Visibilidad y diversidades lésbicas: Nuestra identidad es política
El mundo LGBTI es un mundo machista también, qué duda cabe: nacer LGBTI no nos exime del machismo
Recuerdo aquellos pubs en los que entrábamos tocando el timbre y que eran solo para mujeres, aquellos “espacios-gueto” que construíamos para nuestra propia supervivencia y que tantas críticas recibieron. Esos lugares eran los únicos espacios -¡los únicos!- en donde no nos sentíamos lesbianas. Allí nos relacionábamos de igual a igual y de la misma manera que en el pub de al lado; allí dentro ocurría exactamente lo mismo que ocurría en el resto de establecimientos, incluida toda la cultura machista aprehendida que, inconscientemente, reproducíamos. Sí, el mundo LGBTI es un mundo machista también, qué duda cabe: nacer LGBTI no nos exime del machismo.
El colectivo lésbico nos aportaba el calor de una familia, de un entorno que nos aceptaba, nos reconocía, nos nombraba, nos cobijaba. En el seno de esa familia lésbica el miedo desaparecía. Y como el amor o la identidad no tienen nada que ver con la edad, allí nos congregábamos todas juntas: ¡tantas generaciones conviviendo libres y seguras en un pequeño espacio durante unas horas! Al salir otra vez a la calle, cierto es, tomábamos de nuevo conciencia de la realidad y regresábamos a nuestros respectivos armarios, asumiendo que la discreción era lógica porque, al fin y al cabo, ser lesbiana no era normal y estaba mal visto, ya que nos convertía en mujeres desviadas (de nuestro lugar en el mundo), poco decentes y en una vergüenza para muchos hogares.
Esas experiencias vitales en las que vivíamos como algo negativo nuestra identidad, nuestra orientación sexual, nuestra proyección del deseo y nuestros vínculos afectivos, hizo mella, ya que crecimos sintiendo que había una parte importante de nosotras que no era digna de orgullo ni de bandera. Desarrollamos la llamada “lesbofobia interiorizada”, es decir, el miedo o el rechazo hacia nuestra propia homosexualidad. Algo a lo que aún se enfrentan incluso las generaciones más jóvenes, cuya educación en diversidad Lgbti aún no es prioritaria en los centros educativos, en donde hasta el 80% del alumnado gay, lésbico y bisexual escucha su orientación sexual por primera vez en forma de insulto [1].
Dicha homofobia interiorizada genera en quien la padece temor al rechazo por parte de las demás personas y favorece que no salgamos del armario, es decir, que no vivamos en libertad. Prueba de ello es, por ejemplo, que el 63% de las lesbianas reconozca que su orientación sexual ha tenido un impacto negativo en su vida, o bien que el 62% no muestre afecto en público hacia su pareja [2].
Como mujeres y como lesbianas necesitamos aprender a mirar el mundo a través de las gafas violetas. El feminismo nos enseña a decir “basta, la homosexualidad sí es natural y no vamos a permitir un solo armario más”. La teoría feminista nos da las herramientas necesarias para llevar a cabo un ejercicio de auto-análisis y poder reconocer en nosotras la propia lesbofobia: detectarla es fundamental para poder combatirla. Deconstruir el machismo que nos oprime como mujeres, por una parte, y como lesbianas, por otra; y reconocernos para ser capaces de detectar las injusticias. Transformarnos para transformar: ese es el gran aprendizaje a través del feminismo.
Mandamiento de la Ley del Patriarca
Las lesbianas atentamos de lleno contra el primer mandamiento de la Ley del Patriarca, aquel que dice: «amarás y desearás al hombre por encima de todas las cosas”. Las lesbianas somos las únicas mujeres que nos situamos frente a ese hombre, ese patriarca, y le decimos a los ojos: “jamás me voy a enamorar de ti y jamás te voy a desear”. El castigo como mujeres que somos está definido: aumento del abuso sexual cuando estamos en pareja. O incluso la violación, pero con un reto añadido: el correctivo. No en vano se llaman “violaciones correctivas”. Y esas violaciones correctivas no solo tienen que ver con nosotras, las lesbianas, sino que también se dirigen a ti, compañera heterosexual, para decirte: “recuerda bien el primer mandamiento de la ley del patriarca y no te desvíes del camino, porque mira qué te pasará si no la cumples”.
