Revista con la A

26 de mayo de 2017
Número coordinado por:
Hortensia Hernández
51

Alzamos la voz con las mujeres de Chibuleo

Ponzoña

Muchas de las sustancias que la industria agroalimenticia utiliza, para ser más eficientes en la producción a gran escala de los productos alimenticios que alimentan a toda la población mundial, son nocivas para la salud de los seres vivos que entran en contacto con ellas, o que de forma inconsciente las ingieren.

Podríamos comprobar las dimensiones del problema, al comparar los resultados que se obtendrían al realizar una analítica simple de orina y sangre a cualquier ciudadano o ciudadana de los cinco continentes. Serían bastante similares los resultados que arrojarían cantidades de metales pesados muy alejados de los establecidos como recomendables por la Organización Mundial de la Salud.

Si dicho análisis se realiza a los ríos, mares y corrientes subterráneas de agua, en los diversos ecosistemas que conforman nuestro planeta, tampoco serían muy distintos los resultados. Todos ellos se ven afectados por una cantidad ingente de herbicidas y desechos químicos de las fábricas.

No hay población indígena, rural o urbana que se pueda sustraer a la contaminación de los organismos vivos de sus ecosistemas, ni de su ciudadanía.

El glifosato, bien nos puede servir de ejemplo.

El glifosato es un herbicida de amplio espectro que fue por primera vez comercializado por Monsanto con el nombre de Roundup, en la década de 1970. Desde que su patente caducó en el año 2000, numerosas compañías producen hoy glifosato con diferentes nombres comerciales. Sin embargo, el Roundup de Monsanto sigue siendo el herbicida más vendido en el mundo [1]

El glifosato es una sustancia que ha sido considerada, en marzo de 2015, por la Agencia Internacional para la Investigación sobre el Cáncer [2], dependiente de la Organización Mundial de la Salud, como potencialmente cancerígeno. Durante muchas décadas, y ante la presión de las multinacionales, se había estado negando, pero finalmente ha tenido que ceder a la evidencia.

Tendemos a pensar las personas que vivimos en las ciudades, tan desconectadas de la cadena alimenticia de los alimentos básicos que consumimos, que estamos más protegidas, menos expuestas a los efectos perniciosos de herbicidas, fertilizantes y plaguicidas.

Nada más alejado de la realidad. El glifosato es el principio activo de más de 750 sustancias utilizadas para la agricultura, silvicultura, jardinería y para aplicación doméstica. Nuestros parques públicos, nuestros jardines, nuestro entorno más cercano no es ajeno.

En la Unión Europea estamos en un momento decisivo.

En verano de 2016, después de una larga campaña impulsada por la ciudadanía europea, la Comisión Europea no consiguió renovar por diez años la licencia al glifosato y tuvo que conformarse con una breve renovación de 18 meses. Todo un gran logro, teniendo en cuenta la intensa actividad de los grupos de presión de la industria química. Pero los grandes fabricantes de herbicidas, como Monsanto, siguen presionando para proteger sus beneficios.

La iniciativa popular europea es el único instrumento con el que contamos. Desde febrero, una coalición de organizaciones ha abierto la ofensiva para conseguirlo. Ayudemos con nuestra firma, que se oiga nuestra voz.

Por la salud de los seres vivos del planeta frente a los beneficios de las multinacionales ¡Firma contra el glifosato!

NOTAS:

[1] http://www.greenpeace.org/espana/es/Trabajamos-en/Transgenicos/Glifosato/

[2] http://www.iarc.fr/en/media-centre/iarcnews/pdf/MonographVolume112.pdf

 

REFERENCIA CURRICULAR

Araceli Benito de la Torre es Socióloga e Informática de profesión. Le apasiona la naturaleza y cree en la ecología política y en la egoecología -la necesidad de gestionar de forma más natural nuestro yo interior-. Por eso, imparte cursos de  Inteligencia Emocional y Técnicas de Autoconocimiento. Disfruta aprendiendo de las y los demás y realizando cosas nuevas, por lo que considera que este espacio es una oportunidad para seguir disfrutando y creciendo.

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