Revista con la A

25 de noviembre de 2020
Número coordinado por:
Lucía Melgar y Alicia Gil
72

La pandemia de las violencias contra las mujeres

La lucha feminista ante el ascenso de los autoritarismos

Lucía Melgar

Las mujeres enfrentamos en muchos países, además del machismo recalcitrante y del capitalismo depredador, el ascenso de gobiernos autoritarios para los cuales las mujeres no somos sujetos de derechos ni ciudadanas dignas de reconocimiento

El 2020 no ha sido un buen año para las mujeres. La pandemia ha agravado las desigualdades estructurales que ya hacían más dura la vida de la mitad de la población. En cualquier circunstancia las nuevas presiones hacia la redomesticación serían difíciles de sobrellevar: muchas nos hemos acostumbrado a pensar-nos con más autonomía, más libertades, más consciencia de que merecemos los mismos derechos y una vida sin violencia ni discriminación. La pandemia y la cuarentena subsecuente, en sus múltiples grados, sin embargo, no son las únicas condiciones adversas que hacen a la vez más difícil, y más necesaria, la lucha feminista. Enfrentamos también en muchos países, además del machismo recalcitrante y del capitalismo depredador, el ascenso de gobiernos autoritarios para los cuales las mujeres no somos sujetos de derechos ni ciudadanas dignas de reconocimiento.

Los gobiernos de Brasil, Chile, México, Polonia, Hungría y partidos de extrema derecha, como Vox en España, por sólo nombrar algunos, están promoviendo políticas o tomando medidas que afectan a mujeres y niñas, a corto y mediano plazo. No sólo exaltan falazmente a la familia o suponen que a las mujeres nos corresponde cargar con todos los trabajos de cuidado extra que ha impuesto la pandemia, también han aprovechado la menor movilidad impuesta bajo el confinamiento para aprobar leyes o reducciones de presupuesto que repercuten en la calidad de vida de mujeres, niños y niñas, y proseguir con una política del avestruz que minimiza o niega la gravedad de la violencia machista y así contribuye a su reproducción e impunidad. Lo hacen, además, justo cuando el encierro, la tensión, la incertidumbre y la crisis económica han detonado o favorecido el aumento de las agresiones feminicidas en los hogares y, en un país como México, la intensificación de la violencia extrema en el espacio público, por parte de criminales organizados o desorganizados.

La historia nos ha mostrado ya que los regímenes autoritarios actualizan en su discurso la desigualdad de género como un “estado natural” y deseable para la sociedad

La historia nos ha mostrado ya que los regímenes autoritarios actualizan en su discurso la desigualdad de género como un “estado natural” y deseable para la sociedad. En la Alemania nazi se exaltó a la familia patriarcal y se fomentó la domesticidad para las mujeres, que debían quedarse en la cocina, traer hijos-soldados al mundo, y someterse a los decretos de la iglesia y el Estado; la España franquista arrancó a las mujeres los derechos que habían ganado con la II República, despojándolas de  su condición de ciudadanas, con derecho al voto, y de su libertad, al eliminar el divorcio, someterlas a la tutela del marido y e imponerles un disciplinamiento domesticado mediante la religión y el adoctrinamiento oficial. Hoy, quizá no se toque el derecho al voto pero los demás están en riesgo como lo demuestran el nuevo intento de prohibir el aborto por malformaciones del feto del gobierno polaco; la eliminación de programas de apoyo a la mujer en Brasil,  donde una ministra evangélica, autodenominada “terriblemente cristiana”, encabeza el Ministerio de la Mujer, la Familia y los Derechos Humanos;  la embestida contra las leyes  de igualdad y contra la violencia machista por parte de Vox en España, o los recortes a programas a favor de la igualdad y contra la violencia de género en México. Éstas y otras medidas lesivas van acompañadas, en la mayoría de los casos, de discursos abierta o soterradamente machistas como el de Bolsonaro, quien invita a sus conciudadanos a no actuar como “maricas” (literal) ante la pandemia de COVID-19, o como López Obrador, quien niega la creciente violencia contra las mujeres en el hogar, so pretexto de que la mexicana es una “familia fraterna”. Ni a uno ni a otro conmueven las violaciones y asesinatos de niñas y mujeres (ni tampoco las decenas de miles de muertos por COVID-19).  

