Revista con la A

25 de enero de 2020
Número coordinado por:
Lucía Melgar
67

Violencia Institucional en América Latina

Brunequilda, el origen de un mito

¿Quién no conoce, al menos superficialmente, la historia de Brunilda y Krimilda, narrada en El Cantar de los Nibelungos y convertida por Wagner en una de las obras musicales más importantes de todos los tiempos?

En el Cantar de los Nibelungos, una de las obras más significativas de la literatura germánica medieval, la rivalidad entre dos reinas, Brunilda y Krimilda, da origen a una sangrienta venganza en la que acaba despareciendo el pueblo burgundio, y en el texto se entremezclan personajes y hechos históricos sacados de su auténtico contexto temporal, como Atila Teodorico el Grande, las guerras burgundias o las contiendas entre los reinos morivingios. En la tetralogía wagneriana, este material se funde con la mitología germánica. Sin embargo, la verdadera historia que dio origen a todas las leyendas posteriores es aún más trágica y cruel que cualquiera de las versiones que han surgido a su sombra.

La verdadera Brunilda se llamaba en realidad Brunequilda –o Brunegilda- y era hija del rey visigodo Atanagildo y de la reina Gosuinda. Había nacido en el año 543 en Toledo, ciudad a la que su padre trasladó la capital del reino. Cuando tenía poco más de veinte años, y para consolidar las relaciones entre los visigodos y los francos, se concertó su matrimonio con Sigiberto I, rey de Austrasia, y el de su hermana mayor, Galsuinda, con Chilperico I, rey de Neustria, ambos hermanastros e hijos del merovingio Clotario I. Brunequilda se trasladó desde Toledo hasta Metz, y Galsuinda fue a Soissons.

Al parecer, el matrimonio de Brunequilda y Sigeberto fue feliz, pero no así el de Galsuinda. Para casarse con ella, Chilperico había repudiado a su primera esposa, Audovera (que se retiró a un convento), pero su amante, Fredegunda, no aceptó este segundo matrimonio, de modo que mando asesinar a Galsuida y poco después consiguió convertirse en la esposa del rey. Dicen algunas crónicas que la guerra entre Sigeberto y Chilperico se debió a este crimen. Lo cierto es que había causas políticas más importantes, pero puede ser cierto que Brunequilda hizo lo que pudo para enconar la rivalidad entre los dos hermanos y exigió que le fueran entregadas en compensación las ciudades que su hermana había recibido como regalo de bodas. Chilperico las entregó pero intentó recuperarlas por la fuerza años después, iniciándose así un enfrentamiento en el que Sibegerto resultó vencedor.

Cuando la situación de Chilperico era ya desesperada, Fredegunda consiguió que unos de sus sicarios asesinasen a traición a Sigeberto. Brunequilda fue hecha prisionera, encerrada en un convento en Ruan y separada de sus hijas, Ingunda y Clodosvinta, mientras su hijo Childeberto conseguía escapar y ser reconocido como heredero por la nobleza de Austrasia. Pero Brunequilda dabía de ser una mujer atractiva, además de otras cosas: consiguió seducir a Meroveo, hijo de Chilperico y su primera esposa Audovera, se casó con él y, tras varias peripecias, logró regresar a Austrasia para asumir la regencia de su hijo Childeberto II. Meroveo, perseguido por su padre y por Fredegunda, se suicidó para no caer en sus manos.

En el año 584, Chilperico de Neustria murió asesinado, según la mayoría de las fuentes, por la propia Fredegunda, que se convirtió así en regente de su hijo Clotario II. También a ella suele atribuirse el envenenamiento, en 596, del rey de Austrasia, Childeberto II, el hijo de Brunequilda. Esta asumió de nuevo la regencia y se ocupó de que sus nietos Teodeberto y Teoderico fueran reconocidos respectivamente como monarcas de Austrasia y Borgoña. Un año después, falleció Fredegunda, de muerte natural, y poco después Teodeberto expulsó a su abuela de Austrasia, con lo que hubo de refugiarse en la corte de su otro nieto en Orleans.

