Revista con la A

25 de marzo de 2021
Número coordinado por:
Bethsabé Huamán y Danilo Assis Clímaco
74

Laberintos de la masculinidad

El arte de mantenernos vivas y rebeldes

Rita Valencia

Muchas maneras de violencia de género y acoso sexual estaban profundamente normalizadas. Si quieres participar, te toca aguantar. En ese y en otros espacios vi que muchas de las compañeras de mi generación, como de muchas otras generaciones pasadas, nos formamos en el aguante

Desde joven comencé mi vida de militancia. Un parteaguas específico para mí fue el movimiento estudiantil de la huelga de fin de siglo de la UNAM en México. Podría decir que ahí me formé políticamente en muchos aspectos. Aprendí muchas cosas y viví otras que me tomaría muchos años de la vida mirar de forma crítica. Muchas maneras de violencia de género y acoso sexual estaban profundamente normalizadas. Si quieres participar, te toca aguantar. En ese y en otros espacios vi que muchas de las compañeras de mi generación, como de muchas otras generaciones pasadas, nos formamos en el aguante.

Ese aguante incluye de alguna manera aguantar, validar y reproducir las jerarquías profundamente marcadas en movimientos que en el discurso reivindican la horizontalidad. En este sentido y desde mi propia experiencia puedo afirmar que el patriarcado, como sistema jerárquico y opresor por excelencia, disfruta de muy buena salud dentro de varios espacios de construcción de otros mundos posibles.

Históricamente la falta de autocuidado, cuidado colectivo, autocrítica y horizontalidad real han sido tan nocivos para movimientos sociales y colectivos

Sería, tal vez, un buen momento para recordar que históricamente la falta de autocuidado, cuidado colectivo (incluyendo espacios de salud física y mental), autocrítica y horizontalidad real han sido tan nocivos para movimientos sociales y colectivos, como las propias estrategias de contrainsurgencia. Somos un país de caudillos en el que se ensalza el autosacrificio. Amamos a los líderes, casi inevitablemente hombres. Nos encanta portar sus imágenes en playeras o pegarlas en las paredes. Y si alguna mujer llega a colarse por ahí, resulta ser, por lo general, una mujer masculinizada. Es decir, una mujer fuerte, guerrera: la Adelita o la compañera que se pone al tú por tú en las reuniones o asambleas, pero que en el ámbito privado muchas veces termina pagando su insubordinación. Mientras tanto, en los espacios no diferenciados es sumamente triste constatar que muchas veces las mujeres y disidencias sexuales, en realidad no hemos alcanzado todavía la categoría de persona.

Nosotrxs (mujeres y disidencias), nuestras opiniones y formas de hacer, a la hora de la toma de decisiones siguen siendo desechables, sobre todo si de alguna manera nos comenzamos a organizar como mujeres y disidencias dentro de los propios movimientos. Entonces, nos convertimos en un peligro que debe de ser disciplinado, atomizado lo más pronto posible. Narro esto desde una experiencia particular en la que participé con un grupo de compañeras valientes. Juntas y después de un largo proceso, nos decidimos a denunciar internamente dentro de un movimiento, las historias de acoso, depredación sexual y desprecio que habíamos vivido. Primero nos topamos con aún más desprecio porque nuestros actos eran nombrados como “las que se reúnen a chismear” y después de seguir un proceso, el resultado fue que los hombres que cometieron dichos actos simplemente se alejaron un tiempo, pero que eventualmente volverían, como si nada. Mientras tanto, nosotras éramos las que debilitábamos al movimiento con nuestras cosas, que al final de cuentas no eran vistas como graves. Probablemente porque seguimos vivas.

La forma en la que se construyen y reproducen la dominación y las relaciones de poder tienen particularidades propias

Esto es claramente reflejo de lo que sucede en el resto de nuestra sociedad que sufre de esta hipermasculinidad letal que normalizamos desde hace ya mucho tiempo. El error está en pensar que nuestros espacios de militancia (o activismo) se encuentran al margen, aislados, como en una burbuja. Sin embargo, la forma en la que se construyen y reproducen la dominación y las relaciones de poder tienen particularidades propias. En los hechos se instala una especie de Derecho de pernada: aunque no necesariamente se consuma en actos sexuales, es una forma de inducir obediencia y sumisión hacia los hombres que lideran el movimiento o colectivo. Esos compañeros que vemos utilizan su posición de poder para “ligar”, es decir acosar y mantener varias relaciones de las cuales suelen no hacerse responsables, es una demostración de poder pública que proviene de ámbitos privados: muestran, a todxs (en ese todas amplio) su poder sobre los cuerpos feminizados, al tiempo que lucen con orgullo el manto de impunidad del que gozan. Esto se convierte en una especie de rito de iniciación de los hombres que se van incorporando al movimiento o colectivo. Intentan también ganarse una posición dentro del grupo a partir de la reproducción de esta dinámica. Mientras tanto, a las mujeres y disidencias se nos asignan puntos o calificaciones no sólo basados en cuestiones estéticas, sino también en consideraciones sobre con quién estuvimos antes y cuán obedientes o rebeldes somos. La máxima aquella de: calladita te ves más bonita, sigue siendo tremendamente real. 

La crítica hacia estas formas de relacionamiento es vista como traición, seguramente emanada de la envidia y el deseo de ensuciar la imagen de nuestros compañeros deconstruidos. Es muy fácil acusarnos de debilitar por dentro a los movimientos. Mientras tanto, las tareas de cuidado siguen recayendo en nosotras (y disidencias).

Muchas mujeres jóvenes se están sumando a una gran diversidad de experiencias feministas

Lo paradójico, sorprendente y maravilloso es que a pesar de todo esto, la presencia de mujeres y disidencias en colectivos y movimientos no ha hecho sino crecer en los últimos años, en muchos casos superando numéricamente a los hombres. Paralelamente muchas mujeres jóvenes se están sumando a una gran diversidad de experiencias feministas.

