Revista con la A

25 de julio de 2017
Número coordinado por:
Bethsabé Huamán
52

Presidentas: Las mujeres en el poder

Laura Chinchilla y la promesa incumplida

Laura Chinchilla

Montserrat Sagot. En febrero de 2010 Laura Chinchilla fue electa Presidenta de Costa Rica con una mayoría sustantiva de votos, generados sobre todo por el apoyo decidido de muchísimas mujeres que vieron en su candidatura la promesa de igualdad entre los sexos de la que habían hablado las feministas por más de 200 años

En febrero de 2010 Laura Chinchilla fue electa Presidenta de Costa Rica con una mayoría sustantiva de votos, generados sobre todo por el apoyo decidido de muchísimas mujeres que vieron en su candidatura la promesa de igualdad entre los sexos de la que habían hablado las feministas por más de 200 años. Según una encuesta de la Universidad de Costa Rica (2010), Laura Chinchilla recibió la mayoría de los votos por las siguientes razones: su personalidad (29%), sus propuestas de campaña (18%) y por ser mujer (16%). Es decir, las características personales de Chinchilla proyectadas en la campaña, su promesa de establecer una red de cuidado para niños y niñas de familias trabajadoras, y de reforzar la seguridad ciudadana, así como el hecho de ser mujer, lograron conectar con un electorado, sobre todo femenino, deseoso de ver cambios y de darle finalmente la oportunidad a una mujer de hacer las cosas de forma diferente.

En el triunfo de Laura Chinchilla se materializaron así las luchas de mujeres como Ángela Acuña, Corina Rodríguez, Sara Casal, Yolanda Oreamuno y otras que, desde inicios del siglo XX, habían levantado la idea de que una sociedad verdaderamente democrática solo podía existir cuando las mujeres se convirtieran en participantes activas de la vida política. Otra idea de estas primeras luchadoras y que, probablemente, también influyó en la elección de Chinchilla es que las mujeres, con su participación en el mundo público, ayudarían a sanear la política y el ejercicio del poder.

Sin embargo, desde la campaña electoral, ya un grupo de activistas y académicas feministas habíamos advertido que, a lo largo de su carrera política, Laura Chinchilla nunca había asumido un compromiso claro con la igualdad entre mujeres y hombres, que su cercanía con sectores religiosos conservadores le iba a poner serios límites al avance de una agenda de Derechos Humanos para las mujeres y otros grupos históricamente discriminados, y que su apoyo a políticas económicas de corte neoliberal no iba a ayudar a disminuir la exclusión social y la desigualdad en el país.

Y, lamentablemente, no nos equivocamos. Desde el inicio de su gobierno, Chinchilla asumió una actitud distante y evasiva con la ciudadanía, sobre todo en los momentos difíciles. De hecho, ante los reclamos crecientes y las críticas, optó por rodearse de la policía y por no permitir que las personas se le acercaran en los diferentes actos públicos a los que asistía. Esa no era la actitud personal por la que la gente había votado, ni era la forma alternativa de hacer política que se hubiese esperado de la primera mujer presidenta. Lo anterior marcó el tono de la incomunicación con el pueblo que caracterizó a su gobierno. Como resultado, se activó la protesta social en Costa Rica y, solo en 2011, Laura Chinchilla enfrentó más de 630 manifestaciones populares de diferente tipo, para un promedio de 53 mensuales (Estado de la Nación, 2012).

Las cercanas relaciones de Laura Chinchilla con los grupos religiosos más conservadores también fueron evidentes desde la campaña electoral. Con el fin de garantizarse el apoyo de estos sectores, Chinchilla hizo un pacto con la Jerarquía Católica y con la Unión Evangélica para asegurarles que en su eventual gobierno no se aprobaría ningún proyecto de ley que permitiera la fertilización in vitro, las uniones entre personas del mismo sexo, una reforma constitucional para la creación del Estado Laico o el aborto. Más bien, se comprometió a iniciar los trámites para firmar un Concordato con el Vaticano. Como recompensa, una vez que fue electa Presidenta, fue declarada “hija predilecta” de la Virgen de los Ángeles, patrona de Costa Rica, por el Arzobispo de San José. En esa ceremonia ella, además, prometió “llenar la Casa Presidencial de rosarios”.

