Revista con la A

25 de septiembre de 2020
Número coordinado por:
Bethsabé Huamán y R. E. Toledo
71

Hispanas en Estados Unidos

Chicana cuir: crónica universitaria

Liliana C. González

Soy hija de inmigrantes mexicanos de clase obrera en Estados Unidos. Mi experiencia educativa en la preparatoria, universidad y como profesora ha sido determinada por estas circunstancias sociales, económicas y culturales

Recuerdo que, cuando tenía diez años, le prometí a mi mamá que continuaría con mis estudios universitarios después de la preparatoria. Este recuerdo podría ser un dato insignificante, si no fuera porque soy hija de inmigrantes mexicanos de clase obrera en Estados Unidos. Mi experiencia educativa en la preparatoria, universidad y como profesora ha sido determinada por estas circunstancias sociales, económicas y culturales. Sin embargo, gracias a los sacrificios de mis padres y la ayuda de mentores a lo largo de mi carrera, he podido gozar de oportunidades y privilegios.

Tuve la ventaja de ir a la universidad y obtener un doctorado y ahora tengo una posición de privilegio al ser profesora universitaria. Sin embargo, como profesora, soy parte de una minoría en varios sentidos [1]. Por un lado, formo parte de una profesión en peligro de extinción; por otro lado, por ser mujer y chicana cuir pertenezco a una escasa minoría en el mundo académico. Sin indagar mucho en los números, creo importante resaltar que, en Estados Unidos, a pesar de que las latinas representan casi el 9% de la población, solo un 3% del profesorado son mujeres latinas [2]. Estas cifras son inquietantes, especialmente cuando se comparan con el porcentaje de hombres blancos en el ámbito académico. Los hombres blancos representan el 31% de la población total; sin embargo, constituyen el 41% del profesorado [3].

Más allá de ofrecer una causa exacta del porqué de esta desigualdad, ofrezco una respuesta por medio de una breve crónica de mi experiencia como chicana cuir en el mundo académico. Nací y crecí en Anaheim, una ciudad del sur de California, ubicada entre Los Ángeles y San Diego. Asistí a una preparatoria donde la mayoría de las y los estudiantes eran inmigrantes mexicanos o hijos e hijas de inmigrantes mexicanos que, en su gran mayoría, al menos en ese periodo, eran provenientes de Zacatecas y Jalisco (desde esta época los patrones migratorios han cambiado drásticamente). En pocas palabras, era una escuela muy mexicana. Tanto así que una vez ganamos un concurso de radio y el grupo norteño “Voces del Rancho” vino a tocar a la hora del almuerzo, la cual había sido alargada una hora más para celebrar la ocasión. Menciono la región precisamente porque Zacatecas y Jalisco fueron la cuna de la guerra católica de los Cristeros después de la Revolución Mexicana, impactando la cosmovisión de las y los habitantes y emigrantes de esta zona. El punto es que crecí en una comunidad transnacional, con tradiciones muy religiosas arraigadas a las costumbres de los pueblos y rancherías de la provincia mexicana, las cuales han marcado mi trayectoria personal y profesional. En términos de mexicanidad nunca me sentí diferente ya que todo a mi alrededor era mexicano, pero en cuestión de mi sexualidad era todo lo contrario. Si bien mi madre y mi padre nunca fueron muy religiosos, salir del armario no fue nada sencillo porque culturalmente les costó bastante asimilarlo. Aunque desde muy pequeña supe que no era heterosexual, no fue hasta el primer año de la licenciatura cuando por fin salí del armario. Siempre pensé que, si iba a la universidad, a mi familia no le importaría el hecho de que soy cuir. Sentía que mi valor dependía de mi éxito en la universidad y que esta iba a ser mi redención.

Si iba a la universidad, a mi familia no le importaría el hecho de que soy cuir. Sentía que mi valor dependía de mi éxito en la universidad y que esta iba a ser mi redención

