Revista con la A

25 de septiembre de 2018
Número coordinado por:
Bethsabé Huamán y Lucía Melgar
59

Heroínas

Símbolos arquetípicos y proceso de individuación

En los dos últimos artículos, me he referido a dos etapas trascendentales en el proceso de desarrollo del ser humano y el impacto que en el futuro tendrán en el desarrollo de la personalidad, como es el periodo de gestación y el nacimiento. Ambos darán lugar a dos arquetipos básicos: UNIDAD e INICIACIÓN, que he podido explicar de forma muy resumida. A partir de ellos, y puesto que la persona al nacer es separada de su creadora, comienza un complejo periodo dividido en varias etapas que Jung denominó: “Proceso de Individuación”.

En anteriores artículos me he referido, en varias ocasiones, a la diferenciación entre consciente e inconsciente, ambos matrices de dos lenguajes: el primero racional y el segundo simbólico e irracional. En un mundo que ha valorado el utilitarismo, lo material, la ciencia y la racionalidad por encima de todo lo demás, hablar de lo irracional es tanto como decir que nos referimos a algo sin ningún valor, seguramente porque es mejor correr un tupido velo y negar aquello que no podemos comprender o porque lo hacemos con temor y bastante dificultad. Sin embargo, si sacamos valor para observar y observarnos, nos daremos cuenta que la racionalidad funciona como un dique que nos permite ser personas civilizadas, pero cuando, debido a situaciones extremas, nuestra irracionalidad irrumpe en nuestra vida fuera de nuestro control, sacándonos de “nuestras casillas”, las situaciones que provocamos llegan a sonrojarnos, teniendo su origen en esa parte de nuestra personalidad que todos y todas negamos por inconsciente y por tanto desconocida.                                    

Esa conciencia civilizada se ha ido separando, progresivamente, de nuestros instintos básicos, sin embargo no han desaparecido sino que han ido ganando poder en la medida que tienen que hacerse valer de maneras indirectas fuera de nuestro dominio, ya sea en forma de miedos, enfermedades o creencias supersticiosas, haciéndonos sentir sujetos desamparados, confusos y profundamente divididos. Una parte de nuestra conciencia parece ser dueña de nuestro destino haciéndonos sentir libres de elegir y sin embargo otra, cuando llegan los sufrimientos o cuando sentimos que no somos dueños o dueñas de nuestra vida, ni estamos conformes con ella, necesitamos buscar y reflexionar acerca de su significado para encontrarle un sentido que nos consuele.

Al crecer el conocimiento científico, nuestro mundo se ha ido deshumanizando. El ser humano se siente aislado y separado de la naturaleza y de “su” naturaleza, pero como dijo Jung: “la superficie de nuestro mundo parece estar limpia de todos los elementos supersticiosos e irracionales pero que nuestro verdadero mundo interior humano esté también libre de primitivismo es otra cuestión diferente.” Para él, puesto que no nacemos con un pensamiento racional ni con consciencia de quiénes somos, la niñez es un período de gran intensidad emotiva y la adolescencia supone un estado de despertamiento gradual que nos hace darnos cuenta, paulatinamente, del mundo y de nosotras o nosotros mismos; periodo que para muchos niños, niñas y adolescentes supone una gran conmoción ya que se sienten diferentes a las o los demás y, asimismo, tienen que adaptarse al mundo imperfecto en el que están inmersos o inmersas, así como a sus demandas, con mayor dificultad para aquellas personas que son más introspectivas.”

Hace bastantes años mi hija, prematuramente adolescente, se coló en mi despacho donde yo estaba enfrascada en mis estudios y se quedó mirándome con la cara totalmente descompuesta. Inmediatamente entendí que algo importante le pasaba, lo que pude comprobar cuando me espetó con los ojos llenos de lágrimas: “mamá ¿qué significa madurar?”. Una no espera que una adolescente en ciernes le saque de su ensimismamiento con semejante pregunta, solo recuerdo que la abracé balbuceando algo parecido a “superar los traumas de la infancia y ser cada vez más consciente de quién eres”, inicio de una conversación que, por etapas, treinta años después, seguimos manteniendo y que hoy, suponiendo que yo lo tenga claro, le daría el título junguiano de “Proceso de Individuación”. Lo que he tardado mucho en decirle, y ella en descubrir, es que conseguir saber quiénes somos y lograr el equilibrio psicológico es un proceso que dura toda la vida, una vida que consta de períodos de transición que nos van conduciendo, unas veces suave y pacíficamente y otras, por el contrario, llena de conflictos, dolor e insatisfacción, hacia etapas superiores o más maduras de nuestro desarrollo como personas individuales y completas.

