Revista con la A

25 de diciembre de 2014
Número coordinado por:
Lucía Melgar
36

Desastres naturales y perspectiva de género

Camino del Espejo

María Teresa Pliego

María Teresa Priego

Yo fui una de “las de allá”, es muy probable que en partes de mí aún lo sea. No bastan los libros. Ni el psicoanálisis. No bastan las distancias geográficas. A mí no me han bastado

“El poema que no digo, el que no merezco. Miedo de ser dos caminos del espejo: alguien en mí dormido me come y me bebe”.

Alejandra Pizarnik

Una es dos, una es varias. La carretera desciende hacia los trópicos. La carretera desciende hacia un infierno pequeño. Oh, no, no quisiera exagerar. ¿Cómo dilucidar sin excesos los tamaños de los infiernos? Yo fui una de “las de allá”, es muy probable que en partes de mí aún lo sea. No bastan los libros. Ni el psicoanálisis. No bastan las distancias geográficas. A mí no me han bastado, ni para qué me engaño. ¿O quizá querría engañarlas a ustedes?

Qué sé yo, para sentirme libre ante los ojos de alguien. Para intentar hacerme querer en un invento: soy la que no soy.

“Logré salvarme. Soy feminista. Divanera. Me construí una vida distinta”.

No es verdad.

Nunca he sido capaz de asumir la transgresión de nombrarlos.

Nunca he sido capaz de traicionar mis orígenes.

He negociado adentro mío -con ferocidad- cada paso.

Como la Shylock de mí misma.

¿Cuántas libras de carne -mi carne- a cambio de cuantos días de felicidad?

¿Cuántas libras de carne -mi carne- a cambio de algún modo disimulado, cobarde, esporádico de escritura?

¿Cuántas libras de carne -mi carne- por cada hombre al que he amado?

¿Cuántas, por cada uno de mis tres hijos?

“No mereces ni el aire que respiras”, decía ella. La madre.

No la juzguemos mal. Cada quien dice lo que puede.

Era la hija helada de una madre helada.

No las juzguemos. Cada quien vive a como puede.

Y he sido feliz cantidad de veces, a cambio de ser asmática, cantidad de veces.

¿Cómo les digo? Ese mercadeo constante entre el logro y la renuncia absurda.

Se moriría la madre de risa (si ella fuera capaz de reírse) y de rabia (es más lograda en la rabia) si la hija alguna vez le dijera esa frase: “nunca he logrado traicionarlos”.

¿No sería tiempo de comenzar?

Ahora descubro que la lealtad a rajatabla con los orígenes es -también- una manera de jugar a ser eterna.

Como si a una le diera por sentir -sin saber que lo siente- que tiene toda esta vida para ofrendarles, al fin que para vivirse con todo, aún le quedan varias.

Varias vidas.

Ya no quiero más ser la fiel guardiana de nuestra miseria.

¿Cuál es nuestra miseria?

Ni siquiera lo sé.

¿Cuál es nuestra infinita vergüenza?

¿El desamor, quizá?

Voy a yoga y me pongo de cabeza. Me siento feliz.

Se lo cuento sólo para no parecer el callejón de los lamentos.

La madre se queja del abandono de la hija.

Hay -escuchen bien, escuchen y anoten- cantidad de hijas maravillosas que pasean a sus madres por el mundo.

Fusionadas y felices. Cuerpos confundidos, palabras, deseos confundidos.

Es como un carnaval en Venecia, con disfraces, máscaras y cantidades de glamour.

Eso dice la madre. Bueno, la madre lo dice distinto.

La hija ingrata la escucha por horas en el teléfono.

O corta la llamada lo más rápido posible.

Depende si ese día se puso de cabeza o no.

La hija sabe que cinco minutos después de iniciada la conversación, la madre no sabe más con quién habla.

No importa. Nunca importó el /la interlocutor/a.

Esa necesidad de la madre de escuchar su propia voz.

Habla. Habla. Habla. Ni ella misma sabe de qué, es como si su voz y una oreja del otro lado la salvaran del abismo.

La madre ha vivido al borde del abismo.

Como a su vez, su madre.

Pero la madre, a diferencia de su madre, nunca ha estado en un hospital psiquiátrico.

La madre pudo controlar al “mal de nervios”.

Esa herencia amenazante que viene con la femineidad.

Una tiene que dedicar la entera vida a “controlarlo” con todo lo que pueda, ese mal.

Contenedores como los costales de arena alrededor del Grijalva, para que no se desborde.

Pero se desbordan, el agua y el “mal de nervios”.

“Estas son las versiones que nos propone: un agujero, una pared que tiembla”.

