Revista con la A

25 de mayo de 2020
Número coordinado por:
Lucía Melgar y Alicia Gil
69

Feminismo ante el coronavirus

Conjugando (y conjurando) la pandemia en futuro perfecto

Concha Roldán

Concha Roldán

La pandemia del coronavirus (SARS-CoV-2) conocida como Covid-19 nos pilló con la guardia baja en los países europeos, entre ellos en España, que es desde donde escribo[2]. Habíamos visto surgir la enfermedad en la distancia y como con sordina, parapetados y parapetadas tras las pantallas de nuestros televisores, ordenadores y móviles: era algo que les pasaba a “otros” en China, en tierras lejanas, a gentes de cultura y costumbres diferentes. Era algo que no iba con nosotros ni nosotras, como tantas guerras o catástrofes que apenas percibimos porque no nos afectan. Con otras palabras: estábamos a salvo. Pero no. De repente el zoom acercó en un golpe de fotograma la enfermedad a nuestros países, nuestras ciudades, nuestros barrios y hasta nuestras propias casas. Con un mazazo derribó el escudo de la arrogancia y nos vimos inmersas en un problema global que nos arrastraba en su vorágine. Sabíamos que las epidemias ya habían costado gran cantidad de víctimas a la humanidad en el pasado e incluso que habían alcanzado cotas de pandemia en siglos pasados, como la peste bubónica, o las distintas gripes más recientes: la denominada “gripe española” -aunque surgió en Kansas- de 1918, la “gripe asiática” de 1957 o las mismas “gripe aviar” o “gripe porcina” de 1997 y 2009, respectivamente. Claro que esas gripes se habían convertido en algo conocido y controlado pues teníamos vacunas que nos permitían salir con vida de esas plagas. Cuál no sería nuestra sorpresa al ver que la ciencia no podía protegernos de este nuevo virus, que podía colonizarnos sin síntomas y cuyas mutaciones nos impedían inmunizarnos. La pandemia pasó a ser así un problema global, que afectaba a todo el mundo por igual.

Ciudadanía y gobiernos aparecen convencidos de que sin una cooperación a nivel mundial la emergencia que vivimos no puede afrontarse

Durante unas pocas semanas una especie de “ola de solidaridad” ha recorrido de este a oeste y de norte a sur todo nuestro globo terráqueo. La misma globalización, que ha provocado la rápida expansión de la enfermedad a través de los modernos medios de transporte internacionales y transatlánticos, también ha facilitado en todas partes de manera inmediata la información sobre la evolución de la misma infección, en especial a través de nuestras sociedades digitales (internet, teléfonos móviles, redes sociales) en las que la ciudadanía se mueve de manera paralela a los cauces oficiales clásicos (prensa, radio, televisión). Esto que también ha contribuido a general múltiples bulos y noticias falsas (fake news) ha posibilitado, también, que se creara esa onda de comprensión global de la situación y de simpatía para todas y todos nuestros congéneres afectados, imbuidos de sentido común y de ese principio leibniziano de Arlequín que nos enseña que “en todas partes pasa como aquí”. Ciudadanía y gobiernos aparecen así convencidos de que sin una cooperación a nivel mundial la emergencia que vivimos no puede afrontarse ni con una mínima racionalidad ni con la debida eficacia. Con todo, está costando mucho a los distintos gobiernos llegar a acuerdos para aplicar soluciones tanto sanitarias como económicas igualmente globales, sobre todo a los países más poderosos y más ricos, lo mismo que la ciudadanía “más acomodada” tarda en comprender que hay conciudadanos y conciudadanas que ni siquiera pueden confinarse en una casa o llenar un plato de comida al día y mucho menos ofrecer a sus hijos e hijas los medios para continuar su educación fuera de las aulas.