El amor lesbiano es revolución por cuanto pone en jaque al sistema heteronormativo
El amor lesbiano es revolución por cuanto pone en jaque al sistema heteronormativo. Asimismo, es un acto de resistencia, como bien señalaba Cherlyl Clarke en 1988 [3]:
“Ser lesbiana en una cultura tan supramachista -capitalista – misógina- racista-homofóbica e imperialista, es un acto de resistencia, una resistencia que debe ser acogida a través del mundo por todas las fuerzas progresistas. […] La lesbiana, esa mujer ‘que ha tomado a otra mujer como amante’, ha logrado resistir el imperialismo del amo en esa esfera de su vida. La lesbiana ha descolonizado su cuerpo. Ella ha rechazado una vida de servidumbre que es implícita en las relaciones heterosexistas/heterosexuales occidentales y ha aceptado el potencial de la mutualidad en una relación lésbica, no obstante, los papeles”.
Por tanto, posicionarnos como lesbianas feministas es un acto político y una propuesta transformadora [4].
El armario social
Hace poco me dijeron que las lesbianas ya no somos un sujeto político. Decir que como lesbiana ya somos libres porque nos podemos casar -a menudo, la frase que afirma una supuesta igualdad presente va seguida al hecho de que ya contamos con el matrimonio igualitario, como si nuestra vida se redujera a casarnos-, equivale a decir que las mujeres ya hemos conseguido la igualdad porque ya podemos hacer lo que queramos en cada momento e incluso trabajar en donde queramos, sin detenernos a analizar en el impacto que tiene en nuestras vidas lo que hagamos o en por qué no hemos sido nunca presidentas de gobierno.
Existe un concepto en la teoría de género que se llama interseccionalidad, y viene a decir Grosso Modo que, por cada característica que no cumplamos de entre las hegemónicamente establecidas por el sistema, nos penalizan, y, cuanto más diversas seamos, más penalizaciones nos oprimirán en la vida. Ser lesbiana y vivir como lesbiana implica un incumplimiento de la norma, y la sociedad se encarga de que crezcamos y vivamos con esa conciencia -mediante la ya mencionada “lesbofobia interiorizada”- y en oponer resistencia a nuestra existencia. ¿Cómo? Mediante el armario social. Y, ¿en qué consiste este armario social? Por un lado, en que todo se presuponga heterosexual a menos que se demuestre lo contrario y, por otro, en callarnos cuando hacemos alusión a nuestra orientación con la excusa de que “nadie va contando por ahí que es heterosexual, ¿por qué has de ir diciendo tú que eres lesbiana?”.
Ambas premisas constituyen la base perfecta para la construcción de un armario social en el que nos meten -no nos metemos- y nos mantienen así relegadas al espacio privado e íntimo. El armario es social y, como sociedad, hemos de responsabilizarnos de él. Relegar nuestras vidas de pareja a la intimidad, a lo privado, es una actitud patriarcal y, por tanto, opresora. O lo personal es político para todas o no lo es para ninguna. Y ya sabemos muy bien que lo personal es y debe ser político, para todas, porque se nos va la vida en ello. Se nos va la vida en ello.
NOTAS
[1] Extraído del estudio “LGBTfobia en las aulas 2015”. Disponible en https://cogameduca.files.wordpress.com/2016/03/1-lgbt-fobia-en-las-aulas-2015-informe-completo-web.pdf
[2] Estudio titulado “¿Cómo somos las mujeres lesbianas?” llevado a cabo por Kika Fumero y Marta Fdez Herraiz (LesWorking) en 2017, con una muestra de más de 5000 lesbianas. Dicho estudio dico lugar a la publicación del libro “Lesbianas, así somos” (Editorial Loquenoexiste, 2018).
[3] Clarke, Cherlyl. 1988. El lesbianismo, un acto de resistencia. En: Esta puente, mi espalda. Voces de Mujeres tercermundistas en los Estados Unidos. Moraga, Cherrie y Castillo, Ana. ISM press. San Francisco. California.
[4] Léase https://www.alainet.org/es/active/17389
REFERENCIA CURRICULAR
Kika Fumero es coeducadora canaria y activista por los derechos de las personas LGTBI. Profesora en excedencia de Secundaria. Ha cursado varios títulos de posgrado en estudios de género y políticas de igualdad. Actualmente se dedica a la formación de formadores en el ámbito de la violencia de género, violencia sexual y diversidad afectivo-sexual e identidades de género disidentes. Forma parte de la Junta Directiva del Congreso Europeo de Lesbianas (European Lesbian Conference) y está encargada del Área de Investigación de esta Red Internacional de Lesbianas. Además, es cofundadora, junto a Paz Montalbán, del proyecto Lyceum Club Femenino, una plataforma de reflexión y recuperación de la memoria feminista que nace para dar a conocer una parte de la historia española que ha permanecido oculta y es coautora de las siguientes publicaciones: Desconocidas y Fascinantes (editorial Egales, 2013); Escuelas libres de violencias machistas (editado por la Universidad de las Islas Baleares en 2016); Lesbianas, así somos (Editorial LoQueNoExiste, 2018).