Aunque mi padre y mi madre solamente estudiaron hasta el cuarto grado de la escuela primaria -lo cual era la norma en aquellos años en los campos mexicanos-, siempre me apoyaron con mis estudios. No obstante, el primer año en la universidad fue difícil ya que tuve que aprender a lidiar con las responsabilidades de estudiar, la familia y además con el trauma de haber callado algo tan importante. Me sentía ajena al mundo de la universidad. Era un espacio que activamente quería eliminarme de sus filas. Es realmente irónico porque, por un lado, la universidad fue un espacio de empoderamiento ya que fue ahí donde encontré una comunidad cuir; por otro lado, las universidades reproducen un sistema de exclusión a base de desatención y discriminación. No es exageración decir que las universidades en Estados Unidos son instituciones racistas y sexistas de fondo. Sin ir más allá, sabemos que las universidades más prestigiosas del país fueron beneficiadas por el sistema de esclavitud [4]. En sus inicios jamás se pensó que las mujeres y mucho menos las mujeres que no fueran blancas pisarían sus aulas de clase. Aunque con el tiempo las universidades se han hecho más accesibles, realmente nunca se han replanteado esas bases discriminatorias. Las universidades en Estados Unidos, aunque sean consideradas públicas no son gratis y para muchas personas resulta imposible asistir sin tener que trabajar y/o tener un tipo de ayuda financiera como becas o préstamos estudiantiles. Además de capital económico, se necesita capital social que se adquiere más fácilmente al crecer dentro o con cercanía al ámbito académico. Este capital social nos permite entender y asimilar las expectativas del mundo universitario. Al tomar esto en cuenta, vemos que las latinas en Estados Unidos además de navegar los desniveles estructurales también deben luchar contra prejuicios culturales, económicos, migratorios y/o de orientación sexual.

Las universidades reproducen un sistema de exclusión a base de desatención y discriminación

Para el posgrado decidí estudiar letras hispánicas con un énfasis en género y sexualidad. Para muchos las letras hispánicas representan un espacio liberal, pero es una disciplina relativamente conservadora, especialmente cuando se trata de género y sexualidad. Asimismo, el número de chicanas que estudian letras hispánicas es muy bajo en comparación con otras disciplinas. El reto, entonces, era doble. Mi realidad como Chicana y cuir no eran exactamente bienvenidas en un espacio tradicionalmente dominado por académicos blancos estadounidenses, españoles, y latinoamericanos heteronormativos. Durante el posgrado me topé con situaciones incómodas, desde encontrarme con personas que se sorprendían de que hablara español sin acento, hasta otros que me comentaban sin reparo que no escribía muy bien, pero que tampoco demasiado mal. Es decir, tuve que navegar con micro agresiones en un espacio que, supuestamente, fomenta la igualdad y la inclusividad. Además de ser cuir, cómo presento mi género ha tenido un peso importante. En ciertos ámbitos, mi porte masculino me ha beneficiado, pero en otras ocasiones me ha dejado una sensación de rechazo. En una ocasión, una doctoranda me dijo que, si realmente quería ayudar a la comunidad mexicana, tenía que feminizar mi aspecto. Aunque fue lamentable darme cuenta que existían personas que creían que era necesario cambiar algo tan personal como la expresión de género para poder encajar, fue un momento revelador. En este sentido, no es muy difícil imaginar el sinfín de obstáculos a los que se enfrentan las personas de género no binario y trans. De igual manera, es triste saber que algunas personas, hasta las más inesperadas, quieren controlar quién tiene derecho a estar dentro del ámbito académico.

A pesar de estas experiencias desalentadoras, siempre me mantuve firme en mi meta. Afortunadamente, llegó un punto en el cual me encontré con profesores y profesoras latinas, cuir en particular, que valoraron mis ideas y mi esfuerzo. Gracias a ellas logré sobrevivir el mundo universitario hasta llegar a formar parte del profesorado. Esta experiencia me lleva a recalcar que la ausencia de representación latina indudablemente no es cuestión de falta de esfuerzo o de trabajo, sino que las oportunidades son escasas y reducidas. Asimismo, cuando el profesorado es representativo del cuerpo estudiantil, los grupos que tienden a ser marginalizados tienen más herramientas y apoyo para tener éxito en el sistema educativo. Sin duda, es hora de cambiar esta realidad ya que estamos en un momento crucial en medio de una pandemia y de movimientos feministas y de justicia racial que exigen un cambio radical en las entrañas de nuestra sociedad.

NOTAS

[1] https://www.aaup.org/article/demographic-dividend#.XxZFjJNKi3I

[2] https://nces.ed.gov/fastfacts/display.asp?id=61

[3]https://www.washingtonpost.com/news/the-fix/wp/2014/10/08/65-percent-of-all-american-elected-officials-are-white-men/

[4] https://www.apmreports.org/episode/2017/09/04/shackled-legacy

 

REFERENCIA CURRICULAR

Liliana C. González es doctora egresada de la Universidad de Arizona. Actualmente es profesora de estudios de género en la Universidad Estatal de California, Northridge. Ha impartido conferencias y cursos sobre género y sexualidad en la literatura mexicana, literatura chicana, y la narco-narrativa. Es aficionada a la música, el fútbol, y recientemente al ciclismo.

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