Revista con la A

26 de septiembre de 2017
Número coordinado por:
Rosario Segura Graiño
53

Los estudios feministas, de las mujeres y de género en el estado español

¿Por qué matan (y se suicidan)?

Tomás Rodríguez

Tomás R. Villasante. El hombre violento es nuestro fruto, porque aún no hemos construido espacios y referencias en las que podamos disfrutar colaborando, sin violencias posesivas

Sin duda se trata de casos extremos, pero que en el límite, dentro de su desesperación, nos pueden mostrar sentimientos muy profundos, nada fáciles de entender desde una lógica simple y reduccionista. El modelo de vida para «llegar a ser un hombre» se construye en lo sentimental desde la adolescencia, retos y ritos que acompañan durante toda la vida, y que así se van reforzando en la familia tradicional. Y esto puede valer tanto para la violencia doméstica del padre que se conforma como “patriarca” (sobre la mujer, las y los hijos y otros miembros de la familia), como para entender la violencia suicida de un terrorista por una causa que asume vitalmente, y que le puede llevar a estas situaciones límite. ¿Dónde se forman, y cómo, estas vivencias interiorizadas que pueden llegar a extremos tan irracionales?

Incluso en la violencia doméstica podemos observar, sobre todo en personas mayores, que después de muchos años de convivencia acaban con una agresión tan violenta del hombre, como un fracaso personal insoportable, hasta llegar a matar (y en ocasiones a suicidarse). Se podría entender como consecuencia de una formación ancestral de unas generaciones educadas en la posesión de la mujer como un objeto, y del fracaso de esos proyectos en sus vidas concretas, por lo que se trata de destruirlo todo. El fundamento de su “ser hombre”, “ser padre”, jefe protector familiar, les falla en un momento de su vida, y no dudan en que “falla todo”, la razón de su existencia. Y sacan la consecuencia de la “destrucción”, el alcohol y la violencia como signos de la impotencia y la rabia contra el sentido de su propia vida y de los demás.

Pero el problema es más alarmante cuando vemos a personas jóvenes que llegan también a estos extremos. Pandillas de adolescentes, ellos y ellas, que reproducen esa educación y vivencias violentas y compulsivas. Se identifican con la posesión y la anulación de la otra persona, y las pandillas aceptan que pueden ser “normales” esas prácticas de control y de sumisión. Algo así como «matar al padre», al despegarse de la familia de origen, pero para ser «más padre», sin salir del esquema de «dominar-poseer», del «proteger violento» sobre la pandilla, y en especial sobre las chicas que se someten a ellos. No saben disfrutar de otra manera. En los rituales de las pandillas se hacen bromas rompiendo con las razones de lo que se supone que es “razonable” para los mayores, en una suerte de que lo que vale es “nuestra violencia y no la de ellos”.

En los mayores, como en los jóvenes, hay una formación compulsiva que se construye en los «ritos de paso» que se conforman emocionalmente durante la identidad adolescente. En la entrada a la aventura de «la selva» de la vida, al salir de la protección familiar, como en los ritos de las tribus ancestrales, el reto se les presenta a los hombres como conquista de su dominio sobre los otros seres (naturaleza, mujeres, etc.). Los modelos en las películas y series, deportes, músicas, chistes,… todo le habla de destacar para ser el más viril y valiente, proteger, dominar, poseer,… Por ejemplo, las películas de James Bond, pero también cualquiera de las series que lo copian, nos ilustran de los mitos que constituyen el ser hombre/mujer, el papel de la tecnología de las armas, de la “licencia para matar” más allá de la ley, mujeres seductoras que hacen el mismo juego, etc.

Los ritos (con sus mensajes subliminares), que pretenden dar sentido a nuestras vidas cotidianas, no poca gente los adopta sin el menor sentido crítico

Una juventud sin futuro laboral, al menos se entretiene en reproducir mitos de posesiones sobre lo que considera más débil. El propio deporte es otro rito de competitividad y violencia, de ritos “religiosos” con el club, que han sustituido la misa de los domingos por los gritos, cada fin de semana, contra el árbitro o contra los jugadores que no encarnan los valores de “echarle cojones” frente al otro. No son unas personas concretas las que generan la violencia doméstica o las violencias en general. Más bien son los “ritos de paso” de toda la sociedad, patriarcal y violenta, los que empujan a algunos a ser plenamente coherentes con lo que han mamado. Porque eso se mama en la familia completa, en el campo de futbol y en la televisión, que son los ritos (con sus mensajes subliminares) que pretenden dar sentido a nuestras vidas cotidianas, y que no poca gente adopta sin el menor sentido crítico. ¿Dónde se difunde otro sentido, otras prácticas vitales? ¿Hay alternativas? ¿Hay otro tipo de deportes, de músicas, de películas,…? No las hemos creado, o son muy escasas, para que se pueda encontrar una formación emocional adolescente colaborativa. ¿Dónde puede canalizar su fuerza vital un adolescente, chico o chica, para sentirse disfrutando con los suyos, de forma alternativa? No hay apenas ritos de pandillas adolescentes donde disfrutar de una aventura que no sea patriarcal y que reproduzca más de lo mismo. ¿Dónde encontrar grupos deportivos no violentos, músicas críticas con las posesiones y dependencias, huelgas de secundaria creativas, youtubers con más humor y con menos mala leche? ¿Quién se dedica a construir aventuras y ritos creativos? El hombre violento es nuestro fruto, porque aún no hemos construido espacios y referencias en las que podamos disfrutar colaborando, sin violencias posesivas.

¿Y mientras se cambian estas culturas, desde la adolescencia hasta que llegue una nueva generación, qué podemos hacer con los más violentos? Lo que queda es aislar en la vida cotidiana las expresiones más brutales, a las personas, ellos sobre todo, que se queden sin amigos si no cambian. Que sus amigos, donde se construye el sentido común, les muestren que están en un callejón sin salida y que los demás vamos por otros caminos. La violencia es la respuesta a una frustración de un sentido de vida, al sentido de ser hombre que esa persona mamó de su familia. La pandilla de amigos, los familiares, son los que tienen la capacidad de cercarle, y de sacar a sus víctimas de su influencia. Los servicios sociales suelen estar lejos, por eso hay que recuperar la responsabilidad de familiares y amigos. El Estado debe apoyar iniciativas alternativas para combatir la educación adolescente posesiva-violenta. Y las personas más cercanas en cada caso, en la vida cotidiana apoyar a la familia y separar al violento, mostrándole que hay otras formas para ser hombre con las que (por cierto) se disfruta más.

 

 

REFERENCIA CURRICULAR
Tomás Rodríguez Villlasante es sociólogo y profesor Honorífico de la Universidad Complutense de Madrid. Pertenece a la Fundación Creasvi. Durante su larga carrera académica ha dirigido numerosas investigaciones, además de escribir numerosos artículos. Una parte importante de su trabajo se ha centrado en los movimientos sociales y colaborativos y en la defensa de las democracias participativas. Viajero incansable, ha desarrollado buena parte de su actividad en América Latina.

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