Revista con la A

26 de marzo de 2018
Número coordinado por:
Anastasia Téllez
56

El Valle de la Igualdad

La Roldana y la Alameda de Hércules en Sevilla

Luisa Ignacia Roldán Villavicencio, La Roldana

A Sevilla hay que ir. Si no son amantes del calor húmedo, mejor que no sea entre junio y septiembre. Pero, es igual, hay que ir. Miren por dónde ahora, a finales del invierno y el principio de la primavera en este hemisferio, es un buen momento.

Les podría dar muchísimas razones para visitar Sevilla y seguro que en otras ocasiones les haré mención de ellas, pero para este viaje elijo sólo dos: para inundarse de barroco con una mujer especial y para disfrutar de su gente en lugar muy particular.

Lo del barroco va en gustos. Podría entender que sea un estilo que provoque cierta necesidad de mirar hacia el horizonte ante la sensación de horror vacui que, a veces, produce. Pero, a la vez, el barroco en Sevilla es tan propio, tan cierto, que entrar, por ejemplo, en la Capilla de San José, una iglesia pequeña de una sola nave con un pequeño crucero, y comprobar que en sus paredes casi no cabe un alfiler es sentir de golpe toda la necesidad de llenar de símbolos la realidad, de darle a la razón la pasión suficiente para comprender. Este estilo se desarrolló a mediados del siglo XVII y si quieren disfrutarlo hay tres lugares emblemáticos además de muchos otros como el de la capilla que les he comentado. Esos tres sitios son: El Sagrario de la Catedral y las iglesias del Hospital de la Santa Caridad y de Santa María la Blanca. Si quieren analizar el porqué de tanto artificio pueden encontrar mucho y bueno escrito por grandes expertas y expertos en arte. Dejemos aquí la opinión de uno de ellos, José Antonio Maravall, que venía a decir que ese recurso a lo extremo, entendido como una ruptura de las proporciones, un alegato a la exageración y a lo desmesurado, tenía la finalidad de asombrar y espantar. Y es que, en medio de la Contrarreforma, suprimidas las comedias, el culto y las celebraciones religiosas eran casi las únicas formas de espectáculo de la población sevillana.

Pues bien, en esa sociedad tremendamente conservadora del XVII surge una figura femenina relevante: Luisa Ignacia Roldán Villavicencio, conocida como La Roldana. Fue la escultora más importante del barroco español. Nació en Sevilla en 1652 y murió en Madrid en 1706. Su padre, Pedro Roldán, era un prestigioso escultor -pueden ver un San José salido de su mano en la Catedral de Sevilla- y como tenía un taller, Luisa y sus hermanas y hermanos le ayudaban. Bueno, le ayudaban y él firmaba, apropiándose de alguna de sus obras (¿raro, no?). Luisa despuntó como artista y se enamoró de un dorador del taller de su padre. Don Pedro se opuso a la boda y ella sólo consiguió salir de la casa paterna mediante un auto del juez. Se casó y luego se instaló ¡por su cuenta!, ¡por su cuenta en la sociedad del XVII! Fue muy valiente. Era su marido quien le buscaba trabajos, algo complicado porque aunque Sevilla era la ciudad productora por excelencia de la escultura barroca, había muchos talleres que competían y, además, Luisa se había ido de la casa de su padre y eso era difícil de aceptar por una sociedad tan conservadora.

Pero por alguna razón poco clara, en 1687, la catedral de Cádiz la contrató para realizar unos San Servando y San Germán. Así que toda la familia se trasladó de Sevilla a Cádiz. Había tenido seis hijos de los que sólo sobrevivían dos. Vivieron allí unos años pero Luisa aspiraba a más. Probablemente animada por algún mecenas andaluz en la Corte, se mudaron a Madrid. Ella quería conseguir un puesto de escultora de cámara y no cejó en su empeño. ¡Vaya si lo consiguió! Obtuvo la plaza de escultora de cámara de dos reyes: Carlos II y Felipe V. Mucho, mucho prestigio, sí, pero… muy poco dinero. El caso es que la Real Hacienda pagaba poco y mal y la familia, Luisa, su marido y sus hijos, casi vivía en la indigencia. Y así murió en 1704, en Madrid, pobre y famosa.

Su obra tiene trazos de modernidad porque aunque la mayoría es en escayola y madera y de carácter religioso y de gran tamaño, como era habitual, también trabajó el barro cocido, un material poco digno en aquel momento y sin perder el tema de la religión, representa escenas cotidianas antes de que se pusiera de moda en composiciones pequeñas que comenzaron a coleccionar las gentes pudientes del momento. Las colecciones de sus pequeñas obras en barro están en Barcelona, Nueva York o Londres, y repartidas por la geografía española; y sus obras en madera y escayola en catedrales e iglesias andaluzas. Fíjense en las manos de sus figuras y en la delicadeza de los rasgos faciales. Si la escultura policromada del XVII es muy dramática y aún más exagerada en Andalucía, ella introduce un leve realismo que ablanda la expresión y que es una nota de modernidad.

Me pregunto si Luisa, alguna vez paseó por el Paseo de la Alameda de Hércules en Sevilla. Es probable porque cuando ella vivía allí, la burguesía había convertido en lugar de encuentro aquel paseo renacentista remodelado en el siglo XVI por el  primer conde de Barajas. Antes había sido la Laguna de Feria y era donde los agricultores iban a vender sus productos, pero también un lugar poco saneado, origen de múltiples enfermedades. El conde de Barajas desecó y drenó la laguna y plantó muchos álamos blancos, convirtiendo ese espacio urbano en el primer jardín público de la ciudad.

 La Alameda de Hércules sigue flanqueada por dos estatuas, una del héroe (legendario fundador de la ciudad) y otra de Julio César, sobre dos columnas con capiteles corintios que provienen de un antiguo templo romano y otras dos columnas añadidas en el siglo XVIII.

Seguro que Luisa asistió u oyó hablar de los juegos de cañas, las justas y torneos que se celebraban en la plaza, pero no le dio tiempo a conocer uno de sus lugares emblemáticos, el palacete conocido como Casa de las Sirenas, porque se terminó de construir en 1861 a imagen de los que levantaba la burguesía madrileña. La Alameda, como se le denomina popularmente, es un lugar encantador para conseguir el segundo objetivo de este viaje, relacionarse con la gente sevillana, porque a cualquier hora del día –y casi de la noche- hay lugares amables para reponer fuerzas, tomar café, comer, o disfrutar de cualquiera de las actividades que suelen organizarse en su entorno, por ejemplo en la Casa de las Sirenas convertida en un centro cultural.

Me encontré con obras de La Roldana en una exposición en el que se denomina Espacio de Santa Clara, que era antes el Convento de esa congregación. El sitio, bellísimo, está a dos pasos de la Alameda de Hércules. La exposición era sobre la estela de Murillo en Sevilla, en una conmemoración por los 400 años del nacimiento del pintor. Allí, junto a obras de prestigiosos autores, brillaban algunas de La Roldana exigiendo su puesto en la historia del arte. Pienso que se lo ganó a pulso.

Para saber más:

 

REFERENCIA CURRICULAR

Pepa Franco Rebollar es consultora social; empresaria desde hace más de veinte años; experta en intervención social y políticas de género. Coordina proyectos de investigación, formación y apoyo a las organizaciones sociales, entidades y organismos de la Administración. Además de su profesión, de sus amistades y de su familia, le apasiona la Literatura y la Historia.

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