Revista con la A

25 de enero de 2018
Número coordinado por:
Alicia Gil Gómez
55

La paz en los conflictos. Las mujeres en los procesos de paz y negociación

La experiencia del Zodíaco. Síntesis de su naturaleza

Big Bang

En capítulos anteriores he ido desgranando la simbología del Zodíaco en sus doce signos, representando la evolución tanto del desarrollo individual, algo que se manifiesta en los seis primeros signos de Aries a Virgo, como en los seis últimos de Libra a Piscis, donde aparece el encuentro con la o el “otro” y comienza el aprendizaje social. En mi opinión y a pesar de las múltiples veces en que una sociedad ha evolucionado, caído y desaparecido a lo largo de la historia, apenas hemos desarrollado una entidad individual, con conciencia de sí misma, y una conciencia social que nos convierta en una sociedad digna de sus valores, a pesar de las muchas personas con conciencia y voluntad suficiente como para sacrificar sus vidas en aras a nuestro desarrollo personal y colectivo.

Estos doce signos son a su vez “catalogados” como masculinos o femeninos de forma alternativa, categoría que responde a su naturaleza de elementos Tierra o Agua, los femeninos, y Aire y Fuego los masculinos.

Esta rueda zodiacal pulsa, como hace todo lo que vive en este plano, y ese pulso procede del principio de los principios, momento de la formación del Universo según la teoría de Big Bang donde toda la energía indiferenciada, reunida en un solo e imaginario punto central, cuando ni el espacio ni el tiempo existían, estalla como un cohete de feria proyectando energía en todas direcciones en dos movimientos: uno centrifugo, que expulsa la energía hacia el exterior a la conquista del espacio, y otro centrípeto, que la detiene debido a su enfriamiento lo que permite su organización y la construcción de la materia, actuando como cuando se mete una solución sobresaturada de agua y azúcar en la nevera, se apelmaza y solidifica, y el líquido se transforma en sólido, de la misma forma que en el universo la energía incandescente se transforma en materia, o la luz en cristal.

Yinyang

Estamos, por tanto, ante un pulso presente en la vida e impreso como una ley desde que se formó el Universo, que sigue pulsando desde ese imaginario centro en algún lugar del mismo, punto central de máxima energía que podríamos considerar un principio de unidad.A partir de ese concepto se consideran tres Símbolos básicos: el de potencia y el de movimiento dual, centrífugo y  centrípeto. La potencia  puede analogarse desde ese primer punto de energía indiferenciada, anterior al tiempo y al espacio, con el punto geométrico como el principio de la Geometría, con el zigoto indiferenciado en Biología que dará lugar en su desarrollo a un ser vivo, o con la semilla en Botánica que dará lugar al desarrollo de una planta.

División de una célula en dos blastómeras

 

Los dos movimientos presentes en cualquier creación, hacia adentro y hacia afuera, de expansión y contracción, se expresan alternativamente en los signos zodiacales, uno centrífugo y el siguiente centrípeto, que en Astrología consideramos cualidades de la materia que llamamos Polaridad, lo Masculino y lo Femenino no relacionados, en principio, con la sexualidad ni con el género, sino con dos movimientos presentes en todo, que en la psique humana conforman el carácter, del que os hablaré más adelante, y que desde un punto de vista material generan dos principios:

Expansión dinámica Contracción estática
Actividad
Electricidad
Sentidos físicos
Análisis – Lógica
Alerta-Vigilia
Gasto de energía
Fuerza 
Pasividad
Magnetismo
Sentidos psíquicos
Síntesis – Abstracción
Relajación, Atención, Concentración
Recarga de energía
Forma 

Dualidad que puede observarse en el cuerpo humano desde lo que es interior y latente a lo que es exterior y patente, que exige a la vez de la participación de órganos pasivos, esqueleto, forma, y órganos activos, músculos, fuerza, presentes en un conjunto unitario organizado y orgánico. “¿Acaso no somos polvo de estrellas?”

La energía se transforma en materia y esta se manifiesta en las cuatro modalidades ya citadas: Tierra, Agua (femeninas), Aire y Fuego (masculinos).

Las doce energías zodiacales se componen de estos cuatro elementos repetidos tres veces, de tal forma que hay tres signos de Tierra, tres de Agua, tres de Aire y tres de Fuego, y por lo mismo seis son femeninos y seis masculinos. Es importante tener en cuenta la polaridad femenina y masculina de los elementos presentes en el Zodiaco, ya que éste representa la Ley de la vida y la generación, y tanto los antiguos como los modernos estaban y siguen interesados en los procesos de creación y en el dominio de las manifestaciones sensibles, ya que para toda creación se necesita un participante dinámico masculino y otro plástico-formativo femenino.

