Revista con la A

25 de noviembre de 2018
Número coordinado por:
Lucía Melgar y Alicia Gil
60

Acoso, abusos sexuales y violación

Democracia, cultura de género y violación sexual hacia las mujeres

María Guadalupe Huacuz

La cultura de la violación ejercida sobre el cuerpo de las mujeres se hace cada vez más presente en las prácticas, representaciones y discursos de los políticos tanto de los “países de izquierda” como de aquéllos gobernados desde la derecha liberal o conservadora

Hace algunos días, una amiga feminista me envío un documento que me motivó a escribir las siguientes reflexiones. En el texto, la autora [1] hace un análisis de la violencia sexual contra las mujeres en Nicaragua, en vínculo con los distintos tipos de violencia ejercidos por el gobierno sandinista a través de sus instituciones. También me alentaron las estancias académicas que recién realicé en Brasil y Argentina,  donde dialogué con colegas feministas de ambos países sobre la crisis de gobernabilidad y la situación actual de las mujeres [2].

En este ensayo busco mostrar, con algunos ejemplos, cómo la cultura de la violación ejercida sobre el cuerpo de las mujeres se hace cada vez más presente en las prácticas, representaciones y discursos de los políticos tanto de los “países de izquierda” como de aquéllos gobernados desde la derecha liberal o conservadora. Vislumbro en ello un retroceso de las acciones y luchas que el feminismo y las mujeres organizadas han logrado en la historia reciente de la región, en todos los ámbitos de la vida para las mujeres, específicamente en lo relativo a la violación y violencia por motivos de género.

El documento que Juanónima titula: “Nada será más revolucionario para nuestra nueva Nicaragua que el camino hacia la liberación de la dictadura venga acompañado de la liberación de nuestras conciencias”, plantea los silencios y confabulación en torno al abuso sexual incestuoso cometido contra su hijastra por el comandante Daniel Ortega [3], delito denunciado hace años por la víctima, mismo que fue difundido en redes de mujeres y feministas, pese a  la represión y hostigamiento ejercido por el gobierno nicaragüense en su contra. La demanda por violación sexual contra Ortega, fue poco conocida internacionalmente y su repudio estuvo vinculado con sectores muy específicos de la academia y redes feministas, hasta que, después de fallidos intentos de justicia iniciados por la víctima, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos atrajo el caso. Pese al silencio y confabulación que rodean ese delito, Juanónima  lo retoma en medio de la peor crisis de gobernabilidad en Nicaragua y en Centroamérica, como han dejado claro quienes integran la marcha de miles de hondureños y hondureñas que atraviesan México buscando llegar a EEUU.

Juanónima nos lleva a repensar, desde el feminismo, como teoría social y práctica política, las aparentes democracias contemporáneas que han surgido en el sur del Continente, así como los recientes brotes “democráticos” en el Cono Sur, en particular acerca de la lamentable elección de Jair Bolsonaro como futuro presidente de Brasil, cuyos discursos de ideología ultraconservadora, fascista y capitalista han sido mundialmente cuestionados [4], y a quien Mauricio Macri felicitó por twitter unas horas después de victoria. La derecha avanza como un cáncer terminal por varios de los países del orbe y la justicia para las mujeres víctimas de violencia y violación titubea tanto que por momentos creemos estar en una película de terror.

La justicia para las mujeres víctimas de violencia y violación titubea tanto que por momentos creemos estar en una película de terror

Bajo este panorama nada alentador, me gustaría analizar algunos “nudos gordianos” en torno a las aparentes democracias y su relación con la violencia en países que sostienen, e incluso podrían estar incrementando, la violencia contra las mujeres y de género, la cultura de la violación sexual y la cultura feminicida.

Uno de ellos es la falta de control y vigilancia estatal sobre las fuerzas armadas y la policía, que en muchos países es precaria o casi inexistente, lo que ha incrementado la violencia contra la ciudadanía. Lamentablemente los niveles de tolerancia y violencia por parte de las fuerzas castrenses están generando el recrudecimiento de múltiples formas de violaciones a los derechos humanos, en particular de jóvenes, mujeres y niñas. En México, desde que el expresidente de derecha Felipe Calderón (2006-2012) declaró una fracasada “lucha contra el narcotráfico”, son incalculables los casos de violaciones sexuales y feminicidios perpetrados por policías y fuerzas militares. En las últimas décadas, la violencia sexual y letal contra las mujeres ha crecido de manera exponencial y son cuantiosas las denuncias expresadas por la sociedad civil organizada, grupos de feministas, académicas y periodistas que reclaman justicia para las víctimas [5].

Pese a lo anterior, las acciones de control y vigilancia de las fuerzas militares y las políticas de sanción para quienes violan e incluso ejercen actos de feminicidio son poco efectivas.

Por ejemplo, en octubre en Trelew, Argentina, paradójicamente y ante el reclamo masivo de miles de mujeres organizadas en contra de las violencias estructurales y de género, por el derecho a decidir libremente sobre sus cuerpos y sexualidad, además de otros derechos, durante el 33 Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, travestis y trans, la fuerza desmedida ejercida por la policía se hizo presente como un mensaje de poder de la figura del patriarcado-estado, representado por un gobernante “democráticamente” electo que se ha dedicado a desmantelar políticas en beneficio de la población en general y las acciones a favor de los derechos conseguidos a través de las luchas feministas, de mujeres organizadas y de partidos políticos, suscrita además como obligación del Estado en la legislación nacional e internacional.

