La casa colectiva y las aportaciones de mujeres
El reconocimiento de las tareas de la reproducción en igualdad con las tareas de la producción, así como el convencimiento y conocimiento de la interdependencia y los cuidados compartidos, están en la base de propuestas de las viviendas colectivas
Vivir en comunidad ha sido una experiencia vivida y promovida por mujeres por siglos. El reconocimiento de las tareas de la reproducción en igualdad con las tareas de la producción, así como el convencimiento y conocimiento de la interdependencia y los cuidados compartidos, están en la base de propuestas de las viviendas colectivas, lejos del ideal patriarcal de la vivienda como elemento de la intimidad y la familia excluyentes.
Nos podemos remontar a las sociedades de mujeres que, a partir del siglo XIII en Europa septentrional, decidieron constituirse en una especie de sociedad independiente. Estas mujeres no aceptaron la alternativa al matrimonio y a la maternidad, que era el convento, sino que constituyeron unas sociedades económicamente autosuficientes, construyendo sus propios espacios y su propia organización social.
Los Beguinajes se conformaban como sociedades civiles independientes, que propugnaban otra manera de ser mujer: ni madre, ni esposa, ni monja, sino trabajadoras y estudiosas
Las sociedades de beguinas, o Beguinajes, eran fundadas por ricas viudas o herederas que establecían un sistema urbano independiente, que se autorregulaba y autoabastecía, llegando en 1566 a registrarse casi trescientas [1] comunidades en los Países Bajos, que es de donde surgieron y desde donde se expandieron a toda Europa [2]. El hecho que estos recintos contuvieran edificios de culto en su interior llevó a que se los explique como conventos, cuando en realidad se conformaban como sociedades civiles independientes, que propugnaban otra manera de ser mujer: ni madre, ni esposa, ni monja, sino trabajadoras y estudiosas. Entre sus temas de estudio se encontraba la lectura de los textos sagrados, quitando así parte de poder a la iglesia y al hombre que, como párrocos, eran los únicos autorizados a leer y trasmitir ese conocimiento desde su propia interpretación. Precisamente esta interpretación y su juzgamiento como instrumento de poder fue puesto en crisis por estas mujeres, que defendieron su capacidad de leer e interpretar y de organizarse de modo alternativo. Entre otras cosas, lo que desdice la interpretación de los Beguinajes como conventos es que, si el interés hubiera sido el de vivir en un convento nada se lo hubiera impedido, podían tanto acudir a uno como fundarlo. La organización cotidiana de los Beguinajes se basaba en que las tareas del cuidado se realizaban de manera comunitaria y profesionalizada, tanto para las propias beguinas como para personas externas que acudían a vivir bajo su cuidado o, en otros casos, se desplazaban a las viviendas a cuidar personas ancianas o enfermas. Cada beguina tenía sus tareas: así como unas podían tejer, escribir o realizar otras actividades productivas, tanto dentro como fuera de los Beguinajes, otras se dedicaban a la cocina o a la limpieza común como actividad productiva.
Algunos Beguinajes llegan a constituirse en verdaderas ciudades en el borde de la ciudad medieval. Estaban conformadas por varios edificios organizados siguiendo estructuras urbanas de calles y plazas. Estaban rodeadas de muros o fosos, aunque eran espacios abiertos a la comunidad al ser sede de numerosos servicios: desde centro de instrucción para jóvenes mujeres a centros de caridad para personas pobres, ancianas y enfermas.
De alguna manera este modelo de agrupación reaparece a finales del siglo XIX con las casas de acogida, en ciudades como Londres o Chicago, en las que mujeres voluntarias fundaron asociaciones en barrios carenciados para los que trabajaban y en los que vivían.
