Revista con la A

25 de mayo de 2020
Número coordinado por:
Lucía Melgar y Alicia Gil
69

Feminismo ante el coronavirus

Pandemia y “mujer doméstica”

Luisa Posada

Luisa Posada

Me interesa pensar una realidad que se impone más allá del confinamiento; o, mejor dicho, que se impone precisamente por el confinamiento. Y es la realidad que se piensa desde la variable “mujeres” y que da a esta catástrofe global un rostro feminizado

Hay algunos pensadores que han aventurado que, cuando salgamos de esta pandemia -y no solo del confinamiento al que nos obliga- ya nada será igual. Incluso hay quien ha apostado por la idea de que esta enorme adversidad mundial significará la crisis del orden neocapitalista, que se está revelando como un orden económicamente insostenible e incapaz de garantizar la vida política, social e incluso física.

Hay otros que, muy al contrario, han profetizado el fin del sistema neoliberal tal y como lo conocemos, pero porque vaticinan el paso a algo así como una tecno-dictadura, de la que queden definitivamente borrados los derechos individuales y, en fin, cualquier rastro de prevalencia de los derechos humanos.

Pero la mayoría no está para predicciones y tiene bastante con tratar de analizar y de comprender el escenario brutal al que asistimos. Esa mayoría probablemente piensa que, cuando salgamos de la desolación, todo volverá a su curso y el orden mundial no va a ser objeto de cambios sustanciales, ni políticos ni económicos.

Las mujeres expuestas al contagio constituyen el 70% de los trabajos asistenciales y de cuidados: enfermeras, cajeras, reponedoras, trabajadoras domésticas y cuidadoras de mayores y dependientes, etc.

Cualquiera de estos escenarios es posible imaginarlo: imaginar el futuro es una prerrogativa de esa materia que ha devenido conciencia, en lo que consiste el ser humano. A mí, sin embargo, me interesa pensar una realidad que se impone más allá del confinamiento; o, mejor dicho, que se impone precisamente por el confinamiento. Y es la realidad que se piensa desde la variable “mujeres” y que da a esta catástrofe global un rostro feminizado. Un rostro que tiene muchas caras, porque esta pandemia agrava la vulnerabilidad femenina: pensemos en el desamparo y la desprotección de las mujeres en prostitución, o en las mujeres expuestas al contagio que constituyen el 70% de los trabajos asistenciales y de cuidados: enfermeras, cajeras, reponedoras, trabajadoras domésticas y cuidadoras de mayores y dependientes, etc. Entre esas muchas caras -en las que el estado de emergencia y de confinamiento agudiza los rasgos de la ya de por sí desigual situación de las mujeres- pienso en particular en dos que el aislamiento generalizado podría tornar invisibles: la sobrecarga de cuidados y la mayor exposición a la violencia de género.

En cuanto a lo primero, el confinamiento que lleva aparejada la pandemia ha redoblado el trabajo doméstico y de cuidados para millones de mujeres en el mundo. Y a ello se suma que, en muchos casos, las mujeres siguen añadiendo a ese trabajo tradicionalmente feminizado el tener que teletrabajar, o incluso que trabajar presencialmente en los sectores considerados esenciales. Por no mencionar la atención que prestan a las tareas académicas de sus criaturas, labor que también recae mayoritariamente en manos femeninas. Ocurre que, con todo ello, esta crisis evidencia lo lejos que estamos de las medidas de corresponsabilidad, de esa tan traída y llevada conciliación que, en realidad, nunca ha supuesto un efectivo reparto de tareas. Pero ha desvelado algo más: ha desvelado la escasa valorización de la lógica de la vida frente a la lógica del capital, algo que el feminismo ha venido reclamando.