Esta potencia se ha sentido muy claramente en los dos Encuentros de Mujeres que Luchan convocado por las compañeras zapatistas. Estos espacios han, desde mi punto de vista, desbordado muchas expectativas y han producido encuentros y reflexiones de las cuales veremos frutos en los años venideros. Han sido, sin duda alguna, las iniciativas más exitosas de los últimos tiempos, tanto en términos numéricos como en su alcance transformador.

En el Segundo Encuentro se abrió un espacio para denunciar y compartir nuestros dolores. Este espacio que originalmente estaba pensado para durar unas cuantas horas, se convirtió en dos días de micrófono abierto en el que muchas mujeres hablaron de todo tipo de violencias y agresiones. Algunas dijeron por primera vez en voz alta que habían sido violadas. Otras compartieron sus historias de acoso y agresión sexual dentro de las mismas organizaciones o colectivos de los que son o fueron parte. También estuvieron madres, hermanas, amigas de víctimas de feminicidio. Escuchar todos esos testimonios fue algo sumamente doloroso y difícil, pero también nos permitió espejearnos y abrazar el sufrimiento de la otra, de las demás. Acuerparnos colectivamente. Cuando a alguna se le quebraba la voz en medio de su narración, se escuchaban de forma inmediata los gritos de “¡No estás sola, no estás sola!”. Ese remolino colectivo dio fuerza para que muchas voces salieran del silencio, en algunos casos, un silencio de demasiados años.

En pocas palabras, se nos rompió el aguante.

Cierro los ojos y veo los rostros de muchas amigas, compañeras, hermanas increíblemente valientes que a pesar de todo siguen haciendo, siguen caminando y tejiendo. También sé de otras que han decidido no continuar participando en movimientos y colectivos. No me cabe ni la menor duda de que, de cualquier forma, para nosotras las cosas han cambiado porque nosotras hemos cambiado. Como dicen por ahí, ya despertamos y será muy difícil volver a dormirse y pensar, sentir, que estas dinámicas de poder son normales.

Si bien los feminismos han ganado terreno y se han hecho más visibles se debe justamente a que los feminicidios y la pandemia de violencia de género, lesbo, homo y transfobia han crecido de manera descomunal

Tenemos demasiada rabia e indignación que nacen de nuestras historias personales y de todas las demás que hemos escuchado y en algunos casos, acompañado. Todo esto en un país en guerra, en plena expansión del extractivismo total. Si bien los feminismos han ganado terreno y se han hecho más visibles (casi siempre acompañados de la frase Esas no son las formas), esto se debe justamente a que los feminicidios y la pandemia de violencia de género, lesbo, homo y transfobia han crecido de manera descomunal en estos territorios en disputa por el extractivismo narcocriminal.

Todo esto es increíblemente grave. Sin embargo, lo es aún más que si nosotras (en este nosotrxs amplio) no seremos ya las mismas, los compañeros y también algunas compañeras de lucha sigan pensando y actuando de la misma manera. Es decir, reproduciendo su parte del pacto patriarcal que les corresponde porque no quieren perder los privilegios que tienen dentro de movimientos y colectivos, porque quieren seguir disfrutando de las migajas de poder que este sistema de muerte, que es el patriarcado, les arroja. Ya sea con sus actos abiertamente violentos o con su silencio cómplice y permisivo. Así sellan su pacto en la cofradía, como lo nombra una hermana chilena. O como dice Raquel Gutiérrez:

No se trata únicamente de que alguno dentro de la fatria tenga una personalidad problemática y agresiva. Aun si ese es el caso, en realidad la cuestión de fondo está en otro lugar. Es el esfuerzo por restablecernos en nuestro lugar. Sí, el lugar dominado y sujeto en el que la masculinidad dominante pretende instalarnos. El lugar que es funcional a sus propios acuerdos y objetivos… En espacios mixtos, y esto es algo muy difícil de entender, no habrá reconocimiento de -y mucho menos apoyo para- un lugar autónomo para nosotras, para ningunx de nosotras, ni será reconocida nuestra voz cuando enuncie nuestros propios pensamientos y deseos. Ese lugar autónomo, desde el punto de vista patriarcal no existe, y si algunas se empeñan en construirlo, ellos -y algunas ellas- lo boicotearán para acabarlo. Ellos no nos asignan un lugar de pares: nosotras existimos para ellos o corremos el riesgo de ser borradas.” (Cartas a mis hermanas más jóvenes 45- 46) [1].

He sido testigo de esto y también lo he vivido. Sin embargo, este borramiento lejos de arrojarme a la amargura o a la apatía, más bien me ha convencido de la necesidad de seguir profundizando y colectivizando nuestros aprendizajes y nuestra escucha porque, algún día, esta rabia colectiva tendrá que alumbrar de verdad otros mundos posibles, que ya existen. Los estamos construyendo hoy en esta terquedad de mantenernos vivas y rebeldes.

NOTA

[1] Gutiérrez Aguilar, Raquel. Cartas a mis hermanas más jóvenes. Montevideo: Minervas Ediciones, Bajo Tierra Ediciones, Editorial Zur & Andrómeda, 2020.

 

REFERENCIA CURRICULAR

Rita Valencia es una mujer mesoamericana que camina con varios pueblos en movimiento. Nacida en el altiplano central de México, ha vivido en varias geografías y trabajado, siempre sintiéndose incómoda, en ese vórtice que se forma entre la academia y la militancia. De naturaleza nomádica, actualmente trabaja y aprende en colaboraciones multiespecie con abejas nativas.

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