Los planetas y su relación con el Zodíaco
En el cielo todo es constante, periódico, pronosticable dentro de unos márgenes muy estrechos de irregularidad. Por el contrario, en la superficie terrestre (sea en la selva, el campo de la Edad Media o en la metrópolis moderna) existe un caos relativo, emociones impronosticables, conflictos irracionales, crisis inesperadas, guerras y peste. La Astrología es un método por el cual la estructura ordenada de la luz del cielo puede usarse para probar la existencia de un orden, oculto pero real, en la superficie de la tierra, en todos los aspectos de la experiencia humana. (Zodíaco, el latido de la vida de Dane Rludyar).
Durante el tiempo que llevo, en todos los capítulos anteriores, explicando la naturaleza y la experiencia que, a nivel individual y colectivo, proporciona el Zodíaco, he intentado describir ese orden a través de ciclos, fases, signos zodiacales, con sus correspondencias, tanto en las fases de la naturaleza como en los ciclos de la vida humana o la experiencia que proporciona su desarrollo, con sus victorias y crisis. Algo que empezó desde mi primer contacto con la Astrología a la que me llevó la desesperación en vez de la curiosidad, a la búsqueda de un diagnóstico que la medicina no daba a mi familia sobre la situación de enfermedad que padecía mi padre, algo que probablemente he contado en algún artículo anterior. La desesperación te lleva a veces a recurrir a fuentes aunque las consideres irrelevantes. Lo hice, obtuve el diagnóstico que 15 días después confirmó la ciencia médica y en ese momento comenzó mi búsqueda y el lento despertar. Pero aún recuerdo otro momento posterior, cuando ya había comenzado mis estudios astrológicos y volvía a mi casa excitada, tratando de explicar a mi pareja que había encontrado un tipo de conocimiento que poseía unas claves capaces de anticiparse a lo que iba a ocurrir. Mi pareja, preocupado porque me abdujeran mentalmente con supercherías, me pidió poder hablar con mi profesora, no dudé en darle su teléfono que utilizó de inmediato. Le oí hablar y responder a los datos de su nacimiento, el día tal del mes, año y lugar a tal hora. Tres minutos después colgaba estupefacto y balbuceó: “… dice que a los 7 años, yendo por un camino, pisé un muelle, probablemente de un colchón, que me saltó a la cara provocando una herida, entre los ojos y sobre la nariz, de la que conservo una cicatriz”. Y existía la cicatriz producida por el muelle, en un camino, a los 7 años de edad. Para él la explicación residía en que mi profesora era vidente, lo que no dejó de sorprenderme porque de la misma forma que consideraba a la Astrología una superchería consideraba la videncia fruto de la incultura. En mi caso, que había comenzado un camino de descubrimiento, la palabra que resonó con fuerza en mi cerebro fue “orden”. El orden que puso al muelle en un camino al encuentro con el pie de mi pareja en un tiempo determinado. Tiempo después en mis clases, cuando mis alumnas descubrieron este orden en sus vidas, su palabra clave fue “libertad”, para elegir, para vivir, para evitar… Alguna dijo: “cuando muera, por si existe el cielo y San Pedro me espera a sus puertas para expulsarme a los infiernos, ponedme mi horóscopo en una mano para darle con él en la cara, porque no seré responsable ya que no he tenido libertad de elección”. Y esas dos palabras, Orden y Libertad, han resonado siempre en mis clases, donde mis alumnas y alumnos me descubrían su maestría y yo, como maestra, me convertía en alumna.
Orden y Libertad que buscábamos en el estudio del Zodíaco, siempre enfocado a entender la vida, nuestra vida y su sentido.
En el capítulo “La experiencia del Zodíaco. Síntesis de su naturaleza”, publicado en el número 55 de nuestra revista digital con la A, expuse:
“Esta rueda zodiacal pulsa, como hace todo lo que vive en este plano, y ese pulso procede del principio de los principios, momento de la formación del Universo según la teoría de Big Bang donde toda la energía indiferenciada, reunida en un solo e imaginario punto central, cuando ni el espacio ni el tiempo existían, estalla como un cohete de feria proyectando energía en todas direcciones en dos movimientos: uno centrifugo, que expulsa la energía hacia el exterior a la conquista del espacio, y otro centrípeto, que la detiene debido a su enfriamiento lo que permite su organización y la construcción de la materia, actuando como cuando se mete una solución sobresaturada de agua y azúcar en la nevera, se apelmaza y solidifica, y el líquido se transforma en sólido, de la misma forma que en el universo la energía incandescente se transforma en materia, o la luz en cristal. Estamos, por tanto, ante un pulso presente en la vida e impreso como una ley desde que se formó el Universo, que sigue pulsando desde ese imaginario centro en algún lugar del mismo, punto central de máxima energía que podríamos considerar un principio de unidad. A partir de ese concepto se consideran tres Símbolos básicos: el de potencia y el de movimiento dual, centrífugo y centrípeto. La potencia puede analogarse desde ese primer punto de energía indiferenciada, anterior al tiempo y al espacio, con el punto geométrico como el principio de la Geometría, con el zigoto indiferenciado en Biología que dará lugar en su desarrollo a un ser vivo, o con la semilla en Botánica que dará lugar al desarrollo de una planta.