El pacto con los sectores evangélicos fue honrado con el nombramiento de Justo Orozco, diputado evangélico, ultraconservador y de cuestionada reputación, como presidente de la Comisión de Derechos Humanos de la Asamblea Legislativa. Con esa acción se cerró cualquier posibilidad de avance en el terreno legislativo de una agenda progresista a favor de los derechos de las mujeres o de las poblaciones que no se ajustan a la heteronormatividad. Cuando se le increpó por esas decisiones, Chinchilla respondió hasta el cansancio que “esos temas no eran prioridad de su gobierno” y, más bien, se dedicó a hacer despliegue público de sus creencias religiosas participando en romerías y asistiendo a marchas “pro vida”.

Las posiciones conservadoras de Laura Chinchilla también se vieron reflejadas en el campo internacional con el voto de Costa Rica para excluir toda referencia a los derechos reproductivos de la declaración final de la Cumbre de Río+20. Ese voto se gestó en coalición con el Vaticano y con otros países con historias de violación de los Derechos Humanos, entre ellos algunos cuyas legislaciones están guiadas por la Sharia.

Por otra parte, es importante reconocer que probablemente el principal logro del gobierno de Chinchilla fue en el terreno de la seguridad ciudadana ya que consiguió una reducción de los delitos dolosos y de los homicidios. Sin embargo, este logro parece responder a un fortalecimiento de las políticas represivas y no a un aumento del bienestar de la población. De hecho, durante su gobierno los índices de pobreza, en particular los de pobreza extrema, no mejoraron y el desempleo aumentó, afectando especialmente a las mujeres. Según las estadísticas oficiales, el desempleo abierto, la desigualdad y la brecha entre ricos y pobres alcanzaron el pico más alto en un cuarto de siglo durante el gobierno de Laura Chinchilla. Además, Chinchilla se vio envuelta en varios escándalos de corrupción, incluyendo el haber utilizado un avión privado para viajar a una boda a Perú que resultó ser propiedad de una persona cuestionada por narcotráfico.

Finalmente, el impacto de su programa estrella, la Red de Cuido, fue mínimo. Aunque se aprobó una ley para regular la materia, los pocos centros creados durante la administración de Chinchilla no hicieron una diferencia frente a la carencia estructural de lugares adecuados y accesibles de atención para la niñez, lo que les impide a muchísimas mujeres salir a estudiar, a trabajar fuera del hogar o hacerlo con tranquilidad.

La condición de género no hace una diferencia en el ejercicio del poder, sino que lo importante son los posicionamientos políticos, éticos e ideológicos que se asuman

La elección de Laura Chinchilla como Presidenta de Costa Rica permitió demostrar claramente que la condición de género no hace una diferencia en el ejercicio del poder, sino que lo importante son los posicionamientos políticos, éticos e ideológicos que se asuman. Ella nunca expresó un compromiso con las causas de la igualdad y la justicia que ha levantado el movimiento feminista y eso se vio reflejado en su gobierno. Por el contrario, sus compromisos con el conglomerado económico-político, que ha impulsado las políticas neoliberales en el país durante las últimas dos décadas, convirtieron su presidencia en una promesa vacía al contribuir a ensanchar la brecha creciente entre empoderamiento político de algunas mujeres, por un lado, y la exclusión social y económica de la mayoría, por otro.

En ese sentido, si bien la presidencia de Laura Chinchilla puede haber tenido un efecto positivo en lo inmediato, al ayudar a cambiar las representaciones sociales sobre los roles que puede asumir una mujer, su desempeño y las prioridades de su gobierno, más bien, terminaron teniendo un impacto negativo en las y los votantes, que no parecen en disposición de volver a darle una responsabilidad de esa envergadura a otra mujer en mucho tiempo. Más bien, durante el gobierno de Chinchilla el apoyo a la democracia cayó a su nivel más bajo de los últimos 30 años (Estado de la Nación, 2012). Por esas razones, para una gran parte de la ciudadanía costarricense y en particular para las mujeres, la presidencia de Laura Chinchilla resultó una gran desilusión y la promesa incumplida de un mejor gobierno.

 

Montserrat Sagot

REFERENCIA CURRICULAR

Montserrat Sagot es profesora de Sociología. Directora de la Maestría Regional en Estudios de la Mujer, Universidad de Costa Rica. Activista feminista y autora de numerosas publicaciones en la temática de la violencia contra las mujeres.

 

 

 

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