Revista con la A

25 de marzo de 2019
Número coordinado por:
Soledad Muruaga y Pilar Pascual
62

La Psicoterapia de Equidad Feminista

Arquetipos y proyecciones

Antes que nada, quiero recordar que los arquetipos femenino y masculino, que expliqué en los dos últimos artículos, no funcionan de forma consciente salvo cuando trabajamos, lo más objetivamente posible, en el autoconocimiento, lo que nos permite observar cómo funcionan estas dos figuras psíquicas en nuestra conducta y las pautas que movilizamos en nuestras relaciones. En principio se consideran importantes sobre todo en el caso de las relaciones de pareja aunque, al menos desde la Astrología, actúan en todo tipo de relaciones lo que supone que, además de interferir en las relaciones con personas del sexo opuesto, interfieren en las relaciones humanas en general ya sean estas de amistad, amor, familiares o de trabajo. Difícilmente lograremos relaciones constructivas y satisfactorias si estas figuras actúan negativamente, que es lo que suele ocurrir privada y colectivamente. Por eso resulta conveniente tener una idea lo más clara posible de ellas ya que es la forma en que cada persona podrá cooperar con sus contenidos inconscientes liberando de esa responsabilidad a aquellas con las que se relaciona, lo que permitirá conocerlas mejor y se podrán establecer relaciones más auténticas.

“Jamás conoció hombre alguno por sí solo su propio linaje.” (Homero)

Es evidente que las primeras figuras de las que tenemos conocimiento y que van a influir de forma muy determinante en el desarrollo psíquico de nuestra personalidad, por tanto de los arquetipos femenino y masculino de la psique, son el padre y la madre, ya sea por presencia como por ausencia. Su importancia va más allá de la relación personal que se tenga con ambos pues la experiencia del padre y la madre es universal y arquetípica, construidas en base a milenios de experiencias colectivas y personales sobre las relaciones que con las dos se establecen. Aunque debo recordaros algo a lo que ya me referí en artículos anteriores: como la experiencia psíquica comienza en el útero, es fundamental la experiencia con la madre y los mensajes que ella nos lanza como intermediaria entre el feto y el mundo de ahí afuera; por otra parte la relación que se establece con la madre en la infancia suele ser más larga y profunda de la que se establece con el padre, por esta razón podemos observar muchos de los problemas que arrastramos siguiendo el curso de la línea materna pues es común que complejos, conductas, expectativas y decepciones se hayan trasladado a la psique personal a partir de la experiencia de la madre, de la madre de la madre y de las anteriores mujeres de la familia, y esto se sucede hasta que, dentro de esta línea hereditaria, una mujer rompe y soluciona el problema.

Sé que en la actualidad hay familias donde aparecen dos padres o dos madres, pero los arquetipos que constelan nuestras vidas se construyen en base a toda la experiencia humana durante milenios y estas formas de convivencia, con ser importantes y dejar su impronta, son relativamente modernas y por tanto jóvenes y recientes para la psique, por lo que no me atrevo a mayores consideraciones salvo en el caso de la madre que siempre, en cualquier caso y por cualquier método, existe.

En la carta natal de una persona, que estudia la astrología, las figuras parentales no son visibles objetivamente. Lo que aparecen son los arquetipos y sus características, así como la vivencia que la persona tiene de ambos progenitores con independencia de cómo sean en realidad. Por otra parte son seres humanos con sus limitaciones, defectos y virtudes y, de una u otra forma, cargamos con su experiencia y la visión que tienen de su labor como madre y padre y de cómo realizar su tarea sobre sus descendientes. Pueden querer cumplir a través del hijo o la hija los sueños irrealizados, la vocación que no cumplieron o conseguir el éxito que no pudieron alcanzar. O bien sienten que no estaba en su proyecto vital ser padre o madre, o que su prole no se ciñe a sus expectativas, esperan un hijo y nace una hija y viceversa. Sea cual fuere su experiencia parental todas las personas estamos destinadas a vivenciar el enfrentamiento entre su personalidad y la nuestra, sus complejos psíquicos y los nuestros, y esto puede perpetuarse durante nuestra vida. Si nos privan de sus cuidados porque uno de los dos falta, o ambos, su ausencia puede representar una carencia insoportable porque la psique aborrece el vacío, razón por la que se suele buscar otra figura en la cercanía familiar que pueda servir como sustituta.

