María de Jesús Patricio, primera candidata indígena
En la grisura actual de la política mexicana, cuando las ideologías se diluyen en alianzas contradictorias, una mujer indígena, vocera del Concejo Indígena de Gobierno (CIG), ha traído nuevos aires y, sobre todo, ideas claras, basadas en una concepción crítica de lo político, ligada a los pueblos y a la tierra. Para ella, “es la hora de los pueblos”, la hora de organizarse y de luchar contra un sistema, capitalista, destructivo, que amenaza a todo el planeta.
María de Jesús Patricio, conocida como Marichuy, es la primera mujer indígena que aspira a una candidatura independiente a la presidencia de México. Para ello debe remontar el desproporcionado obstáculo de reunir más de 800 mil firmas de apoyo, repartidas en 17 estados, para ser incluida en la boleta electoral. No es una traba menor que este apoyo deba registrarse por vía electrónica, en un país donde amplias zonas carecen de conectividad, muchas de ellas habitadas por pueblos originarios. Nada refleja mejor la brecha entre gobernantes y gobernados que semejante exigencia. Nada, tampoco, muestra mejor la fortaleza de esta mujer, dispuesta a recorrer el país para transmitir su invitación a la organización común contra el capitalismo depredador, el patriarcado y la exclusión de la mayoría de la población.
Nacida, en diciembre de 1963, en el seno de una familia nahua, en Tuxpan, Jalisco, Marichuy se formó y ha destacado como médica tradicional y herbolaria. Según explicara en 2015, para ella el levantamiento del EZLN en 1994 fue decisivo: le impresionó que gente aún más pobre que ella optara por la resistencia, y sintió la necesidad de participar en la transformación de la vida de las comunidades indígenas. Así, desde 1995, empezó a vincularse con el EZLN y con otros pueblos, como representante de su comunidad.
A diferencia de otros “independientes” que han pertenecido a algún partido y cuya precandidatura sólo dependió de su propia voluntad, Patricio fue elegida en mayo del año pasado en Asamblea del CIG, derivado del Congreso Nacional Indígena, que incluye a más de 40 pueblos originarios. Su calidad de vocera del CIG implica que debe seguir y transmitir sus decisiones (colegiadas) y sus principios rectores: “servir y no servirse”, “construir y no destruir”, “obedecer y no mandar” “convencer y no vencer”, “proponer y no imponer”, “bajar y no subir”, “representar y no suplantar”. Ecos en gran medida del discurso neozapatista, estas premisas se contraponen al estilo que prevalece hoy en todos los niveles de gobierno y en todos los partidos.
Marichuy, sin embargo, no es sólo “portadora de la voz indígena”; tiene un discurso más amplio, comprometido con el bienestar de las comunidades indígenas y de la población en general. Una y otra vez se ha dirigido a las mujeres, ha aludido a sus reivindicaciones y a sus dificultades, cuestión fundamental en una sociedad misógina y violenta, reacia a la participación femenina en la política, atravesada de hondos prejuicios contra las indígenas, las más marginadas de los marginados.
Tras registrar su pre-candidatura ante el Instituto Nacional Electoral, en octubre pasado planteó, por ejemplo, la necesidad de organizarse todos “para acabar con este sistema capitalista, este sistema patriarcal, racista y clasista” que ha destruido y sigue destruyendo el medio ambiente y el modo de vida de las comunidades indígenas y que ha reducido a todas y todos los trabajadores a la precariedad. “Como mujer, como madre, como trabajadora”, subrayó, “tenemos que luchar contra este machismo, contra este clasismo, contra este sistema patriarcal que quiere a toda costa acabarnos, separarnos y diciendo que solamente los hombres pueden”. En cuanto la discriminación afecta a todas las mujeres, su “nosotros” incluye a todas, a las trabajadoras del campo y la ciudad, y también a los hombres.