Dafne Spain [3] explica que en los períodos en los que se vive en situación de anomia [4] se genera un sentimiento de confusión e inseguridad que dará lugar a la necesidad de un esfuerzo para restaurar el orden social, y es en estos momentos cuando las mujeres encuentran resquicios por los que intervenir en la realidad y crear espacios de género femenino para actuar en lo público. Sugiere que la segregación de género involuntaria en los edificios individuales reduce el acceso de las mujeres al ámbito público, mientras que la segregación voluntaria en el espacio urbano puede mejorarlo. Para Spain, fue de esta situación que surgieron los Beguinajes en el siglo XIII, las casas de acogida y otras intervenciones dirigidas por mujeres en el siglo XIX, y las casas de madres en los países de la órbita soviética al caer el muro de Berlín, que luego se extendieron a otros países. En los tres casos estos espacios responden a necesidades no resueltas, dan papel público a las mujeres y les confieren identidades independientes fuera del hogar.
La vivienda en todos sus aspectos ha sido uno de los focos de interés de las mujeres [5]. Ya sea Catharine Beecher y las economistas domésticas, y su preocupación por las casas de clase media y el énfasis puesto en la reducción del trabajo doméstico por medio de un diseño eficiente de la vivienda; o ya sean Octavia Hill, Jane Addams y sus respectivas seguidoras, quienes se preocuparon por el medio ambiente urbano y las viviendas de las clases más desfavorecidas, a través de la mejora urbana progresiva y el compromiso mutuo.
Una gran parte de las aportaciones más profundas respecto al habitar la han realizado las mujeres a lo largo de la historia
Este interés perdura, y me atrevería a decir que una gran parte de las aportaciones más profundas respecto al habitar -ya sea desde los usos, las maneras de vivir, el diseño, así como las políticas y el conocimiento crítico de las diferentes experiencias de vivienda- la han realizado las mujeres a lo largo de la historia, y el siglo XX no fue una excepción.
Prueba de ello sería, entre otras, la experiencia de los VAC en Holanda (las siglas VAC corresponden a ‘Comité asesor de mujeres para la construcción de viviendas’) [6]. El primer VAC se fundó en 1946, al acabar la Segunda Guerra Mundial, ofreciendo a partir de entonces un servicio de asesoría a los grandes proyectos de viviendas que fueron necesarios debido a la destrucción derivada de la contienda. El primer VAC se estableció en Rotterdam, creada por dos asociaciones de mujeres, la Asociación holandesa de amas de casa y la Liga holandesa de mujeres rurales, que argumentaban que no se prestaba suficiente atención a quienes eran las usuarias más importantes de las nuevas viviendas: las mujeres. Las amas de casa se quejaban de la falta de practicidad de muchos elementos en los nuevos proyectos de viviendas. La preocupación por la calidad de la vivienda se sumaba a la falta de servicio doméstico, ya que solo de manera excepcional se contaba con empleadas en el hogar, haciendo la eficiencia en el mantenimiento del hogar aún más necesaria. En 1965, se formaría el comité nacional de VAC. La conformación de estas asociaciones no es lo amplia que sería deseable ya que, al ser un trabajo voluntario, quedan excluidas muchas mujeres, siendo el perfil más usual el de mujer blanca de clase media, de entre 40 y 55 años, casada y con hijos [7].
El alcance de sus recomendaciones se fue ampliando de las viviendas a los barrios y también a los objetos de consumo cotidiano. Los VAC son de alcance municipal, con sede central en Utrecht, congregan 280 asociaciones y, desde 2014, algunas comenzaron a ser de conformación mixta y ofrecen una labor de consultoría desde la experiencia cotidiana, entendiendo que las mujeres son quienes trabajan y realizan las tareas de cuidado y, por lo tanto, conocen qué y cómo necesitan que sean las viviendas. Emma Galama-Rommerts [8] explica que el problema de la calidad de la vivienda y su entorno no es nuevo, y que el papel jugado por las mujeres en su mejora, debido al conocimiento derivado de su experiencia, es fundamental, y hace referencia al arquitecto Jacobus P. Oud, quien, en 1928, declaraba que “Las mujeres deberían estar involucradas en la planificación y diseño de viviendas, debido a que las viviendas son diseñadas y construidas por hombres mientras que son las mujeres las que trabajan en ellas. ¡Preguntémosles a ellas sobre sus ideas para el diseño, ellas tienen la experiencia práctica cotidiana!” Siendo consecuente, convocó a Erna Meyer a colaborar en el diseño de la cocina de su propuesta de vivienda mínima en la exposición de Weissenhof de 1927. La presencia de las VAC es una de las razones de la calidad de la vivienda en Holanda.