En la infancia somos dependientes, pero cuando nos convertimos en adolescentes solemos sufrir con rebeldía sus normas y los límites impuestos. Por tanto, presentes o ausentes, su influencia, forma de entender la vida y el ejemplo que nos den de la propia femineidad o masculinidad, tienen un valor determinante que en ocasiones nos llevan a sentir hacia ambas figuras enemistad y deseos de librarnos tanto de una como de otra o de aquella que más nos incomode.

Suele ser en la edad adulta, cuando somos más capaces de comprender que son seres humanos no dioses, que lo hicieron lo mejor que pudieron, supieron o quisieron, y que debemos librarnos, por nuestro propio bien, del resentimiento, la frustración o la excesiva dependencia que pudieron causarnos. Son muchos los mitos en los que se alude al enfrentamiento entre padre e hijo donde el hijo mata al padre. El símbolo de su muerte, en ocasiones real, es el de la independencia que lleva a desarrollar al padre y la madre interna, porque debemos hacernos cargo de nuestra vida y generar las condiciones necesarias para darnos el amor que nuestra figura materna nos dio o imponernos los límites y la disciplina que nos obligó a cumplir nuestra figura paterna. Ambas representan los símbolos de lo femenino y masculino que llevamos impresos en nuestra psique, además de considerar que si nos toca la vez de tener nuestra propia descendencia, lo queramos o no, somos personas destinadas a equivocarnos, en muchas ocasiones arrastrando sus propios pecados y conflictos, y siempre sintiendo la necesidad del perdón necesario. Es nuestra la responsabilidad de transmutar el sufrimiento en esperanza.

Es necesario también recordar que el arquetipo femenino funciona en el hombre como la visión, idealización, y opinión que éste tiene de las mujeres, siendo la representación de su propia parte femenina con todas sus cualidades y defectos. Ocurre igual en la mujer con el arquetipo masculino que representa la visión que tiene del hombre, individual y colectivamente, siendo la representación de su propia condición psíquica masculina. Pero son figuras autónomas y cambiantes, personal y socialmente; si nos fijamos en las modas el ideal  femenino ha ido cambiando con el tiempo dependiendo de las culturas en las que se desarrolla, igual que ocurre con el hombre. La percepción individual pertenece a cada persona aunque, con dificultad, podemos liberarnos de las “modas” sociales del momento, teniendo en cuenta que siempre, cada figura arquetípica femenina y masculina, podrá cambiar su aspecto exterior pero mantendrá su esencia. Es decir, el aspecto femenino de la psique siempre será tierra y agua, terrenalidad y sentimiento, mientras que el aspecto masculino será aire y fuego, pensamiento e intuición. Estas dos figuras, en la medida que actúan de forma inconsciente, son proyectadas en las relaciones que establecemos.

“Cuando un proceso interno no puede ser integrado, usualmente se proyecta hacia el exterior.” (Carl Gustav Jung)

La proyección es un fenómeno psíquico, absolutamente común, que actúa como una imagen intermedia o, mejor aún, como un espejo  entre la persona que somos y el juicio que emitimos sobre las demás. Unas veces lo que proyectamos forma parte de aquello que valoramos en nuestra propia personalidad, en cuyo caso sentiremos confort y atracción por aquellas personas que poseen esas cualidades; si consideramos ser inteligentes y con cultura nos sentiremos familiarmente atraídas por personas que poseen o creemos que poseen esas cualidades. En otras ocasiones nos atraerán personas que poseen, o creemos que poseen, aquello que deseamos conseguir, ya sea bondad, cultura, sensibilidad, o cualquier otro valor, aunque una cosa es aquello que queremos ver y otra distinta lo que realmente es, algo que en las relaciones resulta una carga, normalmente excesiva, para la persona que tiene que soportarla y sobre la que hemos descargado nuestras expectativas. Quizás, la proyección más conflictiva es la que nos hace rechazar, vehementemente, personas y conductas a las que percibimos con defectos que nos resultan insoportables. Es mucho más fácil creer que todo lo malo procede del exterior encarnado en personas cuyos vicios y defectos nos son ajenos. Señalamos defectos que no percibimos en nosotras y nosotros mismos y, curiosamente, estos son patentes desde el punto de vista de los demás.

