Revista con la A

25 de marzo de 2021
Número coordinado por:
Bethsabé Huamán y Danilo Assis Clímaco
74

Laberintos de la masculinidad

El ogro amable

Daniel Lagares

Daniel Lagares

Nunca quise ser padre. Mi vida, bastante desordenada, ha consistido en cuidar mucho a quién y a qué le dedico mi tiempo y a sortear las recurrentes crisis económicas derivadas de esas decisiones

Para mí, hablar de paternidad hoy es preguntarme cuánto de machismo hay en lo que me conforma como persona.

Cuando nació mi única hija, hace tan solo seis años, sentí claramente que el rol de padre era el de compañero. El parto por cesárea tuvo a la madre postrada en la cama durante tres meses. Ante esa situación era muy fácil saber qué es lo que había que hacer en ese momento: acompañar y cuidar a esas dos criaturas.

Por suerte, el apoyo familiar nos permitió, por unos meses, poder dedicarnos a los cuidados sin preocuparnos de tener que trabajar para ganar dinero. Este es un punto muy importante, porque ser padre hoy es atravesar la precariedad laboral y el poco tiempo que las jornadas laborales y sus desplazamientos nos dejan para dedicarle a los cuidados de las personas que queremos.

Nunca quise ser padre. Mi vida, bastante desordenada, ha consistido en cuidar mucho a quién y a qué le dedico mi tiempo y a sortear las recurrentes crisis económicas derivadas de esas decisiones. La falta de dinero me genera mucha ansiedad y me vuelvo muy irascible. Son tiempos en los que me vuelvo intratable y, sin ningún cariño, me reprocho las decisiones tomadas. Pero de alguna manera siempre salgo de esa introspección y vuelvo al punto de partida.

Las crisis y mi comportamiento en ellas fueron la excusa para no ser padre, pero en el fondo escondían el temor al cambio. ¿Y si el hecho de que una personilla dependiera de mí me obligaba a entrar por el aro, a trabajar de cualquier cosa, a cualquier precio? ¿Y si dejaba de disponer del tiempo? Me equivoqué.

Con el nacimiento de mi hija me di cuenta de que la paternidad no quita ni pone nada. Es trabajo personal y nada más

Sucumbí a los deseos de mi compañera, dispuesto al cambio, a madurar y a comportarme como es debido; pero con el nacimiento de mi hija me di cuenta de que la paternidad no quita ni pone nada. Es trabajo personal y nada más. Hay personas extraordinarias que no son padres y padres que son verdaderos imbéciles. Me reafirmé en mis ideas y en mi forma de vida. Es hermosa la vida cuando se tiene tiempo para compartirla y es digno predicarlo con el ejemplo. Pero ahora, cuando llegan las crisis, mi hija se asusta.

Cuando supe que sería niña sentí un gran alivio. Pensé, ingenuamente, que no tendría que ser su referente, que lo sería su madre, y que, por eso mismo, los conflictos los tendría con ella y que a mí me adoraría. Esto no ha hecho más que empezar, tiene seis años, y quizás el tiempo ponga las cosas de otra manera, pero el tiempo no hace nada si no se trabaja, y lo cierto es que mi hija no da un paso sin su madre; cada vez que la ve la celebra como si hiciera días que no la viera, aunque acaba de salir del baño. Yo en cambio tengo que robarle besos y rogarle abrazos. Seguramente me ve como un ogro que puede soltar un grito en cualquier momento.

¿Por qué lo hago, por qué regaño de esa manera con tanta naturalidad? Es cierto que las estrecheces económicas me tensan mucho, pero la madre también las pasa, también es trabajadora independiente y no reacciona así. ¿A qué me vinculo que me frustra tanto? ¿A que el hombre tiene que llevar el pan a la casa? ¿A que el hombre es quien debe de poner los límites? Yo me siento más amo de casa que cualquier otra cosa, pero sospecho que algo de eso hay.

Vivimos en frente de un parque y salimos a diario, pasamos horas en él. Normalmente nos turnamos para salir con nuestra hija. El parque está lleno de niñas y niños cuidados por nanas, es muy difícil ver a alguna madre y con frecuencia soy el único hombre. Cuando alguna nana me dice que las niñas son más pegadas a sus padres, la sonrisa de la cara tapa la pena del pecho.

¿En qué momento asumí ese papel? ¿En qué momento me encargué de poner los límites con la voz tan seca y la mirada de gato (como dice mi hija)? Durante los casi dos años que duró la lactancia materna -esa poción mágica que todo lo cura: el hambre, el dolor, el sueño-; cuando en las noches se acababa la leche, cargaba a mi hija en brazos, la mecía y le hablaba mucho; muy suavemente, con dulzura, sin perturbarme por la estridencia de su llanto; hasta que se calmaba. Recuerdo que pensaba que quizás, de alguna forma, quienes no damos leche nos habíamos vuelto más tolerantes al llanto. Ahora me entristece lo pronto que se me olvidó esa capacidad de mantener la calma y lo que me molestan sus quejas.

No es tan fiero el ogro como lo pinto. Es solo que prefiero escribir sobre aquello que no estoy haciendo bien. Yo soy un padre que pasa mucho tiempo con su hija, que va a al mercado, que cocina, que limpia, que se preocupa de los cuidados, en definitiva, un amo de casa. Pero tengo estos otros momentos que me llevan a la pregunta del comienzo, ¿cuánto de machismo llevo en la mochila? Y, aunque no creo sea tan sencillo achacar al machismo lo que no se hace bien, sí creo que estoy más atravesado por él de lo que me parece.

 

REFERENCIA CURRICULAR

Daniel Lagares. Nací en Huelva en 1973, los humos de las fábricas me asfixiaban, pero no tanto como una sociedad acomplejada que no aceptaba al diferente. Me marché en cuanto pude a estudiar a Granada, que me pareció Nueva York, pero dejé los estudios de psicología en el segundo año porque no sé en qué estaba pensando cuando me matriculé. Regresé a Huelva, me seguí asfixiando mientras aprendía el oficio de cámara de televisión e hice un máster en explotación laboral. Recorrí el mundo (parte) como técnico de montaje de una trapecista de circo. Persiguiendo el amor y a los pájaros, llegué a la isla canaria de Fuerteventura donde respiré mucho y bien. Alterné la isla con la Sevilla calcolítica, trabajé en excavaciones arqueológicas que me llevaron 5000 años atrás, hice amigos que durarán muchos más. Me enamoré otra vez, me engañaron y me trajeron a Lima, donde he pasado siete inviernos y he tenido una hija. Cuando esto se publique me habré mudado a la selva, a la ciudad de Puerto Maldonado. A veces me dedico a la fotografía y al cine documental.

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