Revista con la A

25 de noviembre de 2022
Número coordinado por:
Laura Alonso
84

Mujeres por la paz en tiempos de guerras

La paz en la cultura pop: ¿adiós al consenso social y a las utopías?

Sonia Herrera Sánchez

Sonia Herrera Sánchez

El estallido de la guerra entre Rusia y Ucrania ha hecho visible un hecho que hacía tiempo que se venía fraguando: hemos perdido el consenso social sobre la paz

En un ambiente de polarización generalizada que ha encontrado uno de sus máximos exponentes en la comunicación digital en redes sociales, con cotas de violencia verbal y simbólica difícilmente imaginables hace una década, el estallido de la guerra entre Rusia y Ucrania ha hecho visible un hecho que hacía tiempo que se venía fraguando: hemos perdido el consenso social sobre la paz.

¿Qué ha cambiado desde aquel mes de febrero del 2003, cuando las portadas de los periódicos se llenaron con imágenes y titulares de asombro ante las manifestaciones multitudinarias contra la guerra en Irak en tantas ciudades del Estado español? ¿Cómo hemos pasado, en apenas 20 años, del rechazo sin ambages a la participación de nuestro gobierno en cualquier conflicto armado a la indiferencia o la justificación ante el envío de armas a Ucrania? ¿Qué nos ha hecho pasar de la adhesión a la deslegitimación de los movimientos pacifistas y antimilitaristas?

Las respuestas se antojan complejas y la reflexión inaplazable. Desde el campo de los estudios culturales y de la comunicación, algunas intuiciones nos llevan a cuestionarnos sobre algunos elementos de la cultura popular, especialmente la audiovisual, que han podido influir en la construcción de un imaginario desmovilizador y nihilista que ha venido a apuntalar aquel “There Is No Alternative” (TINA) thatcherista que ha colonizado las mentes occidentales desde finales de los 70 del siglo pasado.

Un imaginario confrontado por pensadores como el lingüista Noam Chomsky, quien asevera que cabe la posibilidad de desarrollar alternativas constructivas que puedan defender a la gran mayoría de la población mundial de los ataques a sus derechos humanos fundamentales y la oportunidad de reflexionar sobre la posible desarticulación de las concentraciones de poder ilegítimas, para dar así un espacio más amplio a la justicia y a la libertad”.

La estetización de la violencia en los medios y su hiperrepresentación han promovido que esta se banalice y se virtualicen sus consecuencias

Con ese objetivo en mente, las investigadoras Emanuela Borzacchiello y Valeria Galanti sostienen que no se puede infravalorar el valor político del lenguaje de las imágenes y de las palabras y su posibilidad de “activar o desactivar la violencia”. Porque si bien es cierto que las últimas dos décadas se han caracterizado por sucesivas crisis globales multifactoriales, un desgaste flagrante del relato utópico -frente a una fascinación creciente por las distopías que limita nuestra disposición para imaginar futuros más habitables-, y una gran incertidumbre ante la crisis ecológica y los discursos colapsistas, también lo es que la estetización de la violencia en los medios y su hiperrepresentación han promovido que esta se banalice y se virtualicen sus consecuencias, incluso en sus formas más extremas, como sucede en el caso de los conflictos bélicos. Todo ello ha influido indudablemente en el desaliento y la anestesia de la población ante la barbarie, como en la analogía de la rana hervida de Olivier Clerc.

Escribía Susan Sontag, por su parte, en Ante el dolor de los demás (Debolsillo, 2010) que la saturación de imágenes violentas está adormeciendo nuestra compasión y que “estamos perdiendo nuestra capacidad reactiva”, pero que los horrores no pueden atenuarse ni racionarse para “mantener su plena capacidad de conmoción”. ¿Cómo denunciar, pues, los horrores de la guerra sin narcotizar a la opinión pública?, ¿cómo recuperar las utopías y su potencial de transformación ante semejante nivel de perplejidad?, ¿cómo recobrar el sentido de supervivencia y de bien común más allá del búnker individualista y el sálvese quien pueda?

Quizás, sin darnos cuenta, vivamos en un mundo que, según convenga, disocia la realidad de lo simbólico o lo sustituye, o genera ficciones verosímiles, o niega, tergiversa y pone en duda incluso aquello que puede comprobarse con los propios sentidos cual apóstol Tomás metiendo el dedo en el agujero de los clavos, efectivamente resulta difícil ya no solo pretender transformar la realidad, sino simplemente contemplarla y desentrañar qué hay de verdad en ella.

Así pues, el perpetuo debate sobre la cultura y la violencia y sobre el poder de los medios y las imágenes para movilizar a la población contra el militarismo, resurge con fuerza más allá de viejas preocupaciones como la censura, la libertad de expresión, el derecho a la información, la manipulación mediática, o la espectacularización y banalización de la guerra y pone de relieve la necesidad, ya señalada por Sontag, de reflexionar y analizar sobre qué imaginarios y qué racionalizaciones “sobre el sufrimiento de masas nos ofrecen los poderes establecidos” y cómo puede subvertirse la parálisis y el giro hacia los discursos belicistas y, por ende, autodestructivos, que estos han originado.

Las resistencias contra la opresión, la exclusión social y toda suerte de injusticias debería tener un puesto destacado en la producción cultural de las próximas décadas

Es innegable que la paz y sus procesos no gozan de la misma popularidad en el imaginario colectivo que la guerra (para muestra el botón del cine bélico desde los orígenes del celuloide), pero el trabajo y las resistencias contra la opresión, la exclusión social y toda suerte de injusticias debería tener un puesto destacado en la producción cultural de las próximas décadas si queremos que las generaciones venideras recuperen el principio de esperanza y el sentido de futuro y puedan cimentar un nuevo consenso que reconozca aquella verdad expresada con magistral simpleza por Gabriela Mistral: “La guerra es para distraernos de lo bueno”. 

 

REFERENCIA CURRICULAR

Sonia Herrera Sánchez es Doctora en Comunicación Audiovisual. Investigadora, docente, analista de medios de comunicación y crítica de cine y televisión. Experta en estudios feministas y periodismo de paz.

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