Eco-feminismo y economía del cuidado: Más allá de una riqueza acumulada, una riqueza real
Una buena práctica para alcanzar una igualdad sustantiva en las actividades del cuidado era para mí, entonces, aquella que juzgara el modelo global de extracción-transformación-consumo que pone en jaque la sostenibilidad de la vida al enmarcar las experiencias humanas en los valores del mercado, del crecimiento, del desarrollo, en contra de “la libertad que supone tener tiempo para vivir las relaciones humanas” y donde el proceso de vivir es reducido a la eterna persecución de llegar a ser alguien; de alcanzar tener algo
“Si vamos a crear un mundo auténticamente diferente, nuestras relaciones deberán estar basadas en el sostenimiento y enriquecimiento de la vida, más que en la acumulación del capital”
Vandana Shiva (2010) [1]
Hace un par de semanas fui invitada a moderar una mesa sobre economía del cuidado en el marco del Coloquio Internacional Buenas prácticas en el juzgar. Género y Derechos Humanos en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional Autónoma de México. A pesar de que a primera vista podría haberme sorprendido el vínculo entre estas disciplinas, ya que mi formación académica no es ni de economista ni de abogada, me entusiasmaba la idea de presidir la mesa pues entre ellas advertía por lo menos dos puntos de encuentro: por un lado, la defensa por la dignidad de la vida, o bien, por una vida que valga la pena ser vivida [2]; por el otro, el análisis de las desigualdades de género producidas por un sistema económico donde “las mujeres fueron incorporadas no como ciudadanas plenas, sino como miembros de una familia patriarcal” (Garijo, 2013) y, por ende, como sujetos pasivos, no productivos.
Una buena práctica para alcanzar una igualdad sustantiva en las actividades del cuidado era para mí, entonces, aquella que juzgara el modelo global de extracción-transformación-consumo que pone en jaque la sostenibilidad de la vida al enmarcar las experiencias humanas en los valores del mercado, del crecimiento, del desarrollo, en contra de “la libertad que supone tener tiempo para vivir las relaciones humanas” (Mujica, 2013), y donde el proceso de vivir es reducido a la eterna persecución de llegar a ser alguien; de alcanzar tener algo. En palabras de Vandana, reconocer que el sistema económico dominante “desplaza de alguna manera la creatividad por el capitalismo [y] niega a la tierra misma”. Es decir, siguiendo y haciendo cruces con algunos de los principios del ecofeminismo, la economía del cuidado, vista desde un espectro amplio, implicaría cuestionarnos cómo el capital produce una riqueza que, al estar basada en la acumulación, es inminentemente ficticia, poco solidaria e individualista; mientras que la riqueza que obtenemos a través de la naturaleza -la tierra, la biodiversidad, el agua, el aire- es real pues nos provee no sólo de nuestros primeros bienestares, sino que garantiza “la reproducción de la vida por sobre la reproducción del capital” y nos da la pauta para establecer los parámetros de la dignidad en la vida misma. Prueba de ello, son los múltiples proyectos impulsados por mujeres para la sostenibilidad de su propia vida, desde el movimiento Chipko en los años setenta y ochenta en los Himalayas, hasta la lucha por el derecho al agua impulsada por el Ejército Zapatista de Mujeres Mazahuas en México.
Frente al modelo depredador de todas las fuentes humanas y naturales, en particular de las valoradas en el ámbito de lo femenino y al beneficio de algunos privilegiados, el mundo necesita un cambio de paradigma
En síntesis, frente a este modelo depredador de todas las fuentes humanas y naturales, en particular de las valoradas en el ámbito de lo femenino y al beneficio de algunos privilegiados -del mundo de lo masculino-, el mundo necesita un cambio de paradigma no solamente discursivo, sino hacia uno que posibilite caminar hacia otra configuración socioeconómica colectiva “sobre el bien-estar [cuyo] cambio se de en una triple dimensión: la detracción de recursos a la lógica de acumulación de capital, la democratización de los hogares y la construcción de espacios económicos liberadores y comprometidos con el buen vivir colectivo” (Pérez Orozco, 2014).
Uno de los lugares donde ejercer este cambio paradigmático es a partir de prácticas que aviven la interculturalidad, desafiando el sistema para pensar con las luchas y con los movimientos -en vez de estudiar o investigar sobre ellos-, como nos dice Catherine Walsh (2012), pues es en ellas donde se encontraremos una riqueza real para la sostenibilidad de la vida misma.
NOTAS:
[1] Creadora de la Fundación para la Investigación Científica, Tecnológica y Ecológica (RFSTE por sus siglas en inglés), especialista en la teoría Ecofeminista. Ver: Instituto de Ecologistas del Tercer Mundo (2010)
[2] Parafraseando a Pérez Orozco (2014) quien coloca la frase “una vida que vale la pena ser vivida” para mostrar la fórmula que los Estados ponen en marcha a partir del modelo capitalista, el cual privilegia la vida de unos cuantos sobre la de cientos de miles.
[3] Ibid. Instituto de Ecologistas del Tercer Mundo (2010)
[4] Ibidem.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
– Garijo Ruiz, Mercedes (2013). “Mujeres y políticas fiscales de los “Estados de Bienestar”, en Revista Con la A, marzo.
– Instituto de Ecologistas del Tercer Mundo (2010). Diálogo sobre ecofeminismo con Vandana Shiva, Quito, 26 de noviembre.
– Mujica, José (2013). Discurso ante la 68 Asamblea General de Naciones Unidas en la sede contra el orden mundial. Nueva York.
– Pérez Orozco, Amaia (2014). Subversión feminista de la economía. Aportes para un debate sobre el conflicto capital-vida. Madrid, Traficantes de sueños, Mapas 40.
– Walsh, Catherine (2012). “Interculturalidad y colonialidad del poder. Un pensamiento y posicionamiento otro desde la diferencia colonial, en Catherine Walsh, Interculturalidad crítica y (de)colonialidad. Ensayos desde Abya Yala. Ecuador, Ed. Abya-Yala.
REFERENCIA CURRICULAR
Claudia de Anda es Maestra en mediación intercultural e integrante de la Colectiva Poéticas (México).