Seguir creciendo y madurar supone una constante lucha de observación y aceptación de nuestras luces y sombras y, puesto que la consciencia es apenas una mínima parte de nuestro inconsciente, individual y colectivo, se hace necesario intentar comprenderlo, enfrentarlo y así tratar de conectar con lo que Jung llamó el “si-mismo” o “Self” que definió como “la totalidad de nuestra psique”, cuyo propósito es lograr dar paso al desarrollo interno de la personalidad.

Para Jung fue importante el estudio de los sueños, ya que entendió que ellos regulaban y armonizaban el mundo interior y el exterior ejerciendo un efecto compensador entre ambos. Así, mientras que nuestra conciencia racional ejerce un control sobre todo lo que en nuestra verdadera naturaleza no es civilizado, los sueños nos permiten relajarnos y experimentar emociones y aptitudes que de otra forma no nos permitiríamos. Pero esto es solo una parte de su valor. Yo llamo a esta forma de comportamiento de los sueños “asistentes psíquicos”, porque nos liberan de tensiones y frustraciones propias de nuestra racionalidad. Otro aspecto es el de predecir el futuro avisándonos de los riesgos que corremos y de la tarea que tenemos por delante. Para entenderlo os cuento el caso de una de mis alumnas que, en muchos de sus sueños y cada vez que entraba en relajación o trataba de meditar, se le aparecía la figura de la muerte que la perseguía mientras ella corría aterrorizada. Me consultaba a menudo preocupada por ello y yo le advertía que esa imagen simbólica e interna la estaba urgiendo a que cambiase de vida. El símbolo de la muerte lo es de un cambio y también lo es de la muerte física. No fue capaz de ese cambio y un año después murió físicamente tras una grave enfermedad.

Los sueños se expresan de forma simbólica, siendo para Jung, que los estudió profusamente, siempre significativos y constitutivos de una especie de modelo de desarrollo psíquico al que llamó, como ya he señalado, “Proceso de Individuación”, razón por la que daba importancia a su observación y comprensión, ya que permitían que los cambios se acelerasen si se accedía a una interpretación adecuada permitiendo más fácilmente el desarrollo psíquico. Ocurre lo mismo cuando se estudia Astrología y se investiga sobre la carta natal.

Hemos de entender que el símbolo, presente desde siempre en toda la historia de la humanidad, contiene una multiplicidad de significados asociados, representándose por una imagen teñida de emoción dotada de un gran poder de información y transformación. René Guénon decía que los símbolos no deben ser explicados sino comprendidos ya que hay que meditar sobre ellos para conocer el orden de realidad a que aluden, y Mircea Eliade, que cita a menudo a Guénon en sus libros, considera “que el pensar simbólico es consustancial al ser humano, precede al lenguaje y a la razón discursiva y revela los aspectos más profundos de la realidad”.         

De todos los símbolos posibles hay algunos a los que quiero referirme ya que son especialmente importantes además de universales, pertenecen a cualquier tiempo y cultura y es una de las primeras cosas que estudio en la carta natal de una persona. Tienen diferentes nombres a lo largo de la historia: Logos y Eros, Ánima y Animus, y Polaridad para la astrología (lo masculino y lo femenino). Estas dos figuras internas representadas por un hombre y una mujer son algo más que conceptos abstractos, sobre todo cuando las vemos encarnarse e interferir en nuestra vida y relaciones con todo su poder. Se encuentran adornadas de cualidades que podríamos considerar “dolorosas y benéficas”, y las he observado también en mis sueños y en los de mis alumnas. Recuerdo que otra de mis alumnas tenía un sueño recurrente que contó en una de mis clases: soñaba que era una niña pequeña, de apenas 5 años, sucia y desgreñada, que se encontraba en un profundo agujero cuyas paredes eran de carbón y al que apenas le llegaba luz. No tenía forma de salir salvo porque en un momento dado apareció un joven muy atractivo, vestido pulcramente, que trataba de ayudarla tendiéndole la mano para poder auparla al exterior. Pero ella siempre se negaba porque no sabía qué la esperaba ahí afuera. Esta alumna era una empresaria con éxito, tanto profesional como económico, que había sacrificado su vida personal, la posibilidad de tener descendencia y atender su vida afectiva, dedicando todas sus energías para lograr el éxito social, profesional y económico. A estas alturas, supongo que está claro en qué condiciones se encontraban estas dos figuras internas.

Como quiero hablaros de ellas más extensamente lo dejo para un artículo posterior, mientras espero que os permitáis recordar y tratar de entender qué tiene que deciros vuestro Self a través de los sueños, en muchos de los cuales pueden aparecer los símbolos astrológicos a los que me he ido refiriendo todo este tiempo.

 

REFERENCIA CURRICULAR

María Garrido Bens es astróloga, con una experiencia profesional de 45 años como docente y consultora en el campo de la Astrología tanto personal como mundial. Experta en Lenguaje Simbólico y Mitología aplicada a la Psicología. Profesora de Evolución Mental, Sanación y Meditación. En la actualidad ocupa el cargo de Tesorera de la Asociación con la A.

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