Revista con la A

26 de marzo de 2018
Número coordinado por:
Anastasia Téllez
56

El Valle de la Igualdad

Verdear para un buen vivir

Un día cualquiera, en una ciudad cualquier, un paseo a pie por sus calles… y observamos que el paisaje de las mismas se ha transformado.

Un día cualquiera de un luminoso verano cualquiera, que llena de colores cada esquina, cada calle y cada espacio, y descubres que hay algo que le falta a dichos entornos para sentir la vida en ellos y que no sabes identificar, hasta que rescatas de tu memoria que en esa plaza, hasta hace no mucho, existía el color verde, el color de la vida en forma de árboles y arbustos.

Las ciudades, esos espacios de convivencia, se están convirtiendo en grandes escenarios visitados por miles de espectadores temporales, denominados turistas.

Este fenómeno, ha recuperado de mi memoria esos comedores de mi infancia, de las casas familiares de 40 m., donde el espacio más grande de esas mínimas viviendas no permanecía abierto para la convivencia diaria, sólo se disfrutaba cuando venían las visitas, cuando se celebraban comidas familiares, esos salones museo con horarios restringidos a la vida familiar.

Nuestros grandes espacios de convivencia social se están convirtiendo, en toda Europa, en espacios sin alma.

Tenemos que recuperar las ciudades a la vida, para la vida cotidiana, no para las visitas ocasionales.

Sabemos que las ciudades son el ecosistema que mejor permite disfrutar de una vida digna y más previsible al ofrecer un abanico de oportunidades laborales, económicas, culturales y sanitarias, pero también sabemos que producen alteraciones de nuestro metabolismo, de nuestra salud al respirar, de nuestro sistema nervioso ante su nivel de ruidos.

Somos sociedades duales, de lunes a viernes nos alimentamos en el ecosistema urbano, y los fines de semana, o a la menor oportunidad, escapamos a entornos más naturales para no caer en la neurosis de las urbes.

La contaminación, el deterioro de los ecosistemas y la urbanización, las trasladamos en nuestros itinerarios de ida y vuelta, urbanizando a nuestro paso costas y parajes naturales.

Naturalicemos nuestras ciudades. Devolvamos espacios en que se pueda desarrollar la vida a unos minutos de caminata, a unas paradas de autobús o a un transbordo de metro, y ayudaremos a nuestra salud diaria, a nuestros ecosistemas de recreo y al planeta en general.

Hemos eliminado los ventiladores naturales de nuestras ciudades… Los árboles han desaparecido de nuestras plazas y calles, los hemos sustituido por el asfalto, un gran acumulador de calor durante el día que, equitativamente, nos lo devuelve por las noches para convertirlas en tropicales.

Verdear y verdear y verdear nuestras ciudades nos beneficia a todas las personas, pero sobre todo a la población más vulnerable física y económicamente, a nuestros y nuestras mayores, a nuestra infancia.

Verdear espacios públicos pero también privados. Para parar, para respirar y para calmar las tensiones de la vida urbana con la contemplación a través de nuestra ventana de unos árboles, de unas flores silvestres en un huerto urbano, de unos geranios en un balcón sin tener que esperar al ansiado fin de semana.

Repensemos colectivamente en clave verde, porque la salud de nuestros ecosistemas urbanos y la de sus moradores van unidas de forma indisoluble.

Ojala, un día cualquiera, en una ciudad cualquiera, un paseo a pie por sus calles y plazuelas redescubra que el color verde vuelve a formar parte del paisaje y que ha vuelto para quedarse.

 

REFERENCIA CURRICULAR

Araceli Benito de la Torre es Socióloga e Informática de profesión. Le apasiona la naturaleza y cree en la ecología política y en la egoecología -la necesidad de gestionar de forma más natural nuestro yo interior-. Por eso, imparte cursos de  Inteligencia Emocional y Técnicas de Autoconocimiento. Disfruta aprendiendo de las y los demás y realizando cosas nuevas, por lo que considera que este espacio es una oportunidad para seguir disfrutando y creciendo.

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