Los dos movimientos presentes en cualquier creación, hacia adentro y hacia afuera, de expansión y contracción, se expresan alternativamente en los signos zodiacales, uno centrífugo y el siguiente centrípeto, que en Astrología consideramos cualidades de la materia que llamamos Polaridad, lo Masculino y lo Femenino no relacionados, en principio, con la sexualidad ni con el género, sino con dos movimientos presentes en todo, que en la psique humana conforman el carácter, del que os hablaré más adelante, y que desde un punto de vista material generan dos principios:
Expansión dinámica Contracción estática
Actividad Pasividad
Electricidad Magnetismo
Sentidos físicos Sentidos psíquicos
Análisis – Lógica Síntesis – Abstracción
Alerta-Vigilia Relajación, Atención,
Concentración
Gasto de energía Recarga de energía
Fuerza Forma
Dualidad que puede observarse en el cuerpo humano desde lo que es interior y latente a lo que es exterior y patente, que exige a la vez de la participación de órganos pasivos, esqueleto, forma, y órganos activos, músculos, fuerza, presentes en un conjunto unitario organizado y orgánico.”
Al categorizar dividimos las fuerzas que operan en la vida: luz y oscuridad, individual y colectivo, centrífugo y centrípeto, femenino y masculino, bien y mal, cuerpo y espíritu, vida y muerte. División originada por aquellas filosofías religiosas que acabaron categorizando como bueno el espíritu frente a la materia, lo celeste frente a lo terrestre, el bien sobre el mal, al hombre frente a la mujer, portadora del pecado, al tiempo que nuestra experiencia vital, desde un organismo biológico perfectamente ordenado, sentía y siente el caos externo con estrés y dolor que acababa y acaba transformándose en enfermedad. Nuestro día cotidiano también se divide en dos niveles, el diurno que funciona desde la actividad consciente que nos hace sentirnos seres vivos y llenos de oportunidades, y el nocturno que resulta un período incomprensible, en parte un vacío sin sentido, con algunas experiencias emocionales irracionales, caóticas, que la mayoría no entiende ni le da ningún sentido más allá de la necesidad de descanso. Sin embargo, nuestro día cotidiano es uno intercambiando energías activas diferentes, donde lo que cambia es la intensidad de las mismas y donde cuando una domina la otra queda latente. La división nos rompe, desconecta del resto y nos da una visión incompleta de la realidad, provocada porque la experiencia unitaria de la vida humana se establece observándola desde dos puntos de referencia diferentes.
Vivimos una época de individualismo, de salvase quien pueda, donde parece que cada cual siente la necesidad de liberarse del compromiso y responsabilidad social. Pero siendo la experiencia humana siempre fundamental y trascendente no tiene valor si la apartamos del resto. El individuo no tiene ningún sentido solo, como una gota de agua no tiene sentido si no entiende que pertenece y construye el rio que la transporta. Nacemos en un entorno cultural y social que nos aporta creencias, criterios, experiencias que elaboramos y acabamos devolviendo a la sociedad. La interacción es constante. Nuestra naturaleza es individual y colectiva, y la interacción entre ambas permite que se construya civilización y que formemos parte como individuos de la Humanidad.
La vida, como el Zodíaco, es un proceso cíclico dual, que a través de la alternancia rítmica se ve impulsada unas veces a la actividad y otras a su opuesto polar, ya que ambas forman parte de la experiencia vital del cambio, cambios en el organismo humano, en la naturaleza y en toda forma de vida, que permite que esta se desarrolle y evolucione. Dos movimientos que se interconectan sin anularse, relacionados directamente con los procesos de luz y oscuridad que vivimos en la Tierra, originados por el movimiento de rotación sobre sí misma que la Tierra hace en su recorrido alrededor del Sol.
La eclíptica es la línea curva por donde «transcurre» el Sol en su «movimiento aparente» visto desde la Tierra. Está formada por la intersección del plano de la órbita terrestre con la esfera celeste. Es la línea recorrida por el Sol a lo largo de un año respecto del «fondo inmóvil» de las estrellas.
El Zódíaco (del griego «zoodiakos [kyklos]», «rueda de los animales») es formalmente una banda de la esfera celeste de 18 grados de ancho centrada en la eclíptica, la cual no es fija, sino que se desplaza ligeramente con el tiempo sobre el fondo del cielo. Esta banda se divide en 12 partes iguales llamadas signos zodiacales de 30º cada uno, sobre la cual trazan sus trayectorias el Sol, la Luna y los planetas que gravitan a su alrededor.
El Sol, del que os hablaré en el próximo artículo, domina y reina durante el día siendo una energía que permite percibir lo que nos rodea a través de los sentidos físicos desde un concepto de realidad tangible, haciendo énfasis en la unicidad del ser humano. Cuando llega la noche desaparece y no es otra cosa que una estrella más de nuestra Galaxia, en el silencio de la paz nocturna.
REFERENCIA CURRICULAR
María Garrido Bens es astróloga, con una experiencia profesional de 45 años como docente y consultora en el campo de la Astrología tanto personal como mundial. Experta en Lenguaje Simbólico y Mitología aplicada a la Psicología. Profesora de Evolución Mental, Sanación y Meditación. En la actualidad ocupa el cargo de Tesorera de la Asociación con la A.