Recuerdo el caso de una mujer muy débil psicológicamente, extremadamente victimista, que solía ponerse muy nerviosa cuando estaba delante de alguien que lloraba o se quejaba de su situación “porque no soportaba su debilidad”, argumentando que no podría tener con ella una relación de ningún tipo y, sin embargo, era normal verla quejándose de su mala suerte y de lo mal que la trataba el mundo. Creemos conocer a las personas cuando lo que hacemos es proyectar sobre ellas nuestra realidad, aceptada, deseada o rechazada, y superponemos nuestras expectativas, deseos, vicios y debilidades sobre ellas porque, como un mecanismo de defensa, la proyección funciona atribuyéndoles lo que nos resulta inaceptable o no reconocido en nuestro interior, y así “echamos balones fuera”, o como solemos decir “vemos la paja en el ojo ajeno y no la viga en el nuestro”.

Algo que también se produce colectivamente. Ocurre ahora, por ejemplo, con las personas migrantes, cuando por intereses  políticos nos inculcan la idea de que nos roban, violan, quitan el trabajo y son la causa de la ruina del país, consiguiendo que la sociedad proyecte sobre un colectivo expiatorio los problemas que no han podido o querido solucionar, olvidando que vivimos en un mundo global donde también somos migrantes.

Podríamos decir que el exterior no existe, todo es interno y esa interioridad, para bien o para mal, es la que proyectamos y con la que juzgamos el mundo y a las personas que habitamos en él.

“La función primordial del cerebro no es el ser inteligente, sino el hacernos sobrevivir.”  (José Carlos Aranda)

El trabajo a realizar consiste en tomar conciencia de nuestra verdadera naturaleza: somos animales racionales que, a veces, en su parte animal retienen una bestia salvaje. La conciencia es una cualidad que no está presente en los demás animales, solamente en el ser humano. Los contenidos inconscientes y no aceptados, si se reprimen, cobran mayor intensidad causando furia, enojo, frustración, obsesiones injustificadas y en muchas ocasiones depresiones graves que pueden conducir a enfermedad mental. Es muy doloroso aceptar nuestra propia oscuridad porque la sociedad, la familia, la pareja, las amistades, la mayor parte de las veces nos exigen perfección, educándonos para mostrar al mundo una imagen aceptable social y familiarmente. Y cuanto mayor es la perfección sobre la que trabajamos mayor es la oscuridad que negamos. Cuando daba clase solía poner el ejemplo de las ciudades civilizadas con sus urbanizaciones limpias, pulcras, sus jardines cuidados, perfectos. Y eso requiere mucha basura, cuanto más se limpia más se llena el cubo y luego no se sabe qué hacer con él. Es uno de los mayores problemas que tenemos como civilización ¿qué hacer con la basura que generamos? Porque parte de ella puede ser abono que ayude a generar vida, pero otra parte, la que no es biodegradable, solo puede ser reciclada y reutilizada desde la transformación. No vale ocultarla debajo de la alfombra para que no moleste ni tirarla al mar que todo se lo traga y luego te lo devuelve. Si conseguimos relajarnos y dejar que se muestre parte de nuestra humanidad real, con sus virtudes y vicios, mayor será nuestro equilibrio interno.

Todas estas consideraciones necesitan de la luz de la conciencia, sobre todo porque no solo afectan a nuestro desarrollo, sino porque también dificultan nuestras relaciones, como personas, sociedades y civilización.

Hasta el próximo artículo. Seguiremos.

 

REFERENCIA CURRICULAR

María Garrido Bens es astróloga, con una experiencia profesional de 45 años como docente y consultora en el campo de la Astrología tanto personal como mundial. Experta en Lenguaje Simbólico y Mitología aplicada a la Psicología. Profesora de Evolución Mental, Sanación y Meditación. En la actualidad ocupa el cargo de Tesorera de la Asociación con la A.

 

 

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