Revista con la A

25 de enero de 2023
Número coordinado por:
Lucía Melgar y Alicia Gil
85

El adiós

La Mirada Interior

Eduardo J. Gil.

Eduardo J. Gil

¿Por qué ocurre que las reivindicaciones sobre derechos fundamentales terminan generando la reacción de un sector que se siente atacado?

No me gustan las despedidas. No quiero creer en las despedidas. Son la aceptación de la impermanencia y de mi vulnerabilidad ante todo aquello que no puedo controlar. Por ello intento rechazarlas, hacer como si no existieran y borrarlas de mi mente. Como alternativa he construido un mundo paralelo apoyado en la nostalgia, cuyo objetivo se basa en mantener viva y eterna la llama de un tiempo pasado en el que me recuerdo más feliz y donde todo parecía cobrar más sentido. Eso es lo que nos pasa a los tíos con el feminismo, al menos a aquellos que reaccionan como si fuese una amenaza frente a nuestras identidades y caminares por tiempos mejores. ¿Por qué ocurre que las reivindicaciones sobre derechos fundamentales terminan generando la reacción de un sector que se siente atacado? Creo que la similitud la encuentro en la infancia. En los momentos de nuestros primeros años en los que tenemos pataletas cuando los vientos del privilegio y del consentimiento no soplan a nuestro favor. Estamos acostumbrados a campar a nuestras anchas cumpliendo los designios de un sistema basado en unos valores más propios de la ética y estética militar. Nuestra educación tiene como pilares la fuerza, la competitividad incontrolable, el tamaño, la razón sustentada en el rugido más feroz y el zarpazo más agresivo y la consecuencia del éxito que ha de florecer como fruto de tales directrices. No hablo de la educación académica, que también es importante y forma parte del mismo problema, sino de la educación de la interacción social y de nuestra experiencia vital como individuos. Si no tienes éxito es que algo estás haciendo mal. Nunca es culpa del sistema, el cual es perfecto, inequívoco, irrefutable e inalterable.

Los hombres estamos acostumbrados a campar a nuestras anchas cumpliendo los designios de un sistema basado en unos valores más propios de la ética y estética militar

¿Qué sucede cuando nosotros mismos no podemos soportar estas identidades ni alcanzar los objetivos que tales identidades deberían aportarnos? ¿Dónde está el reconocimiento, el halago y la recompensa material en forma de metal o de carne? Cuando eso no llega nos sentimos inseguros, vulnerables, fracasados y temerosos. Palabras, por otro lado, tabú en el diccionario del hombre “hombre”, donde las cualidades más notables de los seres humanos, tales como el saber escuchar, empatizar y compartir o expresar sentimientos más allá de nuestras corazas, son síntomas de debilidad y flaqueza. Son subproductos a erradicar en el sendero de la perfección. Dentro de ese discurso, cuando se posan ante nosotros todas esas penurias que forman parte de aquello que “ilustres pensadores” como el malogrado Fary (cantante y exponente nacional de la filosofía del “macho, machote”) solían llamar “el hombre blandengue”, podemos hacer dos cosas: aceptarlo como parte ingénita de nuestra humanidad o rebelarnos contra ella haciendo uso de una característica propia de la cultura judeo-cristiana que es “culpar de nuestros males a un ente que siempre reside en la tercera persona”. Una vez hemos pasado olímpicamente del complicado proceso de análisis y reflexión nos sentimos atraídos por la furia del ignorante que no cesa en golpear el atril con idéntica fuerza de la que carecen sus argumentos: “esto es así y punto” (también podemos añadir históricas coletillas como “porque lo digo yo” o “y s’acabaó” y meter alguna palabrota que certifique nuestro fuego varonil).