El virus Covid-19 nos ha traído una rotunda certeza: no somos iguales

Junto a las muchas incertidumbres sanitarias y económicas que nos recuerdan que “no somos dioses”[3], el virus Covid-19 nos ha traído una rotunda certeza: no somos iguales. No se está viviendo igual la escalada de la pandemia en los países más desarrollados o con mejor calidad de vida que en los más pobres, ni en los más desarrollados tecnológicamente igual que en los que no disponen de las nuevas tecnologías[4], ni en las democracias lo mismo que en las dictaduras -sean estas de cuño occidental, oriental o latinoamericano-, ni siquiera en los países gobernados por varones o los gobernados por mujeres -sobre esto volveré enseguida-. A esta convicción de la existencia de una desigualdad real hemos llegado también mucho más rápido las mujeres, pues las estadísticas han mostrado cómo desgraciadamente la violencia de género (y contra niñas y niños) crecía en las situaciones de confinamiento, al tener a sus agresores continuamente en el mismo domicilio y con bastante peor humor. Sin contar con el descenso de la productividad que está teniendo la actividad profesional de muchas mujeres que tienen que ocuparse en el confinamiento unilateralmente de las tareas domésticas y del cuidado de hijas e hijos y personas ancianas o dependientes. Una habitación propia (1929) de Virginia Woolf sigue siendo plenamente vigente en pleno siglo XXI. Las desigualdades sociales y económicas, que esta pandemia está poniendo de manifiesto, hacen aflorar que falta mucho trecho por recorrer aún para alcanzar la igualdad de facto entre hombres y mujeres, aunque en muchos países occidentales parece haberse alcanzado de iure en las últimas décadas. Así, observamos también como, a pesar de haber un número igual o mayor de mujeres científicas dirigiendo proyectos de investigación sobre el coronavirus y la pandemia que nos asola, el porcentaje de proyectos finalmente financiados están liderados por varones[5]; hay un sesgo importante en la concesión y financiación de proyectos que responde a predominios de grupos de poder -tradicionalmente “fratrías”- y a mecanismos patriarcales que han permeado también los foros académicos y científicos, en los que las mujeres siguen ocupando puestos de responsabilidad más bajos, o sencillamente están sometidas a una mayor invisibilidad: por ejemplo, apenas se suele mencionar que el primer científico que identificó un coronavirus, fue una mujer, June Almeida, en su laboratorio del Hospital St. Tomas de Londres; aunque es verdad que cada vez hay más investigadoras mujeres liderando grupos y proyectos, sobre todo en organismos como el Consejo Superior de Investigaciones Científicas que promueve más investigación básica que clínica[6].

 A pesar de haber un número igual o mayor de mujeres científicas dirigiendo proyectos de investigación sobre el coronavirus, el porcentaje de proyectos finalmente financiados están liderados por varones

