Revista con la A

25 de marzo de 2017
Número coordinado por:
Rosario Segura Graiño
50

Mujeres gitanas luchando por la igualdad

Ellos cuentan

En este número dedicado a las mujeres gitanas, y para esta sección, hemos incluido los testimonios que dos jóvenes gitanos, Luciano y Daniel, aportan sobre las mujeres de su familia y el impacto que han tenido sobre sus vidas.

¡Luciano, pon la mesa!

Luciano S. Fernández Camacho

“¡Luciano, pon la mesa!” Así comenzó todo. Los gritos de mi madre desde la cocina me apelaban para que fuese a hacer algo que hasta entonces nunca había hecho. Realizar tareas de casa era algo que no hacíamos los hombres, estábamos acostumbrados a que fuesen mi madre y mi hermana las encargadas de hacerlo absolutamente todo.

Y cuando digo todo, es todo. Se tiende a creer que la mujer gitana esta relegada única y exclusivamente a realizar tareas de casa. Pero eso nunca fue así. Las mujeres gitanas siempre han tenido la potestad absoluta dentro y fuera de sus casas. La administración de la economía y las grandes decisiones siempre han corrido a cargo de las mujeres de mi familia. Y no por una cuestión de empoderamiento, sino más bien cultural. Podrá sorprender, incluso muchas de las personas que estáis leyendo esto pensareis que no es del todo cierto, pero ¿Para qué voy a mentir? Mi trabajo aquí es contaros mi realidad, y esa es indiscutible.

Desde ese instante empezamos a aprender valores como la solidaridad, la igualdad o la empatía

Pero no nos desviemos del tema. Volvamos al momento en el que algo en mí hace crack. Ese momento en el que mi madre nos obliga a hacer algo que hasta el momento solo hacían las mujeres. Recuerdo que fue algo chocante. Sobre todo porque del poner o quitar la mesa pasó a “Haz la compra” “hazte la cama” incluso “pon la lavadora”. Nosotros tres (mis dos hermanos y yo) ni queríamos ni sabíamos, pero era algo indiscutible. Mi hermana mayor había empezado el instituto y mi madre necesitaba ayuda. ¿Qué no queríamos? No. Pero en ese momento era necesario y lo que sí que no queríamos era que se cansara (y mucho menos que se cabreara) por ello empezamos a realizar tareas que “no nos correspondían”… y ¡BENDITO EL MOMENTO! Desde ese instante empezamos a aprender valores como la solidaridad, la igualdad o la empatía, siendo estas tres algunas de las características que conforman mi personalidad y de las que más orgulloso me siento.

Y de ahí, para arriba.

Mi hermana se marchó a 350 km de distancia para estudiar una carrera. No os niego que esto supuso más de un quebradero de cabeza en casa ¡Pero para todos, eh! La niña de la casa se marchaba y a saber que le pasaría a ella sola, tan lejos, ¡con los hombres del saco que hay por ahí! Y los que reparten caramelos con cosas… ¡OH DIOS MIOS NO! (manos en la cabeza, lloros y cabreos) pero claro, mis padres son gitanos, sí… Pero también son padres. Les costó aceptar este hecho, pero al final entendieron que lo mejor para ella era esa transición. Y tuvieron que aguantar mucho, no os creáis… tanto la familia de mi padre como la de mi madre eran cien… ¡qué digo cien! mil por ciento reacios a que la niña se fuese sola. Pero oye, aguantaron los consejos y críticas, se liaron la manta a la cabeza y a día de hoy tengo una hermana trabajadora social! (aplausos)

Y de nuevo lección para Luciano. Su hermana mayor, su referente, había sido valiente y había emprendido un duro camino donde muchos no iban a entender lo que estaba haciendo. Muchas personas iban a cuestionarla, criticarla. Pero os aseguro que muchas más la envidiarían: por valiente, por transgresora y por haber comenzado a hacer algo que hasta entonces pocos pensaban… enfocar el concepto de gitanidad desde otra perspectiva.