Seguimos inmersas en un mundo propio de la modernidad rousseauniana, donde la mujer es definida, simbólica y materialmente, como “mujer doméstica”

No cabe engañarse: seguimos inmersos e inmersas en un mundo propio de la modernidad rousseauniana, donde la mujer es definida, simbólica y materialmente, como “mujer doméstica” -utilizando aquí la expresión de Nancy Armstrong que esta autora refiere al análisis de las novelas del XVIII-. Y ese imaginario dominante lo es por mucho que se haya dado contemporáneamente una masiva incorporación de las mujeres a la vida pública y por mucho que se repita el mantra de la conciliación laboral. Y tampoco cabe engañarse pensando que el teletrabajo va a venir a resolver esa situación cuando esta no está resuelta de antemano: el teletrabajo, con horarios y dedicación de disponibilidad absoluta, mal puede ser una solución cuando va unido a la sobrecarga femenina de las tareas de cuidados y de reproducción de la vida.   

Otra cara preocupante de las consecuencias de la actual situación de emergencia es el aumento de la exposición de las mujeres a la violencia de género. Leemos en las noticias que, a pesar de la situación de confinamiento y de incomunicación, ha habido casi el doble de denuncias por malos tratos en el mes de abril respecto del número de estas en abril del año anterior. Esto confirma algo que no puede causar sorpresa, pues parece un hecho palmario: que el encierro día a día con el maltratador agrava el riesgo de ser objeto de malos tratos, llegando en el extremo incluso al asesinato. A pesar de que los malos tratos no formen parte en nuestros días de lo que son los valores vigentes en nuestra sociedad y que asistamos a una actitud generalizada de condena hacia los mismos, el imaginario social tiende a reducir la conducta violenta sobre mujeres, niñas y niños a características particulares o factores de riesgo: y así se habla del alcohol o del perfil patológico del agresor, obviando el carácter estructural de esta violencia. Un carácter por el que la desigualdad que prima en la misma estructura de relación entre los sexos implosiona en muchas ocasiones como violencia sobre la mujer y las hijas e hijos, en especial cuando las condiciones de aislamiento exacerban su vulnerabilidad.

No cabe engañarse: el aumento de la violencia contra las mujeres en días de confinamiento domiciliario sigue también dentro de la lógica heredada. Rousseau escribía en su Emilio o de la educación que la mujer está destinada a obedecer a tan imperfecta criatura como es el hombre (…); desde muy temprano debe aprender a padecer hasta la injusticia y a soportar los agravios de su marido sin quejarse”. No hemos salido de ese imaginario de la agresión a la mujer como algo que está inscrito en el orden natural de las cosas. Y es un imaginario que, en tiempos de confinamiento domiciliario con el maltratador, se traduce en un doble estado de alarma para las mujeres y, a menudo también, para sus hijas e hijos.

La “mujer doméstica” lo es en un doble sentido: por tener que dedicarse plenamente a las labores del cuidado y por ser una mujer “domesticada” por la violencia machista. Este imaginario, que además se traduce en condiciones materiales de vida, es el imaginario que todavía hoy funciona y es el imaginario con el que nos hemos encerrado en el hogar ante la pandemia global. Y es el imaginario que, entre otras cosas, se traduce para las mujeres en sobrecarga de cuidados y violencia. Aunque esté escondida a la vista, aunque esté bajo arresto domiciliario, la lógica patriarcal sobrevive y se reproduce también en el estado de alarma. Y me temo que no cabe confiar en que la transformación de las relaciones y modos de vida tras la catástrofe, si es que se produce, empiece por aquí. En fin, cuando acabe esta emergencia, las mujeres tendremos que seguir en estado de alerta.

 

REFERENCIA CURRICULAR

Luisa Posada Kubissa es Profesora Titular de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, miembra del Consejo del Instituto Universitario de Investigaciones Feministas de esa Universidad, así como del Grupo de Investigación en Estudios Feministas.  Entre sus publicaciones destacan los libros Sexo y Esencia (1998); Celia Amorós (2000); Razón y Conocimiento en Kant (2008); Sexo, vindicación y pensamiento. Estudios de teoría feminista (2012); Filosofía, crítica y (re)flexiones feministas (2015); y ¿Quién hay en el espejo? Lo femenino en la filosofía contemporánea (2019).

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