Por eso me cuesta aceptar, sin al menos una pequeña sombra de escepticismo, la tesis de que “los países gobernados por mujeres han tenido la mejor respuesta a la pandemia”, no sólo porque es una afirmación que en principio contraviene la tesis de igualdad fundamental entre mujeres y varones, sino también porque bastantes ejemplos hemos tenido en la historia del pensamiento y de la ciencia para saber que el discurso de la excelencia es enemigo de la verdadera igualdad, como recuerda Celia Amorós, refiriéndose al “pacto de equipolencia” acuñado por Amelia Valcárcel[7]; pero -sobre todo- porque cualquier afirmación que se haga para poner de manifiesto las mayores habilidades de las mujeres para tratar las enfermedades o su mayor sensibilidad para aplicar el cuidado, inmediatamente se va a volver contra ellas haciendo que se minusvalore su capacidad de gestión pública o verdaderamente política, o sencillamente recordando que las mujeres somos más capaces “por naturaleza” de realizar y organizar “tareas de cuidado”[8]. Es un hecho ineludible que algunos de los países gobernados por mujeres se encuentran entre los que mejor han gestionado hasta ahora la pandemia; la revista estadounidense Forbes -que fue la primera que mencionó este dato- pone como ejemplo a la Alemania de Angela Merkel, la Finlandia de Sanna Marin, la Dinamarca de Mette Frederiksen, el Taiwán de Tsai Ing Wen, la Noruega de Erna Solberg, la Nueva Zelanda de Jacinda Ardern o la Islandia de Katrin Jakobsdottir[9]; esto es, menciona siete de los 22 países que en la actualidad están gobernados por mujeres (¿por qué no a otras presidentas o primeras ministras como la de Georgia, Etiopía, Nepal o Rumanía?), pero no se molesta en analizar algunas otras variables que hayan podido influir en esa mejor gestión, como -por ejemplo- el que en esa mejor manera de gestionar haya podido jugar también un papel importante el hecho de que entre estos siete países se encuentren varios de los países con mejor calidad de vida y con menor densidad de población de los 194 del mundo, sin mencionar que Islandia, Taiwán y Zelanda son islas, y que Dinamarca, Finlandia y Noruega también están rodeadas por una gran parte de agua, y uno de los datos ya conocidos que se están contrastando a más velocidad es que las islas están más protegidas del avance de la pandemia. Con una mayoría tan aplastante de países gobernados por varones, no resulta difícil afirmar la contraria, es decir, que la mayoría de los países que peor están gestionando la crisis están gobernados por varones. Pero además, y en esto coincido con mi colega del Instituto de Bienes y Políticas Públicas del CSIC, Marta Fraile[10], más que en las decisiones que toman suele ponerse el acento en la mayor transparencia, claridad y empatía con que estas mujeres dirigentes comunican su gestión, algo que probablemente comparten con algunos presidentes de generaciones más jóvenes (como es el caso del primer ministro canadiense Justine Trudeau), sin olvidarnos del nada nimio detalle de que probablemente estos países en los que las mujeres han podido llegar al poder -como también subraya Fernando Vallespín[11]– son países con una mayor cultura participativa, con medios de comunicación fiables y plurales, donde se priman los acuerdos en aras del interés general y, por ello, la ciudadanía deposita a su vez una mayor confianza en sus Gobiernos. En cualquier caso, parece constatarse que en aquellas democracias en cuyos órganos de poder hay más paridad de género imperan a su vez políticas de equilibrio y economías menos corruptas, lo que debería ser un acicate para desarrollar más las políticas de igualdad.

 

Parece constatarse que en aquellas democracias en cuyos órganos de poder hay más paridad de género imperan a su vez políticas de equilibrio y economías menos corruptas

Por ir concluyendo, esta crisis ha colocado a nuestro alcance la oportunidad de reflexionar y desarrollar mecanismos de cooperación, solidaridad e igualdad que no sólo nos permitan superar esta pandemia, sino también prevenir otras venideras, porque es lógico pensar que habrá repuntes de esta infección y que cuando pase ésta sobrevendrán otras pandemias.  Los seres humanos no somos ni buenos ni malos “por naturaleza”, sino más bien una mezcla contradictoria de ambos sentimientos, lo que puede hacer que una misma persona sea capaz de salvar heroicamente a un semejante de un peligro inminente y lanzarse acto seguido a los supermercados para acaparar alimentos (o papel higiénico, jaja). La empatía y la solidaridad conviven con la desconfianza hacia las y los otros, “la gente” que no cumple y se convierte en amenaza para nuestra salud, o que, simplemente, no comparte nuestros puntos de vista sobre la política social y económica que deberíamos aplicar para salir de la crisis. Por ello, resulta de gran importancia reflexionar sobre nuestros viejos conceptos ético-políticos[12] para incorporar esas nuevas perspectivas que nos está obligando a incorporar nuestra comprensión y superación de la pandemia. Una apuesta que pasa por tender puentes entre la biología, la filosofía, la antropología y las ciencias sociopolíticas (y económicas, pero no sólo neoliberales) para contribuir a divulgar una adecuada pedagogía social sobre el sentido y el alcance de las pandemias, que también incluya una determinada perspectiva de género, un acercamiento a su relación con la destrucción paulatina del ecosistema[13] y un mayor desarrollo de la justicia intergeneracional[14] -que contemple las generaciones futuras sin descuidar a nuestras y nuestros antecesores[15], dudo que cuajen en el futuro las actitudes superficiales de cooperación.

