Revista con la A

25 de mayo de 2016
Número coordinado por:
Lucía Melgar
45

Cambio climático y género

Irrespirable

Diego Courchai

Diego Courchay

El 8 de marzo, día internacional de la mujer, una periodista estadounidense es agredida de manera denigrante en la Ciudad de México; el 14 se declara la primera contingencia ambiental en el mismo número de años

Son meses irrespirables, primavera de asfixia en que florece el acoso. Las señales precursoras surgen en marzo, símbolos de procesos que llevan tiempo ocurriendo, y se condensan con unos días de cercanía. El 8 de marzo, día internacional de la mujer, una periodista estadounidense es agredida de manera denigrante en la Ciudad de México; el 14 se declara la primera contingencia ambiental en el mismo número de años.

Ambos hechos se irán intercalando en las noticias. La agresión es la punta del iceberg, en un país feminicida, aunque la reacción de la agredida y su denuncia se convierten en cebo para desatar toda la mezquindad misógina, más lacerante que latente, más omnipresente que soterrada. La crisis ambiental es el vaso que termina por derramarse, cubriendo la capital de una neblina malsana que borra el horizonte.

La segunda expone a la ciudadanía a un incremento extraordinario en la concentración de ozono, a los pulmones que arden, al sabor metálico en la boca. Conlleva, además, restricciones a sus libertades, con recomendaciones que incluyen limitar sus actividades al aire libre y, sobre todo, las restricciones a la circulación de automóviles. El programa Hoy No Circula, creado en 1989 para combatir la concentración de contaminantes, prohibiendo el uso de ciertos coches en ciertos días, se extiende en el contexto de crisis a todos los automóviles en algún punto de la semana. Lo irrespirable del aire no acalla las críticas: ¿y el derecho humano a la libre circulación?

La primera, la agresión, por azares de la conciencia colectiva no se diluye en la saturación de casos similares, ni pasa a formar parte de la masa indistinguible -excepto para victimas y defensores- de crímenes infinitamente peores e igualmente impunes. Se suman otras voces, otros casos, y los diferentes ecos, cual las migajas de pan del cuento, van llevando la conversación ciudadana de vuelta a todo el abanico de inequidades y violencias que en México se conjugan en presente y en femenino, del primer al último día de la semana.

En esta temporada de asfixia crónica, la ciudadanía reticente es invitada por su bien a informarse, consultando diariamente un mapa digital de su urbe acribillada por los colores del semáforo: del verde de una calidad del aire “buena”, a los colores cálidos que pasan de “regular” (amarillo), “mala” (naranja), al temido alto en rojo de la calidad de aire “muy mala”, pésima, nefasta. Sorpresas que da la vida; sin embargo, el ingenio mexicano para la graduación de las catástrofes ofrece un color más: si el aire llegara a ser “extremadamente malo”, los puntos se volverían morados (como, sin duda, nuestras caras).

¿De qué color se pintaría cada delegación, colonia, hogar, si midiéramos lo nocivo del ambiente de género en que circulan a diario las mujeres en México?

Vale la pena pensar en términos de mapas y colores. Un mapa advierte a todos de la nocividad del aire, el colorido recordatorio de la persistencia de las restricciones automovilísticas mientras los puntos sigan llamando a detenerse. Ese mismo mapa, esa misma indignación por las limitaciones a la movilidad, ¿cómo se traducirían a la violencia de género? ¿Qué tanto peor son las limitaciones de movilidad que sufren en sus trayectos, en sus trayectorias personales y profesionales las mujeres? ¿De qué color se pintaría cada delegación, colonia, hogar, si midiéramos lo nocivo del ambiente de género en que circulan a diario las mujeres en México?

La Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (Endireh, 2012) establece: “49,9 por ciento de las mexicanas en el Distrito Federal reporta haberse enfrentado con algún tipo de violencia en el espacio comunitario”.

Ese 31 de marzo, en el estado de Chiapas, es hallado el cuerpo sin vida de una adolescente violada.

A veces las preguntas las responden coincidencias. Coincidencia cromática: asociaciones, colectivos, asambleas y feministas independientes organizan un día de marchas contra la violencia de género en todo el país; el color elegido para marchar: morado.

Tiempos de acciones contiguas. El 22 de abril, en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, se firma el Acuerdo de París adoptado en la COP21 sobre Cambio Climático; el 24 se desarrolla en la Ciudad de México la marcha contra la violencia de género. Ese día la calidad del aire da un respiro: de regular a buena, Vivas Nos Queremos es el lema y el Monumento a la Revolución en la zona centro de la capital el punto de partida. La militancia no tiene edad, se suman niñas y niños, también vidas en devenir: un vientre abultado dice “Quiero nacer libre”. Dos días antes, en una imagen llamada a ser icónica, el Secretario de Estado de los Estados Unidos, John Kerry, sumaba su firma al Acuerdo con su nieta Isabelle en su regazo.

Hay cambios que no se pueden obviar, climas de desigualdad y desastre medioambiental que no pueden perpetuarse.

La marcha se plantea y se vive como el día en que las mujeres SÍ circulan, en toda su diversidad, enumeraba por el megáfono conforme van llegando los contingentes. “Madres lesbianas”, “Jaraneras”, Filosofía y Letras”. Una pancarta llama al “Machete al machote”, en el piso un grafiti ilustra el lema “Autodefensa o fosa” con la imagen de dos engranajes atrapando un falo y sus testículos. En la tienda Oxxo de junto un borracho trasnochado contempla todo aquello azorado.

La marcha toma rumbo al rumbo del Ángel de la Independencia por el Paseo de la Reforma, devuelto a las peatonas y peatones. Es sólo la primera de sus apropiaciones del espacio público y los fenómenos que permite, desde la exposición del cuerpo hasta la feminización de la efigies patrias -Plutarco González descubre las toallas sanitarias mientras Hermenegildo Galeana se solidariza con un brasier- tan ajenos a la realidad cotidiana en esas mismas calles. “El espacio es público, mi cuerpo no”.

Las consignas se aplican en las estatuas, se mueven en la piel y en las banderas, se plasman en las paredes del Senado con unas manchas moradas como puntos suspensivos. Son muchas las demandas, y la imaginación está a la altura. Paseo de la Reforma apenas se da abasto para dar cupo a la denuncia de tanto conservadurismo, a la persistencia de tantos males y la agravación de tantos otros. Violencia en todas sus acepciones, brecha salarial, acoso, discriminación…

“= Trabajo = Paga”

“No fue la hora, no fue el lugar, fue tu machismo ¡déjame en paz!”.

“Violencia también es: tener que ser hombre para participar en la toma de decisiones”.

“De noche, de noche, de noche o de día, desnudas o vestidas se respetan nuestras vidas”.

Por unas horas al menos, ante la oleada morada, sería impensable que ese mismo día pudieran ser asesinadas 6 mujeres. O más, inclusive. En cada día de 2010 hubo 6,4 presuntos feminicidios en México (ONU Mujeres, 2012).

En el tiempo en que una mujer mexicana nacida a mediados de los años ochenta habrá tardado en graduarse de la maestría, más de 36 mil de sus congéneres habrán sido asesinadas.

Vivas nos queremos, porque lo contrario es la irrespirable realidad.

 

REFERENCIA CURRICULAR

Diego Courchay Priego es un periodista y escritor franco-mexicano. Internacionalista de formación, ha realizado artículos, crónicas y entrevistas en medios impresos y digitales en varios idiomas, además de análisis de medios y campañas en temas de salud pública y equidad de género.

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