraciones con la Secretaría de Igualdad de UGT Madrid y ha dictado conferencias sobre temas literarios y cinematográficos, siendo Jurado en certámenes literarios y de teatro. Asiduamente ha colaborado con la Dirección General de Cooperación y Patrimonio Cultural del Gobierno de Canarias. También fue responsable de la Candidatura ante la UNESCO para la inclusión en la Lista de Patrimonio Cultural Inmaterial del Silbo Gomero. Literariamente, es autora de numerosas publicaciones por las que ha sido premiada tanto en el ámbito nacional como internacional.

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