 

NOTAS

[1] Estas reflexiones se enmarcan en los proyectos: “El desván de la razón: cultivo de las pasiones, identidades éticas y sociedades digitales” (PAIDESOC, FFI2017-82535-P), «Análisis científico, filosófico y social del COVID-19: repercusión social, implicaciones éticas y cultura de la prevención frente a las pandemias” (BIFISO) y «Tendiendo puentes: Justicia Intergeneracional y cosmopolita en tiempos de pandemia” (WORLDBRIDGES II).   

[2] Cf. mis reflexiones al respecto en “Cuando ruge la marabunta”, en #Covidosofía. Reflexiones filosóficas para el mundo postpandemia (Dulcinea Tomás, ed., Paidós, 2020, -en prensa) y “Diálogos sobre una pandemia. Entrevista de Luis Mª Cifuentes a Concha Roldán”, en Tempos novos (Santiago de Compostela, Julio 2020).

[3] Cf. Roberto R. Aramayo https://theconversation.com/reflexiones-desde-la-filosofia-lo-que-covid-19-puede-ensenarnos-134023 ; https://theconversation.com/covid-19-nos-recuerda-que-no-somos-dioses-y-es-una-buena-noticia-137128.

[4] Cf. Echeverría, J. y Sánchez Almendros, L. (2020): Tecnopersonas. Cómo las tecnologías nos transforman, Gijón: Trea.

[5] Por ej. en la reciente convocatoria del Instituto de Salud Carlos III para investigar sobre Covid-19, de 79 proyectos financiados 55 los lideran varones, 31 mujeres y 3 son compartidos

[6] Cf. “Elena Gómez-Díaz y Pilar Marco, científicas contra el Covid: Hay expertas, pero no estamos en círculos de influencia”:

https://www.elespanol.com/mujer/actualidad/20200508/elena-pilar-cientificas-covid-expertas-no-influencia/488202338_0.html

[7] Cf. C. Amorós, (2005): La gran diferencia y sus pequeñas consecuencias… para las luchas de las mujeres, Cátedra, Madrid, p. 288 (Premio Nacional de Ensayo 2007).

[8] Cf. C. Roldán (2019): “Ausencias de lo ejemplar: feminismo y filosofía”, en R. Gutiérrez Aguilar (ed.), Predicar con el ejemplo. Ser y deber (de) ser en lo público, edicions Bellaterra, 381-406.

[9] Cf. Martín, I. (2020): “Coronavirus. ¿Por qué los países gobernados por mujeres tuvieron la mejor respuesta?” https://www.clarin.com/mundo/coronavirus-paises-gobernados-mujeres-mejor-respuesta-_0_jZ0WYnVr-.html

[10] Cf. Fraile, M. (2020): “El liderazgo de las mujeres en esta crisis”: https://elpais.com/elpais/2020/04/16/opinion/1587023507_604396.html

[11] “La democracia contra el virus”: https://elpais.com/opinion/2020-05-02/la-democracia-contra-el-virus.html

[12] En este contexto surge el Diccionario filosófico COVID-19, una idea audiovisual de R. R. Aramayo, coordinador del grupo de investigación Theoria cum Praxi en el Instituto de Filosofía del CSIC: 

[13] Muñoz, E. y Rey, J. (2020): “La resilencia de la naturaleza ante los desmanes del consumismo”: https://theconversation.com/la-resiliencia-de-la-naturaleza-ante-los-desmanes-del-consumismo-132550).

[14] Cf. Gómez, I. (2020): Deudas pendientes. La justicia entre generaciones, Madrid: Plaza y Valdés/CSIC.

[15] Cf. https://theconversation.com/malos-tiempos-para-envejecer-los-mayores-de-60-y-la-escasez-de-recursos-135286

 

REFERENCIA CURRICULAR

Concha Roldán Panadero es Directora del Instituto de Filosofía del CSIC. Presidenta de la Asociación española de Ética y Filosofía Política (AEEFP) y de la Red transversal de Estudios de Género (GENET). Premio TOP 100 2019: Mujeres Líderes en España”, Categoría: Pensadoras y expertas: https://lastop100.com/ 

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