Revista con la A

25 de marzo de 2020
Número coordinado por:
Lucía Melgar
68

Los derechos sexuales y reproductivos son derechos humanos

Fase edípica

Lo más importante en una familia no es la sangre sino el vínculo que
se establece entre las y los componentes del núcleo familiar

 

La astrología ofrece múltiples facetas por las que estudiar una carta natal o cualquier otra cosa. Por ejemplo, la astrología judiciaria se ocupa de los hechos, la astrología psicológica de las causas que los motivan… Siempre digo que “no importa lo que pasa sino por qué pasa”. En artículos anteriores os he ido explicando las fases de desarrollo de la personalidad y los conflictos psicológicos que van a determinar en la edad adulta, las cosas que nos pasan y que nos suelen llevar a consultar a la o el astrólogo para que nos ayude a entenderlas, así que os daré las claves para que podáis acercaros a ese conocimiento partiendo de la psicología y abordando lo que se conoce como fase edípica:

Esta fase comienza cuando termina la fase anal, de los 4 a los 6 años aproximadamente, pero hoy son muchos autores quienes piensan que se solapa con la fase anal y por tanto puede comenzar a partir de los 2 años y medio.

Durante la fase oral la psique trabaja con el sentimiento del amor mientras que en la fase anal se constela la voluntad. En esta fase edípica amor y voluntad trabajan para conseguir el arquetipo de la unión entre las tres figuras principales, las figuras parentales madre y padre (aunque en los nuevos modelos de familias:  madre/madre, padre/padre o familias monomarentales o monoparentales, habrá que ver cómo se conjugan las relaciones con las criaturas), sean o no biológicos, y la hija o hijo que depende de ambos. En anteriores capítulos, expliqué que la psique no tolera el vacío por lo que, si alguna de estas figuras parentales desaparece, por muerte, abandono o cualquier otra causa, busca con que suplir ese vacío en alguna figura que pueda ejemplificarlo, ya sea una abuela, tío, incluso hermano o hermana o la nueva pareja de la o el progenitor, siendo muy importante el vínculo que se establece entre la criatura y la elegida como sustituta. Hasta ahora la figura más evidente, ya sea por el vínculo que se establece durante la concepción, el amamantamiento o la toma de biberón y la cercanía (mientras las cosas no cambien), es la figura materna. En las culturas antiguas era ley entregar a las y los recién nacidos a la madre para que se ocupara desde el cuidado, la complicidad, la protección y el amor, de instruirle en el mundo de lo íntimo y cercano. Más adelante, hacia los 7 años, le era entregado al padre para convertirlo en guerrero y en un individuo útil socialmente, con capacidad para luchar y lograr un puesto en el mundo al que pertenecía, favoreciendo su madurez y autonomía. Por tanto, ejemplificaban los dos aspectos, masculino y femenino de la psique, que tenían que colaborar en el desarrollo interno de la personalidad.

Durante esta fase edípica ambas figuras están presentes y es la paterna la que empieza a hacerse más presente, ya que con anterioridad se percibía como un intruso en la relación que se había establecido con la madre que durante los primeros años, para la criatura, era el mundo entero. Es importante entender que al principio de la vida sea más obvia la figura materna que la paterna, al menos mientras los hombres se mantengan alejados de la corresponsabilidad que supone el mantenimiento del hogar y la educación y trato con su prole. Si la madre es la biológica, lo ha llevado en su vientre durante nueve meses y se la puede reconocer incluso por su olor, además de ser, mientras no cambien las cosas, la responsable del cuidado.

Pero este proceso no es fácil, de hecho, la mayoría de los problemas que surgirán durante la edad adulta en lo que a las relaciones de pareja o de otro tipo que vayan a establecerse con hombres y  mujeres se refiere, surgen por los conflictos derivados durante esta fase en la relación entre la criatura y las figuras parentales, ambas, ya que pueden ser buenos o malos ejemplos de los arquetipos que representan y la relación entre ellos y con la criatura puede ser muy buena y adecuada o todo lo contrario.

Hemos de entender que nacemos totalmente dependientes de quienes nos puedan y quieran cuidar, que a su vez tienen sus propios conflictos, por lo que el tránsito hacia la madurez y la autonomía no son un camino de rosas, de hecho, muchas criaturas recuerdan su infancia de forma muy dolorosa.

Es en esta fase cuando comienza el desarrollo de la sexualidad y en este desarrollo están implicados tanto la figura paterna como la materna. Pero aun cuando se hable de los deseos sexuales de la criatura hacia las figuras parentales, normalmente del sexo opuesto, no se debe entender el deseo sexual tal y como lo entendemos desde la edad adulta. Se trata más bien de que normalmente la criatura “toma partido” por uno de los dos modelos, sintiéndolo más atractivo por múltiples razones, le presta más atención, está más presente o no supone un riesgo para su seguridad. En realidad, la criatura observa la relación entre ellos, sus conflictos y complicidades, y cuanta atención pierde con la entrada en acción de la nueva figura. Ambas son importantes porque actúan para poner a la o el hijo en contacto con su propia femineidad y/o masculinidad interna. Por esa razón, es en esta época cuando los problemas y complejos derivados del desarrollo de ambos factores presentan mayor dificultad, si alguna de las figuras no es adecuada, es inoperante, ineficaz o repulsiva, será rechazada externa e interiormente y a la larga representará complejos en la relación de pareja y con las mujeres y hombres en cualquier tipo de relación, al tiempo de representar su propio conflicto interno. Desde la inmadurez y la dependencia el proceso de individuación presupone autonomía para lograr darle al Sí mismo lo que en principio le hemos dado a las y los demás. Se ve en ambas figuras la seguridad que pueden o no ofrecer, teñidos o rodeados de una serie de virtudes admirables porque ofrecen estabilidad, o defectos que se odian porque la niegan, ya que no sirven como ejemplo de lo que una persona puede llegar a ser o de lo que va a encontrar en el mundo. Son figuras que nos ponen en contacto con nuestra propia masculinidad y femineidad interna, con independencia de que seamos hombres o mujeres y, por tanto, con los conflictos que tengamos con ellas. Y siempre suele haber un sentimiento físico de atracción, pudiéndoles ver guapos, atractivos, o feos y repulsivos, dependiendo del ejemplo que protagonicen. Madurar supone separarse, independizarse de las figuras parentales, sin dejar de amarlas, simplemente permitiendo tomar las riendas de la propia vida y las propias decisiones, sin que la madre o el padre intervengan de forma indiscutible.  Es importante la relación entre ambos y su ejemplo, juntos operan ofreciendo seguridad, pero al tiempo el niño o niña suele boicotear la relación porque si funciona puede creer que se menoscaba la que él o ella establece con el padre o madre.