Al nacer somos como una semilla cuyo objetivo es convertirse en árbol y cuyo destino es dar fruto (genética), el ambiente, suelo y clima donde la semilla se desarrolla (experiencia vital/educación), pueden hacer que el árbol llegue a serlo y cumpla su destino, o bien puede agostarse, llegar a ser un árbol pequeño y retorcido y sin el fruto adecuado. Las personas, igual que las semillas, podemos llegar a ser lo que realmente somos y estamos destinadas a ser, o podemos parar nuestro desarrollo en el camino de la vida y la experiencia y agostarnos total o parcialmente, en ocasiones porque el suelo, clima o ambiente social y familiar se oponen hostilmente al objetivo y otras por miedo, ignorancia o por depredadores externos.

En los primeros capítulos intenté aclarar, en primer lugar, la diferencia entre consciencia e inconsciente dejando claro que “consciencia” supone lo que sabemos o sabemos que sabemos, mínima parte frente a la inmensidad y misterio de todo lo que es “inconsciente” y que no sabemos. El desarrollo de la personalidad individual supone desarrollar lo que somos, consciente e inconscientemente, a pesar de la presión social y familiar para conducir nuestro desarrollo en la dirección que pretenden sus intereses. Por otra parte, esa presión nos conduce al miedo porque necesitamos la aprobación social y familiar y, además, enfrentarse a una o uno mismo es tarea que requiere mucha, o demasiada, valentía e integridad, porque no es fácil reconocernos en nuestra totalidad con nuestras luces y sombras. De ahí la importancia de conocer en la medida de lo posible las “señales” y “aptitudes” que nuestro inconsciente aporta. Han sido innumerables las veces que he visto en mis alumnas como al comenzar a conocer el lenguaje simbólico se disparaban sus mensajes y se incrementaban sus sueños significativos. Como si el inconsciente, cansando de alertarnos, se viera ante la posibilidad de ser comprendido y tendiera un puente hacia la consciencia de cada persona.

En artículos anteriores os hablé de los dos lenguajes que poseemos, la consciencia desarrolla la lógica y el análisis a través de la palabra y la escritura, que elaboramos de pie, en postura erguida. El inconsciente se manifiesta a través de imágenes con contenido emocional y se manifiesta a través de los sueños y la intuición, en posición tumbada o en relajación, desarrollando la capacidad de síntesis y abstracción. Dos posturas, vertical y horizontal, básicas para nuestro desarrollo, que explican, en parte, el significado de la cruz.

Los dos elementos femeninos, Tierra y Agua, se encargan de la experiencia con el mundo material (Tierra) que les hace ser realistas, dando valor a lo tangible, al cuerpo de las cosas y lo que nos transmiten los sentidos físicos, sonidos, olores, sabores, formas,… lo que les hace “sensuales y prácticos”.

El Agua nos relaciona con el mundo de los sentimientos, sentir lo que nos rodea no por su aspecto físico sino por lo que nos transmiten conmocionándonos íntima y subjetivamente.

Los otros dos elementos, Aire y Fuego, se encargan de la experiencia intelectual (Aire) relacionada con la observación y discriminación analítica del mundo que nos rodea, mientras que el Fuego, siendo otra experiencia intelectual, como es la intuición, nos pone en contacto con los “significados profundos de cada ser o acontecimiento” haciendo que nos preguntemos qué significan, qué sentido tiene la vida y sus consecuencias, unas veces desde la fe o las creencias y las más desde la filosofía y las humanidades.

Estos elementos son opuestos dos a dos, la Tierra y el Fuego, sensación e intuición, y el Agua y el Aire, sentimiento y pensamiento, lo que supone un conflicto a resolver en el desarrollo psíquico, más fácil de integrar si los elementos se encuentran en armonía en la propia naturaleza psíquica a que alguno, o más, se encuentre ausente o debilitado, sobre todo porque la psique humana no admite el vacío y cuando ocurre tiende a importar desde el ambiente lo que falta, algo que puede observarse normalmente en las relaciones. Si falta o se debilita un elemento la personalidad se siente atraída hacia otra que lo posee en mayoría como función Rey o al menos como función superior. Esto provoca atracción y también conflicto ya que el elemento importado a través de la relación elegida, ya sea de amistad o de pareja o cualquier otra, es opuesta a la que se posee.

Pero eso es algo de lo que os hablaré más adelante.

 

 

FotoMariaGarridoREFERENCIA CURRICULAR

María Garrido Bens es astróloga, con una experiencia profesional de 35 años como docente y consultora en el campo de la Astrología tanto personal como mundial. Experta en Lenguaje Simbólico y Mitología aplicada a la Psicología. Profesora de Evolución Mental, Sanación y Meditación. En la actualidad ocupa el cargo de Tesorera de la Asociación con la A.

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