Editorial
Alguna de las cosas que me causan inquietud y desasosiego es, son, “los salvapatrias”. Sí, lo reconozco, me asustan sobre todo cuando releo la Historia, e incluso cuando leo la prensa, y observo que las mayores atrocidades han sido, y son, instigadas por salvadores que, aprovechado las crisis de los gobiernos corruptos, se erigen en portadores de la verdad, única e incuestionable, despreciando la diversidad y las diferencias, proponiendo modelos únicos que, ¡oh casualidad!, siempre están al servicio de sus intereses espurios y, por qué no decirlo, criminales, atajando los males con otros aún peores… También las salvadoras cercanas me dan “yuyu”, lamentablemente he tenido experiencias propias y observado otras ajenas en las que las portadoras de “la verdad” (que siempre es “su verdad”) han intentado “salvarme” tratando de llevarme a su “redil” para una vez allí darme la puñalada… Esas cosas que hacen las personas manipuladoras… (Debo confesar que nunca he entrado en esos juegos, claro, y que he pagado con satisfacción la factura por resistirme) Pero lo peor es cuando discursos perfectamente hilvanados intentan “salvar” a mujeres de otras culturas intentando imponer sus tiempos y sus mandatos sin tener en cuenta que son contextos diferentes, sin entender las claves más íntimas, sin conocer el trasfondo de las culturas que precisan que sean las propias mujeres desde su ámbito de pertenencia quienes diseñen sus destinos, quizás es más lento el proceso, o tal vez no, pero es la única manera de que los cambios no sólo se realicen sino que se perpetúen y se legitimen… Y en ello están las mujeres gitanas, quienes, sin renunciar a su cultura, están realizando transformaciones profundas para emanciparse sin renunciar a sus orígenes, sin travestirse en lo que no son ni en lo que no quieren ser, desarrollando sus estrategias de rupturas de estereotipos dentro de sus tiempos y sus códigos proyectando su lucha hacia afuera, hacia la sociedad “mayoritaria” (como llaman a la cultura paya), y exigiendo respeto. En este número dedicado a ellas y coordinado por Rosario Segura con la inestimable e indispensable colaboración de Soraya Giménez Clavería, me ha llamado la atención el reconocimiento de algunos jóvenes gitanos a la lucha, a veces desde la cotidianidad modificando reglas de convivencia, emprendida por las mujeres mayores para poder diseñar y desarrollar sus propios proyectos de vida, y cómo testifican el impacto que las vidas rupturistas de sus madres, sus abuelas, sus hermanas, sus compañeras,… han tenido sobre sus vidas iniciándoles con su ejemplo, también a ellos, en el camino de la posibilidad de elegir sobre sus destinos. Las y los articulistas de este número hablan desde el corazón a partir de sus propias vivencias y aquellas que han decidido intervenir políticamente dan cuenta de sus experiencias partiendo de sus realidades. A las payas no nos debe quedar otra que acompañarles, que apoyarlas y, desde el respeto, ponernos a su servicio cuando nos requieran, porque ellas están demostrando que pueden hacer su propio camino hacia la emancipación sin necesidad de que nadie les diseñe el trayecto, apoyándolas, sí, pero no salvándolas.
Alicia Gil Gómez