La resistencia feminista no se ha diluido en estos meses de confinamiento

Aunque parece muy lejana la euforia del #8M en los países donde salieron a la calle decenas de miles de mujeres, a reclamar sus derechos y denunciar la injusticia de la brecha salarial, la feminización de la pobreza, la discriminación por orientación sexual y la violencia impune, la resistencia feminista no se ha diluido en estos meses de confinamiento. Organizaciones nacionales e internacionales han promovido conferencias, seminarios, cursos virtuales para analizar la pandemia con perspectiva de género, discutir modos de prevención de la violencia y la discriminación, o promover la cultura producida por mujeres, entre muchos otros temas significativos. Estas ventanas al mundo exterior, estos puentes de solidaridad e intercambio no tienen la misma visibilidad que una marcha masiva, pero responden a la necesidad de actuar desde lo local -y lo personal- para lograr transformaciones sociales, y mantener vivo el diálogo entre mujeres.  Éstas son, sin embargo, iniciativas con una repercusión limitada por otras desigualdades, como la falta de acceso a internet o la falta de tiempo libre ante la acumulación de tareas para sobrevivir y sobrellevar la pandemia, sobre todo cuando hijos e hijas no van a la escuela, se vive en espacios estrechos y amenaza el desempleo.

También hemos visto, de cerca o de lejos, manifestaciones públicas de mujeres que se exponen al contagio con tal de defender sus derechos. Las cien mil mujeres que paralizaron Polonia en octubre, para oponerse a la decisión del Tribunal constitucional de avalar la prohibición del aborto en caso de malformación del feto, nos recuerdan la potencia política de la agencia femenina. Las chilenas que acudieron a votar en el plebiscito para aprobar la moción de una nueva constitución, que hará una asamblea constituyente paritaria, son un foco de esperanza, tan escasa en América Latina. Las jóvenes mexicanas que se han manifestado contra los feminicidios, incluso en entidades con pocos antecedentes de movilización social, demuestran la vacuidad de los discursos oficiales que no cesan de reproducir estereotipos y responsabilizan a las víctimas de su muerte. En España, la celebración del acto de conmemoración del quinto aniversario de la Marcha sobre Madrid contra las violencias machistas, promovida por el movimiento 7N, que reunió en la capital a un millón de mujeres de todo el país. Entre otras muchas iniciativas internacionales que ponen de manifiesto que la lucha contra el machismo y la desigualdad no cesa.

Ante la evidencia de que las mujeres no permaneceremos en la pasividad, ni aceptaremos calladas los ataques del Estado o macho opresor, grupos de extrema derecha o gobiernos han atacado verbal o físicamente a las mujeres. En México, por ejemplo, la represión oficial contra las manifestantes feministas que han denunciado feminicidios y desapariciones ha escalado al grado de lo sucedido en Cancún el 9 de noviembre, que no es sino un episodio más, el más grave sin duda, de abusos policiacos. Si en la ciudad turística por excelencia la policía local usó disparos al aire (con balas reales) para amedrentar a manifestantes “exaltadas” (policías cuyos excesos no supieron ni saben controlar), con un saldo de dos mujeres heridas, personas detenidas y periodistas agredidas, antes, en otras cinco ciudades las autoridades habían respondido con abusos policiacos contra manifestantes y periodistas. Esta escalada represiva se ensaña en México contra las jóvenes, muchas de las cuales viven en zonas muy inseguras.

Ante la persistencia y endurecimiento del machismo institucionalizado es más urgente que nunca una resistencia y lucha cotidiana feministas

Si bien la violencia institucional manifiesta en los abusos policiacos es la más evidente, y puede afectar también a hombres, como sucedió en Chile en las manifestaciones previas al plebiscito, en 2019 sobre todo, la violencia verbal no puede ignorarse. Las descalificaciones e insultos hacia las mujeres, así sean figuras públicas, contribuye a mantener actitudes y prácticas machistas. Un caso emblemático es el presidente saliente Trump, quien ha rebasado los límites de la civilidad en cuanto a xenofobia, racismo, y sexismo: a sus diatribas contra Hillary Clinton durante su campaña anterior, han seguido ataques contra la actual vicepresidenta electa Kamala Harris, aunadas a la denigración de las mujeres en general. El que mujeres blancas hayan votado por él, pese a esto, hace más necesaria la lucha feminista contra los líderes autoritarios y contra el sistema que los encumbra.

Ante la persistencia y endurecimiento del machismo institucionalizado es más urgente que nunca una resistencia y lucha cotidiana feministas, orientadas al 100% de la población femenina. Necesitamos un feminismo activista, dialogante, glocal, que nos permita construir puentes de solidaridad con mujeres marginadas y oprimidas en nuestros países, que desmantele las complicidades masculinas (y las de funcionarias pseudo feministas), que tienda puentes transfronterizos, para tejer redes que potencien las luchas locales a fin de reducir las desigualdades, prevenir y contener las violencias y crear un mundo donde todas podamos vivir con dignidad.    

 

REFERENCIA CURRICULAR

Lucía Melgar es crítica cultural y coordinadora para América Latina de con la A.

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Solo SÍ es SÍ - Feminismo. Ni un paso atrás - #sinconsentimientoesviolación

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