A los hombres el feminismo nos ha venido al pelo. Es la diana perfecta para arrojar todas nuestras piedras en lugar de echar una larga y atenta mirada a las profundidades de los espejos

En esta tesitura el feminismo nos ha venido al pelo. Es la diana perfecta para arrojar todas nuestras piedras en lugar de echar una larga y atenta mirada a las profundidades de los espejos. Ahora, de pronto, un gran número de hombres han hecho gala del victimismo y de la reivindicación frente a lo que consideran una injusticia contra sus derechos. Según intentan argumentar, el feminismo es una especie de lobby oculto y malévolo que lleva años en la sombra (junto a masones, illuminati y reptilianos), con tanta rabia y odio que solamente pretende acabar con los hombres y convertirnos en series inferiores para aupar el dominio y la supremacía de la mujer. Claro… se cree el ladrón…

De entrada, personalmente, he llegado a escuchar afirmaciones tales como que el feminismo no lucha por la igualdad porque no hace nada por defender a los hombres contra las injusticias que se vierten sobre nosotros. Esto es como llamar a una ONG que luche contra el cáncer y echarle la bronca por no luchar contra el alzheimer o el parkinson. También es común escuchar razonamientos propios del pensamiento inductivo que consisten en que, basados en una anécdota puntual, por lo general poco matizada, tergiversarla hasta el extremo y convertirla en una generalidad para conformar una verdad absoluta que sirva a sus propósitos y guíe el pensamiento en su dirección.

El feminismo también tiene el poder maligno de convertirnos a todos en presuntos depredadores sexuales y que dejemos de hacer uso de nuestras inocentes herramientas de seducción, provenientes de una amplia y consolidada educación sexual que nunca existió.

En lugar de revisar aquellos elementos de esta identidad masculina, forjada durante siglos en las fraguas de la sociedad patriarcal, resulta mucho más sencillo y menos laborioso intelectualmente culpar al feminismo de nuestros males

Con todo esto quiero decir que, en lugar de revisar aquellos elementos de esta identidad masculina, forjada durante siglos en las fraguas de la sociedad patriarcal, que nos convierten en esclavos de unas características que ligan nuestro comportamiento a estructuras de fuerza y poder y que limitan nuestro potencial como seres humanos, sensibles, conscientes, perceptivos y creativos, resulta mucho más sencillo y menos laborioso intelectualmente culpar al feminismo de nuestros males, ya que pone en riesgo el mantenimiento de unos privilegios (que, curiosamente, siempre suelen ir en detrimento de los derechos de los demás) de los cuales no somos conscientes pues los hemos normalizado, y gracias a los cuales no hemos sido capaces de ponernos en las piel de los y las demás. Así que antes de mirar para fuera, ¡atrévete a mirar para dentro… si eres hombre!

Finalmente, tras alcanzar la conclusión, me doy cuenta de que en todo este tiempo de reflexión y escritura sigue sin haber cambiado mi opinión hacia las despedidas. Por eso prefiero terminar con un ¡Gracias! Gracias por haberme dado la oportunidad de expresarme. Gracias por haberme hecho sentir partícipe de este grupo. Gracias por luchar por un mundo en el que la diversidad sea abrazada y no denostada, y en donde todas y todos podamos poseer derechos, que no personas, sin importar nuestros orígenes, ancestros, características, cualidades, identidades y estatus social. Gracias por abrir las puertas de muchas mujeres que la historia se había encargado de eliminar. En definitiva, gracias por vuestra existencia. Un saludo “con la A” y hasta siempre.  

 

REFERENCIA CURRICULAR

Eduardo José Gil Gómez es licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad Europea de Madrid y tiene un máster en Ficción en Cine y Televisión por la Universidad Ramón Llull de Barcelona. Ha escrito y publicado varios relatos cortos de ciencia ficción y prosa poética. Ha compuesto varias bandas sonoras para cortometrajes y obras de teatro. Tiene varios canales en redes sociales en los que publica sus composiciones musicales. Ha sido locutor de radio y actor teatral. Su pasión es el cine y la música, su debilidad.  

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