Otra cuestión que ha hecho de la vivienda una esfera de acción de las mujeres, al menos en EE. UU., donde La primera mujer en obtener el título de arquitecta fue Mary Louisa Page, en la Universidad de Illinois en 1878, y la segunda fue Margaret Hicks, en la Universidad de Cornell en 1880, es que el estudio reglado de arquitectura para mujeres se hacía en escuelas separadas por sexo, ellas aprendían arquitectura doméstica y paisaje, y ellos la considerada arquitectura con mayúscula. Así fue en la Cambridge School of Architecture and Landscape, que comenzó como una tutoría en 1915 [9], se funde en 1940 con la Graduate School of Design de Harvard, con el objetivo de que esta última sobreviviera a los años de guerra y la consiguiente falta de hombres jóvenes; una unión que se presentó como provisional pero que resultó definitiva. Aunque, diez años después de esa unión, el número de mujeres estudiantes descendió a la mitad, la unión de ambas escuelas tuvo como resultado que el GSD aceptara la fusión de arquitectura y paisaje en una única formación, tal como se hacía en Cambridge, dándole más importancia a lo doméstico tal como se entendía en la escuela de mujeres, incluyendo todo el paisaje urbano cotidiano, aspectos de rango inferior no integrados en el currículo academicista de las carreras masculinas. También la distinción que hiciera Adolf Loos, definiendo ‘Arquitectura’ como ‘Arte’, ligada al monumento y la tumba, a lo excepcional, dejó a la vivienda [10] en un rango inferior de ‘no arquitectura’, que aún hoy perdura en los propios currículos de muchas universidades contemporáneas, donde se llega a tener, como máximo, un año de proyectos de vivienda, y siendo muchas veces un tema que no se permite en proyectos fin de carrera porque de nuevo se las suele considerar una categoría menor, no como arte.
En el siglo XX, podemos encontrar agrupaciones de interés común y soporte mutuo que combinan residencia, cuidado y producción, como el sistema habitacional de ‘cohousing’
Podemos decir que todas estas formas de arquitectura, gestión del espacio social y urbano tienen equivalentes en la actualidad. En el siglo XX, además de las casas de madres podemos encontrar otras experiencias derivadas de esta manera de hacer y organizarse, es decir, agrupaciones de interés común y soporte mutuo que combinan residencia, cuidado y producción, como el sistema habitacional de ‘cohousing’. Sistema del que podemos encontrar sus raíces en la propuesta de Melusina Fay Peirce (1836–1923), quien propuso las casas sin cocina en la segunda mitad del siglo XIX. La razón de esta propuesta venía de considerar que las tareas domésticas suponían una monotonía diaria y una presión para las mujeres que querían perseguir plenamente sus ambiciones personales. Expuso y publicó sus ideas, basadas en una crítica detallada de la economía doméstica de la casa acuñando el término ‘cooperative housekeeping’, en la revista Atlantic Monthly entre los años 1868 y 1869.
Para Vestbro y Horelli [11] las viviendas en sistema de cohousing rompen los patrones espaciales de género, la cocina como espacio femenino y el garaje como espacio masculino, y proponen compartir los quehaceres domésticos indistintamente entre hombres y mujeres. Según sus investigaciones, las personas que habitan un cohousing tienden a usar unas variables temporales que les hace interactuar de manera diferente con el espacio y el lugar, que afecta a la construcción de sus roles de género. Para ellos la construcción de las casas colectivas con servicios compartidos ha sido, y es, una herramienta esencial en la emancipación de la mujer: a menos trabajo doméstico, más tiempo para actuar políticamente y para incidir en las políticas de vivienda.