A partir de este momento, se sucedieron los conflictos entre los nietos de Brunequilda, Tedodeberto II y Teoderico II, y Clotario II, hijo de Fredegunda. Fue una lucha de todos contra todos en la que Brunequilda tomó partido por Teoderico, llegando a instigar, tal vez, el asesinato de Teodeberto y su hijo. Sin embargo, Teodorico murió prematuramente –de muerte natural, cosa infrecuente en la familia- , por lo que Brunequilda, con más de setenta años, reclamó la corona para su bisnieto Sigeberto II, hijo de Teodorico, y la regencia para sí misma. A ello se opuso la nobleza de Austrasia, encabezada por el mayordomo de palacio, Pipino de Landen, y por el obispo de Metz, el futuro san Arnulfo. Brunequilda huyó hacia el Rin para pedir ayuda a las tribus germánicas pero fue descubierta y enviada a Rèneve, donde se la juzgó por sus crímenes y, de paso, por los de Fredegunda. Clotario II la condenó a ser atada a cuatro caballos y desmembrada. Fue incinerada y sus cenizas se depositaron en el monasterio de San Martín, en Autum, que ella misma había fundado.

Pero la historia continúa en Hispania, paralelamente a los hechos que hemos narrado. Gosuinda, la madre de Brunequilda, se casó con Leovigildo tras enviudar de Atanagildo, y concertó la boda de su nieta Ingunda, hija de Brunequilda y de Sigeberto, con su hijastro Hermenegildo. Al igual que su madre, que se había convertido tras su matrimonio, Ingunda era católica, mientras que la corte visigoda de Hispania era oficialmente arriana. Según la tradición, Gosuinda maltrató de todas las formas posibles a Ingunda por negarse a convertirse al catolicismo. Hermenegildo se rebeló contra su padre con la excusa de la diferencia de religión –aunque las verdaderas razones debieron de ser muy otras- y fue decapitado en Tarragona. Ingunda huyó a Bizancio, protegida por el aliado de su esposo, el emperador Mauricio, pero falleció durante el viaje.

Tras la muerte de Leovigildo, Recaredo pidió en matrimonio a Rigunthe, hija de Chilperico y Fredegunda, y mandó traerla a Toledo. Sin embargo, cuando la comitiva se encontraba en Tolouse, les llegó la noticia de la muerte de Chilperico, por lo que la alianza que pretendía Recaredo perdía su sentido. El compromiso se rompió y el rey visigodo pretendió luego a Clodosinda, hija de Sigeberto y Brunequilda, matrimonio que también se frustró.

En una época en que las mujeres de la nobleza eran poco más que moneda de cambio, Brunequilda y Fredegunda demostraron que podían ser tan poderosas como sus padres, esposos e hijos. También se comportaron con idéntica crueldad. De Brunequilda nos ha llegado la imagen que dibujaron cronistas que no la habían conocido, a excepción de Gregorio de Tours, y cuyas opiniones tenían la clara intención política de desprestigiarla. Lo cierto es que el odio de ambas mujeres, que ensangrentó Europa durante más de cincuenta años, se convirtió en fuente de inspiración para algunas de las obras de arte más representativas de la cultura occidental. Quizá debamos preguntarnos por qué, se trate de hombres o de mujeres, se han escogido siempre modelos similares a la hora de crear arquetipos, modelos que representan, en definitiva, los valores del androcentrismo más radical de cada época. Tal vez porque solo nos han llegado las voces de las personas que detentan el poder.

 

REFERENCIA CURRICULAR

Montserrat Cano Guitarte es escritora. Además ha sido Coordinadora del Comité de Escritoras del Club PEN de España; Jefa de Prensa de la Asociación de Escritores y Artistas Españoles; Codirectora del Aula de Cine de la Asociación de Escritores y Artistas Españoles; Colaboradora del Departamento de Comunicación de las Editoriales Espasa Calpe y Ediciones B y Profesora de Creación Literaria en distintas entidades públicas y privadas. En 2006, dirigió y organizó el I Congreso Internacional de Escritoras del Club PEN de España “La mujer, artífice y Tema literario”, celebrado en Las Palmas de Gran Canaria. Ha realizado numerosas colaboraciones con la Secretaría de Igualdad de UGT Madrid y ha dictado conferencias sobre temas literarios y cinematográficos, siendo Jurado en certámenes literarios y de teatro. Asiduamente ha colaborado con la Dirección General de Cooperación y Patrimonio Cultural del Gobierno de Canarias. También fue responsable de la Candidatura ante la UNESCO para la inclusión en la Lista de Patrimonio Cultural Inmaterial del Silbo Gomero. Literariamente, es autora de numerosas publicaciones por las que ha sido premiada tanto en el ámbito nacional como internacional.

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