Revista con la A

25 de noviembre de 2022
Número coordinado por:
Laura Alonso
84

Mujeres por la paz en tiempos de guerras

Más allá de la amenaza, armas nucleares y su impacto sobre la vida y el medioambiente

Maribel Hernández Sánchez

Maribel Hernández Sánchez

Mientras Rusia y las potencias occidentales, con Estados Unidos y la OTAN al frente, permanecen enzarzadas en su batalla dialéctica y la población civil sufre las consecuencias reales y directas de los ataques y bombardeos, asistimos a un intento de legitimar la escalada de la militarización y los sistemas de violencia

Desde que, a finales de febrero de 2022, el ejército ruso invadiera Ucrania dando inicio a una nueva guerra en el continente europeo, las amenazas de uso de armas nucleares en el conflicto han sido una constante. Mientras Rusia y las potencias occidentales, con Estados Unidos y la OTAN al frente, permanecen enzarzadas en su batalla dialéctica y la población civil sufre las consecuencias reales y directas de los ataques y bombardeos, asistimos a un intento de legitimar la escalada de la militarización y los sistemas de violencia que, en última instancia y en el contexto de la crisis climática, nos sitúan cada vez más cerca del abismo.

En este escenario, la narrativa mediática actual en torno a las armas nucleares contribuye a la normalización de su existencia y su uso potencial, una estrategia que interesa al patriarcado. Las armas nucleares son un símbolo de proyección del poder, de un poder masculino y militarizado que, durante décadas, ha tratado de legitimarlas como garantes de una falsa seguridad y estabilidad.

El concepto de disuasión es un producto del patriarcado diseñado para “justificar el comportamiento indignante” de quienes ostentan el poder

Un análisis desde la perspectiva del feminismo pacifista de WILPF evidencia que la doctrina disuasoria, en la que se han amparado -y continúan haciéndolo- las potencias que poseen armas nucleares para justificar su existencia, solo obedece a los intereses particulares del sistema capitalista, militarista y patriarcal y de los de quienes se benefician de él. Tal y como lo expresa Ray Acheson, directora de Reaching Critical Will, el programa de desarme de WILPF, el concepto de disuasión es un producto del patriarcado diseñado para “justificar el comportamiento indignante” de quienes ostentan el poder y el privilegio con el fin de seguir manteniendo ese poder y privilegios.

En el año 2020 la pandemia de la COVID-19 no lo paralizó todo. Ese año, los nueve estados nucleares (Rusia, Estados Unidos, Reino Unido, China, Francia, Israel, India, Pakistán y Corea del Norte) gastaron alrededor de 72.600 millones de dólares en su arsenal nuclear. 1.400 millones más que el año anterior. 137.000 dólares por minuto. Esto implica el desvío de una gran cantidad de recursos que habrían podido y deberían haber sido destinados a garantizar otro tipo de seguridad, a avanzar hacia un mundo más seguro en términos medioambientales, sanitarios, sociales, educativos, etc. Pero lejos de invertir en una seguridad humana y ecológica, la constante militarización, el aumento del gasto militar nuclear y del gasto militar global -alentado ahora por la guerra de Ucrania- lo que incrementa es la capacidad para la violencia de estos países y perpetúa los impactos específicos de género, de clase, de raza y medioambientales de las armas nucleares.

Semanas antes del inicio de la invasión rusa de Ucrania, WILPF España publicó el informe “Armas nucleares, avances y retos hacia una paz feminista y medioambiental”. Las reflexiones de este trabajo son especialmente oportunas en las circunstancias actuales. Por un lado, porque sintetiza los estudios que, a nivel teórico, han puesto sobre la mesa que el discurso nuclear hegemónico está profundamente atravesado por el género, haciendo visibles las conexiones entre las armas nucleares y el sistema patriarcal y aportando una lente desde la cual podemos observar esa relación en el momento histórico que vivimos ahora. Por otro, porque aporta evidencia de la magnitud del desastre que supondría su uso sobre la Tierra y de cómo, aun sin ser detonadas, las armas nucleares impactan en el presente, en la vida de decenas de miles de personas que a día de hoy sufren las consecuencias de su existencia.

La forma en que las armas nucleares se entrelazan con el medio ambiente y la crisis climática no está presente en la agenda pública

La forma en que las armas nucleares se entrelazan con el medio ambiente y la crisis climática no está presente en la agenda pública, pero tanto la emergencia climática como una posible guerra nuclear son fenómenos conectados con el militarismo y generan formas de injusticia climática e injusticia nuclear.

Las mayores potencias nucleares son también los principales emisores de gases efecto invernadero. Estados Unidos, Rusia y China poseen el 90% del arsenal nuclear mundial, estimado en 13.080 armas. El hecho de que no se usen no significa que no provoquen daños. Su existencia tiene impactos ambientales en cuanto a los residuos que genera su producción, modernización o desmantelamiento, los accidentes nucleares y el desvío de recursos económicos hacia la industria militar nuclear que podrían tener un destino diferente.

