Revista con la A

25 de julio de 2017
Número coordinado por:
Bethsabé Huamán
52

Presidentas: Las mujeres en el poder

Doña Violeta: recuerdos del pasado reciente

Violeta Barrios

Adriana Palacios. Violeta Barrios de Chamorro fue la candidata de la Unión Nacional Opositora que venció al Frente Sandinista de Liberación Nacional en las elecciones presidenciales de 1990. Ella enlazaba dos coordenadas: la de disolución del proyecto histórico revolucionario y la utopía sandinista con un nuevo arreglo de lo político-social dentro del modelo neoliberal

¿Cómo quisiera que la recordaran los libros escolares de texto?

[…] No sé, porque eso está en el corazón de las personas

que escriben la historia, que pongan lo que hice si quieren, si no, no [1].

El epígrafe arriba reproduce una de las preguntas que Fabián Medina, periodista nicaragüense, le hizo a la ex Presidenta Violeta Barrios de Chamorro en 1996, su último año de mandato. Ante la pregunta hay una no respuesta. Violeta, en su decir, tanto vindica el derecho a recordar, como cuestiona el oficio del historiador y los usos políticos del pasado. Ella sabe de qué habla. Irónicamente, su administración comenzó un proceso de reescritura de la historia, con h mayúscula, y de borradura de las memorias públicas del período revolucionario en la totalidad de lo social.

Violeta Barrios de Chamorro fue la candidata de la Unión Nacional Opositora (UNO), coalición de 14 partidos de oposición, que venció al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en las elecciones presidenciales de 1990. Ella enlazaba dos coordenadas: la de disolución del proyecto histórico revolucionario y la utopía sandinista con un nuevo arreglo de lo político-social dentro del modelo neoliberal. Dicho arreglo era la subordinación del poder militar al poder civil, la restauración del paradigma de propiedad privada, el rápido paso a una economía de mercado y la costura de un estado de democracia constitucional. Según textos de las ciencias sociales y políticas estos son los logros más destacados de su administración, de mayor rendimiento institucional y alcance en el tiempo [2].

Violeta, no sólo en los libros escolares de texto sino como figura de la cultura popular nicaragüense, es recordada por ser la primera mujer presidenta de Nicaragua y del continente americano que llegó a la presidencia mediante elecciones; querida por haber abolido el Servicio Militar Patriótico obligatorio; admirada por madre sacrificada que amó a su país y trajo la democracia, la paz y la reconciliación entre los ‘hermanos’ nicaragüenses.

Su imagen es de una mujer bien intencionada y de simpleza profunda, cuya habla y modales se recrean, no sin sorna, hasta estos días. Ella es Doña Violeta, apelativo deferencial que la coloca en el interior del reservorio moral de la nación. A principios de este año, diputados liberales propusieron ante la Asamblea Nacional su nombramiento como ‘heroína’. La propuesta no fue recibida con entusiasmo por la bancada sandinista. En la ‘cultura heroica’ de este país, el título de héroe o heroína se otorga por ley sólo a “personas fallecidas”. Esta fue la justificación para dar punto final a la iniciativa.

En este texto repaso escenas del ingreso de Violeta al teatro político nacional, sus movimientos dentro de los arquetipos femeninos -marcados por su relación de pareja y maternidad- y planteo ideas relativas a la ciudadanía de las mujeres nacidas de su caso.

En 1978 Violeta debutó en la pantalla pública nacional precipitada por el asesinato de su esposo Pedro J. Chamorro, periodista y director del diario La Prensa, quien fue una de las cabezas conservadoras más visibles en la lucha anti-somocista. En este momento, Violeta se apropió del cuerpo y la memoria de su esposo para legitimar políticamente el suyo. Ella será Él. Fue así, desde su condición vicaria de “guardiana de los sueños de Pedro” [3] -, que formó parte de la Junta de Reconstrucción Nacional (JGRN) justo después del triunfo de la Revolución Popular Sandinista, en 1979. Un año después se separó y pasó a ser una adversaria recia de la Revolución desde su posición en el diario La Prensa.

