Editorial
El 15 de agosto de este año 2021 los talibanes tomaron Kabul. El día 30 del mismo mes despegó el último avión de evacuación del aeropuerto Hamid Karzai. En total, los países occidentales que durante veinte años ocuparon el país, han evacuado a 120.000 personas. Se calcula que todavía quedan 60.000 más por evacuar cuyo futuro es incierto. Los medios de comunicación han ido dando cuenta pormenorizada de la situación y todos, sin excepción, han hablado del alto riesgo que corren las mujeres y las niñas que, a partir del 30 de agosto, tendrán que vivir recluidas en sus casas, que no podrán asistir a la escuela, que no podrán trabajar, que de salir de salir a la calle lo deberán hacer acompañadas por un hombre de la familia y ocultas bajo un burka, sometidas a la invisibilidad y al silencio –“La mejor joya para una mujer es el silencio”, declaraba Aristóteles, filósofo bienamado por la cultura occidental-. Pero según pasan los días estas mujeres y niñas han ido cayendo en el olvido y quizás, cuando esta revista suba a las redes, nadie se acuerde ya de ellas, como no nos acordamos de las niñas nigerianas sistemáticamente secuestradas por Boko Haram, ni de la situación de las mujeres y las niñas en Arabia Saudí (país socio preferente por occidente más interesado por su petróleo que por la defensa de los derechos humanos que permanentemente vulneran), ni de las mujeres y las niñas de Mauritania, donde todavía existen granjas de engorde de niñas y jóvenes porque a los hombres mauritanos les gustan las mujeres entradas en carnes y así las familias podrán conseguir un matrimonio más rentable, poniéndoles en riesgo de morir o de contraer enfermedades crónicas asociadas a la obesidad, ni de los crímenes de honor, ni de la situación terrible que padecen millones de mujeres en todo el mundo, en países con los que occidente mantiene tratos políticos y comerciales, sin importar las mutilaciones genitales, ni los matrimonios forzados, ni las violaciones, ni las condiciones de esclavitud que viven millones de ellas ocultas bajo burkas o niqab o chador… Somos una sociedad hipócrita que ponemos el grito en el cielo, que nos horrorizamos cuando vemos o leemos las noticias que nos venden los Medios, según los intereses políticos y económicos del poder, pero que inmediatamente olvidamos cuando llegan los anuncios… Menos mal que en muchos países, donde la desigualdad y la violencia contra las mujeres y las niñas campan por sus respetos, hay mujeres que luchan por su emancipación, por su reconocimiento como seres humanos, contra la violencia de género, por el respeto a sus derechos inalienables: la salud, la educación, la erradicación de la pobreza, la toma de decisiones sobre sus vidas, sobre sus cuerpos y los de las mujeres y las niñas de sus entornos. Violeta Doval ha entrevistado a algunas de ellas en países como Marruecos, Túnez e Irán… Ni comparación con la situación de las mujeres afganas (pensarán algunas o algunos de ustedes), o de las saudíes, o de las paquistaníes, o las graves violaciones de derechos humanos que han cometido y siguen cometiendo, tal y como denuncian organizaciones feministas mexicanas: el Instituto Nacional de Migración, la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados, la Guardia Nacional y policías, en el sur del país contra las personas migrantes de Haití y Centroamérica, en particular contra mujeres, niñas y niños que viajan en grupos para protegerse de la violencia criminal, pero también de la violencia estatal que las confina a la ciudad cárcel de Tapachula, o… tantos y tantos feminicidios, tantas y tantas agresiones contra las mujeres en tantos y tantos países del mundo que no tendríamos espacio en esta editorial para nombrarlos. Pero si las mujeres que ha entrevistado Violeta Doval, y miles de ellas en todos los países del mundo, van consiguiendo arrancar derechos es gracias a su lucha permanente, a sus ideales feministas, a asumir los riesgos de hacer frente al patriarcado, a ese duro y terrible patriarcado que nos enseña su faz más dura, más arcaica, en las imágenes que los Medios nos muestran de los talibanes con sus barbas y sus turbantes y sus fusiles de asalto, imágenes que nos remiten a épocas que estudiamos en los libros de historia. Pero no nos engañemos, no menos amables son las de los jeques árabes investidos en sus impolutas abayas -esas túnicas de un blanco resplandeciente- a quienes nuestros dirigentes aprietan sonrientes sus manos, o a muchos de los dirigentes occidentales vestidos con elegantes trajes azul marino o gris, de corte perfecto, y que los días de asueto calzan vaqueros y polos ajustados con algún anagrama bordado en el pecho… No, no son lo mismo, pero sí muy parecidos en algunas políticas de restricción de derechos y de permisividad ante la violencia, en toda su tipología (directa, estructural, cultural), contra las mujeres. Afortunadamente el feminismo nos ha enseñado a desconfiar de las buenas palabras, cuando las hay, incluso de las leyes, cuando no se implementan o son legisladas con presupuesto cero… El patriarcado, se vista como se vista, patriarcado se queda, como la mona (refrán castellano que dice: aunque la mona se vista de seda mona se queda). Los derechos que arrancamos desde la lucha feminista son endebles, no conseguimos consolidarlos, estando expuestos a ser conculcados cuando los gobiernos son asumidos por retrógrados vestidos de traje y corbata, o con abaya, o con turbante… Todas las mujeres tenemos que mantenernos firmes para no permitir que ni los de las túnicas ni los de los trajes nos hagan retroceder ni un paso en las conquistas adquiridas. Todas y cada una en nuestros lugares, en el ámbito de nuestras culturas, de nuestras competencias, tenemos que seguir luchando y trabajando para conseguir la igualdad plena, para conseguir el reconocimiento de nuestros derechos como seres humanos, para erradicar la violencia de una vez por todas, pero sin olvidar que al igual que nosotras, donde quiera que estemos, de donde quiera que seamos, hay millones de mujeres en todo el mundo que luchan y trabajan, que exponen sus vidas, su libertad, para conseguir el buen vivir para todos los seres humanos que postula el feminismo, lo cuenten o no lo cuenten los medios de comunicación… ¡Estamos con vosotras, hermanas afganas! ¡Estamos con vosotras, hermanas, donde quiera que estéis! ¡Nosotras no os olvidamos!
Alicia Gil Gómez