Asimismo, es sabido que una guerra en la que se emplearan armas nucleares sería devastadora para el planeta y la vida en él. Una “pequeña” guerra nuclear en la que se detonara menos del 1% del arsenal actual mataría a 20 millones de personas en la primera semana y tendría efectos catastróficos sobre el clima. Provocaría daños de larga duración sobre los ecosistemas terrestres, cantidades masivas de humo en la atmósfera bloquearían la entrada de rayos de sol, disminuirían drásticamente las temperaturas, reduciéndose las precipitaciones y mermaría la producción agrícola a nivel global, lo que pondría en riesgo de hambruna a unos 2.000 millones de personas. Además, la capa de ozono se reduciría una media de hasta un 25 por ciento en los cinco años siguientes, con el consiguiente aumento de la radiación ultravioleta y el incremento de las tasas de cáncer de piel, daños en la visión y destrucción de los ecosistemas marinos.

Por otro lado, las consecuencias de los más de 2.000 ensayos nucleares que se han realizado desde 1945 -los últimos de los que se tiene constancia son seis pruebas efectuadas por Corea del Norte efectuadas entre los años 2006 y 2017- fueron calificadas, en 2020, por Naciones Unidas como “uno de los ejemplos más crueles de injusticia medioambiental” que ha dejado un “dañino legado de racismo”. Sin consultar con las poblaciones originarias, las potencias nucleares probaron sus armas en territorios como Islas Marshall, la Polinesia Francesa, islas del Pacífico, Nevada (EEUU), la región de Semipalatinsk (Kazajistán) o Novaya Zemlya (ártico ruso), destruyendo sus medios de vida y contaminando radiactivamente sus tierras, con los consiguientes efectos sobre la salud de sus poblaciones. Ese racismo nuclear ahora se ve agravado por los efectos de la crisis climática. El ejemplo más paradigmático es el Domo de Runit, en las Islas Marshall, donde Estados Unidos realizó 67 detonaciones entre 1946 y 1958. El Domo, una estructura de cemento construida para almacenar desechos radiactivos cuyo fondo nunca fue sellado, al que los marshaleses llaman “la tumba”, se ha ido agrietando con el paso del tiempo, elevándose el miedo de posibles filtraciones. Esta situación es todavía más grave a consecuencia de la crisis climática ante la subida del nivel de mar, que allí se está produciendo al doble de velocidad.

Ahora, que asistimos en los medios de comunicación a una especie de revival del lenguaje tecno-estratégico que, desde el poder, se emplea para referirse a las armas nucleares, es necesario recordar los riesgos de hablar de ellas solo en términos abstractos, abstracciones que dejan fuera la experiencia de quienes han sufrido y continúan haciéndolo debido a ellas.

En 2017, la adopción del Tratado de Prohibición de Armas Nucleares (TPAN) supuso una ruptura en la retórica oficial de las potencias nucleares y sus aliados. La narrativa cambió. La gran mayoría de los estados no-nucleares del mundo, los países del Sur Global junto con el apoyo de algunos estados del Norte optaron por la prohibición, un logro importante tras décadas de activismo civil en pro de la abolición nuclear. En la actualidad, tras su entrada en vigor, las armas nucleares son ilegales en el marco del derecho internacional.

Desde el feminismo pacifista, las mujeres de WILPF seguimos haciendo hincapié en la necesidad del desarme nuclear global y de frenar la escalada de la militarización

Desde el feminismo pacifista, las mujeres de WILPF seguimos haciendo hincapié en la necesidad del desarme nuclear global y de frenar la escalada de la militarización. España, cuyo gobierno se define como feminista, y que a principios de octubre de 2022 anunciaba un incremento del gasto militar de un 25 por ciento, sigue sin adherirse al TPAN. Darle la espalda es ignorar la realidad de las armas nucleares. Es desoír a personas como Setsuko Thurlow, sobreviviente del bombardeo de Hiroshima: “He visto con mis con mis propios ojos a cientos de personas derritiéndose, carbonizadas, pidiendo agua entre susurros, una procesión de fantasmas, cuerpos ardiendo, con las vísceras fuera, con los ojos en las manos… Nadie debería presenciar algo así”. Las armas nucleares no son entes abstractos con los que hacer alarde de poder y hombría, son armas de muerte y destrucción masiva y, como tales, no deberían existir. Es nuestra responsabilidad exigir a nuestros gobiernos que apoyen lo instrumentos que las prohíben.

 

REFERENCIA CURRICULAR

Maribel Hernández Sánchez es periodista e investigadora, especializada en derechos humanos y comunicación para la paz. Licenciada en Periodismo con Premio Extraordinario, DEA en Bienestar Social y Desigualdades por la Universidad de Alicante, y postgraduada en Cultura de Paz y Comunicación de los Conflictos y la Paz por la Universidad Autónoma de Barcelona.

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