Violeta relocalizó su maternidad y la sublimó sobre la nación para transformarse en madre de las y los nicaragüenses

En 1989, siendo candidata a la presidencia por la UNO, Violeta relocalizó su maternidad y la sublimó sobre la nación para transformarse en madre de las y los nicaragüenses. Aquí, su propia experiencia, tener hijos e hijas enfrentados ideológicamente, la convertía en alegoría de los testimonios de las familias nicaragüenses, principalmente de aquellas familias de clases populares, las más estragadas por la guerra y la crisis económica. Su campaña se anudaba alrededor de su cuerpo que “encarnaba el dolor” de la madre nicaragüense, y su voz que era la “esperanza”.

Dicha voz interfería radicalmente la virulencia del discurso político revolucionario, invertía en la producción de empatía e intensidad emocional, e interpretaba bien el deseo de la mayoría: acabar con la guerra.

También, era una voz femenina que citaba insaciablemente al marido asesinado, que prestaba todos sus dichos de la domesticidad y expresaba abiertamente que no tenía ‘experiencia política’. Reclamo de su parte no del todo cierto si pensamos en los años que, en un cuerpo a cuerpo con Pedro, su esposo, participaron y se forjaron políticamente en lucha anti-somocista, hasta llegar a las líneas de oposición anti-sandinista, tránsitos que he señalado arriba.

Violeta es, tal como expresó Ileana Rodríguez, una lección de género y etnicidad en tiempos de transición [4]. Debemos leer ‘etnicidad’ como raza/clase, una modalidad en que se encarna el género, condición de posibilidad de su candidatura y victoria. En un sentido opuesto, guardando las singularidades para cada caso, el factor etnicidad tornó inviables las candidaturas de las guatemaltecas Rigoberta Menchú Tum y Sandra Torres.

El triunfo de Violeta puso en entredicho la creencia de que la Revolución Popular Sandinista transformó el conjunto de las relaciones sociales. El consenso logrado alrededor de su candidatura radicaba en sus propios orígenes oligárquicos, la presencia de familias notables en ambos grupos revolucionarios y contra-revolucionarios, el imaginario hegemónico de la oligarquía como clase gobernante y la veneración a la madre derivada del marianismo de un país predominantemente católico [5]. Además, su candidatura recibió el apoyo del gobierno de Estados Unidos, quien financió por casi una década la agresión contrarrevolucionaria.

Violeta fue una gobernante que hablaba del ‘progreso’ y razonaba la democracia desde la urgencia de restauración macroeconómica del país. Dicha restauración no significó la mejoría de la vida de las gentes. Es paradójico que, a pesar de los valores conservadores cristianos que vinieron con su administración, brotaron con intensidad y reconocimiento gubernamental movimientos de mujeres feministas, antes vinculadas al Estado revolucionario, ahora auto-declaradas ‘autónomas’.

Uno de los lados oscuros de su ‘maternidad’, desde la perspectiva de la justicia transicional, fue la proyección del perdón cristiano a las políticas de Estado

Uno de los lados oscuros de su ‘maternidad’, desde la perspectiva de la justicia transicional, fue la proyección del perdón cristiano a las políticas de Estado. El pasado traumático de la guerra y las violaciones a los Derechos Humanos se volvieron un secreto de familia. Las leyes de amnistía produjeron incapacidad para exigir justicia o discutir públicamente el pasado. El mandato era perdonar y olvidar, crear una democracia formal desde punto cero. Aquí puedo señalar una aporía de la democracia fundada en los 90.

En el año 2006, una mujer, otrora Jefa de campaña del FSLN, actual Vice-Presidenta de Nicaragua, Rosario Murillo Zambrana, sirviéndose de lemas como “el amor es más fuerte que el odio”, pidiendo perdón a la nación, llevó a la presidencia a su esposo Daniel Ortega Saavedra -otra versión de aquel Daniel que Violeta había derrotado electoralmente 16 años antes-. Las campañas del FSLN (1995-2006) prolongaban y refuncionalizaban la política de reconciliación de Violeta. Ellas planteaban con acierto que la sociedad seguía polarizada, y que la reconciliación, más allá de ser un patrimonio consumado, continuaba pendiente.

