Algunos apuntes del cuidado en Cuba y las relaciones de género
Las políticas públicas del cuidado implican aquellas acciones reflexivas que las sociedades desarrollan para procurar atención física, material, cultural o emocional a personas o grupos dependientes o necesitados
Introducción
El cuidado constituye (o debe constituir) un derecho y un deber ciudadano, y su importancia ha sido resaltada por la Agenda 2030 en el Objetivo 5.4.
Las consecuencias del envejecimiento están directamente vinculadas con cambios en la estructura social y, de manera específica, con aspectos relacionados con el cuadro de salud de la población, los recursos laborales, la seguridad social, la composición familiar y otros factores básicos de la dinámica social y económica del país. Sin embargo, el aumento de los años de vida de una población no necesariamente indica la garantía de una vida con calidad y bienestar. Ello impone un reto impostergable para las políticas públicas y estrategias no gubernamentales, en aras de lograr satisfacer las necesidades de este grupo y brindarles la posibilidad de vivir sus últimos años con excelente calidad de vida.
Las políticas públicas del cuidado implican aquellas acciones reflexivas que las sociedades desarrollan para procurar atención física, material, cultural o emocional a personas o grupos dependientes o necesitados. Desde esta perspectiva, las políticas públicas de cuidado se insertan dentro del sistema de arreglos, o régimen de bienestar, que se establecen entre tres actores fundamentales: Estado, mercado y familias o redes sociales.
Cuando se alude al cuidado, se hace referencia al conjunto de labores que permiten sostener la vida y garantizar determinados niveles de bienestar dentro de ella
Cuando se alude al cuidado, se hace referencia al conjunto de labores que permiten sostener la vida y garantizar determinados niveles de bienestar dentro de ella. Es a partir de él que los seres humanos pueden alcanzar su desarrollo, autonomía y realización, pues supone la satisfacción de necesidades biológicas, materiales, económicas, educativas, afectivas y espirituales. Las tareas asociadas a la acción de cuidar han sido históricamente asignadas a la familia y en especial a las mujeres, lo cual se expresa no sólo en los patrones educativos en que se socializan las personas o sus dinámicas cotidianas, sino también en el modo en que se diseñan las políticas y el desarrollo. Esta realidad condiciona la existencia de marcadas brechas de equidad entre los géneros, comúnmente invisibilidades en tanto se consideran naturales. (Romero, 2019 p 1)
Cuba muestra avances significativos en materia de equidad y ha sido pionera en la promoción de políticas sociales para el cuidado corresponsable. Sin embargo, hoy presenta un panorama complejo que supone importantes desafíos.
En el caso cubano, las actividades de cuidado han mostrado también fuertes matices de familiarización. Las razones han tenido una naturaleza estructural pero también cargas culturales que reclaman para el espacio doméstico la atención de las personas dependientes, sobre todo niñas, personas discapacitadas y personas adultas mayores. Aunque no siempre han satisfecho las demandas, durante todo el periodo revolucionario se han ido creando las estructuras de servicios sociales públicos del cuidado en una red de programas sectoriales e intersectoriales, los cuales han ido creciendo en los últimos años a pesar de las limitaciones económicas. Dentro de estos programas, normativas y servicios se consideran relevantes los dirigidos a la protección y cuidado de la infancia, las madres y padres trabajadores, las personas discapacitadas y las y los adultos mayores. Cometer algunos apuntes en este sentido constituye el objetivo de este artículo de allí su pertinencia actual.
Desarrollo
En Cuba el cuidado de personas adultas mayores ha tendido mayormente a la familiarización dentro de una red insuficiente de servicios públicos, los que se enfrentan hoy a una revisión a tono con el contexto de actualización del modelo de desarrollo cubano.
Las familias cubanas aún siguen reproduciendo hoy en la crianza de hijas e hijos la división sexual del trabajo al interior del hogar que aprendieron de las generaciones anteriores. Así se reproduce la llamada doble jornada y otras brechas de género que atentan contra la autonomía económica, el desarrollo profesional, autocuidado y tiempo libre de las mujeres.
Tradicionalmente, el cuidado no se ha considerado como una responsabilidad social sino como un tema privado y, específicamente, como un asunto de mujeres (Carrasco 2006 p 39). Como consecuencia, no se está dando respuesta a un tema fundamental que repercute cada vez más en dificultades de organización del tiempo y del trabajo -básicamente de las mujeres- y en el bienestar de todas las personas, tema que se agudizará en razón del envejecimiento demográfico de la población. Tradicionalmente las mujeres han sido consideradas personas dependientes de los hombres, porque eran estos quienes realizaban la mayor aportación dineraria al presupuesto del hogar y, naturalmente, no se consideraba la aportación de las mujeres en trabajo familiar doméstico. Actualmente esta idea está siendo bastante cuestionada, ya que si se considera la dependencia en cuidados (tanto en actividades concretas como en soporte emocional), son ellos los que mayoritariamente pasan a ser personas dependientes. Las mujeres -como grupo humano- al atender las necesidades tanto físicas como emocionales de los hombres, de hecho, les están donando tiempo, liberando tiempo que ellos pueden utilizar para desarrollar otras potencialidades.
Las mujeres al atender las necesidades tanto físicas como emocionales de los hombres, les están donando tiempo que ellos pueden utilizar para desarrollar otras potencialidades
Este tiempo de cuidado comprende cuidados físicos y soporte emocional o afectivo, dimensiones que tienden a ir unidas, aunque no necesariamente. Muchos cuidados físicos se pueden mercantilizar o ser desarrollados por el sector público y no necesariamente la persona cuidadora establece una relación afectiva con la persona cuidada.