Y quizás fue eso lo que más le ha costado entender a mis padres. Ellos que nos educaron para que fuésemos lo más gitanos y gitana posible y mira tú… rompíamos la normalidad. Íbamos a la universidad, salíamos de fiesta y nos relacionábamos con gente indistintamente de donde viniesen o que marca les hubiese puesto nuestra sana y quería sociedad (Guiño, guiño) Opinábamos de política, nos manifestábamos o incluso llegamos a discrepar con opiniones de personas que hasta ese momento era absolutas.

Y esto es algo que yo sé y quiero contaros, pero guardarme el secreto, por favor. En el fondo a mis padres les hubiese encantado ser como nosotros somos, pero ellos estaban hipercondicionados por su entorno, ya fuese dentro del pueblo o de la comunidad gitana, tenían la obligación de no sacar la patita fuera de la cesta para no destacar y que no se hablase de ellos. Pero no les culpo. En su época, cuanto más desapercibido pasaras, más feliz eras tú y todos los tuyos. “Nos has de sentir, no han de saber” qué diría mi queridísima Elsa de Arendelle.

Y así crecimos. Educados para ser iguales, en un entorno donde día a día teníamos que luchar para que se nos siguiese considerando gitanos. Y no solo nuestra comunidad, donde según ellos cada paso que dábamos nos alejaba más y más de ser gitanos y gitana, donde estábamos dejando de ser lo que habíamos nacido para comportarnos como payos. Pero no solo  la familia y el entorno gitano nos criticaban. Los payos y payas siempre han puesto en tela de juicio nuestra gitanidad… “Ah ¿qué tu estudias? Pues entonces no eres gitano” (ojos en blanco) Y es que muchas veces me he llegado a sentir más cuestionado por la sociedad mayoritaria que por mi núcleo familiar

Estoy enormemente agradecido a las mujeres de mi familia por enseñarme todo. Por enseñarme a luchar, a no cansarme, a afianzar mi identidad y respetar mis valores. Por enseñarme que se puede ser gitano no con la perspectiva clásica lorquiana, sino como ciudadanos contemporáneos susceptibles de derechos y obligaciones. Desde la equidad y el respeto. Por enseñarme que por encima de la etnia somos personas que sienten y padecen del mismo modo y que un órgano genital no relega ni potencia las facultades de nadie. Que al igual que el aire es vital, también lo es el agua. Que el respeto ensalza a la persona y la comprensión te hace más fuerte. Que se puede ser lo que se quiera siempre que creas en lo que uno es. Que ser distinto no es malo. Que cada persona es especial y hay que cuidarla para conservarla. Que la variedad de los ingredientes hace más nutritivo el plato y sobretodo que hay que luchar… SIN MIEDO A LA LIBERTAD.

 

Mujeres gitanas valientes

Daniel Janoher De Vargas

Las mujeres gitanas en general, están viviendo una de las décadas más cambiantes. Pero no debemos olvidarnos que las valientes mujeres gitanas en particular, hace años comenzaron una lucha en solitario.

Estas valientes, han sido la avanzadilla para producir cambios en sus entornos más cercanos, haciendo ver al mundo el desarrollo de la mujer gitana en la actualidad, este es mi caso. Mi familia, más concretamente mi hogar ha sido un Matriarcado, han sido las mujeres quienes han tenido el poder y la disposición económica. En el caso de mi abuela gitana del madrileño barrio de Tetuán que vivía junto con sus padres, hermanos y demás miembros de la familia en “los chozos”, como humildemente lo llama ella, lo que hoy en día puede considerarse como una infravivienda, siendo ella adolescente a base de insistencia y algún que otro enfrentamiento con su padre consiguió comenzar a posar como modelo en el círculo de bellas artes, así como para los pintores de la época más reconocidos, Domingo Huetos, Julio Moisés, Cruz Herrera, Soto Mayor entre otros, este último fue director del Museo del Prado entre los años 1922 y 1960

A la edad de 16 años Carmen Vargas, mi abuela, comenzó bailando en los tablaos más reconocidos de la capital madrileña como son el Villa Rosa o El corral de la morería, de la mano de su padre Pedro Jiménez Borja, “El Pili”, reconocido cantaor flamenco de la época, no tardando comenzó a surgir lo que sería su trayectoria laboral durante décadas, sin bajarse del tablao, su especialidad era la poesía flamenca lo que en términos más artísticos se reconoce como rapsoda. Trabajando así con artistas de la talla de Isabel Pantoja, Camarón de la isla, El indio gitano, Gabriel Moreno etc. y guitarristas como Paco Cepero.

