Cultura y contemporaneidad: la clínica de lo Real y el psicoanálisis en el siglo XXI
Lo que hago, en verdad, es recordar que el psicoanálisis desde su creación acompaña y también se alterna con ese movimiento de rupturas históricas, disputas políticas, prácticas y teorías sobre la vida
La expresión contemporaneidad se refiere a la comprensión de una situación o proceso que está aconteciendo en nuestro tiempo y que está marcada por transformaciones en varias esferas. Pensar el psicoanálisis, a partir de aquí, exige considerar su desarrollo en la Modernidad y analizar sus dislocamientos y rupturas en curso y/o por acontecer. Lo que hago, en verdad, es recordar que el psicoanálisis desde su creación acompaña y también se alterna con ese movimiento de rupturas históricas, disputas políticas, prácticas y teorías sobre la vida.
Foucault describió su investigación sobre la historia de la sexualidad como una serie de estudios respecto a las relaciones históricas entre el poder y el discurso sobre el sexo. Para él, lo que sería propio de las sociedades modernas no es haber condenado el sexo a permanecer en la oscuridad, por el contrario, se han esforzado en hablar siempre de él, solo que relegándolo a determinados espacios, visibles solo allí, y prohibido o invisible en otros contextos. De ahí, por ejemplo, que la creación de un dispositivo de confesión, como dispositivo que connota el sexo como pecado, instaure también un poder sobre el cuerpo. Lo que queremos destacar, por tanto, es que Foucault coloca el psicoanálisis como una más entre las diversas acciones discursivas en torno y a propósito del sexo; y más aún, lo coloca como personaje importante en la relación entre poder y verdad sobre el cuerpo a partir, sobre todo, de la creación de la noción de ley, del deseo y del poder narrativo y productivo del mito edípico.
Las aproximaciones entre Foucault y el psicoanálisis son muchas y muy variadas, pero lo que me interesa ahora es el hecho de que ante el cuestionamiento de la noción de sujeto, el dispositivo de la sexualidad resulta central tanto para Foucault como para Freud. Este último, al disponerse para la escucha de sus pacientes histéricas -y aquí aún como sinónimo de mujeres-, crea una teoría que coloca la sexualidad como centro del discurso y apuesta por su relación con nuestros síntomas, angustias, y con nuestro modo de estar en el mundo.
Sabemos que Freud fue un defensor de la ley del padre, como instancia que permite la instauración de la subjetividad y del dispositivo de alianza establecido entre los miembros de una familia a través de la estructura del mito. Lo que de ninguna forma retira el carácter subversivo del que su creación fue capaz.
Debemos recordar que, al final del siglo XIX e inicios del siglo XX, la comprensión de la sexualidad de la mujer fue tratada predominantemente en su carácter patológico o reservado a establecimientos nocturnos calificados de inmorales, siendo posible su inteligibilidad solamente como madres, vírgenes o putas.
Freud, al oír a las pacientes histéricas de Charcot en tanto sujetos deseantes, descolocó también la sexualidad de ese carácter procreativo exclusivo, insertándolo en la disputa entre placer x displacer. Lo que el psicoanálisis hizo admirablemente fue apuntar los efectos que la normativa cultural (o la moral sexual civilizada) ejercía sobre el cuerpo y el discurso de las mujeres, colocando en cuestionamiento sus conflictos sexuales actuales o cualquiera de las repercusiones de sus vivencias sexuales.
A partir del impacto del avance de la ciencia y el liberalismo económico asociado a los enigmas políticos y culturales de la época, Lacan problematizó otras cuestiones, las diversas tecnologías de producción de vida, las manifestaciones políticas contra determinados poderes, por ejemplo, que aparecían como elementos de fondo cuando, junto a los estructuralistas, se pensaban las estructuras de parentesco más allá de los vínculos biológicos; colocándose en cuestión, de esta forma, la desnaturalización del Padre en el psicoanálisis.
En términos de la Metáfora del Nombre del Padre, el padre sería un significante, aquello que ocupa el lugar de otra cosa. Un significante exterior a la cadena significante que funda el sujeto del inconsciente, insertándolo en el lenguaje. A partir del periodo estructuralista del psicoanálisis fue posible comprender el Edipo como norma fundadora de una determinada subjetividad, que remite a una determinada posición en un determinado tiempo histórico.
Los diversos momentos teóricos del psicoanálisis lacaniano operan, según mi consideración, como marcadores técnicos e históricos, puntos político-analíticos de comprensión y creación de la propia teoría. La primacía de lo Real no abandona lo que anteriormente fue construido justamente por el carácter revolucionario de la enseñanza lacaniana: tratándose de una nueva fase, de un nuevo ángulo sobre el psicoanálisis, no excluimos o destruimos las concepciones sobre lo imaginario y lo simbólico, pero de-construimos (aquí en el sentido de quebrar en partes y mirar de una nueva forma) el prisma angular de toda esa teoría, lo que no anula la tragedia edípica en términos de comprensión; apenas apunta otras cuestiones y posibilidades de operar analíticamente.
El psicoanálisis, reconociendo el malestar a partir de los modos de subjetivación modernos, colocó en cuestionamiento la no existencia de la relación sexual, las distintas posibilidades de “hacerse hombre” o “hacerse mujer”, o hacer de sí lo que fuese posible en términos de existencia. Miller colocó la siguiente cuestión: es preciso dejar atrás el siglo XX para que podamos renovar nuestra práctica en el mundo, lo cual, en términos políticos, introduce la problematización, pues la apuesta en esa posibilidad es lo que nos permite pensar lo que el autor denomina “aggiornamento”, o sea, una cierta actualización de la práctica analítica.
Decir que las estructuras resultan insuficientes para leer la realidad, no es sinónimo de que ellas no existan o no funcionen, lo que apunta es que en términos de estructura clínica, analítica, política, lo que escapa es lo que crea. Problematizar la cuestión del Padre es también, de algún modo, potencializar la creencia política de que tenemos infinitas posibilidades de subjetivación que rompen con la tradición occidental judaico-cristiana de familia estructurada.
Pensar lo Real de forma emancipada de la naturaleza es lo que permite comprender la clínica de lo real a partir de las diversas discusiones contemporáneas sobre los modos de sufrimiento, los modos de estar. Réstanos, así, la radical posición poética-subjetiva: no hay saber en lo real, no hay causa y efecto, ni naturaleza de las cosas. Este Real inventado por Lacan es lo que permite comprender dentro del psicoanálisis la noción de contingencia, en la medida en que falta esa ley natural de la relación entre los sexos. Si el psicoanálisis es una cuestión de escucha, hagamos entonces ese esfuerzo para que podamos escuchar -bajo la óptica de este “aggionarmento” propio de la orientación lacaniana-, esta confusión sexual propia de nuestros tiempos, ante las más disidentes y complejas formas de constituirse.
REFERENCIA CURRICULAR
Juliana Rego Silva es Maestra en Psicología por la Universidad Federal de Santa Catarina, en la línea de investigación: Procesos de subjetivación, género y diversidades (Núcleo Márgenes). Estudia en su tesis el tema «Política, poder y sexualidad» en Brasil. Actualmente, es también Psicoanalista en formación por la Escuela Brasileña de Psicoanálisis con interés en Psicoanálisis, Cultura y Sociedad, Derechos Humanos, Diversidad Sexual y Políticas Públicas. Participa en el Proyecto Nacional Clínicas de Testimonio, dirigido a la reparación psicológica, desde la escucha psicoanalítica, a militantes y familiares afectados por la violencia de Estado en el periodo de dictadura militar en Brasil.