Se puede definir los trabajos de cuidados como aquéllos destinados a satisfacer las necesidades del grupo, su supervivencia y reproducción que, dado el orden de cosas, son asumidos de forma mayoritaria por las mujeres.
Es importante destacar que no sólo exigen apoyo los niños y niñas, las personas que sufren una enfermedad, las personas mayores o quienes viven con una determinada discapacidad. Existen una gran cantidad de “dependientes sociales”, personas adultas y sanas, mayoritariamente hombres, que no tienen ni la capacidad ni la intención de cuidar de sí mismos, ni mucho menos de otros. La atención de estos dependientes sociales también supone una importante carga que asumen las mujeres.
Los hombres tradicionalmente no se han hecho responsables del trabajo de cuidados y han realizado su actividad básicamente en el espacio extra-hogar, aun estando recogido en el código de la familia en la sociedad cubana, el reconocimiento del hombre en estas tareas. Pero para las mujeres, la realidad vivencial es mucho más compleja. La división de espacios las ha representado una ruptura impuesta que no responde a su propia realidad, a pesar de los cambios en las dinámicas familiares y la creciente participación laboral de las mujeres, persiste la baja participación masculina en las tareas domésticas y de cuidado.
Asumir el trabajo de cuidados y participar en otros ámbitos sociales les ha significado estar moviéndose en un continuo ir y venir entre los distintos espacios de relaciones, las mujeres soportan una sobrecarga de trabajo y demandas en la medida en que continúa su rol tradicional y naturalizado de cuidadora, asumiendo un nuevo papel que ya desempeña en la vida pública y laboral, lo cual repercute cada vez más en dificultades de organización del tiempo, del trabajo y en el bienestar de todas las personas, tema que se agudizará en razón del envejecimiento demográfico de la población.
La huella de los cuidados de las mujeres evidencia el desigual impacto que tiene la división sexual del trabajo sobre el mantenimiento y calidad de vida humana
Cabría señalar de la huella de los cuidados de las mujeres como indicador que evidencia el desigual impacto que tiene la división sexual del trabajo sobre el mantenimiento y calidad de vida humana. La huella de los cuidados es la relación entre el tiempo, el afecto y la energía humana que las personas necesitan para atender a sus necesidades humanas reales (cuidados, seguridad emocional, preparación de los alimentos, tareas asociadas a la reproducción, entre otros) y las que aportan para garantizar la continuidad de vida humana.
Sólo la gran cantidad de tiempo de trabajo doméstico y de cuidados, que se desarrolla en el mundo invisible de lo no monetizado, hace posible que el sistema económico pueda seguir funcionando. De esta manera, la economía del cuidado sostiene la trama de la vida social humana, ajusta tensiones entre los diversos sectores de la economía y, como resultado, se constituye en la base del edificio económico.
El futuro agravamiento de la crisis del cuidado hace necesario transformar los sistemas de protección social y las normas laborales, y modificar las pautas culturales que subyacen a una distribución desigual, entre mujeres y hombres, del trabajo remunerado y no remunerado.
Desde el punto de vista sociodemográfico, el contexto cubano atraviesa un acentuado proceso de envejecimiento demográfico, condicionado por la emigración, las bajas tasas de fecundidad y aumento de la esperanza de vida, y la sobrevivencia de las y los mayores de 75 años (Albizu-Campos y Fazito de Almeida, 2014. p4). Este comportamiento sigue la ruta natural de la transición demográfica de los países de mayor desarrollo económico, por ejemplo, la fecundidad se encuentra por debajo del nivel de reemplazo (menos de una hija por mujer) desde 1978.
En este escenario donde Cuba se posiciona como uno de los países latinoamericanos más envejecidos, el fenómeno se ha ido asumiendo como proceso que impone estudios y sistematizaciones que faciliten el diseño de políticas públicas y acciones -viables, eficientes y accesibles- correspondientes con las necesidades reales que demanda este grupo social.
Conclusiones
En América Latina y especialmente en Cuba la familia ha sido el actor por excelencia en las garantías de supervivencia social y orgánica de las personas con dependencia.
El cuidado en Cuba es ejercido fundamentalmente por el sexo femenino, lo cual constituye una gran sobrecarga para ellas, lo que evidencia la necesidad de un diseño de políticas públicas más viables y eficientes.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Albizu-Campos, J. y Fazito de Almeida, D. (2014): «Dinámica demográfica cubana. Antecedentes para un análisis», Novedades en población, n.º 6, La Habana, pp. 4-31.
Carrasco, Cristina (2006) La paradoja del cuidado. Necesario pero invisible. Revista economía crítica No 5.
Romero, Almodova Magela (2019) Género, cuidado de la vida y política social en Cuba. Universidad de La Habana.
REFERENCIAS CURRICULARES
Maribel Almaguer Rondón es Profesora Titular de la Universidad de Camagüey. Dra. Ciencias Sociológicas. Graduada en la Universidad de La Habana. Especialista en Estudios de Género. Presidenta de la Cátedra de Género Familia y Sociedad de esta institución. Ha obtenido varios premios a nivel nacional e internacional, así como ha impartido cursos y conferencias en países como México, España, Colombia, Brasil y Estados Unidos. Cuenta con múltiples publicaciones en Cuba y en el extranjero.
Sonia Martínez Cabalé es Profesora Auxiliar de la Universidad de Camagüey y vicepresidenta de la Cátedra de Género, Familia y Sociedad de la universidad de Camagüey Ignacio Agramonte Loynaz. MsC en Ciencias Económicas, graduada en la Universidad Estatal de Bielorrusia (1984) y MsC en Ciencias de la Educación, graduada en Universidad Pedagógica José Martí (2014). Ha participado en varios proyectos nacionales y publicaciones en Cuba y en el exterior.