La vida transgresora de mi abuela ha influido en la educación y formación de mi  madre, que a  la edad de 18 años y no cumpliendo las costumbres gitanas, decidido marcharse de Madrid para irse a la isla de Tenerife, no sin antes avisar a mis abuelos de su decisión, decisión de la que ellos hicieron caso omiso, pensando que no hablaba en serio, pero tomó ese vuelo dirección Tenerife, allí vivió y trabajo de camarera diciendo que tenía experiencia, cosa que no era cierta. Además se cortó el pelo como un hombre, porque la pagaron bastante dinero para un desfile de peluquería en el hotel Meliá, desfilando también en distintas  pasarelas sobre todo con vestidos de novia. De vuelta a Madrid, dos años después conoció a mi padre casándose con él a la edad de 20 años, edad que en esos años era considerada dentro de la comunidad gitana como una “moza vieja”. Mi madre no realizó una boda gitana, pues su marido no era gitano, más bien fue una boda flamenca. Con  22 años me tuvo a mí, esto no impidió que ella pudiera seguir trabajando, descubrió una agencia de representación artística y así comenzó a trabajar de modelo de imagen, azafata y figurante, nacional e internacionalmente; estudió masajes con terapias alternativas naturales y terapias orientales, dedicándose a ello en la actualidad.

Mi infancia ha podido ser como la de cualquier niño, la educación infantil y primaria la cursé en un humilde colegio de Hortaleza, mi barrio. Allí también cursé la primera etapa de la  educación secundaria, más tarde me trasladé a un colegio público en el que cursé formación profesional básica de comercio y marketing. Actualmente me desempeño como dependiente en tiendas de ropa, he trabajado para el corte inglés y en tiendas de la cadena del grupo Inditex, trabajo que complemento con el mundo de la moda, más concretamente siendo modelo de fotografía y pasarela, estoy empezando a estudiar y a desarrollarme en lo que me gustaría dedicarme el día de mañana.

Agradezco a mi abuela, que me ha trasmitido el lado artístico, la lengua gitana, el respeto, la diplomacia, la manera de actuar frente a los problemas, su visión de la vida, como luchadora innata

Agradezco a mi abuela, que me ha trasmitido el lado artístico, la lengua gitana, el respeto, la diplomacia, la manera de actuar frente a los problemas, su visión de la vida, como luchadora innata. Viviendo en la escasez, la falta de recursos, la diferente visión de la vida tras la postguerra y la vida de ahora.

Agradezco también, tener una madre joven siendo una de mis mejores amigas, confidente y motivadora. Al darme a luz, dedicó los mejores años de su vida a mi educción, trasmitiéndome unos valores fundamentados en la diversidad de los seres humanos. Dejándome siempre que sea yo mismo y que viva como quiera, siempre que viviendo mi vida no haga daño a mi círculo social.

Con toda esta valoración, quiero decir que hoy en día soy quien soy gracias al matriarcado,  que he vivido y sigo viviendo en mi familia, gracias a referentes como mi abuela y mi madre,  porque, aun de distinta manera y con otro estilo de vida, no han dejado de ser lo que son: gitanas, se han preocupado por la educación de sus hijos, por transmitirles el respeto hacia las personas mayores, porque la unión familiar se mantenga, por ser mujeres y dueñas de su casa y sus vidas, siendo también el sustento económico del hogar.

 

REFERENCIAS CURRICULARES

Luciano Sebastián Fernández Camacho, Madrid, tiene 26 años y es estudiante de Derecho. Dependiente en una tienda de ropa y activista ProDDHH. Amante de las películas de Disney, de los juegos de rol y de la multiculturalidad. “Creo que Granada es el lugar más bonito del mundo y la fideua de mi madre lo más sabroso de esta vida.»

Daniel Janoher De Vargas, Madrid, tiene 20 años y es Dependiente y  Modelo Amateur. FP en Comercio y Marketing.

 

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