Violeta Barrios de Chamorro es un caso muy excepcional, abigarrado y contradictorio para pensar las ciudadanías de las mujeres en regiones como Centroamérica. Más aún, para escribir sobre sus subjetividades en diferentes coyunturas históricas. Si bien no me ocupo de hablar de su subjetividad y las formas en que ella se representó a sí misma, me gusta leer su trayectoria como una historia suya propia, una de audacia; y leo su presidencia como un acto de valentía en un “proceso de pacificación y democratización particularmente difícil para Nicaragua” [6], como ella afirma en sus memorias.

Me gusta pensar su camino como una pedagogía de la participación política de las mujeres. Su imagen, muy a pesar de ser inscribible dentro del repertorio del girl power y los saberes femeninos ontologizados, aún cliché y despojada de conflictos, tiene el poder de afectarnos. Las chavalitas [7] de mi generación vieron por primera vez a una mujer en el fogueo de una campaña electoral en tiempos de guerra, hablando frente a hombres armados, liderando desde la Presidencia transformaciones de un país.

En la posrevolución aprendimos que podíamos comprar de todo en el mercado, pero también, que los procesos políticos siguen dinámicas emocionales, que los roles de género tradicionales pueden destilarse en formas de ejercicio ciudadano. Aprendimos que el ‘corazón’ era un lugar de discurso. Quizás hasta hoy nos convencemos de la importancia de ser visibles, pero también, de tomar nota de las continuidades a pesar de los grandes cambios.

Hablando de la vista, pienso nuevamente en la candidatura de Rigoberta Menchú Tum, o en otras más recientes como la de Hillary Clinton o Jill Stein, que son otras pedagogías, otras puestas en escena de, digamos, límites de la imaginación pública; acto tras acto de preparación para algo aún no visto. Ese ‘algo’, que es otro nombre de la historia, y que las mujeres nicaragüenses empezamos a ver y pensar con Violeta desde hace 27 años.

 

NOTAS 

[1] Medina, F. ( 08/03/2015) “El día que lloró Violeta”. La Prensa. Recuperado desde: http://www.laprensa.com.ni/2015/03/08/suplemento/la-prensa-domingo/1794876-el-dia-que-lloro-violeta-barrios-de-chamorro ( 03/06/2017)

[2] Pueden consultarse los trabajos de Close, D. Los años de Doña Violeta. Managua: Editorial Lea, 1999; y Close, D. y Martí i Puig, S. (Eds) Nicaragua y el FSLN ¿Qué queda de la revolución? Barcelona: Edicions Bellaterra, 2009.

[3] Barrios de Chamorro, V. Sueños del Corazón. Traducción Andrés Linares. Madrid: Acento Editorial, 1997, p. 17.

[4] En el Prefacio del libro House, Garden, Nation Ileana hace un análisis muy fino de Violeta como modelo sincrético de dos momentos de la modernidad en el siglo XX. Ver Rodríguez, I. House, Garden, Nation. Space, Gender and Ethnicity in post-colonial Latin American Literatures by Women. Trad. Robert Carr. Londres: Duke University Press, 1994.

[5] Un artículo lindísimo sobre redes familiares y poder político en Nicaragua que retomo para este argumento es de Carlos Vilas “Family Affairs: Class, lineage and Politics in Contemporary Nicaragua”. Journal of Latin American Studies Vol 24, No.2 (Mayo 1992) p. 309-341.

[6] Barrios de Chamorro, V. Ob Cit, p. 379

[7] Niñas

 

 

REFERENCIA CURRICULAR

Adriana Palacios (Nicaragua, 1982) Actualmente estudiando y aprendiendo en actividades agropecuarias.

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