 

El padre puede ser percibido como una entidad extraña que entorpece y distrae a la madre de sus tareas y atenciones con la criatura, lleno de normas y restricciones, autoritario, violento y distante,  o  representando el mundo ajeno de ahí afuera, con todas las incógnitas y posible atracción hacia la aventura de lo desconocido que trae al hogar cuando cuenta sus experiencias sociales y laborales, conformando así una imagen idealizada para su hijo o hija. Y lo mismo puede ocurrir con la madre, en ocasiones dotada de generosidad, dulzura, capacidad de sacrificio, belleza, buen hacer, eficiente para solucionar los problemas que puedan surgir, o por el contrario iracunda, desdichada, sumisa, insegura y hasta aburrida. La criatura y sus celos infantiles tratarán de conseguir la victoria que supone tener a papá o mamá para ella sola, dibujando el conflicto de un triángulo emocional, aunque internamente existe el miedo de que descubran sus artimañas para hacer fracasar su relación y reciba un castigo por ello. Más adelante, en la edad adulta, puede persistir el miedo a que los demás descubran lo que desea y quiere y también le castiguen y no le quieran.

Si el niño se compara con su padre se percata que es más grande y está más dotado para hacer feliz a mamá y, si es niña, que mamá tiene más posibilidades de hacer feliz a papá porque es más atractiva y sabe satisfacer sus necesidades, cuidándole y atendiéndole. Así que al sentimiento de culpa por lo que desea se añade ahora el de inferioridad frente al rival que está mucho mejor dotado. En la edad adulta muchas conductas que suponen sentirse inferior frente a personas más fuertes, grandes, inteligentes y en general capaces, tienen sus raíces en este intento de lograr mayor aprobación por parte de las figuras parentales.

La solución reside en emular a la madre o el padre en vez de competir con ella o él y de esta forma “cuando crezca tendré una mamá para mí solo o un papá para mi sola”.

Se da también lo que se conoce como “complejo de Edipo o Electra invertido”, que ocurre cuando mamá es indeseable para el niño y quiere conquistar a papá y librarse de la madre, o cuando papá es indeseable para la niña y se vuelve hacia la madre para conquistarla y librarse del padre.

Si a su vez el padre o la madre sienten que su matrimonio no funciona y no reciben la atención y el amor que podrían esperar, es posible que también se vuelvan hacia el hijo o hija buscando lo que su pareja les niega. En este caso la criatura puede quedar anclada en la relación con una de ellas, incapaz de dirigir su atención hacia otras relaciones. Todas las personas hemos sufrido alguna vez la violenta influencia de una madre poderosa que interfiere en la relación con el marido que siempre la pone de ejemplo, a la que no podemos emular ni lograr victoria alguna porque ella siempre es más fuerte, inteligente y dotada. Y ocurre igual en el caso del padre, tan luchador, victorioso, y dotado, siempre ejemplo de cómo debe ser y comportarse un hombre con todas sus cualidades. Algo que supone una lucha desigual, dolorosa y con una gran capacidad de destrucción en cualquier relación.

Lo que hay que entender es que una niña o niño pequeño no puede racionalizar la personalidad de su madre y padre, tampoco como pueden representar a la vez ser en ocasiones fantásticos, capaces de proveer tanta felicidad y seguridad a la criatura, y otras ser tan nefastos como para lograr que pueda sentir que su mundo se desmorona. Ningún ser humano hombre o mujer, ni ninguna pareja por mucho que se amen, pueden ser ejemplo de perfección ni pueden evitar que entre ambos surjan conflictos. Sin embargo, para todas las personas, las implicaciones psicológicas de dichos conflictos, y por supuesto la separación de los padres, tienen una dimensión casi sobrehumana en lo que se refiere al desarrollo de la propia personalidad. La unión o matrimonio interno entre nuestra femineidad y masculinidad estará profundamente afectada por la imagen del matrimonio parental, básicamente porque no está formada para la psique humana por personas reales sino por figuras arquetípicas, así que resolver muchas de las escisiones que llevamos dentro va a depender de cómo resolvemos el dilema del matrimonio entre nuestra madre y nuestro padre, cualquiera que sea el sexo que juegue el rol.

Pero eso lo dejo para el próximo artículo…

 

REFERENCIA CURRICULAR

María Garrido Bens es astróloga, con una experiencia profesional de 45 años como docente y consultora en el campo de la Astrología tanto personal como mundial. Experta en Lenguaje Simbólico y Mitología aplicada a la Psicología. Profesora de Evolución Mental, Sanación y Meditación. En la actualidad ocupa el cargo de Tesorera de la Asociación con la A.

 

 

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