La duquesa de Osuna y el Parque de El Capricho (Madrid)
Contra la opinión de mucha gente, el otoño no es una época triste y para demostrárselo les llevo hoy a un jardín, allí donde los tonos rojos, dorados y verdes alegrarán la vista a cualquiera. Además, la artífice de este jardín fue una mujer. Está bien, se lo desvelo: se trata del Parque El Capricho que está en Madrid y fue de la Duquesa de Osuna allá por finales del siglo XVIII.
Ella se llamaba María Josefa de la Soledad Alonso Pimentel y había nacido en Madrid en noviembre de 1752. Ostentaba numerosos títulos nobiliarios tanto propios como consecuencia de sus nupcias con Pedro Téllez de Girón, duque de Osuna. Era la época de la Ilustración española, un fenómeno minoritario, aún más en un país aislado y con una cultura muy tradicional, al que le venía grande el racionalismo que ya triunfaba en el resto de Europa. Además de llegar tarde, la Ilustración en España sólo permeó algunos islotes sociales gracias a figuras ejemplares en torno a las cuales se creaban y alimentaban espacios como, por ejemplo, las Sociedades de Amigos del País en Galicia, Andalucía o Asturias. Pero el centro de la Ilustración española estuvo en Madrid. Allí había instituciones docentes modernas, un ambiente cosmopolita, bastante prensa, una Sociedad Económica importante y una Inquisición que, salvo en el caso de Olavide, no pasó a mayores. Y en ese caldo, también había aristócratas que protegían y financiaban la obra de artistas y científicos (por desgracia, no podemos hablar de científicas).
Pues bien, entre esa aristocracia madrileña despuntó la duquesa de Osuna, que llegó a ser admitida en la Real Sociedad Económica Madrileña y encabezó la Junta de Damas. Dicen, quienes han estudiado su figura, que era una mujer inquieta a quien le gustaba montar a caballo y leer; que su marido se ausentaba a menudo por sus obligaciones militares y que ella sufrió varios abortos antes de ver nacer a sus cinco hijos e hijas a quienes educó personalmente, algo que no era muy corriente entre la aristocracia.
La familia vivía cerca del Palacio Real, pero María Josefa construyó a las afueras de Madrid un palacio rodeado de una finca de recreo porque quería ver cumplido un sueño: tener un punto de encuentro de intelectuales ilustrados y a la vez, un lugar donde celebrar grandes fiestas cortesanas al modo de María Antonieta en Versalles (de hecho, de allí se trajo arquitectos y paisajistas). Y eso fue El Capricho, en la finca de La Alameda, ya en el camino de Aragón: un palacio, estanques, ríos, grutas, plantas exóticas, flores (lilas, muchas lilas), colores, olores. María Josefa no lo vio terminar en 1839 porque había muerto cinco años antes, pero sí disfrutó de la biblioteca, de las tertulias, los conciertos, representaciones teatrales, multitud de fiestas e incluso corridas de toros. Imaginen el ambiente: Bocherinni y su música acompañando a Don Ramón de la Cruz, Jovellanos o Fernández de Moratín.
Más afrancesada que la duquesa de Alba, compartió con ésta el mecenazgo de Goya. Observen el lazo rosa que luce la duquesa de Osuna en el cuadro a la moda francesa del momento. Lazo y sombrero, tan de María Antonieta, centran la atención sobre este retrato que pintó el aragonés. El autor ya había adquirido la destreza precisa para darse a conocer y triunfar en el mundo que le importaba, el de la gente poderosa y distinguida. La duquesa de Osuna le encargó para esa casa de campo repetidas series de lienzos, los famosos de asuntos de brujas y otros de escenas de campo parecidas a algunos de los cartones para tapices. Él mismo pasaba temporadas en la Alameda, “ando, como, bebo bien y me divierto lo que puedo, pero aún tengo el tobillo hinchado y por las noches más, no me da mucho cuidado, pues he salido dos veces a la caza”, decía en una misiva en 1786 a un amigo.
En sus 14 hectáreas, se considera uno de los parques más bellos de la ciudad. De sus rincones destacan la plaza de El Capricho, el Palacio, el estanque, la plaza de los Emperadores, o la fuente de los Delfines y de las Ranas con claras referencias inglesas, francesas e italianas.
El Capricho no ha sido inmune a la historia. Tras los sucesores de los Osuna, llegó a ser adquirido, ya en el siglo XX, por los Rostchild en España. En 1934, en plena República, se le declaró monumento histórico-artístico. En la Guerra Civil fue cuartel general del ejército republicano y luego vendido y abandonado. En 1974, al fin, lo compró el Ayuntamiento de Madrid.
Visítenlo cuando puedan. Es un lugar mágico, lleno de simbología y puede que encuentren a la duquesa con su sombrero y su lazo rosa disfrutando del aroma de las lilas.
Pepa Franco Rebollar es consultora social; empresaria desde hace más de veinte años; experta en intervención social y políticas de género. Coordina proyectos de investigación, formación y apoyo a las organizaciones sociales, entidades y organismos de la Administración. Además de su profesión, de sus amistades y de su familia, le apasiona la Literatura y la Historia.