Alejandra Pizarnik.

La carretera desciende en un viaje largo hacia los trópicos. Reconozco los paisajes. Los nombres de los pueblos me llegan al corazón como caricias silábicas: O-ri-za-ba. Ja-la-pa. Ve-ra-cruz.

Co-at-za-coal-cos.

Voy hacia allá -cada vez- con esa esperanza de encontrar un tubito de resistol que se nos perdió desde la infancia.

Podríamos pegar nuestros pedacitos rotos mis hermanos y yo.

Mis hermanitos y yo.

Checho. Chunche. Chibola. Tutupiche. Checho. Chunche. Chibola. Tutupiche.

Las palabras con ch son palabras de amor.

Tantas vienen del maya chontal que es una lengua cercanita a las nanas.

Mari me quiere. Mari nos cuidó a mi hermano mayor y a mí.

Para cuando crecieron mis hermanitos, ya Mari sólo venía a la casa durante el día.

Creo que ellos nunca conocieron el tubito de resistol que Mari traía con ella.

Y por eso mi hermanita creció “normal”, pero por dentro estaba despegada.

Algo se le rompió rompió rompió.

A mi hermi Georgi.

Más que a nosotros, los demás.

Mentimos a coro, siempre hemos sido una familia mentirosa y cobarde: “Va mejor”. “Ya sale más”. “Ya no corre por las noches a gritar a la calle”.

Mi hermanita grita: “Déjenme en paz. No me hagan daño. Déjenme en paz”.

A veces logra disimular que la están persiguiendo, sobre todo, porque cada uno de nosotros puede ser parte del complot en su contra, y no quiere que sepamos que ella sabe.

Eso, que somos sus enemigos. Eso es lo que ella cree que sabe.

Nos observa. La observamos.

Ya no quisiera ser más, la fiel guardiana de nuestras miserias, me digo.

Y es de una inmensa banalidad.

Nuestras miserias que no sabemos cuáles son, las guarda ella.

¿Por qué ella y no yo?

Ella regresó a los trópicos a dar las pruebas de la lealtad inmisericorde de su amor.

La prueba de amor atravesada por el castigo: Abandonarlo todo. Todo lo que la salvó alguna vez, todo lo que amó, todo lo que eligió hasta la edad adulta.

Abandonarse a sí misma.

Para ir a ofrendarse en ese altar…

La madre al principio disfrutó de la claudicación de su hija menor. No entendía las dimensiones. No entendía nada.

La enfermedad de su hija menor. Su hija a la que se le zafaron los tornillos. Su hija que ahora come y no para de comer como si su cuerpo cada vez más inmenso, devorara la desgracia.

Ella se come nuestra desgracia, la de todos.

¿Por qué ella? ¿Por qué ella y no yo, si fui la hermana mayor?

¿Por qué no pude protegerla? A ella y a mi hermanito.

¿Acaso no son un pararrayos los hermanos mayores?

¿Acaso tiene un sentido que yo siga siendo fóbica, tan fóbica?

Ese diezmo que teníamos que pagar los hijos crueles, los niños monstruos de la madre que luchaba contra el “mal de nervios”, cada uno a su manera, no salvó a mi hermanita del abismo.

¿Por qué su factura fue más alta que la de los demás?

No era culpa de la madre, no pudo hacer otra cosa: colocaba los cuerpos de sus hijos como contenedores para que el río de su dolor no se desbordara.

Pero a pesar de sus costalitos: se desbordaba.

¿El padre?

El padre amaba el mar y estaba muy ocupado.

El padre tenía un/tiene un grave problema para sentir, y entonces se casó con una mujer que fuera capaz de sentir por él.

Ese intento de inventar el amor entre dos desamados, empeñados en que el otro le enseñara, justo lo que el otro no sabía.

La carretera larga desciende hacia los trópicos y voy con mi tubito de resistol.

Que de a tiro por viaje…no pega nada.

Es que tengo que reunirnos en otro lado.

Tengo que quebrarnos en otro lado.

Aquí, por ejemplo.

En esta página les digo: No sé qué hacer.

Nos amamos a nuestra extraña manera.

Y nos repelemos.

A nuestra habitual manera.

No sé qué hacer: estamos quebrados.

¿Si era yo quien no merecía ni el aire que respiraba?

¿Por qué se enfermó mi hermanita, y no yo?

El abismo. Eso.

Ir, mirarlo y poder regresar.

Pero, ¿cómo sabe una que va a regresar?

 

REFERENCIA CURRICULAR

 María Teresa Priego es escritora, feminista, maestra en estudios de lo femenino por la Sorbona. Oriunda de Tabasco, en el sureste de México.

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