Para ella, la crisis que enfrenta la sociedad mexicana afecta al mundo entero. Desde Guadalupe Tepeyac, uno de los sitios emblemáticos del Movimiento Zapatista, pintó con claridad la magnitud del desafío que significa enfrentar: “a este monstruo gigante que está acabando con nosotros, que está acabando con nuestras tierras, que está acabando con nuestros territorios, con nuestra lengua, con nuestra forma organizativa que tenemos en nuestras comunidades”, y que “no sólo está acabando con nuestros pueblos, va a acabar con todo”.
Su propuesta descolonial contra la depredación se aleja de la vaguedad retórica al uso; la participación de todos implica la de grupos y personas identificadas con la causa. En Oventic, Chiapas, tras dirigirse a todos los pueblos de México y del mundo, habló de las mujeres, de la violencia feminicida, la necropolítica y sus consecuencias. A la vez que reconoció el dolor y sufrimiento de las mujeres, señaló su capacidad de indignación y resistencia:
“Pero sobre todo es la hora de las mujeres que luchan y se organizan por nacer su libertad, por nacer su patria nueva con justicia, por nacer un mundo nuevo de paz y diferente sobre las ruinas que el sistema capitalista y patriarcal van dejando por todos lados. Es el momento de que las mujeres nos organicemos sí, por el respeto de nuestros derechos, pero también por todos y por todas porque en nosotras está la fuerza para empujar esta enorme lucha.
Las mujeres indígenas, en nuestra triple condición de mujeres, de indígenas y de pobres vivimos la mayor de las opresiones dentro de este sistema que se nombra capitalista, somos explotadas y violentadas en nuestros hogares, en nuestros trabajos, en todos los espacios de la sociedad; el actual sistema nos somete a la más cruda explotación y cotidianamente se nos trata como simples mercancías. Del mismo modo, así como sentimos la violencia que se nos hace, también sentimos el robo, el despojo y la destrucción que se hace de nuestra madre la tierra, porque este sistema que se nombra capitalista y patriarcal tiene como base el despojo y la dominación de nuestra madre la tierra y la dominación y el control de nosotras las mujeres.
Igualmente cada vez que asesinan, que desaparecen, que encarcelan injustamente a un hijo, a una hija, somos nosotras las mujeres las que sentimos el más profundo dolor.
Pero justamente porque somos las que sentimos el más profundo dolor, porque vivimos la mayor de las opresiones; también nosotras las mujeres somos capaces de sentir la más profunda de las rabias; y entonces debemos ser capaces de transformar esas rabias en organización con el fin de pasar a la ofensiva para desmontar el poder de arriba, construyendo con determinación y sin miedo el poder de abajo.” (Oventic, 19. X.17)
En el mismo sentido, en su discurso en el campus principal de la UNAM, unió el dolor y la rabia de los pueblos indígenas por sus desaparecidos y encarcelados con los de las madres de estudiantes asesinadas en la propia universidad. Condenó la indiferencia de las autoridades y la impunidad que favorece la perpetuación de la violencia machista:
“Tenemos dolor y rabia por la impunidad ante miles de feminicidios, por la violencia sistemática que día con día vivimos las mujeres del campo y las ciudades y que nos hacen decir ‘¡ya basta!, llegó la hora de las mujeres’, y no tengan duda, nosotras también vamos por todo.”
“Ir por todo” invita a una transformación profunda, a alejarse de los papeles tradicionales, a participar en política en pie de igualdad, tarea complicada ante un proceso electoral con altos riesgos de violencia política.
Hoy la inclusión de Marichuy en la boleta electoral está en el aire. Lo logre o no, su participación en este proceso es un paso histórico y ejemplo para millones de mujeres. Su visión, enraizada en la lucha colectiva y en su propia experiencia, marca desde ahora un parámetro muy alto para los demás candidatos. Ser mujer indígena y líder política de primer orden ya no es más un imposible.
Fuente:
www.congresonacionalindigena.org
Semblanza realizada por: Redacción, México