NOTAS
[1] Walter Simons, Cities of Ladies. Beguine Communities in the Medieval Low Countries. 1200–1565 (Filadelfia: University of Pennsylvania Press, 2001).
[2] Laura Swan, The Wisdom of the Beguines. The forgotten Story of a Medieval Women’s Movement (Katonah/Nueva York: BlueBridge, 2014).
[3] Dafne Spain, “La importancia de los espacios de género femenino en el ámbito público” en Urbanismo y género. Una visión necesaria para todos (Barcelona: Diputación de Barcelona, 2005).
[4] Según Emile Durkheim, representan un estado sin normas, un abandono de las pautas y reglas tradicionales que gobiernan la vida cotidiana (en Dafne Spain, ídem.)
[5] Para ampliar ver Zaida Muxí Martínez, Mujeres, casas y ciudades. Más allá del umbral Barcelona: dpr-barcelona, 2018
[6] Para más información sobre los VAC, ver: http://habitat.aq.upm.es/bpn/bp305.html y http://femmesetvilles.org/downloadable/galama_en.pdf, accedidos el 16 de mayo del 2018.
[7] Wiebe Bijker y Karin Bijsterveld, “Women Walking through Plans. Technology, Democracy, and Gender Identity” en Technology and Culture, 41, 2000: 485–515. Disponible en:
ftp://ftp.ige.unicamp.br/pub/CT001%20SocCiencia/25%20de%20Outubro/Bijker%20on%20Gender.pdf, accedido el 8 de diciembre del 2014.
[8] Emma Galama-Rommerts, “VAC in the Netherlands” en First International Seminar on Women’s Safety —Making the Links, (Montreal, mayo, 2002). Disponible en http://femmesetvilles.org/downloadable/galama_en.pdf, accedido el 28 de diciembre del 2014.
[9] Doris Cole, From Tipi to Skyscraper. A History of Women in Architecture. (Boston: i press incorporated, 1973).
[10] Sin embargo, Adolf Loos se comprometió con la gestión, el proyecto y la construcción de viviendas para obreros en la ciudad de Viena, siendo director de la secretaría de vivienda entre 1920 y 1922. Desde esta posición, realizó propuestas verdaderamente innovadoras para responder a las necesidades reales de la población más desfavorecida e incorporar las necesidades específicas de las mujeres derivadas de su rol de género.
[11] Dick Urban Vestbro y Liisa Horelli, “Design for Gender Equality: The history of cohousing ideas and realities”. Built Environment, 38, 3 (2012).
REFERENCIA CURRICULAR
Zaida Muxí Martínez es doctora arquitecta, y profesora de Urbanismo de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona, desde 2003, fue co-directora con Josep Maria Montaner del Master laboratorio de la vivienda sostenible del siglo XXI de la UPC. Ha sido directora de Urbanismo Vivienda, Medioambiente, Ecología Urbana, Espacio Público, Vía Pública y Civismo de la ciudad de Santa Coloma de Gramenet (2015-2019). Es especialista en urbanismo, arquitectura y género. Es integrante y cofundadora (2015) de la red “Un día una arquitecta”. https://undiaunaarquitecta.wordpress.com/ y ha sido cofundadora en 2005 del Col·lectiu punt 6.
Publicaciones recientes:
Mujeres, casas y ciudades. Más allá del umbral (dpr-barcelona, 2018) Beyond the threshold. Women, Houses and Cities (dpr-barcelona, 2021) y en coautoría con Josep Maria Montaner Política y arquitectura. Por un urbanismo de lo común y ecofeminista (Editorial Gustavo Gili 2020).