La fuerza desmedida ejercida por la policía se hizo presente como un mensaje de poder de la figura del patriarcado-estado

En la vida cotidiana, esto se refleja en el fortalecimiento de grupos, organizaciones y personas que, ligadas a iglesias fundamentalistas y con posiciones y discursos conservadores  e ignorantes de la complejidad de los problemas sociales de las mujeres, denuncian, por ejemplo, lo que llaman  la “ideología de género”, en sus cabezas ligada moralmente al mal y estructuralmente a una esencia femenina sustentada en la biología.

En México, la carencia de un monopolio de violencia legítima y legitimada por la sociedad civil ha  provocado el aumento del crimen organizado y desorganizado, los grupos paralelos al Estado y las guerrillas, justificando un número considerable de agresiones contra mujeres. En algunas comunidades mexicanas de origen rural e indígena, las mujeres son violadas y extraídas de sus hogares por grupos de narcotraficantes para que realicen actividades sexuales o domésticas o para mantenerlas por la fuerza como sus concubinas. Como forma de sobrevivencia, en las zonas en donde opera el narcotráfico, algunas jóvenes consideran más favorable vincularse antes de manera erótico-afectiva con los líderes operadores del crimen organizado. Los dos últimos gobiernos han sido responsables de las crisis de seguridad. Lamentablemente en materia de seguridad para las mujeres, el futuro de Brasil podría vislumbrarse en el espejo mexicano.

La cultura de la violación y la violencia contra las mujeres son elementos constitutivos de los discursos y prácticas de los Jefes de Estado, quienes glorifican a sus gobiernos y políticas públicas como democráticas

Además, en la mayoría de los países latinoamericanos y del Caribe el estado de derecho es cuasi inexistente; en México, Nicaragua, Brasil y Argentina, es casi nulo el acceso a la justicia para las víctimas de violación o feminicidio. La cultura de la violación y la violencia contra las mujeres son elementos constitutivos de los discursos y prácticas de los Jefes de Estado, quienes glorifican a sus gobiernos y políticas públicas como democráticas. En Nicaragua, las estrategias para controlar y reducir la violencia y la violencia sexual están siendo un fracaso; el silencio y la impunidad, ligadas a la represión estructural han provocado la persistencia de una cultura de la elipsis, ligada al encubrimiento de la situación de precariedad económica y despotismo del país. En la vida cotidiana, la violencia sexual contra las mujeres se sostiene como regla: el acto representa una práctica más de impunidad y ejercicio de poder, que en el imaginario social sostiene, y avala la cultura de la violación sexual.

En México, pese a un discurso a favor de los derechos humanos de las mujeres, la equidad de género y contra la violencia, los gobiernos han mantenido, a través de la simulación, intolerables niveles de impunidad y sus políticas de reducción de la violencia han tenido efectos contrarios, por ejemplo, proyectando una visión liberal de la violación sexual como problema individual y no cultural y político, tolerado y reproducido por las instituciones estatales.

Asimismo, si entendemos la violación sexual en un sentido amplio, relacionado con prácticas y representaciones sociales relativas al ejercicio de poder sexualizado sobre el cuerpo de las mujeres, podremos comprender cómo, en la mayoría de los países, la cultura de la violación sexual está legitimada socialmente. En el caso brasileño nos preguntamos: ¿cómo pudo gozar de legitimidad política un candidato, ahora presidente, quien públicamente aprobó la práctica de la violación sexual? Hoy enfrentamos ahí la posible desintegración de las garantías y derechos para las mujeres conseguidos durante una larga lucha.

Ya rumbo a México, reflexiono sobre las palabras y vivencias compartidas con colegas feministas latinoamericanas. Me engancho a la nostalgia cuando recuerdo los Encuentros Feministas Latinoamericanos y del Caribe, las utopías que se disgregan frente a los dinosaurios producidos por el capitalismo heteropatriarcal generador de cuerpos desechables listos para ser violados. El sol aparece por el horizonte y vuelvo al recuerdo de las fotografías anónimas compartidas en el 33 Encuentro Nacional de Mujeres en Trelew. Juntas seguiremos luchando por una mejor calidad de vida para las mujeres, enfrentaremos a las actuales “democracias” que sostienen discursos que en lo real y simbólico avalan y alimentan la cultura de la violación al cuerpo de las mujeres.

 

NOTAS

[1] Ver “Juanónima”,  http://nicaraguainvestiga.com/tiene-que-ser-una-revolucion-feminista/

[2] Alvarado, Arturo (2012). Violencia y democracia. Balance de los estudios sobre violencia. Estudios Sociológicos, 30, pp. 29-57.

[3] Consultar: La violación de Zoiloamérica:  

https://elpais.com/internacional/2008/06/28/actualidad/1214604012_850215.html?id

[4] El sociólogo Manuel Castells, en una carta publicada el 10 de agosto, advirtió sobre el peligro que implicaría para la democracia brasileña y mundial la elección de Bolsonaro.

[5] Para mayor información consultar: https://www.niunoniunamas.com/

 

REFERENCIA CURRICULAR

María Guadalupe Huacuz Elías es Feminista de origen Purépecha-Judio, Maestra y Doctora en Antropología Social, candidata a Maestra en Historia del Arte, Licenciada en Derecho, Especialista en Estudios de la Mujer,  estudiosa de la violencia falocéntrica y de la música producida por mujeres. Actualmente es profesora-investigadora de la Maestría en Estudios de la Mujer y del Doctorado en Estudios Feministas de la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Xochimilco en México.

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